Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

4.25.2011

Hagamos un trato



Una frase que resume la base del progreso. Un objetivo posible solo en las sociedades que protegen y defienden la asociación libre y voluntaria entre las personas por encima de la intervención estatal y la coerción ejercida por los gobernantes. La cooperación libremente acordada, legítima, entre dos individuos que se basa en el principio de que todos los involucrados ganan. A ambas partes les conviene el intercambio voluntario, sino no la harían. Ambas partes esperan obtener una ganancia.

Por el contrario, en la relación gobernantes-gobernados, cuando los primeros se entrometen en asuntos que no les corresponden y obligan a los segundos a actuar en contra de sus propios intereses, el resultado es un ganar - perder: gana el gobernante y pierde el ciudadano.

Explica Ludwig von Mises que el comercio es la relación social fundamental que teje los nudos que unen a los hombres en sociedad. Mises distingue entre dos tipos de cooperación social: por virtud de contrato privado y coordinación, o por virtud (yo le llamaría vicio) de mando - obediencia o hegemonía. El primer tipo es simétrico y mutuamente ventajoso. El segundo tipo es asimétrico: hay un gobernante y un gobernado, y los gobernados son simples peones de los gobernantes. Cuando la gente acepta ser tratada como siervo y no ciudadano no se les puede llamar personas libres. Este es el tipo de cooperación obligada que promueve y practica el Estado que otorga a sus gobernantes más poder del necesario para cumplir sus funciones primordiales: velar porque haya seguridad y justicia. ¿Sería lo correcto llamarla imposición y no cooperación? A mi parecer, sí.

La civilización es el resultado de los logros de personas que cooperaron contractualmente, tal y como lo enseña Mises. El Estado contractual respeta el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad propio de un Estado de Derecho. En contraste, el Estado hegemónico no respeta los derechos individuales. Gobiernan las reglas antojadizas de los dictadores, sean estos llamados reyes, congresistas o presidentes. Estas directivas pueden cambiar a diario y los súbditos del Estado deben acatarlas sin chistar. Solo son libres para obedecer sin preguntar.

Los ciudadanos libres, que utilizan su razón, que piensan y exigen que respeten sus derechos, representan una amenaza para los gobernantes y los apologistas del Estado Benefactor que, con falacias y sofismas, usurpan un poder casi imperial, casi ilimitado, con subsidios para unos a costillas de los otros. Con privilegios para ellos y aquellos cercanos a quienes ejercen el poder.

Dijo Aristóteles, según la traducción latina de Guillermo de Moerbeke, que “omnes homines natura scire desiderant". Todos deseamos por naturaleza saber, descubrir el por qué de las cosas y qué nos hace felices. Y eso, solo lo descubrimos cuando somos libres e intercambiamos y cooperamos voluntariamente. Hagamos un trato: cooperemos para defender nuestra Libertad.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 25 de abril de 2011. La fotografía de la Estatua de la Libertad la tomé el 28 de noviembre de 2007.

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4.23.2011

Ecléctica


¿Por qué una gran parte de mi vida transcurre al límite? ¿Siempre al borde? ¿En la frontera del calendario y los deadlines? Por ejemplo, mi compromiso con ustedes, lectores de Le Haim, suele ser uno de mis mayores placeres, pero generalmente lo escribo con las prensas detenidas por mi atraso. ¡Qué paciencia la de Mara! Y ahora la de Adela. En fin, such is my life! ¿Ecléctica? Tal vez lo será mi vida, pero no yo, ya que vivo con un propósito definido: ser feliz. Y para lograrlo, sé que es indispensable ser coherente: separar mis premisas falsas de las verdaderas y corregir mis contradicciones. Sé a ciencia cierta que todavía tengo muchas. Es probable que muera sin resolverlas todas, sobre todo que entre más aprendo, más dudas acumulo. Aunque lograra vivir, como quisiera, por un mínimo de mil años. ¡Qué gran sueño! Si lo alcanzo con mis valores primeros a mi lado: mis amores.

Pero, veamos, antes de que continúe en mi versión hipertexto, con enlaces dispersos a los distintos conceptos que abordo al escribir, regresemos a explorar un término que en muchas ocasiones me han preguntado qué significa: eclecticismo. Para dar una respuesta bien estructurada, decidí consultar el Diccionario de la Real Academia Española, la Wikipedia, el Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española de Guido Gómez de Silva… y al final me decanté por la explicación dada por Nicola Abbagnano en su Diccionario de Filosofía, actualizado por Giovanni Fornero, según el cual eclecticismo es “la dirección filosófica que consiste en elegir de las doctrinas de diferentes filósofos las tesis que más se aprecian, sin cuidarse mucho de la coherencia de estas tesis entre sí ni de su relación con los sistemas de origen”. Entonces, ¿será una incoherencia de mi parte pensar que mi vida es ecléctica? No. Y creo que va a ser más sencillo explicarme separando, por cuestiones epistemológicas, mis gustos de mis ideas.

En mi pensar soy objetiva. En la forma en que vivo mi vida, ecléctica. Al pensar busco la verdad. Al elegir busco disfrutar. Y para alcanzar esto último, tengo que reconocer mi necesidad de entender todo aquello que llama mi atención en la música, la pintura, la escultura, la literatura, la ciencia, el cine, el teatro… la comida y la bebida. Cuando alguien me pregunta sobre mis “preferidas/os” (canción, película, pintura, novela, poema, vino, plato…) no puedo responder. Tendrían que hacer una clasificación más profunda. Agregar el género, el idioma, la época, el proceso… y aún así dependería de mi estado de ánimo, de la ocasión, de la compañía… Es casi imposible que pueda dar una respuesta que me satisfaga. Siempre sentiré que traicioné a algún creador, a alguna vianda, a alguna cepa… Entiendo que gente querida quisiera que no fuera tan dispersa, otro adjetivo que suelen utilizar al describirme, pero eso sería ir en contra de mi naturaleza inquisitiva, curiosa, con incontables intereses. Es un defecto de origen: nací así. Desde pequeña tuve que hacer un gran esfuerzo para concentrarme en un asunto a la vez. Probablemente por eso hoy la lectura es una de mis actividades primordiales.

Y sin que sea mi meta ir contracorriente, las semanas menos eclécticas de mi discurrir suelen ser las de fin de año. Varias de mis actividades se reducen al mínimo, principalmente las académicas y las culturales. Tampoco aumentan a extremos inimaginables los compromisos fiesteros. Con los regalos no me hago bolas: aprovecho el 24 de diciembre para comprar lo que quiero dar, ya que este suele ser el mejor día para comprar. No corro el riesgo de engentarme ni de toparme con consumidores consumidos por la histeria. Como verán, hasta en esta decisión seré poco convencional. Sin embargo, seré tradicional para desearles la más ecléctica existencia que anhelen y, claro, les sea posible. Cheers!


Este escrito fue publicado en la Edición 28 de la Revista nuChef, correspondiente al bimestre noviembre – diciembre de 2010. La fotografía la tomé en Nueva York el 30 de noviembre de 2007. The city that never sleeps, una de mis ciudades preferidas, una ciudad ecléctica.

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4.22.2011

El tiempo es vida


¿Será todo lo que precisamos? ¿Acaso necesitamos de algo más? ¿Cuál es la cantidad ideal de tiempo? ¿Depende de cada uno de nosotros? ¿Se mide en segundos o en experiencias o en conocimiento? ¿Necesitamos de los tres para ser quien decidimos ser?

Según mis padres y mi memoria, desde que era apenas una cría hago uso de la razón. O intento hacerlo la mayor parte del tiempo. Soy consciente desde mis primeros años de que aquel minuto que pierdo, es un minuto que no volveré a vivir jamás. Vendrán muchos más, al menos eso espero, pero ese instante que dejé ir sin sentir, ese no lo voy a restituir. Los hubiera, me enseñó alguien a quien amo inmensamente, no existen. Puedo pagar las consecuencias de mis errores, corregir mis equivocaciones, pero nunca borrarlas. Eso sí, puedo perdonarlas.

Por supuesto, lo anterior no quiere decir que pase los días inmersa en mi actividad laboral, la que comúnmente identificamos con la vital virtud de producir para vivir de nuestro esfuerzo y no de la producción de otros. Reconozco que es una importante tarea si queremos progresar y no vegetar. Pero, en mi caso, el momento que más disfruto, el clímax de mis días, es ese que tantos han confundido con el vicio del vago. Me refiero al momento del ocio. O, como bien explica mi valorado Aristóteles en la obra “Ética a Nicómaco”, el tiempo de la contemplación. El tiempo del máximo placer. El tiempo de la felicidad plena.

El tiempo ido, una vez ha sido vivido, pasa a enriquecer ese equipaje que llevo a todos lados: mi pasado. Riqueza que espero nunca perder. Lo que trae a mi mente un cuento breve del escritor egipcio Naguib Mahfuz, ganador del premio Nobel de Literatura de 1988. El primer escritor en lengua árabe en recibir tal galardón. Un cuento titulado "Una broma de la memoria" que encuentran en “Diálogos del atardecer”, el cual reproduzco para ustedes: "Vi a una persona enorme, con un estomago tan grande como el océano y una boca capaz de tragar un elefante. Le pregunté anonadado: - ¿Quién eres? A lo que respondió sorprendido - Soy el olvido. ¿Cómo es que me has olvidado?" Maravilloso. Cada vez que lo leo me cautiva de nuevo. Soberbio escrito que, en su aguda simpleza, nos recuerda la trascendencia del recuerdo. Esos hechos que ya vivimos, nosotros los que vivimos. Lo que fuimos. La base de quien somos. El origen de quien seremos.

Lo que ustedes leen hoy, cualquier día que sea en su vida, yo lo escribo en la mañana de un lunes monocromático. El lunes 27 de septiembre de 2010, en el cual el gris prevalece por encima del celeste que suele identificar al cielo. Me atrevo a decir que por la tarde voy a extrañar los celajes de variados colores que pueden ir desde el violeta profundo, pasando por los intensos rojos y terminando en suaves rosados. El gris, color que aparece en pocas ocasiones en la infinita variedad de colores con que veo mi presente. Colores que en su mayoría han dado sentido a mi historia. Colores que simbolizan mi esperanza en el futuro.

Y como al fin, escribir en este espacio bautizado con el nombre de “Le Haim” (el tradicional brindis hebreo que traducido al español sería lo mismo que decir “por la vida”) significa para la autora, yo misma, un dar tiempo mío a ustedes, vida mía para mis lectores, deseo terminar con dos versos (el primero y el tercero) del poema 46 de “Canto a mi mismo” de uno de tantos poetas espléndidos que he elegido para vivir mi tiempo, Walt Whitman:


"Lo mejor del tiempo y del espacio es mío,

del tiempo y del espacio que nunca se han medido,

del tiempo y del espacio que nadie medirá.

Nadie, ni yo ni nadie, puede andar este camino por ti,

tú mismo has de recorrerlo.

No está lejos, está a tu alcance.

Tal vez estás en él sin saberlo, desde que naciste,

acaso lo encuentres de improviso en la tierra o en el mar”.


Vida mía, ¡cómo me gustas!


Este artículo fue publicado en la Edición 27 de la Revista nuChef, correspondiente al bimestre septiembre – octubre de 2010. La fotografía la tomé desde la cumbre de la Danta en el Reino de Kan, el 21 de julio de 2007.

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4.21.2011

Cuento en Las Vegas



Según Wikipedia, Las Vegas es la ciudad más grande del Estado de Nevada. Después de leer lo anterior me quedé ¡asombrada! ¿Cuán pequeñas serán el resto de ciudades para que una urbe cuyo encanto se encuentra en el llamado Strip, sea la más grande? ¿Un bulevar de poco más de 6 kilómetros? Con éstas preguntas no pretendo menoscabar la importancia que tiene una avenida que desde el aire, unida al Downtown, parece que dibuja un ángulo de aproximadamente 165°. Un espacio en el cual se mueven miles de millones de dólares todos los días. Donde se casan y divorcian cientos de parejas. Una ciudad en la que es muy difícil estimar cuántas personas la habitan, debido a la enorme cantidad de turistas que llegan a diario en busca de fortuna, diversión y, quién sabe, tal vez el amor de su vida. O, muy probable, a olvidarlo.

Si no hubiera investigado sobre mi destino antes de partir, no entendería el porqué a principios del siglo diecinueve, Antonio Armijo bautizó ese espacio con el nombre de Las Vegas, siendo éste primordialmente un desierto, caliente y seco, al menos por las fechas de mi visita. Total, Las Vegas no es la misma de día que de noche. No es la misma vista por fuera que vista por dentro. Vista a ras del suelo que desde las nubes.

Quiero aclarar que mi reciente viaje a Sin City no estuvo relacionado con ninguno de los motivos listados en la primera parte de este relato. Lo que me llevó junto con otros amigos al lugar que “no cuenta lo que en su seno haya sucedido”, parafraseando el conocido eslogan de “what happens in Vegas, stays in Vegas”, fue una actividad académica que nos condujo durante 10 días a un viaje lleno de filosofía, historia, ciencia, arte… Gozo. Al fin, para mí aprender es un placer.

Sabía por mi afición a la lectura y al cine, que en Las Vegas uno se topa con mucha gente a la que le gusta contar, aunque no el tipo de cuento que quisiera compartir con ustedes. Les gusta contar aquello que les podría costar, si no la vida, por lo menos una tremenda paliza. Me refiero a contar cartas, ya que el mayor atractivo de Las Vegas son los casinos. Pero no para todos. Yo prefiero observar para luego contar historias que pueden ser reales, producto de mi imaginación o una mezcla de ambas. Yo, además de las conferencias y cursos a los cuales asistí, disfruté como una niña de las caminatas nocturnas por el Strip, la irreverente comedia de “Penn & Teller” y la retadora presentación de “Zumanity” del “Cirque du Soleil”. Un espectáculo sólo para adultos. Una exploración ¿o explosión? del deseo. Una celebración a la sensualidad y la sexualidad humana.

Por supuesto, la comida hizo de mi trip una experiencia deliciosa. Confirmé lo que leí y me dijeron algunos amigos, más de un chef entre ellos: que en Las Vegas se come como dioses. Imagino que esa es una de las razones por las cuales tienen su “Caesar’s Palace”. Sin embargo, me gustó más el “Venetian”, incluido el restaurante “Tao” que se encuentra en su interior, donde tuve el gusto de beber un flight de sakes y comer un riquísimo pato pequinés. No obstante, si regreso en los siguientes dos años, me hospedo en “New York–New York”. Y reservo para comer de nuevo en “Lotus de Siam”.

Del “Bellagio”, me quedo con el baile de las fuentes: uno de esos entretenimientos cuyo único costo es el tiempo de espera, si es que se quiere un lugar en primera fila. Me faltó, entre tantas cosas, conocer el “Luxor”. Será una excusa más para otra visita a la ciudad del pecado. Adonde ni por curiosidad me asomé, más que de lejos, fue a “Paris-Las Vegas”: me quedo con el original. Si prefiero nuestra Torre del Reformador, ¡cómo no la de Eiffel! Espero para mi próxima visita superar este prurito. Porque de lo que no tengo duda es que regresaré algún día a dejar memorias perdidas en Las Vegas. Le haim.


El presente cuento fue publicado en el Edición 26 de la Revista nuChef, correspondiente al bimestre de julio-agosto 2010. La fotografía del Strip de Las Vegas la tomé el 5 de julio de 2007.

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4.20.2011

Cantando sin lluvia


Mientras duermo, espero lluvia. Mientras leo, espero lluvia. Mientras escribo, espero lluvia. Y a pesar de mi esperanzada espera no cae. La lluvia nos ayudaría a aliviar la tensión que a veces nos aleja de tantas cosas placenteras que día a día nos topamos al vivir. Lluvia, que podrías reducir la presión que la circunstancia aún no salvada ejerce en nuestra vida, evocando a José Ortega y Gasset.

El ambiente pegajoso (¿o lo describe mejor el adjetivo “húmedo”? ¿O ambos?) que por estas fechas envuelve Guanjatan y la mayoría del territorio del poco visto quetzal (tanto en su versión plumífera como de papel), al menos en mi caso, llega a ser casi insoportable. Digo casi, porque con una buena bebida bien fría, una agradable melodía y las ventanas del balcón de mi asteroide completamente abiertas, al igual que las ventanas y si pudiera la puerta de ingreso, en cuestión de minutos regreso a un agradable estado de bienestar que me permite recordar lo maravilloso que es ser y estar. Ser uno mismo, por sí mismo y para sí mismo. Estar donde quiero estar y con quien yo quiero estar.

Quisiera que el anuncio dado por las autoridades del clima en Guatemala de un posible falso invierno se hiciera verdadero. Que la lluvia no cayera sólo un día sí y cinco no. Que lloviera principalmente de noche, cuando ya me encuentro acomodada en la cama, lista para platicar con Morfeo sobre los sueños que me acompañaron durante el día. Aunque en las últimas fechas este dios griego anda muy preocupado y distraído. Me contó que en el Olimpo ya no saben qué hacer con los actuales responsables de la Hélade. Hombres y mujeres que olvidaron lo enseñado por sus antepasados hace poco más de 2,500 años. Que de “cuna de la civilización” pasaron a ser un ejemplo de la mala administración. Y de filosofía ni hablar. En fin, igual yo le exijo al hijo de Hipnos y Nix que cumpla con su obligación y me acompañe al cerrar los ojos.

Regresando al tema del cambio de estaciones, en un país como el nuestro no sabemos (a menos que hayamos viajado a otros lugares) lo que significa el verano en el cual se antoja caminar desnudos por el parque, el otoño de abrigos y campos dorados, y el invierno de bufandas al cuello y el suelo cubierto de nieve blanca. Disfrutamos de una eterna primavera que no llega a ser ni muy fría ni muy caliente. A pesar de los mal ¿o bien? acostumbrados que nos quejamos del insufrible calor. Por algo nuestro terruño es considerado una especie de paraíso para muchos, nacidos o no en esta tierra. Lo que nosotros experimentamos es una temporada seca y otra lluviosa. Al final del primer ciclo a los chapines (consentidos por natura y entre ellos me encuentro yo), la temperatura se nos hace desagradable.

Uno de esos séptimos días pasados, elegí para calmar mi sed un mojito cubano el cual alcé para brindar por las valientes “Damas de Blanco” que domingo a domingo, con o sin obstáculos, salen a marchar en su caliente Habana por la Libertad de sus familiares que fueron privados injustamente del preciado bien mencionado y fueron alejados de sus seres queridos. La Libertad: ese derecho que perdemos poco a poco, casi sin darnos cuenta, y que sólo extrañamos cuando ya no la tenemos. Algo similar nos sucede con la gente que enriquece nuestro blend personal. Tomemos nota. Cuidemos y conservemos nuestros valores.

Bien lo dijo William Shakespeare en la segunda parte del Soneto 91:


“…Thy love is better than high birth to me,

Richer than wealth, prouder than garments' cost,

Of more delight than hawks or horses be;

And having thee, of all men's pride I boast:

Wretched in this alone, that thou mayst take

All this away and me most wretched make.”


Termino pidiendo “que llueva, que llueva, la virgen de la cueva…” porque sin duda el agua limpia, refresca, suaviza… Salut.


Este suelto fue publicado en la edición 25 de la “Revista nuChef”, correspondiente al bimestre mayo-junio de 2010. La fotografía de “El mar de nubes” la tomé desde el avión en el que viajaba a Taiwán el 22 de abril de 2007.

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4.19.2011

Ve



“Vete y ve. Marta Yolanda, ve a escribir y, por favor ves lo que ponés”. ¡Esa voz, esa voz! Esa voz que en mi interior, sea ese interior lo que sea, ordena o intenta poner orden en mi vida. Esa voz que no puedo aplacar y me invita a pensar. Esa voz que veo hasta en mis sueños. En fin, voy a cumplir con la instrucción dada por el Estado Mayor del Interior. Voy a cumplir con mis compromisos, los cuales adquiero por placer, nunca por deber. Inspiración ven a mí porque “mis ojos, sin tus ojos, no son ojos”. Gracias Miguel Hernández, por esa primera línea de tan maravilloso soneto.

“La cicatrización es perfecta. Puede hacer vida normal”. Me dijo el oftalmólogo que operó mis ojos para que ya no necesitara intermediarios al ver. El adiós ¿permanente? a mis lentes. Mis compañeros más constantes en los últimos cinco años. A veces olvidados, pero siempre necesitados. Hoy, extrañamente extrañados. Por supuesto, a pesar de lo anterior sumándole las experiencias vistas junto con mis lentes, la primera parte de su comentario me hizo muy feliz.

Había alcanzado una meta. Había recuperado mi visión sin intervención. Claro, repito, necesité de una intervención quirúrgica para acabar con la ya citada cristalina mediación. Guardando las distancias, algo similar debe haber sentido el ciego de Betsaida cuando pudo ver después de que Jesús mojó sus ojos con saliva y puso sus manos sobre él. Aunque es evidente que yo no vi a la gente como “árboles que caminan”. Por cierto, si era ciego de nacimiento, ¿cómo pudo comparar a los humanos con “árboles” que, además, son capaces de andar? ¡Qué complicado! Uno de tantos misterios de “La Biblia” que sus escritores no resolvieron.

La segunda parte me invitó a dudar. ¿Vida normal? ¡Ve pues, qué cosa tan difícil de definir! Al fin, dependerá de cuál es la normalidad para cada uno: cuál es nuestro estado natural. En mi caso, sé desde niña que mi normalidad se sale de los estándares comunes, a pesar de lo común que soy. ¡Con cuánto descaro y superficialidad tan normalmente usamos la palabra “normal” sin siquiera ponernos a meditar sobre lo profunda que es su definición! Qué incomprendida palabra: parte vital de ese estilo único del alma de cada quien. Indiscutiblemente irrepetible. Algo tan personal como la manera en la cual cada uno nos lavamos los dientes. Yo lo hago sin lentes. No se diga tareas más significativas en nuestro quehacer cotidiano cuyo resultado, consciente o inconsciente, es hacernos a nosotros. Crearnos.

De Tales de Mileto se cuenta que una noche, por estar observando los astros, cayó en un pozo. La anciana criada que lo acompañaba dicen que entre risas le dijo: "¿Cómo es eso Tales, no sabe dónde pone los pies y pretende conocer el cielo?". Lo anterior lo leí en el diario argentino “La Nación”, en un artículo sobre el amor secreto de Macedonio Fernández. En el mismo escrito, más adelante, el autor nos cuenta que Platón creía que el pueblo ve en el filósofo a un pedante o, en el mejor de los casos, a un inútil, y se burla de él. Pero, ¿qué sería de nosotros sin ese personaje extravagante que se hace preguntas sobre la existencia? ¿Será que todos, más que de locos, tenemos de filósofos un poco? ¿Es lo normal cuestionarnos?

Vayan y vean, dilectos lectores. El tiempo no es circular como algunos quisieran. El tiempo es lineal. Avanza inexorablemente. En el camino nos topamos con nuevas oportunidades. Nunca segundas. Como sentencia cantando José José: “Ya lo pasado, pasado”. El tiempo no es eterno. Es nuestra vida misma. Todos tenemos un tiempo finito. La diferencia la hacemos al decidir cómo vivir. Total, cómo y cuándo morir, en la mayoría de los casos, no depende de nosotros. Por eso deseo que cuando yo muera la leyenda que me despida sea: “Fue y vio: vivió intensamente”. ¡Salud!


El presente escrito fue publicado en la edición 24 de la Revista NuChef, ejemplar que corresponde al bimestre marzo-abril 2010. La fotografía la tomé cuando venía de regreso del “Objectivist Conference” (OCON), que se llevó acabo la primera quincena de julio de 2010 en Las Vegas.

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4.18.2011

Paréntesis


Yo celebro la vida. Ese paréntesis entre mi nacimiento y mi muerte. Celebro mi vida todos los días de todas las semanas del año. Poco me preocupa la inevitable muerte que no es otra cosa que el final de mi existencia. ¿Para qué perder esta última elucubrando sobre su término en lugar de vivir ese breve espacio entre uno y otro evento vital? ¿Ese espacio que hace la diferencia entre las personas que dejan un legado y las que pasan sin dejar huella?

Mejor me ocupo de vivir y disfrutar plenamente, en las buenas y en las malas, en sus variadas facetas y estadios. No me refugio en mitos que alejan a tantos de la felicidad terrena, con promesas similares a las que suelen hacer los políticos en campaña, ofreciendo un futuro mejor si hoy el votante se sacrifica por llevarlos a ellos al poder. Lo único que hay que hacer es obedecer. ¿Y mi derecho más preciado después de la vida, mi libertad, dónde queda? ¿Para qué hipotecarla sin garantía de que se vaya a cumplir lo prometido?

Prefiero la realidad a la fantasía. La imaginación, sea o no loca, habite o no mi casa, la reservo para crear escenarios, buscar medios posibles que me permitan alcanzar mis objetivos y gozar de estos. Experimentar profundamente la felicidad de abrazar aquello por lo cual me he arriesgado, trabajado y esforzado por obtener. Saborear el éxito de mis emprendimientos, cuyo costo he pagado con gusto, a la espera de conquistar un bien más valioso para mí.

Los grupos de presión y sus discursos políticamente correctos con los que pretenden manipular a los demás me importan tan poco como pasarme la vida llorando mi final. Discursos basados en palabras y conceptos malentendidos en el mejor de los casos, y la mayoría de veces sobrevalorados o distorsionados. Compromiso social, revolución, entrega… ¡qué larga es la lista de vocablos no cuestionados por aquellos llamados a inmolarse! Y, si no lo haces, serás considerado una especie de paria, un malagradecido saber con quién. Lo que sí sé es quién sale beneficiado con tales arengas: aquel que se encuentra en el ejercicio del poder y quienes lo rodean.

Dentro de ese paréntesis que es nuestra vida misma, encontramos muchos otros paréntesis llamados de distintas maneras: etapas, procesos, períodos. Y de estos, damos testimonio de los momentos pasados. Esos paréntesis en los cuales hemos decidido ser quienes somos hoy. Nos hemos construido, creado, modelado según la imagen que de nosotros tenemos.

Durante ese tiempo hemos acumulado muchos objetos de los cuales nos es difícil separarnos: ya sea porque pensamos que algún día nos pueden servir de nuevo, porque nos recuerdan épocas ya idas o simplemente por dejadez de entrarle al cúmulo de cosas que llenan nuestro clóset. Para salir de bártulos y cachivaches nos sirven otro tipo de paréntesis: los asuetos. Total, lo más importante que nos dejan éstos son los recuerdos que llevamos siempre con nosotros.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 18 de abril de 2011. La fotografía la tomaron el 24 de febrero de 2010, en una de esas memorables veladas que he pasado en compañía de amigos entrañables en el taller “Ars Artis” del maestro Walter Peter, tomando vino y celebrando el arte, la filosofía y la vida misma.

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4.11.2011

Yo soy John Galt


El próximo jueves 14 de abril se estrena en Estados Unidos la esperada primera película de tres inspiradas en la novela más célebre de la filósofa objetivista Ayn Rand: “Atlas Shrugged”, conocida en español como “La rebelión de Atlas”. Para quienes ven con temor la lectura de esta historia épica de más de 1100 páginas, la anunciada cinta ha generado mucha inquietud. Finalmente sabrán de qué trata el segundo texto más influyente en los Estados Unidos, después de la Biblia.

Para quienes hemos devorado el texto, sufriendo con los protagonistas, Dagny y Hank, su proceso de cambio, preguntándonos quién es esa especie de fantasma llamado John Galt que aparece hasta bastante avanzada la historia, la llegada a la pantalla grande de estos grandes nos llena de alegría. Sea en Estados Unidos o sea en Guatemala, espero verla lo más pronto posible. Por supuesto, espero que algún visionario empresario, propietario de salas de cine en nuestro país, permita que podamos gozar del filme en nuestro terruño.

“Son las personas racionales quienes hacen posible que los brutos gobiernen el mundo… Toda persona tiene el poder para elegir, pero ningún poder para escapar de la necesidad de la elección”. Ayn Rand. John Galt. Marta Yolanda Díaz-Durán. ¿Usted?

Como enseña uno de mis filósofos preferidos del siglo diecinueve, Friedrich Nietzsche, en una de sus obras más importantes “Also sprach Zarathustra. Ein Buch für Alle und Keinen” (Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie), el superhombre (que podemos ser todos, si así lo decidimos) es aquel que logró vencerse. El ser apasionado que gobierna sus pasiones. El creador que, dirigido por su razón impulsada por su pasión, decide usar sus capacidades creativas y crear. Creación que comienza por su obra magna: él mismo. Mientras, el “último hombre” es aquella criatura conformista que, siendo lo opuesto al superhombre, carece de toda creatividad: el que, incapaz de gobernarse a sí mismo, desea gobernar al resto.

Hoy leo de nuevo ambos libros: no simultáneamente (acción imposible) pero sí, metafóricamente hablando, al mismo tiempo. Y cada capítulo que termino de cualquiera de los dos llena mi mente de sueños posibles si tan solo más se animaran a cuestionar el statu quo. Cuestionar sus paradigmas y reconocer la realidad humana y su entorno. Según Nietzsche, en boca del legendario Zoroastro, para terminar con el sufrimiento, el ser humano debe pensar. Si no usamos nuestra razón, lo más probable es que no alcancemos tal objetivo. Usarla aumenta las posibilidades de lograrlo.

¡Qué cierto es el principio de acción básico enunciado por Rand y articulado por John Galt! Juramento que ya hace años hice mío: “I swear by my life and my love of it that I will never live for the sake of another man, nor ask another man to live for mine”. Si cada uno de nosotros asume responsablemente su vida, la existencia de todos sería mejor. Fui, soy y seré John Galt.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 11 de abril de 2011. La fotografía la tomó María Dolores Arias el 21 de julio de 2007, para recordar la primera vez que conquisté la pirámide más alta del mundo: la Danta en el Reino de Kan (El Mirador, Guatemala). En esa aventura me acompañó mi lectura de ese tiempo: “La Rebelión de Atlas". Era la primera vez que leía esta novela fundamental. Ambas cumbres (La Danta y Atlas Shrugged) ya las he escalado exitosamente en dos ocasiones más.

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4.04.2011

La Supermoon de Ban Ki-moon


Por un momento pensé que era una broma en la cual se habían puesto de acuerdo los jefes de redacción de los diarios más leídos de Guatemala. Que ante las carcajadas que ha provocado uno de los precandidatos a la Presidencia de nuestro país con su promesa de que la selección nacional de fútbol va a llegar al mundial si los incautos votan por él, los propietarios de los medios de comunicación se habían visto en la necesidad de competir por las risas del público chapín.

Sin embargo, no fue así. Lo reportado en los periódicos era, mejor dicho es, cierto: los burócratas de la Organización de las Naciones Unidas, en el capítulo correspondiente al llamado Consejo de Seguridad, están a punto de otorgar un espacio a los gobernantes de una de las sociedades más peligrosas del mundo, quienes designaran al ungido representante que se sentará en el mullido sillón. Imagino que usted ya sabe a qué país me refiero: al nuestro.

Guatemala, donde lo que seguro crece día a día, además de la pobreza de los más pobres, es la incertidumbre provocada por el aumento de los delitos y los crímenes que cometen los antisociales con quienes convivimos. Por cierto, muchos de ellos se encuentran en el ejercicio del poder. La conocida connivencia entre el crimen legalizado y el informal. Los primeros nos extorsionan para que paguemos impuestos sin recibir nada a cambio. Los segundos, sin recurrir a eufemismos, simplemente nos roban.

En el reciente perigeo del Secretario General de la ONU con los guatemaltecos, hizo una declaración con la que coincido: “Nadie esta por encima de la Ley”. No obstante, casi al instante de la anterior afirmación, justificó que sus subordinados de la CICIG sean una excepción a esa regla porque “hay una preocupación de todos por la proliferación del narcotráfico y el crimen organizado”. Otra de las contradicciones que suelen proclamar a los cuatro vientos los miembros del ente mencionado. Sin duda, cuando Ki-moon dijo “Hay quienes no están acostumbrados a la justicia” se refería a ellos mismos. Sí, ellos, los burócratas con el derecho a la impunidad, más allá de los discursos gourmet de cinco tenedores.

Si Ki-moon quisiera acabar con los narcos, presionarían a Obama y compañía para que den marcha atrás en una guerra perdida que ha causado millones de muertes. Un problema que solo va a terminar cuando acabe la prohibición de producir, comercializar y consumir las drogas que arbitrariamente han decidido condenar los gobernantes gringos, sentenciándonos a los latinoamericanos en especial a vivir en una agonía permanente.

Como dijo Mario Vargas Llosa hace unos días: “Estamos cerrando un círculo y regresando a la barbarie por exceso de comprensión y tolerancia”. Yo agregaría que parece ser que estamos en una involución, sobre todo, por la tozudez de algunos, principalmente los poderosos, de falsear la realidad e imponer sistemas normativos ajenos a la naturaleza humana.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 4 de abril de 2011. La fotografía la tomé el sábado 19 de marzo de 2011, día de la “Súperluna”.

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