Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

9.29.2005

Demacreto

Demagogia por decreto.

A eso han llegado no sólo los políticos, sino los mismos buscadores de rentas. Gente que se agrupa en organizaciones con un solo objetivo: obtener prebendas de parte del gobierno para “algunos” de sus asociados.

Las hay de muchos tipos: de seudoderechos humanos, sindicales, empresauriales (énfasis en el “saurio”), dedicadas a la industria de la victimización… Para todos los gustos y sabores. Pero todas con el mismo objetivo: búsqueda de privilegios, los cuales son propios del marco de un sistema socialista que impone (más allá de sus “buenas intenciones”) un Estado benefactor/mercantilista. No importa que al mando se encuentre un “derechista” o un “izquierdista”. Ambos trataran de hacer que el “sistema” funcione, a pesar de las décadas ¿o siglos? de fracasos que arrastra.

Los caciques de la Central General de Trabajadores de Guatemala (CGTG) respondieron a los “otros” caciques (los del Cacif) con relación a su propuesta de aumentar el 10 por ciento al salario mínimo: “No nos satisface el ofrecimiento de los [incorrectamente llamados] empresarios… Rechazamos el porcentaje que proponen, pues es insensible y no se ajusta a la realidad en que viven los guatemaltecos, principalmente los campesinos”, señaló José Pinzón, secretario general de la CGTG. Mínimo, opinan estos personajes, se debe aumentar el 50 por ciento. ¿De dónde telas si no hay arañas?

No obstante, se merecen esta respuesta los señores del Cacif. Y es de esperar que continúen en estas conversaciones antediluvianas propias de especimenes de esa época. Rivales pero, paradójicamente, compañeros de cama. Así, dicen, es la política. Los polos opuestos se atraen, aunque no se comprendan.

Sin embargo, me pregunto, ¿cómo es posible que un grupo tan pequeño de jefecitos decidan por todos? Si ellos están en capacidad de subir el salario de sus empleados no necesitan de una ley para hacerlo. Auméntenlo ya. No el año siguiente. Háganlo a partir del mes entrante. Mañana, hoy, no esperen un día más. Pero no pretendan imponerle su parecer al resto de emprendedores de Guatemala.

¿Acaso ustedes conocen las condiciones en que operan los demás? La mayoría de ellos sin protección ni privilegios otorgados por los gobernantes, administradores de esa ficción llamada “Estado”. Recuerden: ustedes apenas representan al 5 por ciento de los empresarios del país (no creo que tengan un mayor porcentaje de afiliados). Talvez ahora son hasta menos, porque la Cámara de Comercio se llevó con ella una gran cantidad de agremiados. Ustedes no representan, ni de asomo, al restante 95 por ciento. No lo olviden. Al menos nosotros, no lo hacemos.

Antes creía que todos merecen el beneficio de la duda. Ahora, lo dudo. Hay quienes, a pesar de ser consientes de ello, no les importa el daño que causan con tal de llevar agua a su molino. Populistas. Demagogos. Talvez actúan como humanos, a veces, demasiado humanos.

Con medidas como las propuestas por los sindicalistas y los empresaurios, encontrar trabajo va a ser una tarea todavía más difícil, y parte de quienes están trabajando terminarán en la calle, como tantos otros. Un salario mínimo sustituye a los salarios bajos por el desempleo. El salario mínimo empobrece a los más pobres.

Al fin, la mejor noticia que le pueden dar a un verdadero trabajador es que hay trabajo. Y ese trabajo lo puede crear la proliferación de empresas productivas, exitosas (que ganan pisto). Sin embargo, para eso se necesita inversión. Y para que haya inversión necesitamos de un estado de Derecho, inexistente en Guatemala.

Con relación al salario mínimo, no olvidemos, más vale tener un quetzal en mano que ver un ciento volar.

9.22.2005

Tras el humo de la novia oscura

Nota: el siguiente escrito es una reflexión sobre la novela “La novia oscura” de la escritora colombiana Laura Restrepo.

El humo que despide el fuego. El fuego que es protagonista de la historia. Un hilo conductor, paradójicamente descontinuado, de hechos, emociones, pasiones.

El fuego de Colombia, el fuego de la Tropical Oil Company (la “Troco”), el fuego de La Catunga, el fuego de Sayonara que se convierte en humo. El fuego que provocan las mujeres de la vida “no tan alegre” en los trabajadores petroleros, el cual se convierte en humo cuando se esfuma el dinero, dejando sólo cenizas en el bolsillo de los obreros. Humo como los recuerdos que busca la narradora: una periodista con olfato que sigue al vaho, quien se cuela en los escondrijos de esta historia posible. Historia que se desvanece, como la misma Sayonara.

¿Será que todos somos humo, que entramos y desaparecemos como lo hace la periodista/protagonista en la vida de Sayonara y los demás actores de La Catunga?

Una comedia más ¿o tragedia? representada en el gran escenario humano: el mundo. Una obra sin ensayar donde todos, comenzando por la narradora, improvisan sus líneas mientras su vida avanza: cotidiana, a veces oscura, a veces diáfana. Una obra con suficientes efectos especiales para cautivar sin hacerla digerible a la mayoría que mira ese mundo por el retrovisor y a hurtadillas.

¿Acaso no es la misma Sayonara ese humo que se filtra en la vida de quien narra? ¿En la vida de nosotros, quienes leemos su historia?

Es no sólo la historia de Sayonara, de Todos los Santos, de Sacramento, del Payanés. También lo es de esa persona que crea y recrea en su mente la existencia ¿fútil? de quienes viven esa fantasía deseada por nadie. Al menos para sí, aunque elegida por más gente de la que podemos imaginar.

Es la búsqueda de las piezas del rompecabezas que completan una existencia, optada, pero angustiante. Lo ordinario de la vida marginal no de una persona, sino de una comunidad suspendida en el límite, en el borde del precipicio. ¿Podrá reflejar en gran parte la existencia de un país producto de la magia, no siempre blanca? Un país que contrasta la felicidad del ballenato con huelgas, sangre, abusos y una falsa moralina.

No existe obra humana libre de los prejuicios y la concepción del universo de su autor. La novia oscura no es la excepción. Un personaje terciario del montaje lo refleja mejor que yo: “sólo con el ojo izquierdo veía bien”. Sin embargo, en la búsqueda de un imposible: la imparcialidad, encontramos en la historia un balance (necesario) al reconocer en los resultados de las acciones de los protagonistas, y la aceptación en Sayonara, que uno es el producto de sus decisiones libres. Aún en la más infeliz y trágica de las criaturas.

Las circunstancias no las podemos controlar, pero sí nuestra respuesta ante ellas. Sayonara decide seguir el cauce del río Magdalena en pos de su felicidad.

Al fin, humo como Sayonara esa novia oscura que, como resultado de una minuciosa investigación, apenas comenzamos a atisbar a lo lejos, como una columna de humo. De ficción. Un todo compuesto de retazos de realidades ajenas.

¿Nos prostituimos al abandonar nuestros sueños y esperar que otros decidan por nosotros? Sayonara no se prestó a ese juego de perdedores: prefirió decir adiós.

9.15.2005

Los minutos

Sábado 3 de septiembre. Recorro la Avenida de las Américas. Voy tarde. Los minutos corren. Entro a La Reforma. Voy del sur al norte. Mi objetivo es llegar a un antro, dicen, de sabiduría. Es el estilo de “tardeada” que más disfruto: reunirme con un grupo de adictos a discutir acerca de algún libro que recientemente hemos leído.

Me entretengo en el camino, mientras los minutos pasan, oyendo el fútbol. No soy, precisamente, amante de este deporte, hecho que puede confirmar cualquiera que me conozca. No obstante, busco esa necesaria empatía con la “afición” guatemalteca: quiero saber cuál es el sentimiento (tristeza o alegría) que embarga a muchos. Si no, ¿cómo voy a entender el ánimo de una importante parte de mi auditorio el próximo lunes en “Todo a pulmón”?

“Ganamos”, dice el locutor. “Derrotamos”, confirma otro. Alguna lágrima de cocodrilo asomó por mis ojos. Al fin quiero, paradójicamente, a mi Guatemala. Me alegro del triunfo de mis compatriotas. Sin embargo, faltan nueve minutos para que acabe el juego. Sólo nueve minutos, repite el locutor. Pienso, ¿qué puede pasar? Nada, me respondo. O todo, reflexiono. Pero total, ¿cuáles son las posibilidades? Poquísimas, me contesto de nuevo.

Así que decido bajarme del vehículo ya estacionado, y camino a mi destino (al menos, el de hoy por la tarde). Son varios los metros que me separan aún de él. Empiezo a ver salir de establecimientos a la “fanaticada” con la cara alargada. Qué extraños estos chapines, ¿no les gusta “derrotar” como decía el locutor? Ni modo, “Such is life in the mayan tropics”.

Llego al fin a Sophos y, mientras empieza la actividad que me convoca, me entretengo ojeando una novela (la cual terminé comprando) que algún día próximo espero leer.

Escucho que un hombre pregunta por el resultado final del duelo futbolístico y, sin ninguna duda, respondo: ganaron 2 goles a 1. No, me contradice alguien más. Perdieron 3 goles a 2.

¿No ganaron? ¿Perdieron? ¿Qué fumó este cuate? ¿Acaso no aseguró el sabiondo comentarista deportivo que derrotaban a Trinidad y Tobago? Qué mal hace este tipo al intentar engañar así a los interesados en conocer el resultado del juego. ¿Será que se refiere a otro encuentro cercano del tercer tipo? Talvez, puede ser.

Entonces lo cuestiono y le digo, ¿cómo es posible? Apagué la radio nueve minutos ¡apenas nueve minutos! antes de que acabara el partido, ¿cómo es posible que hayan perdido los integrantes de la selección del circo nacional en esos pocos minutos? Lo es, me responde el dialogante: en esos minutos, precisamente, los “otros” metieron los dos goles que les dieron la victoria.

Yo, perpleja.

“Dicen que”, continúa mi interlocutor, “al igual que otras veces, los ídolos del pueblo jugaron como nunca y perdieron como siempre”.

Los minutos, que trascendentales son los minutos. ¿Por qué, entonces, los desperdiciamos?

“Marta Yolanda, no perdás el tiempo, ya empezamos la discusión” Me llama Clarissa, regresándome al mundo de las horas.

9.08.2005

La turba en masa

La turba y la masa no piensan. Reaccionan, destrozan.

La turba y la masa no construyen. Destruyen.

La turba y la masa no aman. Odian, intimidan, amenazan.

La turba y la masa no respetan. Roban, violan y asesinan.

La masa en turba deja fluir sus más bajos instintos. La capacidad humana de razonar se esfuma, se diluye. Desaparece.

El hombre en la turba se vuelve masa: se aprovecha, abusa de los demás, incluidos sus compañeros de la masa: mezcla que proviene de la incorporación de un ser a una colectividad que pulveriza, de la cual resulta un todo vacío de esperanza.

La persona en la masa no discierne. ¿Deja de ser humano para convertirse en títere de Maquiavelo? “El principio clave de la acción política es la clara conciencia de la naturaleza humana y su maldad”. ¿La utiliza la caricatura postmoderna del príncipe, el populista, a su antojo para accionar de hecho y dejar todo a su paso deshecho?

La masa no tiene derechos: sólo la obligación de seguir las exaltadas órdenes del líder-dictador.

La masa no mejora. Se desvanece en la miseria.

La masa es víctima de las circunstancias y victimiza a otros por su circunstancia.

El individuo es protagonista. Siente, piensa, respeta, progresa, trabaja. Busca su felicidad. El individuo no es parte de la amalgama que da vida a la masa que mata.

¿Somos masa o individuos?

9.01.2005

Astigmatismo político

Visión desenfocada de la realidad. El principal problema de muchos. Aunque sean oftalmólogos, politólogos y/o “enelogos”. ¿O falta de “logos”?

En especial, es una condición común entre los politiqueros y, lamentablemente, también entre los políticos con “buenas intenciones” pero sin ideas claras. Cegatones que nos encaminan al infierno. ¿Será por esto que, en ese mundo, el tuerto es el rey?

Aunque los hay más “atinados” que, parece ser, entienden los principios generadores de riqueza, los cuales son la causa de la mejora en la calidad de vida de la gente. Sin embargo, no se atreven a hacer las cosas de manera diferente. Al fin, pensaran como John M. Keynes: “En el largo plazo, todos estaremos muertos”.

¿Cuál es su origen? Algunos opinan que es desconocido. No obstante hay quienes se atreven a aventurar que el astigmatismo político es una condición que se presenta desde el nacimiento: un defecto de fábrica. También es muy probable que sea heredado por el sistema “repartidor de privilegios”, propio de los paradigmas fracasados de finales del siglo XIX y una gran parte del siglo XX.

Existen otros cuya situación es más grave, ya que al astigmatismo político suman la miopía en el mismo campo estudiado: un error en el enfoque visual que dificulta imaginar las consecuencias futuras de sus “metidas de pata”: les impide tener visión de largo plazo. No ven la luz. Tienen cortedad de alcances o de miras.

Si a lo anterior agregamos la hipermetropía de gobierno (un desarrollo mental más corto de lo normal, que se manifiesta a la hora de ejercer el poder y promulgar legislación diarreica), la cual sufren demasiados políticos chapines, el cuadro clínico es alarmante. Los aquejados por este mal perciben confusamente los resultados próximos de sus malas decisiones.

La hipermetropía a la que hago referencia, también se puede definir como la dificultad para ver la realidad cercana y escuchar los reclamos de los ciudadanos (quienes, además, mantienen obligatoriamente a una gran cantidad de estos enfermos), lo que les impide admitir que el costo político de no revolucionar nuestro sistema es mucho más alto que atreverse a hacerlo.

Menos mal que cada vez “habemus” más hombres y mujeres responsables que, después de reconocer que necesitábamos lentes para aclararnos las ideas, despertamos de la pesadilla del estado benefactor/mercantilista y estamos dispuestos a liberarnos de la opresión proteccionista que mantiene a la mayoría de los habitantes de Latinoamérica atrapados en el “planeta miseria”.

Oda a los visionarios de todo el mundo, ciudadanos por definición libres, que anteponen como antídoto a las enfermedades visuales más comunes de los políticos, el menos usual de los sentidos: el común. Parafraseando a Hegel: “Pronto, espero que irremediablemente, pase en paz, cambiando la faz de la tierra, el espíritu de la Libertad Individual”.