Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

9.22.2005

Tras el humo de la novia oscura

Nota: el siguiente escrito es una reflexión sobre la novela “La novia oscura” de la escritora colombiana Laura Restrepo.

El humo que despide el fuego. El fuego que es protagonista de la historia. Un hilo conductor, paradójicamente descontinuado, de hechos, emociones, pasiones.

El fuego de Colombia, el fuego de la Tropical Oil Company (la “Troco”), el fuego de La Catunga, el fuego de Sayonara que se convierte en humo. El fuego que provocan las mujeres de la vida “no tan alegre” en los trabajadores petroleros, el cual se convierte en humo cuando se esfuma el dinero, dejando sólo cenizas en el bolsillo de los obreros. Humo como los recuerdos que busca la narradora: una periodista con olfato que sigue al vaho, quien se cuela en los escondrijos de esta historia posible. Historia que se desvanece, como la misma Sayonara.

¿Será que todos somos humo, que entramos y desaparecemos como lo hace la periodista/protagonista en la vida de Sayonara y los demás actores de La Catunga?

Una comedia más ¿o tragedia? representada en el gran escenario humano: el mundo. Una obra sin ensayar donde todos, comenzando por la narradora, improvisan sus líneas mientras su vida avanza: cotidiana, a veces oscura, a veces diáfana. Una obra con suficientes efectos especiales para cautivar sin hacerla digerible a la mayoría que mira ese mundo por el retrovisor y a hurtadillas.

¿Acaso no es la misma Sayonara ese humo que se filtra en la vida de quien narra? ¿En la vida de nosotros, quienes leemos su historia?

Es no sólo la historia de Sayonara, de Todos los Santos, de Sacramento, del Payanés. También lo es de esa persona que crea y recrea en su mente la existencia ¿fútil? de quienes viven esa fantasía deseada por nadie. Al menos para sí, aunque elegida por más gente de la que podemos imaginar.

Es la búsqueda de las piezas del rompecabezas que completan una existencia, optada, pero angustiante. Lo ordinario de la vida marginal no de una persona, sino de una comunidad suspendida en el límite, en el borde del precipicio. ¿Podrá reflejar en gran parte la existencia de un país producto de la magia, no siempre blanca? Un país que contrasta la felicidad del ballenato con huelgas, sangre, abusos y una falsa moralina.

No existe obra humana libre de los prejuicios y la concepción del universo de su autor. La novia oscura no es la excepción. Un personaje terciario del montaje lo refleja mejor que yo: “sólo con el ojo izquierdo veía bien”. Sin embargo, en la búsqueda de un imposible: la imparcialidad, encontramos en la historia un balance (necesario) al reconocer en los resultados de las acciones de los protagonistas, y la aceptación en Sayonara, que uno es el producto de sus decisiones libres. Aún en la más infeliz y trágica de las criaturas.

Las circunstancias no las podemos controlar, pero sí nuestra respuesta ante ellas. Sayonara decide seguir el cauce del río Magdalena en pos de su felicidad.

Al fin, humo como Sayonara esa novia oscura que, como resultado de una minuciosa investigación, apenas comenzamos a atisbar a lo lejos, como una columna de humo. De ficción. Un todo compuesto de retazos de realidades ajenas.

¿Nos prostituimos al abandonar nuestros sueños y esperar que otros decidan por nosotros? Sayonara no se prestó a ese juego de perdedores: prefirió decir adiós.