Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

10.27.2005

Smoking Room

Una sala de fumar.

Hoy, no fumo. Aunque más de uno opina que escribo (y a veces digo) muchas “fumadas”.

Ayer tampoco fumé mucho. Nada del otro mundo. Uno que otro cigarrillo dependiendo del “mood”. Más aún si me encontraba en buena compañía, y la “conjunción” incluía un expresso caliente, hirviendo, que quemara la garganta. O capuchino en su defecto, y no me refiero a ningún monje en iguales condiciones de temperatura. Qué decir de cuando la conversación era interesante, desafiante y, sobre todo, nocturna, y la acompañaba un buen vino (preferiblemente tinto): puede ser que la cuota superara los cinco. Pero no más.

Hoy, por motivos que no vienen al caso, en similares circunstancias continúo disfrutando del café, el vino y la conversación, pero el cigarro, al menos en mi caso, pasó a mejor vida. En parte, por eso dejé de fumar: para aspirar a una mejor vida. Aunque, ¿no merece una gran fumada definir qué entendemos por una vida mejor?

Una de estas noches pasadas, sólo que sin compañía, sin café y sin vino, vi una película española que llamó mucho mi atención. No tanto por los escenarios, ni por la “belleza” actoral de los actores. Tampoco me impresionó por el argumento enredado ni porque me dejara anonadada. No.

El film me intrigó por sus diálogos, algunas veces monólogos, y los acercamientos al mejor estilo de los “close ups” que permitían apreciar hasta la más ínfima de las arrugas de los artistas.

Me atrajo el planteamiento políticamente incorrecto de defender la decisión individual de fumar, contra la intromisión moralista de algunos en cuestiones propias de nuestra esfera privada.

Pero más me sedujo la lucha infructuosa de uno de los personajes por su derecho a elegir, si ese fuese el caso, cómo morir.

“No se trata sólo del cigarrillo”, dice Ramírez, “ojalá se tratara sólo del cigarrillo. Es mucho más que eso… no nos respetan… ¿Sabes qué es esto? Marginación… ¿Cuántos grados hace aquí afuera? Joder, no lo puedo creer. Esto no está bien. Debemos de pararlo… Si yo quiero morir así es problema mío. Ya soy lo suficientemente mayor para decidir qué quiero hacer en mi vida… Soy bueno en mi trabajo, soy un buen contable. Pero antes que contable soy una persona. UNA PERSONA… primero soy persona. Qué se han creído… Nueva normativa de los cojones. Soy más viejo yo que la normativa. ¿Y cuándo llueve? Aquí en invierno llueve por todos lados. Y no digo que se pueda fumar en todas partes. Digamos que ahora no somos incivilizados y nos respetamos los unos a los otros. Oye, por mi ideal, yo estoy a favor. El respeto es lo primero y eso es lo que estoy pidiendo yo: respeto”.

Por cierto, me hizo reír una escena en la cual alguien le dice al gerente de la empresa que los hombres de antes eran mejores porque, entre otras cosas, no debían preocuparse por la declaración del impuesto sobre la renta.

El argumento, a simple vista, no impacta: la sucursal española de una compañía estadounidense que prohíbe fumar dentro de sus oficinas: quienes quieran hacerlo en horas de trabajo deberán salir a la calle. Uno de los empleados decide juntar firmas contra lo que considera una violación de sus derechos y pide que se utilice un cuarto sin uso como sala de fumadores. Aparentemente muchos están de acuerdo, sin embargo, a la hora de rajar ocote pondrán toda clase de excusas para evitar firmar la petición. Por otro lado, no tendrán mayor problema en inscribirse en la lista del equipo de fútbol que jugará contra los empleados de otra empresa.

Ahora, cuando se profundiza en la trama, dejando a un lado los lugares comunes del anticapitalismo o la critica a los gringos (o yanquis) esta producción independiente de bajo presupuesto nos cuestiona sobre la intromisión del qué dirán moralista e hipócrita en nuestras decisiones individuales, además de mostrar la acción humana tal cual es: interesada y cuyo interés primigenio es el propio.

Duro.

Al fin, nos queda la idea de que “hay que hacerlo”, hay que pelear por las causas justas. Pero que lo hagan otros, porque yo no tengo tiempo, no puedo o me da miedo. Total, todos se quejan (en los pasillos) pero al final ninguno se arriesga. Pocos, o nadie, se comprometen. Praxeología.

Es una película como la vida misma: inconclusa. ¿Qué tenemos a fin de cuentas? El día, la hora, el minuto, el segundo para, simplemente, vivir.

En palabras de Serrat: “Hoy puede ser un gran día, imposible de recuperar, un ejemplar único, no lo dejes escapar. Que todo cuanto te rodea lo han puesto para ti, no lo mires desde la ventana y siéntate al festín. Pelea por lo que quieres y no desesperes si algo no anda bien. Hoy puede ser un gran día y mañana también”.

¿Cursi? Irónicamente, es el final de la película. Y, además, el final del presente escrito, fumada propia de la presente escribiente.

10.20.2005

Con habitación propia

Mi habitación es distinta a la de Virginia. Talvez porque somos dos mujeres distintas, pero ambas buscando el espacio propio que nos permita no sólo estar sino ser.

Mi habitación propia tiene vista al norte y desde ella se escuchan sonidos que Virginia no escuchó: los autos transitando por la avenida, alguna que otra moto perdida ¿propia?, las conversaciones ininteligibles de los transeúntes… Sonidos propios de mi tiempo.

Ella tuvo por varios días una hoja en blanco sin dejarse escribir. Yo, un teclado de computadora en lugar de un lápiz, y una pantalla en blanco en lugar de una hoja. Talvez las herramientas y los medios cambian, pero la necesidad sigue siendo la misma: escribir.

Hoy, desde la ventana de mi habitación veo un cielo gris. Ayer, también era gris, como lo fue anteayer. Sin embargo, ese mismo cielo hace apenas una semana era de un celeste intenso, con manchas blancas que representaban alguna nube extraviada, y anunciaba intensamente la llegada de mis meses predilectos del año, los del final.

Miro un par de edificios en proceso de construcción. Así como yo y usted que se le antoja leer estas líneas que salen de la periferia de mi habitación, la que contiene mi ser y no mi existir. Casualmente los edificios “en construcción” son grises. Como la mañana en que escribo. Espero no ser un ser gris, por encontrarme también “en construcción”.

Es interesante que el poco color que hoy observo lo aporten también otras construcciones, aparentemente terminadas. Amarillo, azul ¿grisáceo?, rojo, blanco, aqua, verde y, entre otros, ladrillo.

Hay más color en mi habitación. ¿Les he contado que es amarilla? Dicen que atrae el optimismo al alma de quien en él vive. Soy optimista al respecto y no pierdo la paciencia en la espera de constatar ese efecto no buscado del amarillo.

¿Por qué hay quienes mantienen el gris de la obra terminada? ¿Serán mentes grises? No me gustaría vivir y no podría escribir en una habitación gris.

Al fin, el verde de los árboles, de los cuales apenas logro ver en algunos casos las copas, aporta esperanza al mundo multicolor desde el cual veo y escucho al otro mundo que continúa su caminar fuera de mi habitación.

Me acompaña en mi habitación propia (y propicia para escribir) un vaso de agua. Pero también es mi compañero el recuerdo (no sólo en el paladar, sino especialmente en mi cabeza) de ese Péppoli Chianti Classico del año 2001, salido de las bodegas de Antinori, del cual se me acusa haber tomado por lo menos la mitad, vino que disfruté ayer en otra habitación con vista propia.

Ya no está en blanco la pantalla. El teclado me permitió llenarla de colores. Sin embargo, hoy sigue predominando el gris en mi imaginación. Como el de esa tormenta más sentida en el alma que en el cuerpo.

Sigo en mi habitación a la espera de la calma.



Nota: escrito en Guatemala, el sábado 8 de octubre de 2005, cuando aún se sentían los efectos del paso de la tormenta Stan en el país.

10.13.2005

¿Y mañana, qué?

El corto plazo fue demasiado corto.

Ahora, ¿qué hacemos con el mañana?

¿Cuál es nuestro objetivo como miembros de una sociedad que comparten una esfera pública? ¿Cuáles son las estrategias idóneas para alcanzar el o los objetivos propuestos? Idóneos no sólo en su capacidad de alcanzar la meta, sino también idóneos dentro del ámbito de respeto ajeno y a lo ajeno, base del desprestigiado “bien común”.

Que la necesidad de ser prácticos no nos convierta en pragmáticos y creyentes de aquella consigna que dice “el fin justifica los medios”. ¿Cuáles son esas acciones que nos llevan a un propósito común sin pasar por encima de los derechos individuales? Esos derechos, compañeros inseparables de obligaciones, cuya existencia, hemos descubierto, es previa a la creación del mismo Estado. No digamos el gobierno y sus necesidades, tantas veces ajenas a las urgencias de los ciudadanos.

Nuestros actuales gobernantes, como lo hicieron los anteriores y probablemente lo van a hacer los próximos, se encuentran “trabajando” dentro un sistema benefactor/mercantilista que reproduce los “cinco principios de la opresión”, como los describe Álvaro Vargas Llosa en su obra “Rumbo a la Libertad”. Esto es una realidad ineludible. Y el error, creo yo, de mucha gente catalogada como “buena” (y también la llamada “mala”) es intentar hacer funcionar lo que tiene décadas de ser un fracaso.

Yo quisiera que mañana los guatemaltecos no lloremos de nuevo la pérdida inútil de tantas vidas humanas y de la poca riqueza que algunos han producido: que dejemos de llorar la pérdida del futuro y trabajemos hoy por él. Por eso considero importantísima la reflexión del largo plazo.

Con el actual sistema y las propuestas que hemos escuchado de poner más impuestos “directos, específicos, circunstanciales, coyunturales… y blablabla” ¿o bonos-bonos? no salimos adelante. ¿Acaso así se le premia a quien arriesgó su vida por apoyar a los más afectados por el paso de la tormenta Stan en nuestro país? Hablando de un sistema de “incentivos perversos”, qué mejor ejemplo podemos encontrar. Así castigan a quienes están dando no sólo dinero y bienes para apoyar a los damnificados, sino están derramando esfuerzo, sudor y lágrimas en ese ayudar.

Cuántos miles han puesto corazón y alma en una tarea titánica, sin que nadie se los haya impuesto hacerlo. Eso es solidaridad, sinónimo de voluntariedad. Si no fuera por la solidaridad privada, ¿a cuánto ascenderían las pérdidas en vidas y bienes?

Hoy, pensando en mañana, debemos entender que lo importante NO es pagar más impuestos: lo vital y necesario es CREAR riqueza para todos.

Puede ser que haya “grandes empresas”, un par de miles, que aguanten los golpes. Puede ser que un grupo de ellas se dé el lujo de pagar más tributos. Pero estas pocas empresas, sin importar lo grande que sean, no pueden sostener la economía de todos los habitantes de nuestro país.

Esa alta tributación impide la multiplicación de empresas pequeñas y medianas, y obstaculiza el crecimiento de las pocas que hay: inhibe la proliferación de fuentes de trabajo productivo y con esos “alicientes” dudo que algún día éstos vayan a ser una realidad. Al menos en Guatemala.

Empresas que se necesitan para darle empleo a toda esa gente que hoy se quedó literalmente viviendo en la calle de la amargura. Y son los emprendedores detrás de estas empresas quienes van a lograr que todos sin excepción seamos parte no sólo de la creación de riqueza, sino que también podamos disfrutar de ella. Son sus “aventuras empresariales” las que nos van a permitir reconstruir algo más que la infraestructura de Guatemala: van a permitir reconstruir vidas.

Debemos alzar la cabeza y mirar hacia delante: pensar en los vivos y no enterrar nuestras esperanzas junto con los miles de muertos que hoy abundan en nuestro país.
Porque, ¿y mañana qué?

10.06.2005

Tormenta

Llovió.

La lluvia cayó por la mañana. Continuó por la tarde. No deja de llover por la noche.

Al fin amaneció. Un amanecer gris. Sólo gris. ¿A dónde se fueron los otros colores? ¿Se los llevó también la corriente?

Cuánta gente murió. Murieron por la mañana. Murieron por la tarde. Murieron por la noche.

Después del amanecer, el resto de mortales inician su quehacer. “Life must go on”, dicen los gringos. ¿La vida debe continuar? Para algunos sí, para otros no. Hay quienes opinan que es el show el que debe seguir. Sin parar.

Menos mal que hoy fue Stan y ayer Mitch. ¿Qué hubiera pasado si en lugar de ellos nos visitan ellas? ¿Quiénes hubiéramos sobrevivido a las hermanas Rita y Katrina? ¿Las hubiéramos sobrevivido mi familia, mis amigos, yo? ¿Usted? Quién sabe.

Siempre la misma historia con nuevas víctimas. La ayuda “llueve” a las “áreas damnificadas". Cuántos se rasgan las vestiduras y despiertan al súper héroe que en ellos duerme. Hasta que otro asunto, propio de sus intereses particulares, los aparte de esa misión encomendada por Dios.

¿Hay que culparlos? No. Al contrario, debemos agradecerles su pronta reacción a la tragedia. Sin esa solidaridad, que sólo puede ser voluntaria, el mundo no hubiera avanzado hasta nuestros días. Sin embargo, esa ayuda, siendo humana, sólo puede ser momentánea, nunca permanente. O dejaría de ser humana.

Por eso me pregunto, ¿cuál es la verdadera tragedia? ¿No sería acaso el hecho de que haya tanta gente que vive en la miseria? ¿Tantos hombres y mujeres que no salen del estado natural del humano, la pobreza?

La tragedia verdadera es que después de esa ayuda no llega la respuesta necesaria: trabajo y creación de riqueza. Ingresos reales crecientes y sostenibles en el largo plazo que les permitan a los hombres y las mujeres de las “zonas peligrosas” cuidarse a sí mismos y a sus familias como lo hacemos tantos.

Una situación que les permita ver cómodamente desde su hogar la lluvia caer. Talvez disfrutar de una tarde como esta tarde que vi llover, vi gente correr y no estabas tú. Talvez porque te arrastró la corriente. Talvez porque el derrumbe soterró tu futuro. O, simplemente, porque tus esperanzas fueron anegadas.

Una mañana de perturbación violenta, de viento fuerte. Una tarde de ánimo excitado. Una noche de adversidad, desgracia e infelicidad. Un tiempo de tormenta en el alma.