Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

9.25.2006

El lagarto baltilisco

Mart Laar. El estonio que se atrevió, como el lagarto basilisco y Jesucristo, a “caminar sobre el agua”. A pesar de las advertencias hechas por expertos, asesores, tecnócratas y demás planificadores de organismos burocráticos, nacionales o internacionales, miembros de países desarrollados o en proceso de involución. “No se puede, es una locura, nadie lo ha intentado”. Hasta la llegada del lagarto baltilisco.

Hasta 1991 cuando recuperan su independencia, los habitantes de Estonia, tierra de Santa Claus, más que alegrías, habían cosechado tristezas envueltas en una invasión iniciada en 1939 por los nazis y los soviéticos. Después de 1944, Stalin quedó como único emperador, destronando a Hitler. No obstante, en palabras de Laar, los “individualistas necios” de esta sociedad ubicada entre Occidente y Oriente, pelearon por su libertad y mantuvieron viva la idea de la resistencia.

“Sólo los que han vivido bajo un régimen similar saben lo que significa el totalitarismo. La imaginación se queda corta contrastada con la realidad”. Laar, dos veces primer ministro de Estonia, con posibilidades de un tercer mandato, nació en 1960 y ejerció como profesor de Historia hasta 1990.

Inspirado en el libro “Free to choose” de Milton Freedman, llega a la conclusión de que urgían medidas de choque para cambiar su país. El y su equipo de trabajo entienden el daño causado por las políticas del gobierno socialista y cuál es la verdad del “paraíso” que ofrece el colectivismo.

A principios de la década pasada colapsa su economía: enfrentan un 1000 por ciento de inflación y un 30 por ciento de gente sin trabajo. Escasez: los padres debían comprobar que tenían 3 hijos para que les autorizaran un litro de leche. La comida y la energía eléctrica eran racionadas, no existían automóviles y las diferencias entre la población y los gobernantes eran abismales.

Ante ese escenario, toman decisiones impopulares pero exitosas. Eliminan las barreras al libre intercambio. Desmantelan el sistema fiscal progresivo y directo propuesto por Marx, y lo sustituyen por una tasa única que continúa a la baja. Privatizan, acaban con los subsidios, equilibran el Presupuesto (no gastan más de lo que les entra), y enfilan hacia un Estado de Derecho. Aseguran la propiedad privada: la parte más importante de las reformas.

Hoy, Estonia es considerada una de las sociedades más libres del mundo, con un ingreso individual al año superior a los 10,000 dólares y un crecimiento económico que ha superado el 10 por ciento anual y, paradójicamente, han aumentado sus ingresos fiscales.

Sin embargo, hay que dejar claro que Estonia aún posee algunas características de un Estado benefactor. Pero lo importante es el camino que tomaron hacia la abolición de ese sistema interventor que sólo produce miseria y destruye la riqueza creada. En fin, sin miedo y sin excusas, elijamos una sociedad libre y respetuosa, sin coerción ni privilegios.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno” el lunes 25 de septiembre de 2006.

9.18.2006

Las tortugas de Saddam

¿Vuelan las tortugas? Inquietante interrogante que, en una forma metafórica, sugiere esta perturbadora producción iraní/iraquí del año 2004, llamada “Lakposhtha hâm parvaz mikonand” y traducida como “Las tortugas también vuelan”. A la pregunta planteada al comienzo, por simple lógica, la mayoría respondería que las tortugas no vuelan. Sin embargo, recordando el tropo literario utilizado en varias ocasiones en el filme, para contestar primero debemos cuestionarnos, ¿por qué quieren volar?

Visto fríamente, el argumento trata sobre la vida de los habitantes de una aldea del Kurdistán iraquí, en la frontera entre Irán y Turquía, los cuales compran una antena parabólica para escuchar las noticias relacionadas con el inminente y esperado ataque estadounidense a Irak. No obstante, sin necesidad de un transmisor, un adolescente mutilado, que viene de otro pueblo con su hermana y un infante, tiene una premonición: la guerra está cada vez más cerca. Empero, a este relato no podemos aproximarnos desapasionadamente: nos entregamos a él.

El director y guionista kurdo/iraní, Bahman Ghobadi, elige como personajes a una caterva de huérfanos, muchos de ellos lisiados, víctimas de la dictadura de Saddam Hussein. El resultado es angustioso. Devastador: la existencia cotidiana de criaturas que podrían estar estudiando y soñando con el mañana en vez de dedicar su día a buscar minas terrestres para venderlas, y así procurarse el dinero indispensable para su manutención. Pero, lo más impactante, es su respuesta ante las circunstancias adversas: dentro de la miseria en que viven, se apoyan, cooperan e intentan salir adelante. No renuncian a la risa, al juego y a la búsqueda de la felicidad. O al menos, casi todos. ¿Para quién el futuro ya no tiene valor?

Ghobadi construye un trama que parte del aprecio que el líder del grupo, apodado Satélite, siente por sus compañeros, y en especial por Agrin, una niña que esconde un secreto fatal. Ella, Hangao (su hermano que perdió ambos brazos) y Rega (el pequeño ciego que apenas habla), son los protagonistas de esta película dolorosa, cruda, que conmueve y demanda un público comprometido que resista el drama que narra. Ninguna otra cinta, hasta hoy, me ha sensibilizado tanto como esta poética ficción ¿o realidad? de las tortugas voladoras. Los papeles principales estuvieron a cargo de Avaz Latif (Agrin), Soran Ebrahim (Kak, Satélite), Hiresh Feysal Rahman (Hangao) y Abdol Rahman Karim (Rega).

Si esta tragedia no nos invita a reflexionar sobre las consecuencias de la ambición de poder de uno o unos pocos, y el ejercicio totalitario que del mismo hacen para mantenerlo, nos quedan escasas posibilidades para reconocer la verdad detrás de los muros y las cortinas alzadas por los déspotas.

Vuele, como las tortugas del cuento. Sin duda, se contagia la esperanza de seres capaces de levantar la vista y mirar hacia el frente a pesar del fuego cruzado.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno” el lunes 18 de septiembre de 2006. Originalmente fue escrito para publicarse en la Revista Orbe.

9.10.2006

Pesadilla primaveral

El Estado benefactor, desde que llegó a Guatemala hace más de seis décadas (espero que no a eternizarse, utilizando un concepto ajeno a los mortales), lo único que ha generalizado es la corrupción.

Los apologistas de la ilusoria “primavera democrática” creen que los burócratas de entonces eran una especie de Madres Teresa de Calcuta y Mahatma Ghandis, desprendidos y sin metas particulares, consagrados a los demás (seres superdotados con capacidades excepcionales, ¿o sujetos falseados?), que no buscaban su felicidad, sino la de los otros. Y que es impensable la posibilidad de que obtuvieran beneficios al hacerlo. Tal vez. No sé. Por pocos conocidos metería las manos al fuego. No lo haría por desconocidos.

Puede ser que añoran la utopía: si tan sólo los individuos fueran diferentes, dirán. Simples deseos, alucinaciones colectivas en las que participan algunos que ni siquiera vivieron esa etapa histórica, y menos la han estudiado. Las decisiones, las acciones y las consecuencias que hoy nosotros pagamos, de la moda adoptada por los “gobernantes primaverales”. Espejismo, sin respaldo racional, que niega un principio básico de la naturaleza humana: somos criaturas teleológicas: perseguimos fines propios que nos satisfacen.

Varios opinan que tales personajes fueron menos alagartados y más discretos con sus “asuntitos”, y sólo por eso merecen una mención honorífica en el panteón de los políticos que se han servido públicamente del fruto del genio, riesgo y trabajo de los tributarios. Además, eran cultos: leían a Sartre, les encantaban las películas de Buñuel y admiraban a Trosky. Y unos cuantos a su adversario que ocupa el primer lugar entre los genocidas: Stalin. Vaya modelo a imitar.

Personas “selectas”, aunque incoherentes, que se exiliaron en México, Estados Unidos o Europa Occidental, en vez de irse a Berlín, Praga, Moscú, Beijing o, posteriormente, a La Habana de Fidel Castro.

Aquellos que los encumbran por intentar privilegiar a la “mayoría desposeída” por encima de la supuesta minoría propietaria, y velar por las “masas” en contra de las elites, deberían bailar de la alegría y entonar el himno de la hermandad Internacional, ante el arribo al poder de esos que llaman “palurdos”. Quizá ellos esperaban el ideal del hombre entregado al cultivo de las artes y la filosofía, imaginado por Charles Fourier y el mencionado Trosky, y no oportunistas dedicados a multiplicar sus asesores y sus “comisiones” en el “Congrueso” que sufre de una seria “legislorrea”. ¿Y acaso importa? El problema es de quienes son sepultados por el producto de esa dolencia, no de los panegiristas.

Total, es redistribución de riqueza que hace el ficticio Estado a quienes llegan a administrarlo. Ese es el resultado real de los regímenes intervencionistas, que otorgan poder discrecional casi ilimitado a gente falible como cualquiera de tantos que olvidaron la máxima popular: en arcas abiertas, hasta el justo peca.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 11 de septiembre de 2006.

9.03.2006

El espejo en alto

Me equivoqué. Debía ir más abajo, no más arriba. El espejo de la sala. Hoy me sirve para observar el techo desde mi sofá de lectura, y admirar la lámpara que cuelga a la izquierda del espejo. Cuelga del techo, no del espejo: la lámpara a mi derecha. Qué extraño, una misma persona que describe dos escenarios aparentemente distintos. Todo por el reflejo del espejo. Evoco otro espejo: el del retrovisor del tiempo, y por ese espejo veo días idos.

Diviso un conejo que juega a ser Presidente, brincando en el teatro de lo absurdo, pretendiendo que es ovacionado cuando es abucheado. Percepciones, diría alguien que se quedó “abonado” en la relatividad conceptual posmoderna del siglo pasado. Aunque sea una realidad objetiva que percibe el sujeto que es testigo del desprecio que siente el reino animal por el gobernante de la continua bacanal gubernamental. Despreciado por sus compañeros de la dimensión política. Despreciado por los tributarios perseguidos por el ojo al que nadie se le evade y lo que no comprueba lo inventa: acosados por la “StATsi” chapina.

Contemplo por ese memorioso retrovisor, en el pasado más lejano de la semana previa a la anterior, un aula llena de estudiantes en viaje virtual de La Habana a Nueva York, y de regreso a La Habana en apenas quince minutos. Un periplo de engañosos cincuenta años al ayer de una capital isleña que fue cuna de arte y progreso, ahora tan deteriorada que poco representa la gloria del centro cultural cubano de esas fechas. Qué ironía: el documental fue grabado en 1998.

Luego, damos un salto en ese túnel digital de espacios que parecen pertenecer a eras opuestas siendo contemporáneas: nos fuimos a la urbe mundialmente reconocida como el corazón del “monstruo”, del “imperio anglosajón” del tercer milenio, la ciudad que nunca duerme. De la miseria a la abundancia, guiados por el asombro de astros casi centenarios que en alguna ocasión gozaron de Buena Vista en un club social burgués “prefidelista”. Al fin, terminamos la travesía donde empezamos: en el alma de la revolución eterna que eternizó la tiranía, perpetuó el conformismo y generalizó la pobreza.

Recuerdo a uno de tantos burócratas del paraíso de las otras estrellas de la línea “libre de pago de impuestos”, llamada Organización de las Naciones Unidas, y su declaración de que “Guatemala es un buen país para cometer un crimen”. Sin duda, descubrió la receta del agua azucarada a la dulce población aborigen, empalagada de la sangre que corre bajo el puente de la hipocresía de los expertos locales y extranjeros que engordan de la violación a los derechos humanos que ellos han motivado al promover un sistema de incentivos perversos que transforma al criminal en víctima y a la víctima en criminal. Otro cristal que invierte los hechos sin importar su color.

¿Quiénes son los culpables? Si usted se creyó el cuento del Estado benefactor, va a encontrar a uno de muchos colocándose frente al espejo.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 4 de septiembre de 2006.