Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

11.24.2005

Entrada breve

No es lo mismo que “vida breve”. O entrada breve en la intimidad del otro. Un albur que se lee ¿o se le entra? “entre líneas”.

Entrada breve es la que hago hoy al “blog” y a la vida de mis lectores, para dejarles, al menos, alguna duda con respecto al tema de la “planificación familiar”.

¿Qué hay más allá de los prejuicios y las falacias?

Primero, claro que sí creo en la planificación cuando es necesaria, sin menospreciar a la maravillosa espontaneidad. Pero esta planificación debe ser siempre individual y no gubernamental cuando se trata de asuntos propios de nuestra esfera privada.

Eso incluye la planificación de tener o no hijos. Y el o la que elija tenerlos es libre de decidir cuántos van a ser y para cuándo planea traerlos a esta excepcional existencia humana.

Todo esto, independientemente del gusto que tengan o no al procrearlos. Léase: sexo. Claro, mucho mejor si disfrutaron no sólo el nacimiento de la criatura, sino el proceso de engendrarla.

El punto es que, el sexo y los hijos que de él puedan nacer, es una decisión individual o de pareja.

¿Quién invitó a los políticos a meterse en nuestra cama y en lo que hagamos libremente en ella?

Yo, a ese “ménage à troi” no me apunto. O “threesome”. O trío, da igual, el resultado es el mismo: una orgía impuesta.

11.17.2005

Miserias

Hace algunas semanas, mientras me entretenía leyendo “Los miserables” de Víctor Hugo, pensaba en aquellos miserables que habitan en Guatemala y mantienen a tantos millones de sus pobladores viviendo miserablemente, entretanto ellos se forran y llenan la boca con discursos a favor de los “pobres”.

Pensé en quienes sufren las consecuencias de las decisiones de los miserables que impiden en nuestro país el desarrollo, la multiplicación de la riqueza y del número de empresas, esas que permiten la mejora en la calidad de vida de todos.

Denosté en privado y en silencio contra los miserables “rentistas” que viven de gorrones de lo que otros producen y, además, no dejan producir más. En quienes, arrimados al poder, buscan privilegios para no competir en condiciones iguales para todos.

¿Por qué a los políticos, especialmente a aquellos que están en el ejercicio del poder (en el gobierno) no se les ocurre que la más importante necesidad en Guatemala es la de aumentar los ingresos de los habitantes para que también ellos (los políticos) puedan recaudar más impuestos, si es eso lo que desean, con "todo su corazón"?

Y para que todos, comenzando por los contribuyentes (quienes al fin somos los que pagamos todas las cuentas), incrementemos nuestros ingresos lo que se necesita es atraer capital y no ahuyentar inversión.

Pero Dios, me pueden decir en qué cabeza no entra que aumentando impuestos no se atrae esa inversión a un país, más en uno como el nuestro: deprimido e inmerso en la inseguridad y la falta de justicia.

Lo importante no es tributar ni pagar impuestos (esto es sólo una consecuencia): lo importante es acrecentar nuestro patrimonio por medio de la producción de más bienes y servicios demandados por el mercado para satisfacer sus necesidades, lo cual va a beneficiar a todos.

La pobreza no tiene causas. La riqueza sí.

Describir situaciones es fácil, descubrir soluciones no: esto implica un esfuerzo mental. Las propuestas comunes (las de papá gobierno y el estado benefactor, con minúsculas) ya están agotadas. Esforcémonos en buscar otras respuestas a las interrogantes de porqué estamos como estamos y cómo disminuir la miseria de todos, entre otras cosas.

Hoy más que nunca necesitamos de quienes ya tienen riqueza para que la inviertan en nuestro país. El reto es atraerlos sin brindarles privilegios pero permitiéndoles aumentar sus bienes. De nuevo: multiplicación y no distribución. Y que ese cambio de reglas beneficie también al resto: multiplicación de los ingresos reales de todos.

Evolucionemos: material e intelectualmente.

El largo plazo siempre llega: ese es el mayor costo político. Y si seguimos como estamos, ese largo plazo sólo nos deparará más y más miserias.

Miserables.

11.10.2005

Una taza de café, ¿o de té para diez?

Una vez vencida la desidia, es más fácil tomar la decisión de salir a caminar por las calles ruidosas de la urbe viva, que sentarse frente a un monitor a escribir.

Sin embargo, en esta ocasión, algo no ajeno a mí, ¿o será la impredecible voluntad que se encuentra más cercana de lo previsto? me “empujó” a relatar un simple viaje, hecho tiempo atrás y en ascensor, al trascendental destino de lustrarme las botas. “Gata” con botas, dirán algunos. Pero, ¿acaso nos importa el qué dirán?

(Mientras escribía recordé el libro de Javier Payeras, Ruido de fondo, porque eso era lo que llenaba mi espacio circundante: ruido y más ruido, en el fondo y en el frente. Aun así, me sorprendí concentrada en lo que ocupaba mi mente que era algo más que ruido.)

¿Qué tiene de extraordinario algo casi instintivo para tantos? Tal vez nada a los ojos de quien ignora todo aquello que sucede en su periferia. Si nos cuesta la introspección, ese dialogo con nosotros mismos, tanto más nos cuesta la observación de la vida que transcurre a nuestro alrededor. Observar, que no es igual que “shutear”.

Antes de cumplir el rito del “lustre seño”, pasé a tomar un capuchino acompañada de una querida amiga. La conversación se centró en el trabajo y ciertas molestias de mi interlocutora con mí actuar impulsivo ¿o costumbres matutinas? Hablamos en especial acerca de un “evento” relacionado con unas bolsas de té. Digo, evento porque nadie lo había planificado, hasta ese momento.

Té negro, por si alguien tiene curiosidad. No era ningún té alucinógeno, ni de “peach” ni mucho menos de “cinnamon apple”. No, una simple bolsita de té negro. Solicitud extraordinaria hecha casi a diario, de unas semanas a la fecha, por la presente “wanna be” escribidora en su centro de trabajo que cada vez se asemeja menos a una oficina. Existencial conversación, tengo que reconocer.

Por supuesto, en toda historia existe un detonante que genera la acalorada discusión. En este caso cotidiano, fue la “planificación estratégica” (ahora sí) hecha por el muchacho encargado de cumplir con la tarea de solicitar, bajar y preparar el exótico brebaje. En lugar de pedir sólo una bolsita para preparar el mentado líquido, decidió ahorrarse trabajo en los siguientes diez días, requiriendo encarecidamente que le entregaran de una sola vez diez contenedores de la hierba. (Premio a la optimización del tiempo para Nery, pensaba irónicamente mientras escuchaba a mi amiga desembuchar su malestar.)

Tenía razón, en cierta manera, mi cuidadosa compañera, responsable de velar por los dineros de la compañía, al considerar esta situación incorrecta dentro de los estándares kantianos.

(Mientras transcurría nuestro dialogo, atentamente seguían su discurrir los parroquianos que, acodados en la barra como nosotras lo hacíamos también, fingían leer o entretenerse con sus pensamientos. ¿Es que acaso no tienen algo más en qué ocuparse? Luego pensé que lo mismo deben opinar de mí quienes se dan cuenta de que con los ojos sigo la vida de tantos otros cuando me siento a observar pasar el tiempo. Al parecer, parte del “ser” simplemente humano, no cabe duda. Además, recordé que el deporte más practicado en mi terruño es, precisamente, el chisme. Rumor ajeno, claro, nunca propio, porque de uno nadie habla, ¿acaso hay qué chismear, pues?)

Luego de un breve intercambio de palabras, concluimos que la solución era declarar la “baticueva” donde suelo trabajar, extensión y parada técnica obligatoria de los miembros de la empresa, declarando al noveno territorio ocupado formalmente por el piso decimonoveno. “Deja vú”: noveno (el piso de mi oficina) más las diez bolsas de té: decimonoveno. Casualidades, nada más casualidades.

¿Quién dice que hablando no se entiende la gente? El costo de la ocupación valió la pena: una caja de té sólo para mí. (¿Semanal? ¿Mensual? ¿Anual? Creo que quedaron algunos vacíos en el contrato.) Buena negociación creería alguien, espero, un (o dos) ganar-ganar para ambas partes. ¿Estamos de acuerdo? ¿O no?

Al grano con lo importante: sanseacabó la discusión, y mientras yo, a continuar con mi observación.

11.03.2005

Los sabelatosos de la res pública

Hay algunos que se “identifican” como analistas, expertos, sabelotodos, arregla vidas, brujos de la miseria… adivinos del futuro oscuro de la humanidad deshumanizada. Oooooh, qué miedo. ¿Qué haríamos sin ellos?

Bendito Diosito que nos los mandó del cielito, ¿o del infierno? ¿O de “El infiernito”? Ay Virgencita, de nuevo me confundo, si ese es el merito bote de los criminales (perdón, las víctimas de las estructuras opresoras del Estado ¿benefactor?).

Okidoki, sigo con mi disertación (¿de dónde me viene esa palabreja?). Qué bellos ellos, qué lindo hablan. Se nota su preparación y estudio: nadie les entiende lo que dicen. Muy ilustrados son los licenciados. Deben ser “intelectualoides”. Me disculpo por el francés, pero así se dice ¿o no? ¿O será marxistoides? ¿Algún experto que me lo confirme, porfis?

Bueno, lo importante es que están aquí para decirnos qué hacer, cuáles son nuestros sueños, cómo alcanzarlos y qué necesitamos para ser felices, ya que el resto de cromañones, los simples mortales, usted y yo, somos incapaces de decidir por nosotros mismos y asumir responsablemente las consecuencias de nuestras acciones. ¿Seremos unos bebotes? ¿O bebitos? ¿O bebiditos -beodos- como algunos que mencione con anterioridad?

Sin embargo, permítame su merce que me atreva a pensar un tantito, aunque sea un poquito, así todo chiquitito, como lo decimos (y a veces lo hacemos) los pobrecitos ciudadanitos de mi Guatemalita.

(Aunque usted no lo crea, aprendí el alfabeto para que a la hora del regateo no me miren la cara de babosa, esa que algunos tipos nos endilgan a los chapines, ¿o sólo piensan que lo somos? ¡Serás tú maistro!)

Como le decía, a mi, desde mi enorme ignorancia, me llama la atención que estas personas, “especiales” todos ellos, cuando hablan, y otras veces cuando escriben, aparentan ¿o muestran? que no han leído ni siquiera a la doñita Constitución, esa que contiene nuestras normas mínimas de convivencia pacífica (la cual, entre nos, me parece demasiado larga, desarrollada y contradictoria. Pero bueno, yo que voy a saber, un simple individuo ¿o debería decir individua?).


Ni siquiera, al menos así parece, los “expertos” saben en qué se gastan el pisto los mandamases, esos, los del gobierno, independientemente de la bandera que ondéen: monocromática, bicolor o “arco iris”.

Por ahí escuche que existe un chunche al que llaman “Presupuesto General de la Nación”, en el cual los tatascanes (burrócratas) plasman su carta a Santa Clostribuyente, a quien no le queda otra que satisfacer los deseos de estos dechados de defectos, de lo contrario lo mandan al infiernito con aquellos que le conté arribita (y no les estoy llamando arribistas, no sea mal pensado).

Ambos instrumentos (doña Consti y don Presu) son fáciles de conseguir, no digamos lo asequibles que deben ser para semejantes infectados de influenza (no catarro ni aviar) política. Estos “doctos” (no los expertos, sino los legajos, y no los estoy insultando), dicen los verdaderos entendidos, son las pruebas concluyentes de que en mi Guatemalita vivimos dentro de un Estado benefactor/paternalista/mercantilista. Aunque yo aún no sé a quién benefician, el papá de quiénes son (y mucho menos quién es su mamacita para recordárselas de vez en cuando) y no formo parte de los mercachifles que privilegian. A mi que me registren.

Al fin, apelemos a la sabiduría popular y, como diría don “experTito” Puente: “Hay que trabajar, hay que trabajar, hay que trabajar o nunca en la vida progresaras”. Ya basta de flojeras señoras y señores expertitos (con “t” minúscula), dejen de jugar a los “legos” y busquen un oficio productivo y no destructivo (nada de regresar a volar puentes).

“Por eso te digo bandido, ponte a camellar”.

Hay que laborar. Tarararara.