Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

12.30.2013

Embriáguense



No dudo de que más de uno se escandalice con la sugerencia que da nombre a este escrito. Sin embargo, antes de que alguien crea que renuncié a la práctica aristotélica de la justa medida, quiero poner en contexto porque comparto, hasta cierto punto, lo expresado por Charles Baudelaire en el pequeño poema en prosa que lleva el mismo título de este artículo, el cual reproduzco a continuación:

“Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso. / Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense. / Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán: ¡Es hora de embriagarse! Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca”.

El anterior es, a mi parecer, un hermoso y bien logrado verso sin rima, una composición que, por cierto, me inspiró a escribir esta columna: la perfecta excusa para huir del esplín que por estas épocas aflige a muchos, a pesar de la algarabía de la cual forman parte. No tengo nada en contra de la melancolía. Más aún, hay ciertos momentos en los cuales la considero necesaria. Lo que sí desprecio es el tedio de la vida: me parece un desperdicio del preciado tiempo limitado con el que contamos. Por supuesto, quien así decida pasar su breve ser, es libre de hacerlo: respetemos su derecho a vivir desecho.

¿Es la exhortación de Baudelaire un llamado al exceso o un clamor por vivir plenamente? Depende de cómo lo interprete el lector. Para algunos será otra excusa más que justifica su decisión de evadir la realidad, ajenos a la responsabilidad que implica vivir. Para otros, como en mi caso, es un recordatorio de que se ES en tiempo presente. Y que ese efímero instante que soy, si quiero ser feliz, debo vivirlo de manera autentica, integra, intensa. Profunda. Una convicción personal que depende de nuestras respuestas a las siguientes interrogantes: ¿A quién queremos agradar? ¿Con quién deseamos quedar bien? ¿Con nosotros mismos o con los demás?

Yo, tal y como lo he expresado tantas veces, me decanto por la vida virtuosa, la senda correcta de la felicidad verdadera. Camino que depende de mí y mi escala de valores. Una vida que se enriquece si la acompaño de exquisito vino, de comida variada, de buena literatura, de filosofía objetiva y amigos que sean mis pares. Es quererme y amar a quienes se han ganado mi querer. Embriagarme de ser.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 30 de diciembre de 2013. En la fotografía me encuentro dentro de las bodegas de un viñedo en Francia.

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12.23.2013

Temporada de evasión



Por estas fechas suelo toparme en los diarios con exhortaciones de bienintencionados columnistas invitando a sus lectores a meditar respecto a los temas serios del ser. A pensar acerca de los factores que son claves para que progresemos, por ejemplo, la necesidad de convivir en paz. Casi todos los días de diciembre, en reuniones de cualquier índole, escucho a un sinnúmero de personas aconsejar a los demás a reflexionar sobre la vida. Se supone que es una época en la cual podemos aprovechar el tiempo para hacer una evaluación objetiva de nuestras acciones, en particular de lo que hicimos y logramos el año que recién termina. Y, por supuesto, planificar cómo queremos vivir mañana. Decidir quién queremos ser el resto de nuestra vida… o al menos durante los siguientes doce meses. Asuntos que siempre debemos considerar, estoy de acuerdo.

Sin embargo, lo que veo hacer a la mayoría es evadir la parte de la realidad que nos cuesta comprender, a veces aceptar. Aún muchos de los que invitan a cavilar sobre la trascendencia y el sentido de nuestra existencia, se dedican a divertirse, más que a filosofar. Algo que no considero pecaminoso ni una mala práctica. También necesitamos relajarnos, distraernos, entretenernos en cuestiones que no impliquen perdernos en emociones que pueden causar un daño permanente a nuestro estado de ánimo. Como bien dijo el multifacético fundador del Movimiento Scout Mundial, Robert Baden-Powell: "Quien no siente la necesidad de sonreír no goza de buena salud". Y eso solemos desear constantemente por esta época, en todos los idiomas, cada vez que alzamos nuestras copas: salud, santé, lejaim

No obstante, como explicó Aristóteles en “Ética a Nicómaco”, la felicidad verdadera solo la encontramos en una vida virtuosa la cual demanda la práctica de la justa medida: no privarnos de aquello que nos da placer, pero siempre buscando el equilibrio correcto para nosotros mismos y teniendo presente las consecuencias que nuestras decisiones tienen en el largo plazo. Una vez pasa la algarabía de compartir con seres queridos, y de que hicimos nuestra evaluación personal del período que finaliza, también es recomendable dedicar un tiempo a viajar a nuestro interior. ¿Cambié en algo? ¿Fue para bien o para mal? ¿Qué aprendí? ¿Con qué contradicciones me topé? ¿Fui valiente al reconocer mis errores y enmendarlos? ¿Por qué? ¿Cuidé mis valores y logré alcanzar otros? ¿Qué virtudes abracé y practiqué? ¿Para qué? ¿De cuáles vicios me despedí? ¿Fui feliz?

Mi visión de la vida no es como la de tantos: monocromática. Ni es color de rosa, ni es color de hormiga. Tampoco es negra la cosa: ausente de color. La patina de la vida es inmensa, está compuesta de infinidad de tonalidades. Y es esta esta variabilidad infinita y absoluta a la vez la que nos hace únicos e irrepetibles. La anterior, considero, es la conclusión más importante a la que llego: el secreto de una vida verdaderamente vivida. Descubrimiento que quisiera otros hicieran. Vivan: sean felices.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 23 de diciembre de 2013. La imagen fue tomada en Chicago, EE. UU., por mi hermano Constantino Díaz-Durán A.

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12.16.2013

Protestas criminales



Yo protesto. Tú protestas. El protesta. Ella protesta. Nosotros protestamos. Ustedes protestan. Ellos protestan. ¡Ah! Mejor aclaro que también ellas protestan, antes de que protesten las feministas. En fin, todos protestamos. El acto de protestar parece ser algo propio del ser humano. Es una faceta de nuestra libertad de expresión. No hay ningún problema con protestar. Se generan problemas cuando los medios que usamos para hacerlo violan los derechos de otros.

Es lamentable que en la mayoría de los casos de la llamada protesta social a los manifestantes les importa poco ser escuchados y mucho menos pelean por el respeto a los derechos individuales de todos. Lo que hacen es EXIGIR, de manera represiva y violenta, que se les den bienes y beneficios que no han ganado. Demandan privilegios. Les da igual que para satisfacer sus reclamos los gobernantes se conviertan en violadores de los derechos de otros. Reclaman lo que ellos no están dispuestos a dar: respeto. Dejan claro que lo único que termina temporalmente las protestas es que se les conceda todo lo que piden. Por cierto, eso no es protestar, es EXTORSIONAR. Luego, al ser complacidos por los gobernantes, algo más se les ocurrirá exigir. Su negocio se mantiene a base de medidas de hecho violentas, constantes y sostenidas en el tiempo.

La ironía es que la mayoría, que terminamos pagando por los caprichos de los arriba mencionados, somos productivos, honestos, respetuosos… No participamos en hechos delictivos y criminales. Queremos salir adelante por nuestro propio esfuerzo. Por eso hay tantos latinoamericanos, guatemaltecos incluidos, viviendo en Estados Unidos: personas que decidieron vivir en un país distinto al que nacieron, un país en el cual todavía es posible mejorar la calidad de vida, donde pueden disfrutar del fruto de su ingenio, de los riesgos que han tomado, del trabajo honorablemente entregado. Gente pacífica y laboriosa.

Algunos, ingenuamente, otros porque son incapaces de reconocer que se equivocan o son unos oportunistas descarados, pretenden justificar las medidas de hecho alegando que las autoridades no los complacen y que ya se aburrieron de sentarse a dialogar con funcionarios del gobierno. Hay quienes tienen la desfachatez de acusarnos a unos de criminalizar actos que de pacíficos no tienen nada. Cuando lo cierto es que casi todo lo que exigen no se les puede dar sin cometer una injusticia con otros. Confunden derechos con necesidades, y pretenden que los demás nos ocupemos de las obligaciones que les corresponden a ellos.

Aquellos que llegan engañados o pagados a las protestas también deben asumir las consecuencias de sus acciones. Lo anterior no los exime de los actos delincuenciales o criminales cometidos. Bloquear carreteras y cualquier vía de comunicación no es un derecho. Obstaculizar la libre locomoción de otros no es un derecho. Dañar la propiedad de otros no es un derecho. Saquear comercios no es un derecho. Protestar no es lo mismo que violar.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 16 de diciembre de 2013.

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12.09.2013

Sociopatecos



Después de las noticias de la semana pasada, me pregunto si alguno de nuestros ocurrentes diputados propondrá cambiar el nombre de nuestro país: en lugar de la República de Guatemala, podrían proponer que nuestra nación lleve el nombre de Democracia de Sociopamala. Entonces, nuestro gentilicio pasaría a ser el título de este escrito, de acuerdo con el análisis presentado por los sicólogos del Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif).

Aunque pienso que las conclusiones del INACIF (30 por ciento de la población podrían ser sociópatas) son un poco exageradas, fuera de contexto y obvian datos importantes para determinar el universo real sobre el cual deben basarse. ¿Será un sesgo de los evaluadores, tal y como lo explica Daniel Kahneman en su libro “Pensar rápido, pensar despacio”? No obstante, creo que el porcentaje de sociópatas y psicópatas en Guatemala podría ser más alto que en una sociedad más cercana a un Estado de Derecho donde se respetan la vida, la libertad y la propiedad de las personas. Países en los cuales hay más probabilidades de que los antisociales (delincuentes y criminales) paguen las consecuencias de sus acciones.

Parte de la descripción que hacen de un sociópata me recuerda a los politiqueros: “El sociópata es capaz de  actuar en forma jovial y encantadora, ser buen adulador y manipular las emociones de otras personas, pero a su vez quebranta la ley constantemente, descuida su propia seguridad y la de los demás, tiene problemas con el consumo de drogas, así como de mentir, robar y pelear con frecuencia…Una de las características es que no sienten culpa o remordimiento por lo que hacen; a menudo son enojados y arrogantes”. Sin duda, nuestro sistema político actual (Estado Benefactor/Mercantilista, estatista, cercano al socialismo puro y alejado del capitalismo verdadero), atrae a los peores representantes de la sociedad.

La semana pasada también nos enteramos de que el 91.8 por ciento de los graduados de este año reprobaron la prueba de matemáticas, y que el 73.7 por ciento no entiende lo que lee: perdieron la prueba de compresión de lectura. ¿Y luego hay quienes se molestan porque afirmo que el objetivo de la educación a cargo de los gobernantes (en nombre del abstracto Estado) es programar a los niños y los jóvenes de hoy en futuros siervos no deliberantes? ¿Será esta la explicación de por qué es difícil encontrar gente pensante, con ideas claras e intelectualmente honestas?

Por supuesto no olvido el deshonroso reconocimiento que hizo Transparency International a nuestro país como uno de los más corruptos del mundo. Y no es solo percepción: lamentablemente es una realidad. Sin embargo, quiero defender a todas las personas responsables, respetuosas y honradas que aquí vivimos y que no merecemos formar parte de ese deleznable grupo. Tampoco incluyo en esa banda a quienes son extorsionados por los funcionarios públicos. Los corruptos son los gobernantes que abusan del poder y aquellos que hacen negocios con ellos, no nosotros.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 9 de diciembre de 2013.

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12.02.2013

La salud estatal mata



En mi artículo anterior escribí: “Todas las demás tareas que asigna el Estado Benefactor/Mercantilista a los gobernantes son solo una fuente de corrupción, y sobra la evidencia en el pasado y en el presente que confirma esta aseveración… en casi todos los casos, la educación en manos de los gobernantes termina siendo pura programación de los niños y jóvenes de hoy en futuros siervos no deliberantes… en lugar de ciudadanos pensantes. La salud a cargo del abstracto Estado no es más que un ruin y falso consuelo para los pobres y, en muchas ocasiones, más que sanar al enfermo acelera su muerte”. Lo anterior motivó un emotivo correo que me envió un lector que se identifica como un médico que trabaja en el sector estatal de salud.

Omito de su comentario los ataques ad hóminem y demás falacias, solo transcribo lo que considero el origen de su equivocación, y la de muchos, debido a un análisis ceteris paribus y fuera de contexto del porqué de la situación que describe: “Existe gente (por si no lo sabía) en nuestro país que sobrevive con menos de Q1.500 mensuales de ingreso FAMILIAR. Desde esa perspectiva,  dígame usted cómo podría esta familia suplir sus gastos de Salud y Educación con tan magro ingreso???... En fin, personas ‘acomodadas’ como usted y yo, posiblemente podríamos hacerle frente a esos rubros con nuestros propios ingresos, pero no el 80% de la población” (sic).

Para cualquiera que entiende mis escritos o escucha mis programas es obvio que conozco la miseria en la cual viven muchos. Sin embargo, mi principal preocupación (más que tratar de ayudarlos a sobrevivir con sus ingresos actuales) es promover medidas que permitan que sus ingresos y su poder adquisitivo, y los de todos, aumenten. El problema no es cuánto ganan hoy, sino por qué no ganan lo suficiente para que ellos mismos puedan elegir el tipo de educación, salud, vivienda… que deseen y no la que les imponen los gobernantes apoyados por personas compasivas, pero emocionalmente manipuladas.

Todo aquello que ofrecen los políticos con el objetivo de adquirir poder más allá del necesario para cumplir con sus funciones propias (seguridad y justicia) son una especie de placebo para aliviar momentáneamente el falso sentimiento de culpa de algunos que se consideran privilegiados (aunque no lo sean) o acomodados, como dice mi lector. Son solo promesas incumplibles para conseguir el voto de quienes desean satisfacer sus necesidades con el mínimo esfuerzo o quisieran que otros los mantuvieran. Lo triste de esta historia real es que al final los únicos que se benefician del oportunismo de unos y la ingenuidad de otros, son los gobernantes, sus familiares y sus asociados en los negocios del Estado.

Lo que necesitamos para prosperar todos, además de aclararnos las ideas, es que se retiren del camino los obstáculos que impiden producir y crear riqueza, la única forma de acabar con la pobreza. De lo contrario, los bienintencionados seguirán pavimentado el camino al infierno de los más necesitados.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 2 de diciembre de 2013.

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