Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

7.30.2006

Absurdo teatro

Leyendo una de las obras de Eugène Ionesco, maestro del teatro de lo absurdo, pensé que precisamente en esa dimensión vivimos los habitantes de Guatemala: en un absurdo teatro montado por figurantes que ejercen o ambicionan el poder.

Manipulan a la gente que se deja engañar. Total, para los mañosos en el arte de la retórica sofista (magos de la palabra y prestidigitadores de la emoción), hacer llorar a su público es cuestión de risa. Hasta aquellos que se consideran ilustrados se conmueven ante la imagen de un continente con venas abiertas, mientras los más débiles sangran los errores de apreciación de semejantes lumbreras. Tontos útiles, dicen que los llamó Stalin, quien hizo del manejo de la “intelectualidad comprometida” uno de sus mejores artilugios.

Investigando sucesos nacionales e internacionales relevantes para el debate de ideas, “navego” en Internet, leo diarios, veo y escucho noticieros. Es la parte de mi trabajo a veces tortuosa por las acciones humanas necias que encuentro, las interpretaciones equivocadas de estas y las soluciones irracionales de mentes rezagadas para sociedades que no salen de su eterna condición “en vías de desarrollo”.

Qué maravilloso sería que en vez de discutir sobre necesidades superadas en otros lares, nos dedicáramos a reflexionar acerca de los dilemas existenciales de los burgueses del siglo veintiuno, residentes en las urbes de países creadores de riqueza. Así como lo hacen Don DeLillo, Philip Roth, Paul Auster y tantos más. Sin embargo, por estas latitudes nos preocupa, entre otras miserias, el hambre, la falta de empleos y el aumento imparable de la criminalidad. Cosas propias de comunidades del Estado benefactor adoptado por pobres que no podían correr el riesgo de desperdiciar recursos escasísimos, como sí podían hacerlo varias de las repúblicas antaño prósperas, hoy encaminadas al “tercer mundo”.

En esta representación, los actores cobran como si fueran estrellas de “Broadway” y el espectador tributario gime sin conocer la verdadera causa que lo mantiene en la indigencia. Una función más de la paradójica comedia humana, centralmente dirigida en contra del ser. La impostura de la locura ciega a los intereses detrás de la “bienintencionada” dictadura del “socialismo dadivoso” y de quienes lo fomentan sólo por convenir a sus objetivos: sostenido por políticos que se encumbran gracias a las carencias de los demás que permiten que se aprovechen de ellos.

Parece que la mayoría, aunque más que calva sea peluda, canta en armonía dialéctica hegeliana el enfrentamiento entre colectivos que anulan al individuo. Todo un galimatías. Y si no aprendemos la lección, terminaremos eliminados por un profesor lunático y sus imitadores: promotores de medidas de hecho y adoradores de criaturas extraterrestres que algún día, creen, vendrán a redimirlos. ¿Nos convertiremos en conformistas rinocerontes? Si ignora la respuesta, pregúntele a Ionesco.


Nota: artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 31 de julio de 2006, en la columna semanal “Principios”.

7.24.2006

S & P

La calidad de vida de la mayoría en Guatemala es de las más bajas en los albores del tercer milenio. Podríamos vivir mejor, si aprovecháramos los avances del progreso y los descubrimientos que se han hecho, en especial aquellos que tienen que ver con la acción humana. No el ideal utópico del hombre entregado a alcanzar las metas de otros. No. La acción de las personas que buscan su felicidad: trabajan para lograr sus propios fines. Simplemente, el humano como es: un ente teleológico.

No obstante, el deseo arrogante de algunos que pretenden cambiar su naturaleza y la de los demás, ha impulsado experimentos que nos heredaron un modelo centralizado, interventor y mercantilista, denominado Estado benefactor. Qué ironía que su “padre intelectual”, el canciller alemán, Otto von Bismark, en su afán por combatir a Marx y sus seguidores, promovió esta visión fracasada de lo que deberían ser las funciones de los gobernantes. Pese a sus “buenas intenciones”, terminó sucumbiendo ante el atrayente poder casi ilimitado que otorgan los sistemas colectivistas que imponen, coercitivamente, la voluntad de unos pocos sobre la población. Y eso que, en 1878, prohibió las actividades comunistas en su nación. Tal vez no quería competencia: prefirió el monopolio del control.

Sociedades como la teutona, de las más adelantadas en el proceso de industrialización que incrementó de manera exponencial la riqueza y las condiciones de vida de todos durante el siglo diecinueve, se podía dar el lujo de experimentar y aún así, a pesar de los obstáculos, continuar creando bienestar. Sociedades atrasadas no podían correr el riesgo del ensayo. Sin embargo, en 1945, unos cuantos “iluminados” decidieron aplicar en nuestro país esa aberrante propuesta que convierte a los individuos en conejillos de indias. Paradigma mantenido y profundizado por los posteriores mandatarios, independientemente de su “signo”.

La nueva clasificación que “nos” concede ¿quiénes son “nos”? “Standard & Poor’s” no me causa ningún éxtasis orgásmico como le ha provocado a varios burócratas del actual gobierno. Este reconocimiento favorece primordialmente a los políticos: facilita a las autoridades la venta de títulos soberanos: el aumento de la deuda de los tributarios que adquieren por nosotros aquellos que administran la ficción llamada Estado. Quizás ayudará a algún miembro de la élite de la gran empresa, en particular del mundo financiero. Pero nada más. El resto no vivimos de la “macroeconomía”. La nuestra es una realidad objetiva: la diaria microeconomía.

El principal enemigo del desarrollo es creer equivocadamente que el gasto gubernamental acrecienta los estándares de vida y reduce la miseria en el largo plazo. El nefasto mito del “Estado proveedor”, que no le importa quién paga sus “bondades” y cuyas consecuencias son más abusos y violaciones, nos deja a merced de los dirigentes de los grupos de presión. Y sí, S & P: somos pobres.


Nota: articulo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 24 de julio de 2006.

7.17.2006

Muerte al genocidio

Es trascendental el debate sobre la reciente guerra civil en Guatemala, antes de que la historia auténtica quede sepultada bajo un montón de mentiras y “verdades a medias” amparadas en informes sesgados como el de la Comisión de Esclarecimiento Histórico. Realidad enterrada por la versión políticamente correcta y conveniente para los cabecillas del bando que ambicionaba alcanzar el poder violentamente.

Quienes ocuparon a la fuerza la embajada de España en 1980 fueron Vicente Menchú y sus compañeros. ¿Acaso esa acción no los hace, junto con Máximo Cajal, los responsables de la muerte de los rehenes: engañados y secuestrados en la mencionada sede diplomática? ¿Por qué sus familiares no actúan judicialmente para que no continúen violando a sus seres queridos fallecidos en este hecho? Es irónico que Rigoberta Menchú, la hija del jefe de la facción terrorista, sea quien impulsa procesos jurídicos en este caso.

Además, debemos utilizar cabalmente el concepto de genocidio, sino, vamos a contribuir al “exterminio” de un término importantísimo. Las raíces de genocidio las hallamos en dos palabras latinas: “gentem”, acusativo de “gens”, que significa “clan, familia, gente”, y “-cidio”: “muerte dada a”.

En los enfrentamientos entre serbios y croatas, árabes y kurdos, tutsis y hutus, sí hubo una “eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad”. En Guatemala no. Aquí, pelearon ixiles contra ixiles, k’iches contra k’iches, kaqchikeles contra kaqchikeles… Y así hasta listar las comunidades lingüísticas que reconoce la Academia de Lenguas Mayas. Murieron implicados en el llamado “conflicto armado interno”, quienes sabían el riesgo que corrían al involucrarse en la guerrilla. Murieron militares que cumplían con su deber. Y, tristemente, también murieron inocentes espectadores de esta cruenta lucha.

Entre los mandos castrenses habían indígenas, escenario difícil de encontrar entre los comandantes subversivos: la mayoría de ellos eran ladinos. Según recuerda mi padre, a Romeo Lucas García, en la toma de posesión presidencial, lo acompañó su madre quien vestía un traje regional de Alta Verapaz. Otros cuentan que a Lucas le costaba expresarse en castellano, razón por la cual, en varias ocasiones, dio discursos en su idioma materno: q’eqchi’.

Preocupa ver cómo en nuestro país, algunos oportunistas desvirtúan el sentido de genocidio. Por cierto, si las denuncias de Amnistía Internacional de intimidación a testigos del supuesto genocidio son verídicas, presenten las pruebas e inicien los trámites legales correspondientes, pero no pretendan distraer con estas tácticas la necesaria discusión sobre el tema. Discusión que ojalá rebase fronteras.

En fin, todos somos mestizos: mezclas de una pléyade de culturas ancestrales. Portemos apellidos compuestos, como el mío, castellanizados como el de Estuardo, o judíos como el de Jorge.


Nota: artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 17 de julio de 2006.

7.10.2006

Pedraz en el camino

¿O piedras en la ruta hacia la verdad? Quién sabe. Yo al menos, creo que el viaje de Santiago Pedraz a Guatemala nos trajo más bien que mal: despertó un importante debate sobre hechos inconclusos y confusos de la historia próxima: los abusos y los crímenes perpetrados por guerrilleros y militares.

“Una noche –continuó Markovic-, un grupo de chetniks se presentó en la casa donde vivían la mujer serbia y el hijo del croata… La violaron uno tras otro, cuanto quisieron. Como el niño, de cinco años, lloraba y forcejeaba defendiendo a su madre, lo clavaron con un bayonetazo en la puerta: igual que esas mariposas en un corcho… Luego, cuando se cansaron de la mujer, le cortaron los pechos y la degollaron. Antes de irse pintaron en la pared una cruz serbia y las palabras: Ratas ustachas… ni un solo vecino encendió una luz ni salió a la calle a ver qué pasaba.” Párrafo copiado de la novela de Arturo Pérez-Reverte “El pintor de batallas”. Si algo similar ocurrió en nuestro país debemos denunciarlo. Y aquel que haya cometido semejante acto, debe ser castigado con la pena máxima. Sea guerrillero o militar.

La visita de Pedraz logró que se confrontara la reciente guerra civil: ahora podemos comparar versiones y desentrañar eventos ocultos durante la última década. Y a partir de argumentos y evidencias, “desenterrar” la verdad de lo sucedido entre 1960 y 1996. ¿Qué pasó en nuestro suelo patrio? Para encontrar respuestas hay que escudriñar en el pasado. Entre pasiones y razones, entre agresiones y exabruptos, descubrir y señalar responsables. Discutir sobre lo posible y lo imposible, descartar la ficción y quedarnos con la realidad cruda y objetiva. Aunque esta sea cruel. Inimaginable.

En ningún caso se justifica el asesinato de un individuo por lo que piensa. Una persona, por opinar diferente a otros, no debe ser apresada ni “eliminada”. Como ocurre en los regímenes totalitarios: como en la Cuba de Fidel Castro.

El uso legal de la fuerza que caracteriza a un Estado, no puede ser usado en contra de aquellos a quienes está llamado a proteger: a los habitantes respetuosos y productivos de la sociedad.

Es condenable la doble moral de quienes sólo pretenden sancionar, arbitrariamente, a unos. Pareciera que los mueve el deseo de venganza, y no la búsqueda de certezas y la aplicación de la justicia. Hipocresía y oportunismo de vampiros que se alimentan y viven de la sangre derramada inútilmente.

¿Alguien se atreve a iniciar procesos contra los subversivos que ganaron en la componenda política, librándose así de las consecuencias de sus acciones terroristas? Muchos de ellos hoy, acomodados burócratas del gobierno, y otros, “formadores de opinión” que pontifican desde los medios de comunicación.

¿Irá a tener éxito el intento de convertir en héroes del celuloide a los guerrilleros? ¿Al final, prevalecerá el cuento “cruzado”? No a la justicia de un ojo vendado: hasta la vista Santiago.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 10 de julio de 2006.

7.02.2006

Vivos

Cosas extrañas suceden entre los vivos. Por ejemplo, en Venezuela hay más votantes mayores de 45 años en el padrón de electores que habitantes vivos en esa categoría etaria. Un milagro de la revolución bolivariana del vivo de Hugo Chávez: descubrió cómo resucitar a los muertos. Un modelo que quieren seguir varios políticos locales quienes, en algunos casos, son ellos mismos un renacer de los dinosaurios.

Por cierto, ¿hubo genocidio en Guatemala? No. Murieron miles de personas, pero ¿genocidio? No. Según sé, sufrimos una guerra civil, no un eufemístico “conflicto armado” ni una “eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad” (DRAE). Hay oportunismo actual: en Guatemala muchos vivos desvirtúan y utilizan interesadamente el concepto de genocidio.

Para pocos es valioso que hoy en nuestro país no se aplique la pena de muerte mientras aumentan los crímenes de vivos dignos de ese castigo. ¿Existirá cierta relación entre ambos hechos, a pesar del intento de negarlo por parte de Jazmín Barrios, juez del proceso Gerardi? Barrios, la viva abogada experta en manipular sentencias a su antojo.

Qué caras nos salen a los tributarios esas “invitaciones” de delegados extranjeros a los nacionales. Sólo el paseo de doce días de Jorge Méndez a Rusia y Francia, acompañado de Rubén Darío Morales (PAN), Luis Fernando Pérez (FRG), Pablo Duarte (PU), Leonel Soto (Integracionista) y Jorge Barrios (GANA), nos va a costar aproximadamente 50,000 dólares. ¿Estarán reguladas estas actividades improductivas en el código de ética? Pobres congresistas estresados: además de ansiolíticos, precisan un cambio de escenario: para un vivo viajar, a expensas de otros, es vivir.

Millones de quetzales del presupuesto patrio son administrados por vivos de organismos internacionales, sin que se observen resultados positivos para los “usuarios” de la “red pública”. No obstante, recordemos que son aún peores las consecuencias cuando los fondos están en las manos de burócratas chapines, porque generalmente una gran tajada de éstos termina en sus bolsillos. Entonces, si no ocasiona diferencia quiénes manejan los impuestos, ¿no será la raíz del problema el sistema?

Ese Estado benefactor que “hace agua” por todos lados. Y a pesar de que nos tiene empapados, los “consultores”, los mandatarios, los funcionarios: aquellos que viven del erario, prefieren hacerse los vivos e insistir en que necesitamos más de lo mismo. El nefasto mito del régimen proveedor, que nos convierte en una sociedad de limosneros y nos deja a merced de los vivos colectivos.

Gobernantes del istmo pretenden hacer “vinculantes” las disposiciones del Parlamento Centroamericano. ¿Perderán su representación los diputados con esta decisión? El Parlacen más que reformas que lo mantengan vivo merece un cierre definitivo.

En fin, estos ¿ángeles o demonios?, vivos nos llegaron, y por vivos los rechazamos.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 3 de julio de 2006.

7.01.2006

Punto final

Grabada en junio de 2004 y exhibida a partir de mayo 2005, “Match Point” de Woody Allen, guionista y director, es mi elección del verano 2006. ¿Qué puedo decir del neurótico saxofonista, judío agnóstico, que apuesta a ser creador del séptimo arte, que no haya sido dicho antes por sendas plumas? Poco. Total, yo sólo sé que, a pesar de sus fallos humanos, es un tipo genial.

Sin confirmar que sea un punto final con la ciudad de sus amores, Nueva York, Allen deja su casa de cristal en la gran manzana e inicia una ¿trilogía? de Londres, algunos pasos más cerca de la vieja York. Una trilogía de la cual, al menos, ya cuenta con dos filmes: “Match Point” y “Scoop”, este último una primicia a estrenarse por estas fechas. “Match Point” presenta un misterio a resolver, sin embargo, no incluye un detective Quinn que se haga pasar por Paul Auster. Lástima.

No obstante lo anterior, este punto definitivo que, como creen muchos, marca el fin de varias películas fuera del foco “aleniano”, halla su referencia literaria en la Rusia zarista de finales del siglo diecinueve, en el complejo Fedor Dostoyevski y su crimen: identificar el sentimiento de culpa como uno de los más pesados castigos, acaso el que más agobia. Aunque hacer su voluntad y lograr el éxito puede ser un golpe de suerte, si algo de consciencia queda al criminal, la pena la llevará siempre consigo hasta el final de sus días.

Es clave en esta producción el monólogo interior con el cual empieza la trama. La casualidad, ese conjunto de circunstancias impredecibles provocadas, tal vez, por las acciones de otros ¿o de nadie?, y nuestras respuestas ante ellas, siendo estas últimas las que configuran la existencia propia y la felicidad que de ésta obtengamos.

“Match Point” narra la historia de un “ceniciento” que encuentra a su “princesa rosada” que lo ayudará a escalar hasta alcanzar las altas cumbres de la sociedad londinense actual. Chris Wilton, un tenista profesional retirado, quien se dedica a dar clases, comienza a salir con su rica alumna, Chloe Hewett, para terminar casándose con ella. Las cosas marchan bien hasta que… aparece el deseo envuelto en el cuerpo de Nola Rice, la prometida del hermano de su futura esposa, Tom Hewett. Como escribió Oscar Wilde: “Puedo resistirlo todo, excepto las tentaciones”. Entonces, arranca el drama de esta comedia en la cual la ópera substituye al género clásico de las cintas de Allen: el jazz.

Los papeles principales son interpretados por Jonathan Rhys Meyers (Chris Wilton), Scarlett Johansson (Nola Rice), Matthew Goode (Tom Hewett), Emily Mortimer (Chloe Hewett Wilton), Brian Cox (Alec Hewett) y Penelope Wilton (Eleanor Hewett). La fotografía es responsabilidad de Remi Adefarasin y el montaje estuvo a cargo de Alisa Lepselter.

En fin, cuánto más podría comentar de esta obra de colores cálidos del otoño británico, que mueve emociones cubiertas por un cielo gris poblado de melancolía: matices que ocultan un difícil juego en el cual los protagonistas se juegan la vida. No se la pierda, hasta el final, decidido por el azar.


Artículo publicado en la Revista Orbe de julio de 2006.