Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

7.17.2006

Muerte al genocidio

Es trascendental el debate sobre la reciente guerra civil en Guatemala, antes de que la historia auténtica quede sepultada bajo un montón de mentiras y “verdades a medias” amparadas en informes sesgados como el de la Comisión de Esclarecimiento Histórico. Realidad enterrada por la versión políticamente correcta y conveniente para los cabecillas del bando que ambicionaba alcanzar el poder violentamente.

Quienes ocuparon a la fuerza la embajada de España en 1980 fueron Vicente Menchú y sus compañeros. ¿Acaso esa acción no los hace, junto con Máximo Cajal, los responsables de la muerte de los rehenes: engañados y secuestrados en la mencionada sede diplomática? ¿Por qué sus familiares no actúan judicialmente para que no continúen violando a sus seres queridos fallecidos en este hecho? Es irónico que Rigoberta Menchú, la hija del jefe de la facción terrorista, sea quien impulsa procesos jurídicos en este caso.

Además, debemos utilizar cabalmente el concepto de genocidio, sino, vamos a contribuir al “exterminio” de un término importantísimo. Las raíces de genocidio las hallamos en dos palabras latinas: “gentem”, acusativo de “gens”, que significa “clan, familia, gente”, y “-cidio”: “muerte dada a”.

En los enfrentamientos entre serbios y croatas, árabes y kurdos, tutsis y hutus, sí hubo una “eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad”. En Guatemala no. Aquí, pelearon ixiles contra ixiles, k’iches contra k’iches, kaqchikeles contra kaqchikeles… Y así hasta listar las comunidades lingüísticas que reconoce la Academia de Lenguas Mayas. Murieron implicados en el llamado “conflicto armado interno”, quienes sabían el riesgo que corrían al involucrarse en la guerrilla. Murieron militares que cumplían con su deber. Y, tristemente, también murieron inocentes espectadores de esta cruenta lucha.

Entre los mandos castrenses habían indígenas, escenario difícil de encontrar entre los comandantes subversivos: la mayoría de ellos eran ladinos. Según recuerda mi padre, a Romeo Lucas García, en la toma de posesión presidencial, lo acompañó su madre quien vestía un traje regional de Alta Verapaz. Otros cuentan que a Lucas le costaba expresarse en castellano, razón por la cual, en varias ocasiones, dio discursos en su idioma materno: q’eqchi’.

Preocupa ver cómo en nuestro país, algunos oportunistas desvirtúan el sentido de genocidio. Por cierto, si las denuncias de Amnistía Internacional de intimidación a testigos del supuesto genocidio son verídicas, presenten las pruebas e inicien los trámites legales correspondientes, pero no pretendan distraer con estas tácticas la necesaria discusión sobre el tema. Discusión que ojalá rebase fronteras.

En fin, todos somos mestizos: mezclas de una pléyade de culturas ancestrales. Portemos apellidos compuestos, como el mío, castellanizados como el de Estuardo, o judíos como el de Jorge.


Nota: artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 17 de julio de 2006.