Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

7.24.2006

S & P

La calidad de vida de la mayoría en Guatemala es de las más bajas en los albores del tercer milenio. Podríamos vivir mejor, si aprovecháramos los avances del progreso y los descubrimientos que se han hecho, en especial aquellos que tienen que ver con la acción humana. No el ideal utópico del hombre entregado a alcanzar las metas de otros. No. La acción de las personas que buscan su felicidad: trabajan para lograr sus propios fines. Simplemente, el humano como es: un ente teleológico.

No obstante, el deseo arrogante de algunos que pretenden cambiar su naturaleza y la de los demás, ha impulsado experimentos que nos heredaron un modelo centralizado, interventor y mercantilista, denominado Estado benefactor. Qué ironía que su “padre intelectual”, el canciller alemán, Otto von Bismark, en su afán por combatir a Marx y sus seguidores, promovió esta visión fracasada de lo que deberían ser las funciones de los gobernantes. Pese a sus “buenas intenciones”, terminó sucumbiendo ante el atrayente poder casi ilimitado que otorgan los sistemas colectivistas que imponen, coercitivamente, la voluntad de unos pocos sobre la población. Y eso que, en 1878, prohibió las actividades comunistas en su nación. Tal vez no quería competencia: prefirió el monopolio del control.

Sociedades como la teutona, de las más adelantadas en el proceso de industrialización que incrementó de manera exponencial la riqueza y las condiciones de vida de todos durante el siglo diecinueve, se podía dar el lujo de experimentar y aún así, a pesar de los obstáculos, continuar creando bienestar. Sociedades atrasadas no podían correr el riesgo del ensayo. Sin embargo, en 1945, unos cuantos “iluminados” decidieron aplicar en nuestro país esa aberrante propuesta que convierte a los individuos en conejillos de indias. Paradigma mantenido y profundizado por los posteriores mandatarios, independientemente de su “signo”.

La nueva clasificación que “nos” concede ¿quiénes son “nos”? “Standard & Poor’s” no me causa ningún éxtasis orgásmico como le ha provocado a varios burócratas del actual gobierno. Este reconocimiento favorece primordialmente a los políticos: facilita a las autoridades la venta de títulos soberanos: el aumento de la deuda de los tributarios que adquieren por nosotros aquellos que administran la ficción llamada Estado. Quizás ayudará a algún miembro de la élite de la gran empresa, en particular del mundo financiero. Pero nada más. El resto no vivimos de la “macroeconomía”. La nuestra es una realidad objetiva: la diaria microeconomía.

El principal enemigo del desarrollo es creer equivocadamente que el gasto gubernamental acrecienta los estándares de vida y reduce la miseria en el largo plazo. El nefasto mito del “Estado proveedor”, que no le importa quién paga sus “bondades” y cuyas consecuencias son más abusos y violaciones, nos deja a merced de los dirigentes de los grupos de presión. Y sí, S & P: somos pobres.


Nota: articulo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 24 de julio de 2006.