Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

12.22.2005

Crash

Crash es, sobre todo, un choque de prejuicios.

Una producción “estrellada”, no sólo por el elenco estelar, sino por el tema. Lamentablemente, esta excelente película se “estrelló” en la taquilla de los cines: en Guatemala ni siquiera la llegaron a exhibir.

Por cierto, es una de las mejores cintas que vi en el año 2005. Uno de los filmes que pasó inadvertido y hoy resucita ante la posibilidad de ser nominado a los premios Oscar, lo cual consideraría un justo reconocimiento.

Crash es una película que, sin lugar a dudas, se presta a muchas lecturas que nos invitan a verla más de una vez. Y llorar de nuevo en ciertas escenas sorprendentemente conmovedoras. Epifanías.

Un reparto fabuloso. Una fotografía memorable. El guión inteligente, con diálogos retadores y políticamente incorrectos. Una clara muestra del fracaso de las leyes que privilegian a unos a costa de otros. Un ejemplo más del descalabro ocasionado por las llamadas “acciones afirmativas”. ¿Cómo no me iba a gustar Crash?

Comienza a nevar. Las luces blancas de los automóviles resaltan sobre el azul profundo de la noche. El rojo nos anuncia el choque de prejuicios: el resultado de nuestros miedos más arraigados. Todos tenemos prejuicios.

Los prejuicios son producto de la ignorancia, y los mantiene vivos la desidia de pensar. Es más sencillo creer los cuentos que inventan unos para manipular a los otros, que esforzarse en buscar las respuestas que permitan aclararnos las ideas. Por eso hay quienes encuentran en esas respuestas “fáciles” la solución más cómoda a sus dudas. Explicaciones tan descabelladas como pensar que todo latino tiene que ser mexicano. O que todo asiático es chino, todo musulmán es árabe, todo blanco es racista y todo negro es ladrón. O huevón.

La película inicia con un choque de vehículos: casi al final de las historias de los protagonistas, esas vivencias que se entrecruzan para formar un solo trama. Un muerto abandonado en la cuneta ¿quién es?

“Es el sentido del tacto. En una ciudad real, la gente te roza, te golpea al caminar. En Los Ángeles nadie te toca. Estamos detrás del metal y el vidrio. Extrañamos tanto ese roce que chocamos contra el otro para sentir algo”.

¿Cuáles son los “hilos conductores” del relato? Algunos ya los he mencionado: los prejuicios, los miedos. Otros son el rencor, el resentimiento, el poder, la inseguridad, pero no de la ciudad, sino la propia. Todos ellos, los hilos, convertidos en ellas: emociones.

Es una producción que aparenta reproducir estereotipos, pero termina cuestionándolos. Un universo diverso que, al final, en lugar de dividir, une. Una película donde los prejuicios se manifiestan en los temores de los personajes. Un miedo ciego que se fija en el color de la gente. Y algo más.


¿Son las supersticiones parte de nuestros prejuicios? Tal vez. Por si acaso, le recomiendo no pasear un San Cristóbal: no les trajo mucha suerte a más de uno. A diferencia de la “capa protectora invisible” del ángel, la que le entregó la hada madrina al padre cuando tenía cinco años, esa que luego heredó a la hija. Esa sí funciona.

“Vivir en constante choque”, descubrir que los monstruos verdaderos no se esconden debajo de la cama: los llevamos dentro. “Estoy enojada todo el tiempo y no sé porqué”. El choque que producen esos dilemas propios de todos los días.

Al fin, no importan las circunstancias, sino nuestra respuesta ante ellas: la última palabra la tiene cada quien. Somos capaces de cometer las más bajas y deleznables acciones, pero también de actuar de la forma más noble que podemos imaginar. Y en ambos casos somos responsables de las consecuencias de esas acciones. No estamos llamados a “amarnos los unos a los otros”. Eso es imposible. Pero sí tenemos la obligación de respetarnos los unos a los otros, más allá de nuestros prejuicios.

Sin embargo, a pesar de los choques, Crash nos deja un sabor a esperanza: ¿entenderemos el resentimiento del policía? ¿Es posible ser primero villano y luego héroe? ¿Se redime el ladrón? ¿Es todavía Estados Unidos la tierra de las oportunidades dónde todos son “free to go” y, como dijera Benjamín Franklin, “el tiempo es oro”?

Crash, es una producción estadounidense del año 2004, que cuenta con las actuaciones de Sandra Bullock, Don Cheadle, Matt Dillon, Jennifer Esposito, Brendan Fraser, Chris "Ludacris" Bridges y Ryan Phillippe. El director es Paul Haggis, quien, con el apoyo de Bobby Moresco, escribió el guión. También merecen mención especial Mark Isham a cargo de la música y Michael Muro, responsable de la fotografía.

Desde el principio hasta el final, Crash nos cuestiona, hace que nuestros prejuicios y miedos derivados de los anteriores choquen. Es probable que al terminar de verla, se encuentren con más preguntas de las que tenían al principio. Como me pasó a mí.

12.16.2005

Es imposible

Es imposible pedirle al sol que abandone al cielo. Es imposible. Así como imposible es pedirme que te olvide un solo instante.

Es imposible esperar que un bebe no llore. Es imposible. Tan imposible como esperar que una lágrima no recorra mi rostro cuando te extraño.

Al abrazarte te siento tan cerca de mí ser que es imposible no sentir como entras en él y lo llenas hasta el último de sus rincones.

Un segundo que no piense en ti… eso… eso… es imposible. Total y plenamente imposible.

Esperar que el océano no llegue a la playa y bañe la arena con sus aguas impetuosas, a veces, calmadas, otras, es nada más que imposible. Convertirme en ese mar que pretende alcanzar tu inmensidad, ¿qué tiene de imposible?

Si te tengo junto a mí, pedir por algo más, sin lugar a dudas, es imposible.

Y si mañana me pides que te entregue el mundo, veo qué hago para complacerte. De alguna forma lo conseguiría. Algo inventaría. Hasta llegaría a vender mi alma, sin remordimientos, porque vivir sin tu amor es simplemente imposible.

Como imposible es pensar en los años que viví sin conocerte, escuchando “Es imposible” en compañía de la voz del Rey.

Imposible es pensar que alguien más pueda reinar en mi corazón.

Es imposible, imposiblemente imposible.

12.08.2005

El dilema del choconoy

Aunque, siendo correctos, el dilema no es del choconoy, sino del individuo. Aunque más de uno, excusándome con la lombriz por la comparación, merece ser llamado gusano.

La discusión “nacional” sobre el tema de la planificación familiar “centralizada”, para variar, en el abstracto “Estado”, me lleva a meditar sobre lo que considero está en juego detrás de toda la chachalaca: nuestra libertad individual.

Con el permiso de Karen Cancinos, tomo prestado el recuerdo de su niñez (esa vez, cuando niña, que semejante animal osó entrar en sus sábanas) y la consiguiente metáfora para continuar su evolución en uno de los dilemas más controversiales del individuo: ¿hasta dónde vamos a permitir que otros invadan nuestra esfera privada?

Me pareció un título sugerente para esta encrucijada humana el de “dilema del choconoy”. Para los habitantes de Guatemala es fácil entender a qué me refiero: ese gusano negro y peludo, cubierto de una especie de pelo hirsuto, en medidas que oscilan entre una o dos pulgadas, y cuyo contacto produce irritación, y en algunos casos hasta “calentura”, pero no de la buena. Científicamente es conocido como “estigmene acrea”.

Un helminto, parásito del hombre y de los animales, que cuando se “destripa” suelta una desagradable liga de color verde, ¿color esperanza? ¿Alguna alusión a oportunistas gorrones? No, ¡qué va!

Dos es compañía. Tres, o más, son multitud. En algunos casos las multitudes son aconsejables y entretenidas, pero en otros… no.

En “multitud” el sexo, al menos para mi, no es apetecible. Políticos, religiosos, moralistas y demás entes entrometidos: fuera de mi cama. Pues al fin, todos estos “grupos” es eso lo que pretenden: regular que “sea lo que sea” suceda en nuestra intimidad tenga las consecuencias previamente dispuestas por ellos.

Pero, y nosotros, ¿qué? Creo que algo tenemos que decir en el asunto (innombrable cada vez para menos) que se discute: nuestras relaciones sexuales libres y consensuadas.

Imagino que algunos de los dialogantes desean promover el “amaros los unos a los otros”, pero “controlad los resultados”. Mientras que los otros prefieren el “absteneos de tocaros los unos a los otros”, excepto para la multiplicación de la “raza”.

Ni con los algunos ni con los otros. Lo prefiero como un tema a discutir, y discurrir en y sobre él, en exclusiva con el “objeto” de mi amor.

Al fin, a los interesados en el debate, hay que recordarles lo importante que es no distraernos del verdadero interés de muchos de los políticos involucrados en la discusión: el económico: ¿quién ganará comisiones en la compra de preservativos y demás hierbas?

Miembros de los “neomaltusianos” y religiosos doctrinarios: no sean ingenuos. Los intercambios bizantinos han sido divertidos, pero, ¿no sería bueno que enfocáramos nuestros esfuerzos en evitar que sigan despilfarrando los escasos recursos de los contribuyentes?

El resto es decisión de cada quien. Respetemos, ¿no les parece?