Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

1.30.2006

El correcaminos

Llegó el momento del cambio, antes de que se quede sin empleo. La situación de nuestra nación le da la oportunidad de transmigrar. O, aún mejor, empezar un negocio: ponga su agencia de emigración, como ya lo han hecho otros. Hágase coyote. Lo bueno es que, a más oferta, mejor servicio y precios más bajos para los usuarios. Qué bien: todos ganamos.

Ahora que los gringos, dicen algunos, van a construir un muro para detener a los “caitudos”, no deje pasar la ocasión. No olvide que lo prohibido es más deseado: mientras más prohibido, más atractivo.

Total, dirán algunos sesudos, tantos tontos que quieren irse a vivir al mismísimo infierno del imperio del siglo veintiuno: el estadounidense. Y lo anterior, a pesar de sus huracanes y la vida desgraciada a la que se enfrentan: la explotación. ¿Por qué se van?

Y lo peor es que son millones los que llegan de todas partes del mundo. Sólo Chapínlandia ha exportado alrededor de dos millones de humanos. Y mientras usted lee este artículo, imagínese cuántos más decidieron irse. Qué tipos estos: no saben lo que les conviene. ¿O sí?

Masoquista que es la gente tercermundista: les gusta ponerse de alfombra para que pise la bota yanqui. No aprecian el estado benefactor que los gobernantes de los países pobres imponen y promueven. No cabe duda, somos una bola de malagradecidos. Suspiro.

Continuemos con la planificación estratégica. Puede publicitar su empresa como una agencia que se dedica a la noble tarea de trasladar al emigrante al otro lado. “Mojados o secos, depende de su presupuesto”. Advierta: “¡Nosotros sí somos honrados! No lo dejamos tirado. Lo ayudamos a hacer realidad el sueño americano”. (Aunque algunos “expertos” lo consideren una pesadilla.)

“Nosotros somos más correcaminos que coyotes: no intentamos almorzárnoslo sino acompañarlo a la velocidad del rayo a recorrer las rutas que lo llevarán a esa otra existencia que desea. Emprenda el recorrido con nosotros”.

¿No le parece que es un negocio con posibilidades de crecer? Así como aumenta la demanda. Déle, anímese a emprender.

Además, recuerde, a diario llega a nuestro territorio, procedente de los más exóticos rincones del planeta (y los no tan lejanos países), gente que nos utiliza de puente para llegar a la "land of the free". ¿No le parece que también ellos hacen atractivo el riesgo de ofrecer servicios de “mudanza” personal?

Coreanos, hondureños, nicaragüenses, ecuatorianos…, en su afán de buscar un mañana prometedor para sus familias, dejan sus hogares para llegar a Estados Unidos, sin conocer a ciencia cierta los peligros que en el camino deben enfrentar. Y aunque los conocieran les da igual: hoy, el futuro no esta en sus tierras.

Al fin, el trabajo es una mercancía más. Si no se la compran en Guatemala, la puede vender en otros lados. En aquellos lugares donde sí se privilegia, más allá del discurso, la atracción de inversión: esa que transforma recursos en riqueza.

Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 30 de enero de 2006

1.28.2006

Casi siete años después...

Nota: se valen refritos, una vez fueron “revisitados”. El siguiente es uno de los escritos más importantes que me he atrevido a compartir públicamente. En su momento, fue una catarsis necesaria ante mi primera experiencia de frente con la muerte. Sí: la muerte de una parte del amor. Duele de solo pensarlo. Hoy, cuando lo leí después de casi 7 años de su publicación (Siglo Veintiuno, jueves 18 de marzo de 1999), no pude evitar llorar. Qué cosa: inexplicable: la emoción al recordar sigue siendo la misma: mis reacciones no cambian. Intenté no editarlo, pero no tuve éxito. Mi Mamatita merece lo mejor de mí en cualquier época. Fue poco lo que alteré y sólo de la forma. El fondo es inmutable. Todo mi sentimiento apunta en este momento al cielo, este éste donde esté.

MAMATITA: “TALITA CUMI”

Dormir, dormir, tienes que dormir. Una y mil vueltas en la cama. La luz prendida, ¿la apago? La “tele” encendida, ¿tiene el “sleep” programado? No. No sé. Total, ¿quién puede descansar esta noche?

Escucho los pasos de mis papás que bajan acelerados las escaleras y corren hacia fuera: hacia la casa de la vecindad. Sin pensarlo, brinco de la cama, me pongo mis “pants” azules (no podrían ser de otro color) y salgo corriendo desesperadamente al hogar de mis abuelos.

Al salir, no puedo evitar ver ese precioso día de diciembre en puro mes de marzo. Un cielo azul brillante, claro y profundo. Un inusual pero leve frío acompaña al suave canto angelical de las aves por la mañana. ¡Qué día tan especial! Pensé. ¿Por qué? ¿Será un milagro? ¿Están de fiesta en algún lugar al cual, aún, no he sido invitada?

Bueno, basta ya de divagar, me dije.

Entro deprisa a la casa de al lado y me asomo a la puerta del cuarto oscuro, el que se encuentra al final del pasillo. Entro gritando en silencio: “¡Tita, Tita! Espéreme, no nos deje... me voy con usted...”. “No, Yolita, tranquila...” Parece que escucha mi alma la replica de una dulce voz conocida. ¿Será una locura? Continúa ese diálogo privado: “Todavía no es tu tiempo... falta... paciencia, porque falta mucho por ver, por aprender... por hacer y por vivir... ese día llegará, en el que todos juntos estaremos celebrando por siempre a la vida... tranquila”. Utópico. Me parece. Al menos hoy.

Mientras, a pesar de que la mente entendía, el corazón rebelde seguía necio insistiendo: no, no, no puede ser. ¿O sería el corazón egoísta? No sé, insensato él en búsqueda de explicaciones: ¿podrían ser ambas, o ninguna, la razón? Qué importa. Al fin que, sin remedio, partido y dolido se encuentra.

Al pasar los minutos entendí el origen de este hermoso día. El cielo brilla más porque la luz del alma de ese ser luminoso y afable que nos alumbró por muchos años, ahora forma parte de la eternidad. Es ese fulgor diáfano que nos ilumina. Entiendo también el frío, ya que el calor que nos daba lo irradia desde arriba: tarda un poco más en alcanzarnos. Pero, poco a poco, empezamos a sentirlo hasta los huesos, dentro de cada uno de nosotros, que somos carne y sangre de su cuerpo. Y, por supuesto, ¡cómo no iban a estar contentos en las alturas, celebrando la llegada de un nuevo ángel al paraíso! Por eso entonaban una bella canción las criaturas de Dios en esta nuestra tierra.

A pesar de lo anterior, o multiplicadas por ello, siguen rodando por mi rostro esas gotas de agua salada que salen de mis ojos. Lágrimas, lágrimas y más lágrimas. ¿Cómo es posible? ¿Es que acaso son inagotables? ¿De dónde salen? Un misterio. Tal vez nacen en ese confundido corazón que, como un trapo mojado cualquiera, está siendo exprimido. Por lo menos, así siento el alma: estrujada. Así debe sentir el más fuerte de los rosales cuando le cortan la rosa más hermosa para que ésta alegre la casa del Señor. Así como solía hacer mi Mamatita.

Paso las siguientes horas flotando en una nube. A veces, creo que es una pesadilla de la que espero despertar en cualquier instante. Observo a mí alrededor y pienso, recuerdo, siento: sigo sintiendo. El dolor que no se ve me recuerda que sigo viviendo. Agradezco a las personas que se acercan a saludarme. Procuro escucharlas... aunque el cansancio no me deja oír bien. Quisiera decirles que mi cabeza ya procesó los argumentos lógicos de “polvo eres, y en polvo te convertirás”. Pero, ¿y el corazón? Ese necesita tiempo. Ese sólo siente.

Los arreglos de flores siguen llegando. En su mayoría son rosas de colores variados.

Retrocedo en el tiempo y me parece verla en el jardincito, al lado del garaje, mimando delicadamente su rosal, mientras yo corro arrebatadamente para irme a alguna reunión a la que voy tarde. Pero, sin duda, para mi Mamatita encuentro espacio: no me voy sin antes desearle buenos días después de besarla en la mejilla. Recuerdo que me decía, con una sonrisa dibujada en el rostro: “Mira, qué preciosas están mis rosas hoy”. Luego, solía entrar con ella a su casa y saludar a mi Papaché, quien se encontraba sentado a la mesa, esperando a su linda señora para empezar a desayunar. Al despedirme, me decía mi abuelita: “No se te olvide ponerte suéter que está haciendo frío”. ¿Qué le iba a responder? “Sí, Tita, no se preocupe, ahí lo llevo en el carro. Los miro al rato.” ¡Ay, Tita! Siempre pendiente de todos.

Se nos adelantó a vivir un sueño bendito. Pero se quedó con nosotros, y dentro de aquellos a quienes tocó con su bondad, alegría y ternura. Cómo duele pensar que mis ojos no la volverán a ver. Pero sé que, desde donde quiera que esté, nos cuida con amor. Amor que nos envía, durante el día, en forma de un rayo de sol. Y por las noches, en forma de una estrella, nos guía de regreso a la casa. Dicen que descansa en medio de un huerto: mentira. Eso no es cierto. Tita está con nosotros: se encuentra al lado del Creador, y Él está en todos lados. Y ella junto con Dios a nuestro lado.

Tita: “Talita, cumi, levántate muchacha”, como le dijo Jesús a la hija de Jairo. Levántate y vive por siempre. Con el más grande cariño, admiración y respeto, para esa gran dama que me lee desde el cielo: mi abuelita querida, Martita Palma de Díaz-Durán.

Gracias, Dios mío.

1.23.2006

Lo mío, es mío

Y lo tuyo es tuyo. No importa que lo hayamos ganado, trabajado o heredado: es independiente de los “hados” que nos lo hayan otorgado.

¿Acaso no es uno de los primeros vocablos que aprendemos aquel que implica la propiedad de un bien? En el caso de nuestro riquísimo español, la palabra clave es “mío” a la que acompaña, inevitablemente, la palabra tuyo. Porque, ¿cómo voy a exigir que se respete lo mío si no respeto lo tuyo?

Puedo hacer con lo mío lo que quiera: invertirlo, destruirlo, ahorrarlo, usarlo, regalarlo… una vez respete lo de todos, entendidos estos últimos como individuos y no un colectivo.

Sin embargo, dependiendo de la moda vigente en lo “socialmente aceptable”, este concepto se fortalece y protege como un principio básico que asegura el progreso y el bien común o, en otros casos, como el que nos ha tocado vivir, el derecho de propiedad y los términos que lo identifican, se convierten en una especie de tabú: en malas palabras que sólo repiten los “egoístas”. En algunas oportunidades, esa misma actitud “políticamente correcta” nos puede llevar a considerar casi pecaminoso hasta pensar en el “Yo” (con mayúscula).

Por cierto, a quienes disfrutan de la lectura, quisiera recomendarles la novela Anthem de Ayn Rand. Brillante manera la de esta escritora y filósofa del siglo veinte al presentar el extremo al cual nos puede llevar la idea de que, centralmente planificado, se puede “construir” un mundo feliz. Propuesta que también hace, entre otros, Aldous Huxley en su conocida obra A Brave New World.

La presente reflexión la inspira algunos comentarios de funcionarios públicos, quienes recientemente han declarado en los medios de comunicación que es obligación de la gente entregarle al ficticio “estado” (con minúscula) la parte de lo nuestro que le corresponde. ¿Desde cuando trabajamos para ellos? Qué dealpelo.

Pocos lo dudan: hay que contribuir al sostenimiento de los gobernantes, pero con objetivos específicos: asegurar que se haga justicia, se cumplan los contratos y se respeten los derechos a la propiedad, la libertad y la vida de las personas. Nada más. El resto de “buenas intenciones” lo único que logran es aumentar la discrecionalidad de los burócratas en el ejercicio del poder y, por ende, incrementar la corrupción y obstaculizar el desarrollo de los miembros de la sociedad.

Dice la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano” (Francia, 1789), en su artículo 14: “Todos los ciudadanos tienen el derecho de comprobar… la necesidad de la contribución pública, de consentirla libremente, seguir su empleo y determinar la cualidad, la cuota, el método de cobro y la duración de las misma”.

Promover la idea de que lo propio, o una parte de ello, es “propiedad” del “estado” implica regresar al pasado medieval donde los siervos terminaban siendo esclavizados por los señores feudales. Los habitantes de Guatemala, ¿vamos a ser ciudadanos o vasallos?

Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 23 de enero de 2006

1.19.2006

Broken Flowers

La película empieza con una carta que es entregada a un don Juan en decadencia (over the hill), en el momento en el cual es abandonado por su más reciente amante. Un sobre rosado, escrito con tinta roja y sin remitente, que le anuncia, anónimamente, que pudo haber sido padre hace 19 años.

A veces, vivir nos da sorpresas. Al menos, ese fue el caso de Don Johnston, una especie de “baby boomer” cincuentón que hizo su fortuna por medio del negocio de las últimas décadas del siglo pasado: las computadoras.

Es una ironía obvia que el nombre de Don John (Juan) ston nos recuerda a ese famoso personaje de apellido Tenorio creado por José Zorrilla en 1844. Un Don que va a pasar por un cementerio… pero de visita.

El papel principal es interpretado por el conocidísimo Bill Murray, quien personifica de nuevo a ese ser casi inexpresivo, con una vida cotidiana vacía, independientemente del éxito que haya alcanzado. No sé que dirán los estudiosos, pero, como simple espectadora, me atrevería a decir que en cierta forma Murray ha sido encasillado dentro de este tipo de papeles, a veces patéticos, de ánimo depresivo. O tal vez no. Quién sabe. Usted dirá.

La música, en su mayoría una especie de jazz de Etiopía, es de lo mejor que tiene el filme. Melodías que acompañan al apático Johnston en la búsqueda de ese hijo. Búsqueda a la cual es prácticamente arrastrado por su amigo y vecino, el etíope Winston, interpretado por Jeffrey Wright, quien quisiera ver a su amigo disfrutar la especial experiencia de ser padre. Y si alguien sabe del tema es Winston quien, despreciando a Malthus y sus teorías, ha procreado cinco criaturas. Y a pesar de esa circunstancia y el hecho de ocupar tres empleos, le queda tiempo para dedicarse a su vocación detectivesca.

(Increíble, sólo en un país como Estados Unidos puede la gente darse el lujo de tener tres trabajos, mientras en países como Guatemala se sufre por encontrar uno.)

Una experiencia que se antoja, sin menospreciar la calidad del nacional, es probar ese café, también de Etiopía, que suelen tomar ya sea en casa de Winston o en el café de Carlitos. El compañero oscuro de una vida donde, más allá del mito del eterno soltero, nos topamos con un hombre solitario.

Creo que Broken Flowers es una especie de comedia ¿o fina ironía? dramática, aunque suene paradójico, de carácter existencial. Un encontrar sentido personal, ¿por medio de otros?

Obra que muestra la erudición del guionista al presentarnos a una especie de reencarnación de la Lolita de Nabokob. Aunque la principal atracción en este caso, dirán lo señores, es la madre, no la hija, interpretada la primera por Sharon Stone. Que descanse en paz Shelley Winters.

Querer, pero querer que lo quieran. ¿Un deseo común a todos? Y al fin, la película es como una vida en proceso: un misterio aún sin final. ¿O no?

El director de esta producción estadounidense del año pasado es Jim Jarmusch, quien también le hace de guionista. Además de Murray, Wright y Stone, actúan Frances Conroy, Jessica Lange, Tilda Swinton, Julie Delpy, Christopher McDonald y Chloë Sevigny.

Una recomendación en especial le hace Winston a Johnston: “Always, always bring flowers, pink flowers”. Flores rosadas, siempre rosadas. Una recomendación les hago yo: no la mire con sueño, ni de noche ni de día. Procure estar bien despierto y en compañía de un café, como lo hace Johnston.

Nota: este artículo se va a publicar en la revista “Orbe” del mes de febrero de 2006.

1.16.2006

Predebate

Antes de entrar de lleno en el debate público por escrito, hay algunos puntos que quiero dejar claros. Puntos que a mí me costó “tragar”, pero que al final no pude hacer otra cosa que rendirme ante la evidencia y aceptar aquello que está más allá de mis límites humanos.

Total, aunque espere una semana más para tirarme un clavado en los temas controversiales de hoy, no por eso van a dejar de ser actuales. Una de las cosas que aprendí en los años recientes es que no por mucho madrugar amanece más temprano: se disfruta más sin prisas.

Es importante reconocer que todos tenemos ciertos principios y valores. El problema se genera al no definir tales principios y valores, y el orden de prioridad que éstos tienen en nuestra vida: su escala. Por eso es vital encontrar las coincidencias mínimas que nos permitan vivir en paz.

La situación se complica aún más cuando aparecen quienes creen que su escala de valores es superior a las otras y, arrogantemente, pretenden imponerla a los demás.

Luego, terminamos discutiendo acerca de la “crisis de valores”. Pero, ¿a qué valores nos referimos? ¿Acaso a la responsabilidad individual, la principal víctima del estado Benefactor? ¿A la confusión entre la imposible equidad frente a la deseable igualdad ante la ley? ¿O nos referimos a la despreciada libertad, tan necesaria para el progreso de las personas? Lo anterior lo digo sin menosprecio a las virtudes deseables en todos, dentro de las cuales incluyo el ser honesto, laborioso y respetuoso.

Qué maravilloso sería si la situación se arreglara por medio de la motivación, y los mensajes “positivos” nos permitieran “ver” la realidad de otra manera, aunque ésta no cambiara. Sin embargo, lo bueno y loable de la intención se puede quedar en una canción al estilo “oye, abre tus ojos, mira hacia arriba…” que nos haría bailar por un rato pero nos agotaría en el largo plazo.

Seguro que sería fácil solucionar los problemas del “Estado” si aquello que funciona en nuestra esfera privada (planificar, organizar, motivar, animar…) fuera aplicable a la esfera pública. No obstante, en el caso de esta última, lo que más afecta el comportamiento en sociedad son las normas que lo rigen: el sistema.

Por eso no se trata sólo de hacernos un coco wash generalizado, agarrarnos de las manos y cantar unidos el himno de la alegría. Y disculpen si a alguien lo anterior le pareció una ironía. Puede que lo sea.

Los que enfatizan en el cambio de la “actitud colectiva” intentan un imposible: creen que un país es un individuo. Olvidan que el “colectivo” está integrado por millones de subjetividades todas diferentes, personas de “carne y hueso”, donde cada cabeza es un mundo.

Si queremos cambiar Guatemala, tenemos que cambiar las reglas que nos rigen y cumplir con ellas. Tenemos que adecuarlas a cómo actuamos las personas y no a como nos gustaría que fuéramos.

Motivemos el cambio de un estado Benefactor a uno de Derecho.

Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 16 de enero de 2006

1.09.2006

Principios

Principios y yo emprendemos de nuevo el camino que pidió tregua por un período mayor al año sabático. Un placer que hace un tiempo fue interrumpido por Dios, el destino, las circunstancias… por quien sea o lo que sea. Un intervalo que me dio la oportunidad de volar en otros cielos, experimentar nuevas emociones y profundizar en los principios.

Un período en el que, espero, como el buen vino de cepa excepcional y cosecha memorable, añejamos y aumentamos la riqueza de nuestros colores, sabores y olores. Época en la cual el cuerpo consistente de ideas se aclaró: absorbió luz por medio del cuestionamiento constante. Un conjunto de principios que los invito a catar y cultivar como propios.

Sin embargo, al ser los principios un comienzo, un concepto primigenio, estos se fortalecieron y, paradójicamente, simplificaron. Una promesa en especial les hago: no pretendo utilizar el término “principios” de forma vacía. No. Por el contrario, espero darle contenido particular a la palabra.

Quiero celebrar este principio recordando al famoso liberal decimonónico de origen mexicano, Benito Juárez. Pero, como muestra de esa iconoclasta a la que he evolucionado, la mejor manera de hacerlo es parafraseando su celebérrima frase: “El respeto al derecho ajeno, es el bien común”.

Pues, ¿acaso no queremos la mayoría vivir en paz? ¿No es ese uno de los más sublimes anhelos del ser humano?

El respeto es el principio. El principio es el respeto.

El respeto a las posesiones ajenas, si quiero que respeten las mías.

El respeto a la libertad individual de los otros. Por supuesto, reconociendo que el límite del ejercicio de mi libertad se encuentra en los linderos de los derechos de los demás.

El respeto a la vida del vecino: cercano y lejano. El respeto a la vida del conocido y el desconocido. Sin duda, a la vida de todos. Derecho que debemos respetar como condición sine qua non si queremos conservar el propio: nuestra vida.

Me permito soñar y creer que el cambio de paradigmas es posible. Sueño conque todos podamos maximizar nuestros momentos de felicidad. Qué maravilla. Sólo debemos respetar el derecho de cada uno a buscar su felicidad, ¿no es obvio?

Principios que, una vez entendidos, no sólo nos permitan creer en un futuro mejor, sino que nos señalen el sendero para alcanzar ese y otros objetivos que hoy parecen parte de una novela: pura ficción. Los principios pueden hacer realidad aquello que imaginamos: no tiene la realidad que matar la ilusión.

Y, como este escrito es para mí un ensayo, en el presente no pretendo agotar el tema de mañana. Sencillamente deseo empezarlo. O, mejor dicho, continuarlo. Queda a discreción de ustedes acompañarme en este viaje en el que también voy como pasajera, disfrutando del recorrido con un final en construcción.

Sólo les hago una recomendación: guarden los prejuicios en el cajón. Así, el trayecto será menos turbulento y más placentero.

Vamos. Principiemos.

Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 9 de enero de 2006.