Casi siete años después...
MAMATITA: “TALITA CUMI”
Dormir, dormir, tienes que dormir. Una y mil vueltas en la cama. La luz prendida, ¿la apago? La “tele” encendida, ¿tiene el “sleep” programado? No. No sé. Total, ¿quién puede descansar esta noche?
Escucho los pasos de mis papás que bajan acelerados las escaleras y corren hacia fuera: hacia la casa de la vecindad. Sin pensarlo, brinco de la cama, me pongo mis “pants” azules (no podrían ser de otro color) y salgo corriendo desesperadamente al hogar de mis abuelos.
Al salir, no puedo evitar ver ese precioso día de diciembre en puro mes de marzo. Un cielo azul brillante, claro y profundo. Un inusual pero leve frío acompaña al suave canto angelical de las aves por la mañana. ¡Qué día tan especial! Pensé. ¿Por qué? ¿Será un milagro? ¿Están de fiesta en algún lugar al cual, aún, no he sido invitada?
Bueno, basta ya de divagar, me dije.
Entro deprisa a la casa de al lado y me asomo a la puerta del cuarto oscuro, el que se encuentra al final del pasillo. Entro gritando en silencio: “¡Tita, Tita! Espéreme, no nos deje... me voy con usted...”. “No, Yolita, tranquila...” Parece que escucha mi alma la replica de una dulce voz conocida. ¿Será una locura? Continúa ese diálogo privado: “Todavía no es tu tiempo... falta... paciencia, porque falta mucho por ver, por aprender... por hacer y por vivir... ese día llegará, en el que todos juntos estaremos celebrando por siempre a la vida... tranquila”. Utópico. Me parece. Al menos hoy.
Mientras, a pesar de que la mente entendía, el corazón rebelde seguía necio insistiendo: no, no, no puede ser. ¿O sería el corazón egoísta? No sé, insensato él en búsqueda de explicaciones: ¿podrían ser ambas, o ninguna, la razón? Qué importa. Al fin que, sin remedio, partido y dolido se encuentra.
Al pasar los minutos entendí el origen de este hermoso día. El cielo brilla más porque la luz del alma de ese ser luminoso y afable que nos alumbró por muchos años, ahora forma parte de la eternidad. Es ese fulgor diáfano que nos ilumina. Entiendo también el frío, ya que el calor que nos daba lo irradia desde arriba: tarda un poco más en alcanzarnos. Pero, poco a poco, empezamos a sentirlo hasta los huesos, dentro de cada uno de nosotros, que somos carne y sangre de su cuerpo. Y, por supuesto, ¡cómo no iban a estar contentos en las alturas, celebrando la llegada de un nuevo ángel al paraíso! Por eso entonaban una bella canción las criaturas de Dios en esta nuestra tierra.
A pesar de lo anterior, o multiplicadas por ello, siguen rodando por mi rostro esas gotas de agua salada que salen de mis ojos. Lágrimas, lágrimas y más lágrimas. ¿Cómo es posible? ¿Es que acaso son inagotables? ¿De dónde salen? Un misterio. Tal vez nacen en ese confundido corazón que, como un trapo mojado cualquiera, está siendo exprimido. Por lo menos, así siento el alma: estrujada. Así debe sentir el más fuerte de los rosales cuando le cortan la rosa más hermosa para que ésta alegre la casa del Señor. Así como solía hacer mi Mamatita.
Paso las siguientes horas flotando en una nube. A veces, creo que es una pesadilla de la que espero despertar en cualquier instante. Observo a mí alrededor y pienso, recuerdo, siento: sigo sintiendo. El dolor que no se ve me recuerda que sigo viviendo. Agradezco a las personas que se acercan a saludarme. Procuro escucharlas... aunque el cansancio no me deja oír bien. Quisiera decirles que mi cabeza ya procesó los argumentos lógicos de “polvo eres, y en polvo te convertirás”. Pero, ¿y el corazón? Ese necesita tiempo. Ese sólo siente.
Los arreglos de flores siguen llegando. En su mayoría son rosas de colores variados.
Retrocedo en el tiempo y me parece verla en el jardincito, al lado del garaje, mimando delicadamente su rosal, mientras yo corro arrebatadamente para irme a alguna reunión a la que voy tarde. Pero, sin duda, para mi Mamatita encuentro espacio: no me voy sin antes desearle buenos días después de besarla en la mejilla. Recuerdo que me decía, con una sonrisa dibujada en el rostro: “Mira, qué preciosas están mis rosas hoy”. Luego, solía entrar con ella a su casa y saludar a mi Papaché, quien se encontraba sentado a la mesa, esperando a su linda señora para empezar a desayunar. Al despedirme, me decía mi abuelita: “No se te olvide ponerte suéter que está haciendo frío”. ¿Qué le iba a responder? “Sí, Tita, no se preocupe, ahí lo llevo en el carro. Los miro al rato.” ¡Ay, Tita! Siempre pendiente de todos.
Se nos adelantó a vivir un sueño bendito. Pero se quedó con nosotros, y dentro de aquellos a quienes tocó con su bondad, alegría y ternura. Cómo duele pensar que mis ojos no la volverán a ver. Pero sé que, desde donde quiera que esté, nos cuida con amor. Amor que nos envía, durante el día, en forma de un rayo de sol. Y por las noches, en forma de una estrella, nos guía de regreso a la casa. Dicen que descansa en medio de un huerto: mentira. Eso no es cierto. Tita está con nosotros: se encuentra al lado del Creador, y Él está en todos lados. Y ella junto con Dios a nuestro lado.
Tita: “Talita, cumi, levántate muchacha”, como le dijo Jesús a la hija de Jairo. Levántate y vive por siempre. Con el más grande cariño, admiración y respeto, para esa gran dama que me lee desde el cielo: mi abuelita querida, Martita Palma de Díaz-Durán.
Gracias, Dios mío.
1 Comments:
Si. Sigue con nosotros, y sigue secando con paciencia estas benditas lagrimas.
By Anónimo, at 7:00 p.m.
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