Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

12.08.2005

El dilema del choconoy

Aunque, siendo correctos, el dilema no es del choconoy, sino del individuo. Aunque más de uno, excusándome con la lombriz por la comparación, merece ser llamado gusano.

La discusión “nacional” sobre el tema de la planificación familiar “centralizada”, para variar, en el abstracto “Estado”, me lleva a meditar sobre lo que considero está en juego detrás de toda la chachalaca: nuestra libertad individual.

Con el permiso de Karen Cancinos, tomo prestado el recuerdo de su niñez (esa vez, cuando niña, que semejante animal osó entrar en sus sábanas) y la consiguiente metáfora para continuar su evolución en uno de los dilemas más controversiales del individuo: ¿hasta dónde vamos a permitir que otros invadan nuestra esfera privada?

Me pareció un título sugerente para esta encrucijada humana el de “dilema del choconoy”. Para los habitantes de Guatemala es fácil entender a qué me refiero: ese gusano negro y peludo, cubierto de una especie de pelo hirsuto, en medidas que oscilan entre una o dos pulgadas, y cuyo contacto produce irritación, y en algunos casos hasta “calentura”, pero no de la buena. Científicamente es conocido como “estigmene acrea”.

Un helminto, parásito del hombre y de los animales, que cuando se “destripa” suelta una desagradable liga de color verde, ¿color esperanza? ¿Alguna alusión a oportunistas gorrones? No, ¡qué va!

Dos es compañía. Tres, o más, son multitud. En algunos casos las multitudes son aconsejables y entretenidas, pero en otros… no.

En “multitud” el sexo, al menos para mi, no es apetecible. Políticos, religiosos, moralistas y demás entes entrometidos: fuera de mi cama. Pues al fin, todos estos “grupos” es eso lo que pretenden: regular que “sea lo que sea” suceda en nuestra intimidad tenga las consecuencias previamente dispuestas por ellos.

Pero, y nosotros, ¿qué? Creo que algo tenemos que decir en el asunto (innombrable cada vez para menos) que se discute: nuestras relaciones sexuales libres y consensuadas.

Imagino que algunos de los dialogantes desean promover el “amaros los unos a los otros”, pero “controlad los resultados”. Mientras que los otros prefieren el “absteneos de tocaros los unos a los otros”, excepto para la multiplicación de la “raza”.

Ni con los algunos ni con los otros. Lo prefiero como un tema a discutir, y discurrir en y sobre él, en exclusiva con el “objeto” de mi amor.

Al fin, a los interesados en el debate, hay que recordarles lo importante que es no distraernos del verdadero interés de muchos de los políticos involucrados en la discusión: el económico: ¿quién ganará comisiones en la compra de preservativos y demás hierbas?

Miembros de los “neomaltusianos” y religiosos doctrinarios: no sean ingenuos. Los intercambios bizantinos han sido divertidos, pero, ¿no sería bueno que enfocáramos nuestros esfuerzos en evitar que sigan despilfarrando los escasos recursos de los contribuyentes?

El resto es decisión de cada quien. Respetemos, ¿no les parece?