Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

10.20.2005

Con habitación propia

Mi habitación es distinta a la de Virginia. Talvez porque somos dos mujeres distintas, pero ambas buscando el espacio propio que nos permita no sólo estar sino ser.

Mi habitación propia tiene vista al norte y desde ella se escuchan sonidos que Virginia no escuchó: los autos transitando por la avenida, alguna que otra moto perdida ¿propia?, las conversaciones ininteligibles de los transeúntes… Sonidos propios de mi tiempo.

Ella tuvo por varios días una hoja en blanco sin dejarse escribir. Yo, un teclado de computadora en lugar de un lápiz, y una pantalla en blanco en lugar de una hoja. Talvez las herramientas y los medios cambian, pero la necesidad sigue siendo la misma: escribir.

Hoy, desde la ventana de mi habitación veo un cielo gris. Ayer, también era gris, como lo fue anteayer. Sin embargo, ese mismo cielo hace apenas una semana era de un celeste intenso, con manchas blancas que representaban alguna nube extraviada, y anunciaba intensamente la llegada de mis meses predilectos del año, los del final.

Miro un par de edificios en proceso de construcción. Así como yo y usted que se le antoja leer estas líneas que salen de la periferia de mi habitación, la que contiene mi ser y no mi existir. Casualmente los edificios “en construcción” son grises. Como la mañana en que escribo. Espero no ser un ser gris, por encontrarme también “en construcción”.

Es interesante que el poco color que hoy observo lo aporten también otras construcciones, aparentemente terminadas. Amarillo, azul ¿grisáceo?, rojo, blanco, aqua, verde y, entre otros, ladrillo.

Hay más color en mi habitación. ¿Les he contado que es amarilla? Dicen que atrae el optimismo al alma de quien en él vive. Soy optimista al respecto y no pierdo la paciencia en la espera de constatar ese efecto no buscado del amarillo.

¿Por qué hay quienes mantienen el gris de la obra terminada? ¿Serán mentes grises? No me gustaría vivir y no podría escribir en una habitación gris.

Al fin, el verde de los árboles, de los cuales apenas logro ver en algunos casos las copas, aporta esperanza al mundo multicolor desde el cual veo y escucho al otro mundo que continúa su caminar fuera de mi habitación.

Me acompaña en mi habitación propia (y propicia para escribir) un vaso de agua. Pero también es mi compañero el recuerdo (no sólo en el paladar, sino especialmente en mi cabeza) de ese Péppoli Chianti Classico del año 2001, salido de las bodegas de Antinori, del cual se me acusa haber tomado por lo menos la mitad, vino que disfruté ayer en otra habitación con vista propia.

Ya no está en blanco la pantalla. El teclado me permitió llenarla de colores. Sin embargo, hoy sigue predominando el gris en mi imaginación. Como el de esa tormenta más sentida en el alma que en el cuerpo.

Sigo en mi habitación a la espera de la calma.



Nota: escrito en Guatemala, el sábado 8 de octubre de 2005, cuando aún se sentían los efectos del paso de la tormenta Stan en el país.