Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

11.24.2014

El estatismo es cosa de locos



El pasado martes 18 de noviembre, conversé en ContravíaPM, programa radial producido por “Libertópolis”, con el abogado Luis Pedro Álvarez, diputado de Encuentro por Guatemala y Presidente de la “Comisión Extraordinaria de Asuntos Sobre Discapacidad” del Congreso, sobre las trágicas condiciones en que se encuentran los pacientes institucionalizados en el Hospital Nacional de Salud Mental Federico Mora, lugar en el cual pareciera que el último acto de cordura es optar por la locura. Un infierno del cual es casi imposible escapar, más allá de las buenas intenciones de unos cuantos por hacer el bien. Un resultado esperado del estatismo: la idea que promueve esclavizar a la mayoría en beneficio de unos cuantos, impulsado por gente que prefiere hacerse la loca antes de aceptar que es un fracaso si acaso su objetivo es mejorar justamente la calidad de vida de todos de manera sostenida en el largo plazo.

Son estatistas los sistemas que otorgan un poder casi ilimitado al gobernante quien, en nombre del Estado, decide cuáles son los derechos de las personas y es quien los concede. Los que hacen creer que los derechos pertenecen a la sociedad y es esa sociedad la que dispone de la vida, la libertad y la propiedad de todos… los que no ejercen el poder. Da igual que sean sistemas de derecha o de izquierda, una vez pretendan que los gobernantes en nombre de abstracciones tales como la sociedad, el Estado, el pueblo, la nación, la familia… decidan sobre usted y sus bienes. Todos los dictadores son estatistas, como lo son aquellos seudointelectuales que mantienen estas convicciones.

Ayn Rand y Ludwig von Mises explican con detalle por qué se incluyen entre estos sistemas el socialismo, el comunismo, el fascismo, el nazismo y el Estado Benefactor. Todos variantes del mismo pensamiento. Todos sistemas injustos e inmorales por medio de los cuales la embaucada mayoría sostiene la fantasía de que quienes ejercen el poder, que ELLOS les otorgaron para saquear a unos en beneficio de otros, se van a recordar de aquellos que les permitieron llegar a gobernar. ¡Qué ingenuos! ¿Cuándo van a entender el refrán que dice quien parte y reparte se queda con la mejor parte?

Entiendo los motivos por los cuales los politiqueros y los letrados que intentan sostenerlos filosóficamente rara vez reconozcan que mienten o que se equivocan: viven a costa de ese fraude, viven de la gente productiva que trabaja y que los mantienen en muchos casos como reyes. Pero, quienes se han tragado el cuento de que tienen derechos sin obligaciones, que pueden disponer de otros y de sus pertenencias, que los demás tienen la responsabilidad de satisfacer sus necesidades, que pueden existir sin ganarse la vida… ¿Cuándo van a despertar de la pesadilla y darse cuenta de la mediocridad de sus existencias? ¿Cuándo van a reconocer que es autoengañarse creer que los corruptos gobernantes en nombre del Estado van a velar por ellos? ¿Cuándo van a aceptar que el estatismo es cosa de locos?


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 24 de noviembre de 2014. La imagen la bajé de Internet.

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11.17.2014

Ni son campesinos ni son pacíficos



No hay que llamarlos indígenas, ni campesinos, ni labradores. Nombrarlos de tal manera es un insulto a los indígenas, a los campesinos y a los labradores que dedican su día a trabajar y son afectados por los actos de estos delincuentes. Sí: delincuentes. Así es como debemos llamarlos. Pequeñas bandas de gente violenta que no representan a nadie más que a los intereses de los miembros de los grupos de presión de los cuales forman parte. Organizaciones que en muchas ocasiones actúan en complicidad con los gobernantes, como es el caso de las más recientes protestas que tanto daño causaron, en particular a nuestros compatriotas de más escasos recursos.

Tuvieron que morir varios y ser agredidos otros para que, finalmente, los medios de comunicación le dieran importancia a los testimonios de las personas que se ven afectadas cada vez que un puñado de malhechores deciden violentar los derechos de miles, de millones de habitantes de nuestro país. Al fin se escucha al agricultor al que se le pudrió la verdura y la fruta que llevaba a vender al mercado, al comerciante que le quemaron su auto por tratar de pasar las barricadas… a la vendedora que fue vapuleada por intentar ejercer su derecho a la libre locomoción. ¡Incontables son las historias de hombres y de mujeres que pagaron el precio de la irresponsabilidad de los gobernantes que no hicieron cumplir la ley y retiraron a los delincuentes de los caminos que ilegalmente ocuparon!

En las redes sociales virtuales circula un video en el cual un guatemalteco indignado les reclama a los delincuentes que violan los derechos individuales de tantos, el daño tremendo que provocan. Entre todo lo que dice me parece importante resaltar dos afirmaciones suyas: primero, que ellos (los que bloquean las carreteras) son los que perpetúan la pobreza de muchos, y que “por un grupito de revoltosos todos pagamos”. ¡Qué ciertas son las aseveraciones anteriores! Con solo estas dos ideas expresadas por nuestro coterráneo y compartidas por la mayoría, confirmo una vez más que la sabiduría no depende de cuántos títulos universitarios tiene una persona, si no vean quiénes son aquellos que todavía se atreven a defender a estos criminales repitiendo la mentira de que se intenta criminalizar la supuesta protesta popular. La sabiduría, sin duda, depende del uso correcto de la razón para identificar la realidad, la cual está al alcance de todos.

Las únicas protestas válidas y justificadas son aquellas que emprenden los ciudadanos contra quienes abusan del poder que temporalmente se les ha delegado para violentar los derechos de unos en beneficio de otros, los que generalmente suelen ser los mismos que gobiernan, sus familiares y sus amigos. Las acciones violentas de unos cuantos en busca de privilegios son ilegales e ilegitimas, y no deben ser, bajo ningún punto de vista, permitidas. Ya basta. Indígnese y proteste en contra de las protestas violatorias de sus derechos.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 17 de noviembre de 2014.

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11.10.2014

La Ley de Herodes



El jueves 2 de marzo del año 2000 publiqué en Siglo Veintiuno un artículo titulado “La Ley de Herodes”. Hoy, a pocas semanas del regreso a Guatemala del otrora Presidente Alfonso Portillo a quien mencioné en esa columna, y después de ver por enésima vez junto con mis estudiantes, como lo hago cada semestre, la célebre película que me inspiró, se me antojó revisar lo que escribí hace más de 14 años.

En esa oportunidad, como muestra de mi ingenuidad de aquella época, expresaba mi esperanza porque la idea inmoral (explotadora y violadora de los derechos individuales) detrás del conocido refrán mexicano no se convirtiera en norma de conducta de los gobernantes y los burócratas estatales. A la fecha ya acepté la realidad: no solo es una regla felizmente aplicada por aquellos que llegan al ejercicio del poder, sino que los chingados y jodidos hemos sido los productivos. Nosotros, los responsables y respetuosos, sobre quienes pesa el mantener a los corruptos que llegan al ejercicio del poder, a sus familiares y a sus amigos influyentes que, por medio de privilegios, contratos con el Estado y mentiras, han saqueado nuestro bolsillos.

“La Ley de Herodes” narra cómo a finales de la década de los años 40 del siglo pasado llega un miembro menospreciado del PRI a Presidente Municipal de San Pedro de Los Saguaros, un pueblo donde abundan los pobres. Juan Vargas, protagonista de la historia, pasa de encargado de un basurero a ser la máxima autoridad de este miserable poblado olvidado por el progreso y la justicia social, habitado en su mayoría por indígenas que no entienden el español.

En un principio, Vargas piensa que debe cumplir con las promesas que han hecho los dirigentes de su partido de llevar una supuesta modernidad al país. Sin embargo, no tarda mucho en rendirse a las ventajas que le da el poder y comienza una vertiginosa carrera criminal a la sombra de la ley: se convierte en un dictador autoritario, extorsionista, corrupto y asesino. La película termina con Varguitas convertido en héroe y en diputado de la nación. Antes pensaba que era una ironía. Ahora sé que es la triste realidad del Estado Benefactor/Mercantilista dentro del cual vivimos, basado en un sistema de incentivos perversos, inmoral e injusto, que solo beneficia a la minoría gobernante que llega al ejercicio del poder gracias al autoengaño de la mayoría de ciudadanos que aún creen los cuentos politiqueros de que alguien más va a asumir su responsabilidad individual de ganarse la vida.

Así es la democracia: populista. Creen que votan para violentar sólo los derechos de unos cuantos, sin darse cuenta que quienes peor terminan son ellos. No solo los políticos no van a cumplir sus promesas por motivos obvios, sino que con el poder que les dieron van a robarles a quienes pudieron haber invertido para crear riqueza (más y mejores bienes y servicios, más baratos gracias a la competencia) y creado empleos productivos que les pudieron ayudar a mejorar sus ingresos reales. Un suicidio  anunciado.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 10 de noviembre de 2014. La imagen la bajé de la Internet, no es obra mía.

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11.03.2014

De mendigo a gobernante extorsionador



En tiempos de campaña política proselitista ¡como si hubiera de otro tipo! la cual se intensifica conforme se acercan las elecciones generales, el contraste entre el político que busca el poder y aquel que lo ejerce es cada vez más evidente. Quienes quieren llegar a gobernar plenamente (léase: los que quieren ser Presidente) se dedican a limosnear el voto de todos aquellos a los que les encanta ser engañados con promesas populistas incumplibles cuyo único objetivo es lograr que el ungido sea electo para repartir el botín desde el trono presidencial del Ejecutivo.

Mientras, aquel que se encuentra temporalmente ejerciendo el cargo de primer ¿mandatario? empieza a darse cuenta que el tiempo de ordeñar al tributario se le acaba. En su desesperación por exprimir a quien produce y trabaja, conceptos ajenos a la mayoría de miembros de la cleptocracia gobernante, recurre al chantaje público y a la extorsión descarada. Los mandantes, ingenuamente, pensamos que hemos visto todos los ardides posibles para facilitar el robo legalizado de nuestro dinero. Sin embargo, la agonía de quienes ven llegar su fin en el ejercicio del poder les lleva a proponer medidas que hasta podríamos considerar prohibidas, criminales, terroristas. Tal es el caso de Otto Pérez Molina que insiste en contratar a mercenarios fiscales con la peregrina idea de que así va a lograr extraer más dinero de los frágiles bolsillos de los habitantes del país.

Los motivos por los cuales los politiqueros actúan de tal manera son obvios en ambos casos. Es fácil de entender el atractivo que encuentran en ejercer el poder quienes son ineptos para hacer cualquier cosa que no sea engañar a la gente y robarle a otros lo que estos se han ganado honrada y dignamente, dos términos cuyos significados son desconocidos por la mayoría de miembros de la especie animal mencionada. Por eso, primero mendigan el voto de los ciudadanos ya que lo necesitan si van a ser electos democráticamente. Una vez llegan a los cargos por los cuales mintieron a diestra y siniestra, utilizan ese poder que los votantes les dieron para amenazar a quienes antes cortejaban humildemente: o pagan los impuestos que al gobernante se le antojan (sin importar lo que hagan con ese dinero) o los mandan a la cárcel. En el menos peor de los casos, intimidan a los empresarios, a quienes arriesgan capital propio con la intención de crear riqueza, con cerrarles el negocio. Pasan de pordioseros a opresores.

Me cuesta entender a quienes siguen apoyándolos y creen en ellos y en el injusto sistema Benefactor/Mercantilista (estatista, intervencionista) que les permite a los estafadores políticos salirse con la suya. Más aún en esta época en la cual es tan fácil conocer las mentiras de los gobernantes, saber cómo se apropian de los tributos y comprobar en qué malgastan lo que a nosotros nos costó ganar. ¿Por qué falsean la realidad? ¿Por qué se engañan a sí mismos? ¿Por qué se niegan la posibilidad de prosperar efectivamente y por sus propios medios?



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 3 de noviembre de 2014.

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