Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

12.18.2017

La calma de las fiestas



¡La calma de las fiestas de fin de año se parece tanto a la calma chicha! En especial en países como el nuestro, donde la constante es la creciente incertidumbre, la inseguridad y la violación a nuestros derechos individuales. Esa especie de paz que nos embarga a casi todos, aún a los más amargados, ante la expectativa del fin del año que implica un fin de ciclo y el consiguiente inicio de un período en el cual creemos que sí vamos a alcanzar las metas que no logramos en el año que termina.

La calma chicha es el estado de la atmósfera cuando no hay viento, y por tanto del mar cuando no hay olas, porque precisamente no hay viento que las levante. Para los marineros, en particular cuando las naves eran impulsadas por velas, la calma chicha les generaba sentimientos encontrados. Más que paz, les podía provocar cierto temor, porque los barcos se quedaban varados y a la merced de cualquier peligro, incluido el ataque de los enemigos. No se diga la idea que tenían de que la calma precede a la tormenta. Así como también después de la tormenta, viene la calma. Ciclos de la vida que avanza en línea recta.

Esta temporada de calma nos permite creer que lo malo quedó atrás y por delante viene lo bueno, el mundo que deseamos, y que a la aparentemente esquiva felicidad la atraparemos el año que viene. Aunque para algunos no es que se detenga el viento, simplemente cambia su curso, y quedan atrapados en medio de otras actividades que les roban la tranquilidad: la compra de regalos, los convivios, las carreras de último momento con la falaz esperanza de hacer todo aquello que no hicieron en el transcurso del año que se va.

Es un hecho que la mayoría se las arregla por estas fechas para estar alegres, pero me pregunto qué tan sostenible es esa alegría en el largo plazo, una vez terminan las fiestas de fin de año. Quisiera decir que son todos felices, sin embargo, no sé a ciencia cierta si todas aquellas personas que me topo en la calle, que me sonríen, que desean lo mejor del mundo para mí y para mis seres queridos, en la realidad han alcanzado “el estado exitoso de la vida… el estado de consciencia que proviene del logro de los propios valores”, (“El discurso de John Galt”, La rebelión de Atlas, Ayn Rand).

¿Qué se nos va? ¿Se nos va la vida? ¿Se nos van los días? ¿Se van a veces casi sin que nos demos cuenta? ¡Cuántas cosas hacemos mientras las horas pasan casi sin haberlas percibido plenamente! ¿Se van con las horas nuestros valores más preciados? ¿Fallamos en la tarea de conservarlos, por vivir en lo urgente olvidando lo importante? Quisiera que estas fueran preguntas comunes, una reflexión seria y constante, para todos aquellos que quiero, porque deseo que sean felices, no de palabra, sino de hecho.

Hay quienes solemos hacerlas seguido. Que decidimos, conscientemente, enfocarnos en el presente y evaluarnos justamente, con el objetivo de corregir nuestro rumbo cuando sea necesario y dirigirnos al destino que nosotros hemos elegido. Que es lo que quisiera para todos: que sean lo  que ustedes elijan ser. Que sean verdaderamente felices.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 18 de diciembre de 2017.

Etiquetas: , , , , , , , , , , , ,

12.11.2017

¿Cómo limitar el poder?



Es la pregunta más importante que nos debemos hacer, si queremos vivir en una sociedad donde todos, a partir de nuestros objetivos personales y esfuerzo propio, podamos prosperar. Sólo limitando el poder que gozan quienes lo ejercen, a las funciones que son propias de la naturaleza del gobierno podemos acabar con la corrupción. Sólo limitando el poder podemos convivir en paz con los demás y progresar.

Es irónico que en Guatemala el gobierno sea débil en el cumplimiento de sus obligaciones, dar seguridad y velar porque haya justicia; pero inmensamente poderoso en funciones que no le corresponden, lo que facilita el abuso del poder. El estatismo intervencionista, que otorga más poder discrecional a los gobernantes, es el origen de la corrupción. No es el gobernante responsable, ni debe serlo actuando en nombre del abstracto Estado, de satisfacer los gustos, deseos y demandas de los individuos y los grupos de presión. Que algunos quieran que alguien más les provea sus necesidades, no hace de ésta exigencia una obligación de los gobernantes.

¿Cómo lograr que aquellos que detentan el poder lo limiten? ¿Cómo quitarles el poder innecesario que les hemos otorgado? Exigiendo al Congreso la desregulación: la eliminación de todos aquellos decretos que les han permitido a los gobernantes adquirir más poder discrecional y arbitrario. Si queremos vivir en una sociedad donde imperen la paz, el respeto y la justicia, en la cual podamos convivir, compartir e intercambiar sin la intervención caprichosa de terceros, exijamos a los diputados que legislen menos y fiscalicen más.

Como bien lo explicó el político estadounidense James F. Byrnes (quien ejerció como diputado, senador, juez de la Corte Suprema de Justicia, Secretario de Estado y gobernador) al describir lo que le sucede a la mayoría de quienes gobiernan con pocos límites: “El poder intoxica a los hombres. Cuando un hombre está intoxicado por el alcohol, puede recuperarse, pero cuando está intoxicado por el poder, rara vez se recupera”.

¿Por qué es importante que el ejercicio del poder sea temporal, y ese tiempo racional y prudentemente limitado? Por el peligro de que aquellos que ejercen el poder terminen enamorándose de este y convirtiéndose en dictadores, una amenaza permanente, en particular en países donde los atributos de una república son pocos y prevalece, por otro lado, la democracia, como es el caso de muchos naciones latinoamericanas.

Recordemos el sabio consejo que dio John Adams en Notes for an Oration at Braintree en la primavera de 1772: “Hay un peligro de todos los hombres. La única máxima de un gobierno libre debería ser no confiar en ningún hombre que viva con poder para poner en peligro la libertad pública”. El límite al poder del gobernante debe ser el respeto irrestricto a los derechos individuales de todos, con excepción de aquellos que violenten los derechos de otros y al iniciar el uso de la fuerza contra alguien más, renuncian a sus propios derechos.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 11 de diciembre de 2017.

Etiquetas: , , , , , , , , , ,

12.04.2017

Celebración patética



El jueves pasado, 30 de noviembre, me encontraba alrededor de las doce y media de la tarde comentando con Jorge Jacobs en nuestro programa radial, “Todo a Pulmón”, las noticias del día, cuando nos avisaron que se había suspendido la sesión en el Congreso en la cual debían aprobar en tercera lectura el Presupuesto General de malgasto y despilfarro del Estado para el próximo año. Ambos celebramos tal hecho, conscientes de que la propuesta del gobierno para 2018 era la más absurda que habíamos visto en toda nuestra vida. Absurdo que, tristemente, crece año con año.

Era tan absurda la propuesta presupuestaria que, por primera vez que yo recuerde, hasta organizaciones estatistas e intervencionistas se pronunciaron en  contra de ésta. Un presupuesto que, si hubiera sido aprobado por el Congreso, hubiera acabado con las pocas esperanzas de muchos emprendedores de recuperar el año entrante parte de lo que hemos perdido en los últimos dos años. Por supuesto, que si se hubiese aprobado, lo hubieran celebrado un montón de corruptos que soñaban con la piñata de 2018.

No obstante la felicidad que me embargaba, a los pocos minutos de haber celebrado la suspensión de la sesión plenaria en el Congreso, me di cuenta de lo patética que era nuestra celebración. Poco me duró la euforia. Al final, el presupuesto de este 2017, que seguirá vigente en 2018, es también un absurdo casi catastrófico. ¡Qué triste celebración! La celebración de que nos libramos de un mal mayor pero, igual, podemos esperar un mal para el próximo año.

Lamentablemente, hemos llegado a este paradójico estado, en el cual celebramos la prevalencia de un mal menor, pero siempre un mal, porque pareciera que no tenemos forma de presionar, pacífica y legítimamente, a los politiqueros que ejercen el poder. Que seguirán haciendo lo que se les antoje a ellos y a los miembros más influyentes de los grupos de presión que, sin pena alguna, violan los derechos de los otros para reclamar privilegios que fácilmente les otorgan los gobernantes. Total, para eso sirve en la realidad el poder casi sin límites que otorga el Estado Benefactor/Mercantilista a quienes lo ejercen.

¿Y todo por qué? Por todos aquellos que se dejan embaucar por las promesas populistas de quienes quieren llegar al ejercicio del poder. ¿Por qué aceptan ser esclavos de tal engaño? ¿A qué le temen? ¿Tienen miedo a ser libres y decidir sobre su vida? ¿Cuántos prefieren morir engañados a enfrentar sus miedos? ¿Qué necesitan para liberarse?

Ojalá superemos la sentencia de Carl Sagan, según la cual "una de las lecciones más tristes de la historia es que si hemos sido engañados por tiempo suficiente, tendemos a rechazar cualquier evidencia del engaño. Ya no estamos interesados en descubrir la verdad. El engaño nos ha capturado. Es demasiado doloroso reconocer, incluso para nosotros mismos, que nos han tomado el pelo. Una vez que le das a un charlatán poder sobre ti, casi nunca lo recuperas". Patético. Rompamos esas cadenas y cambiemos nuestro futuro para bien.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 4 de diciembre de 2017.

Etiquetas: , , , , , , , ,