El jueves pasado, 30 de
noviembre, me encontraba alrededor de las doce y media de la tarde comentando
con Jorge Jacobs en nuestro programa radial, “Todo a Pulmón”, las noticias del
día, cuando nos avisaron que se había suspendido la sesión en el Congreso en la
cual debían aprobar en tercera lectura el Presupuesto General de malgasto y despilfarro del Estado para el próximo año. Ambos
celebramos tal hecho, conscientes de que la propuesta del gobierno para 2018
era la más absurda que habíamos visto en toda nuestra vida. Absurdo que,
tristemente, crece año con año.
Era tan absurda la propuesta
presupuestaria que, por primera vez que yo recuerde, hasta organizaciones
estatistas e intervencionistas se pronunciaron en contra de ésta. Un presupuesto que, si
hubiera sido aprobado por el Congreso, hubiera acabado con las pocas esperanzas
de muchos emprendedores de recuperar el año entrante parte de lo que hemos
perdido en los últimos dos años. Por supuesto, que si se hubiese aprobado, lo
hubieran celebrado un montón de corruptos que soñaban con la piñata de 2018.
No obstante la felicidad que me
embargaba, a los pocos minutos de haber celebrado la suspensión de la sesión
plenaria en el Congreso, me di cuenta de lo patética que era nuestra celebración.
Poco me duró la euforia. Al final, el presupuesto de este 2017, que seguirá
vigente en 2018, es también un absurdo casi catastrófico. ¡Qué triste
celebración! La celebración de que nos libramos de un mal mayor pero, igual,
podemos esperar un mal para el próximo año.
Lamentablemente, hemos llegado a
este paradójico estado, en el cual celebramos la prevalencia de un mal menor,
pero siempre un mal, porque pareciera que no tenemos forma de presionar,
pacífica y legítimamente, a los politiqueros que ejercen el poder. Que seguirán haciendo lo que se les antoje a ellos y a los miembros más influyentes
de los grupos de presión que, sin pena alguna, violan los derechos de los otros
para reclamar privilegios que fácilmente les otorgan los gobernantes. Total,
para eso sirve en la realidad el poder casi sin límites que otorga el Estado
Benefactor/Mercantilista a quienes lo ejercen.
¿Y todo por qué? Por todos aquellos que se dejan embaucar
por las promesas populistas de quienes quieren llegar al ejercicio del poder.
¿Por qué aceptan ser esclavos de tal engaño? ¿A qué le temen? ¿Tienen miedo a
ser libres y decidir sobre su vida? ¿Cuántos prefieren morir engañados a
enfrentar sus miedos? ¿Qué necesitan para liberarse?
Ojalá superemos la sentencia de Carl Sagan, según la cual "una
de las lecciones más tristes de la historia es que si hemos sido engañados por
tiempo suficiente, tendemos a rechazar cualquier evidencia del engaño. Ya no
estamos interesados en descubrir la verdad. El engaño nos ha capturado. Es demasiado
doloroso reconocer, incluso para nosotros mismos, que nos han tomado el pelo.
Una vez que le das a un charlatán poder sobre ti, casi nunca lo recuperas".
Patético. Rompamos esas cadenas y cambiemos nuestro futuro para bien.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo
Veintiuno”, el lunes 4 de diciembre de 2017.
Etiquetas: benefactor, Carl Sagan, corrupción, engaño, Estado, gobierno, libertad, mercantilista, presupuesto
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