Los socialistas democráticos,
en la mayoría de los casos burgueses acomodados, recurren al intervencionista
Estado Benefactor el cual privilegia
a unos en detrimento de los derechos de otros para alcanzar la que denominan justicia social por medio de la supuesta igualdad de oportunidades que lo que
busca es la equidad de resultados,
independientemente de que esos resultados correspondan justamente al esfuerzo,
mental y físico, que cada quien haya hecho o el riesgo que cada quien haya tomado.
A diferencia de los comunistas, proponen alcanzar sus
objetivos sin nacionalizar todos los medios de producción ni planificar de
manera totalmente centralizada toda la actividad económica de la sociedad. En
otras palabras, promueven un sistema mercantilista donde el gobernante, en
nombre del abstracto Estado, tiene la última palabra en lo que respecta a los
privilegios que se otorgan y cuándo éstos terminan. Al final, es una especie de
concesión y una ilusión de propiedad privada. Un dominio temporal de los medios
de producción por aquel que se cree propietario.
El socialista actual, que no se atreve a declararse como tal
y recurre a los términos ambiguos de progresista
o izquierdista, exige que el
gobierno intervenga la actividad empresarial regulando, ordenando, restringiendo,
fiscalizando, gravando y dirigiendo casi todos los aspectos propios de la empresa
y la competencia, bajo la creencia de que más de alguien puede aprovechar los
incentivos y las innovaciones que mejoren las condiciones materiales de la vida
de un sector de la sociedad. La dirección, la forma y la medida en que los
emprendedores tendrán PERMISO para ser productivos se limitarán y restringirán
dentro de las vías que sirven a los supuestos valores superiores, no lucrativos de la indeterminada sociedad civil, que igual pueden llamar el
pueblo o cualquier otro colectivo supuestamente desposeído y explotado.
El Estado benefactor
no es otra cosa más que el Estado distribuidor.
Un sistema contradictorio, basado en premisas falsas, que en el largo plazo acaba
con la posibilidad de progresar de la mayoría. Un ejemplo de lo anterior es el
actual sistema político de Guatemala, el cual Vilfredo Pareto llamaría socialismo burgués: un sistema de
regulación gubernamental, de redistribución de favores y de privilegios que
benefician a los mercantilistas y a
los líderes de los grupos de presión sociales,
en lugar de un socialismo proletario
que solo propone trasladar dinero de los ricos
a los pobres.
La agenda de equidad e
igualdad de oportunidades de los socialistas, además de injusta y violadora
de los derechos individuales, facilita y promueve la corrupción en todos los
sentidos. La corrupción tanto de aquel que llega al ejercicio del poder como de
aquellos que se corrompen moralmente y se acomodan a vivir vidas infelices, mediocres
y parasitarias. Es una agenda basada en el absurdo, que falsea la realidad y
propone medidas contrarias a la naturaleza humana. Por eso siempre fracasan en
el largo plazo.
Artículo publicado en el diario guatemalteco
“Siglo Veintiuno”, el lunes 2 de octubre de 2017.Etiquetas: corrupción, Estado benefactor, izquierda, Margaret Thatcher, mercantilismo, pobreza, Privilegios, progresistas, Socialismo, Vilfredo Pareto
1 Comments:
Marta Yolanda
Leí tu interesante artículo. Ante de pronunciarme alrededor del él, me gustaría conocer tu opinión sobre la "Economía social de mercado". Gracias.
By Unknown, at 4:55 p.m.
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