En toda elección política me ubico en el bando del ciudadano
honesto, responsable y productivo. Del ciudadano que respeta los derechos
individuales de los otros y exige respeto de los propios. Del ciudadano que no
pretende vivir a costa de los demás. El ciudadano que de los gobernantes solo
espera que velen porque haya seguridad y justicia, en cumplimiento de las
funciones que les corresponden dentro del abstracto Estado. Del ciudadano que
quiere, como yo, vivir en una sociedad donde podamos intercambiar, cooperar y
convivir en paz, cada quién buscando su propia felicidad sin imposiciones
ajenas.
¿Qué significa estar del lado del ciudadano? Dar la batalla
de las ideas, aclarando las propias, para que podamos tomar las decisiones correctas
que nos permitan vivir dentro de un verdadero Estado de Derecho, donde todos seamos
iguales ante la Ley y no haya privilegios para nadie. Un Estado en el cual los
abusos del poder sean castigados, sin importar quién sea el señalado. Un Estado
en el que ningún mandatario debe estar por encima de la Ley, y menos que se le
permita creer que es el Estado. Tampoco ningún burócrata estatal, nacional o de
organizaciones supranacionales, debe estar por encima de la Ley; así como ningún
diplomático, sin importar el gobierno de qué país representa, debe estar por
encima de la Ley.
Todos aquellos que ejercen el poder deben respetar al ciudadano
que es el soberano: el mandante, el que manda. Mandato expresado en nuestra
Constitución en su 2do. artículo que dice: “Es deber del Estado garantizarle a
los habitantes de la República la vida, la libertad, la justicia, la seguridad,
la paz y el desarrollo integral de la persona”. Es ésta la obligación primera
del Presidente, de los diputados, de los jueces y de todo aquel cuyo trabajo
dentro de la burocracia estatal es justificado y necesario para alcanzar tales
fines.
No caigo en la trampa de las falacias ad populum, ad ignoratio elenchi y del falso dilema según el cual
debemos elegir entre dos personas con las que no comparto valores, sin importar
el cargo que ocupan o el papel que juegan. Sólo sé que ambos gozan de un amplio
poder que se presta para abusos. Sé que es el poder político el que hay que
limitar para acabar con la corrupción, y todos los males que este trae cuando
no se circunscribe al poder justo y necesario para que los funcionarios,
electos o nombrados, cumplan con las funciones propias de la naturaleza del
gobierno.
A la mayoría de la población poco le interesa si el
presidente es Jimmy Morales o cualquier otro, al igual que si Iván Velásquez se
va o se queda. Lo que a la mayoría le interesa es satisfacer sus necesidades de
la mejor manera posible. Yo elijo ser parte de la
minoría que busca la verdad. No haré una transacción que implique abandonar
principios morales básicos y hacer algo que considero incorrecto. Lamento que la
mayoría de la minoría interesada esté
enfrascada en una discusión en la cual prevalecen la irracionalidad y la
emotividad, mientras nuestro país, con nosotros adentro, corre el riesgo de
hundirse.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo
Veintiuno”, el lunes 4 de septiembre de 2017.
Etiquetas: Alvaro Arzú, ciudadano, corrupción, Estado, falacia, Iván Velásquez, Jimmy Morales
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