No es
el hambre de los burócratas,
nacionales e internacionales, que utilizan el hambre de los demás, en
particular el hambre de los más pobres, para saciar su apetito. Que se llenan
la boca de las penas de los otros, jurando y perjurando que ellos tienen la
solución a la lamentable situación en la que viven muchos. Esa original solución es hacer más de lo
mismo que ha sido un fracaso para combatir la pobreza: aprobar más legislación estatista e intervencionista que otorgue a los
gobernantes, y a los funcionarios estatales, más poder arbitrario del que ya
tienen para quitarles una mayor tajada de sus ingresos a la gente productiva.
Por
supuesto, venden su idea repitiendo la mentira que todavía muchos se tragan
para alimentar su resentimiento: aseguran que serán los más ricos los sacrificados. ¿Cuál es la realidad? Que todos
pagaremos, independientemente del patrimonio con el cual contemos, por la ingenuidad de quienes caen presas del
engaño de estos bien pagados personajes que viven la buena vida a costa del
hambre de los más pobres. Sí, porque esos pobres
no van a lograr superar la pobreza con más despilfarro del dinero que le sea
expoliado al legítimo creador de esa riqueza. Ese dinero que pudo ser parte del
capital que hubiera servido para crear fuentes de trabajo productivo para
aquellos que más lo necesitan: los que a duras penas juntan lo necesario para
mal comer cada día.
Estos
burócratas, que los hay de varias especies que comparten el gusto por la vida
parasitaria, no sólo proponen más programas y legislación con la excusa de
ayudar a los más pobres con el peculio de otros, sino que también obstaculizan
la creación de riqueza por medio de regulaciones absurdas y contradictorias.
Tal es el caso de la ley anticompetencia
que tanto les interesa que se apruebe en Guatemala.
Es
obvio, como lo han señalado muchos antes que yo, que una política de
intervención del gobierno en un sistema comercial de libre mercado es una
contradicción de términos. Los intercambios de propiedad privada, pues al fin
eso hacemos al adquirir bienes y servicios, son por naturaleza voluntarios. No
se puede legislar el libre mercado o
crear competencia por medio de
legislación. Para tener un mercado, libre por definición, los gobernantes deben
respetar la voluntad de las personas que deciden qué, cómo, cuándo, cuánto… y a
quién le compran todo aquello que necesitan para cubrir sus necesidades y
alcanzar sus objetivos PERSONALES. Que los gobernantes pretendan controlar por
medio de regulaciones la competencia y/o el mercado es una contradicción.
En pleno siglo
veintiuno de la era compartida, ya debería ser entendido que las propuestas de
más intervención estatal no resuelven los problemas, los agravan. No entiendo como todavía hoy tantos se alimentan
del cuento de que un abstracto Estado les va a resolver la vida, cuando lo
único que los gobernantes, en nombre de ese Estado deben hacer para proteger el
bienestar y el progreso de la humanidad, es velar porque haya seguridad y
justicia para todos.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo
Veintiuno”, el lunes 21 de agosto de 2017.
Etiquetas: burocracia, competencia, desnutrición, estatismo, hambre, mercado, parásitos, pobreza
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