Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

9.11.2017

Ni independientes ni libres



Entiendo la necesidad de muchos de sentirse encendidos de patrio ardimiento por estas fechas. Más aún, si reconocemos la creciente incertidumbre en todo aspecto de nuestra vida en sociedad. Incertidumbre política, incertidumbre económica, incertidumbre legal. Incertidumbre provocada por la falta de cumplimiento de las normas básicas de convivencia y respeto que deben regir en una sociedad próspera. Normas que son principalmente incumplidas por quienes ejercen el poder.

Por supuesto, la incertidumbre siempre va a existir por el solo hecho de que estamos vivos. Precisamente la idea de asociarnos para cooperar, intercambiar y convivir con otros tiene como objetivo minimizar esa incertidumbre y facilitar a los miembros de la sociedad el hacer realidad su proyecto de vida. Sin embargo, en nuestro país estamos aún lejos de alcanzar ese ideal, y de alguna manera, en diferentes grados, todos somos responsables.

Yo lamento que en Guatemala estamos todavía lejos de vivir dentro de un sistema político que proteja la convivencia pacífica y respetuosa, entre otros motivos, por la emotividad que predomina entre los miembros de nuestra sociedad que los hace víctimas fáciles de los populistas que añoran llegar al poder. Oportunistas que se aprovechan de la confusión intelectual y la pereza mental de la mayoría.

Sin ir muy lejos, durante el mes de septiembre somos testigos de la confusión que hay entre dos términos importantes para toda persona que se valora y busca su felicidad: independencia y libertad. Lo anterior no es una confusión sólo de los guatemaltecos. Es una confusión que observamos en otros países donde también es muy difícil para sus habitantes mejorar su calidad de vida. Por eso hoy existen muchas naciones independientes, pobladas por siervos y esclavos incapaces de reconocer que ellos mismos son la causa de su miseria. Falsean la realidad y no se atreven a admitir lo obvio: que entre más poder adquieren los gobernantes, no sólo aumenta la incertidumbre, también somos menos libres e independientes.

Si es cierto que veneramos la paz cual presea, debemos esforzarnos, mental y físicamente, por construir un Estado de Derecho donde todos seamos iguales ante la Ley y los gobernantes cumplan con sus funciones primordiales: dar seguridad y velar porque haya justicia. Seguridad en el sentido de que no se violen los derechos individuales de todo aquel que respeta los derechos de los demás. Y justicia en caso de que algún antisocial violente la vida, la libertad o la propiedad de alguien.

Fuera de estos dos deberes, propios de la naturaleza del gobierno, cualquier otra obligación que se le endilgue a quienes ejercen el poder político implica la violación de los derechos de unos para satisfacer las demandas de otros. Es esa injusticia, más allá de las supuestas buenas intenciones que aducen para justificar el otorgar más poder discrecional a quienes lo ejercen, el origen de la corrupción. Si queremos acabar con esos abusos, es a ese poder ilimitado al que debemos enfrentar.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 11 de septiembre de 2017.

Etiquetas: , , , , , ,