Veo con tristeza que mi país se
ha convertido en el reino de los extorsionistas. Pero no sólo me refiero a los
más obvios integrantes de este grupo, los pandilleros, que desde las mismas
cárceles extorsionan a la gente responsable, respetuosa y productiva, entre
ellos a los pocos que todavía se atreven a invertir en Guatemala, transformando
recursos en riqueza y creando fuentes de trabajo que tanta falta hacen para
reducir la emigración de nuestros compatriotas. Criminales que no dudan en
asesinar a quién sea con tal de que sus víctimas sucumban a sus amenazas.
Sicópatas que, en la mayoría de los casos, no tienen redención.
Sin embargo, no son los únicos
que viven de la extorsión y de la violación continúa de los derechos individuales
de la mayoría. Entre los principales extorsionistas se incluyen a los grupos de
presión. Organizaciones, en muchos casos, delincuenciales que, así como los
pandilleros tienen a su Smurf, ellos
tienen a su Daniel, a su Joviel o a su Telma. Que, al igual que los mareros
intimidan, ponen en riesgo la vida de los demás y viven del robo de la riqueza
creada por otros. Aunque, a diferencia de los mareros y criminales comunes,
ellos no se encuentran presos. Más aún, pareciera que son intocables gracias al
apoyo que gozan de burócratas supranacionales y estructuras internacionales de
personas que viven de la peor de las extorsiones: la extorsión impositiva.
¿Por qué es la extorsión
impositiva la peor de todas? Porque utilizan la ley para extorsionar. Esa ley
que llamó Frédéric Bastiat pervertida, porque fue desviada de su objetivo
legítimo y dirigida a un objetivo totalmente contrario. Ley que deja de ser ley
para convertirse en legislación arbitraria que facilita a los corruptos que
llegan al ejercicio del poder expoliar a los creadores de riqueza, y vivir
parasitariamente a costa de los tributarios temerosos que claudican ante la
amenaza de ir a la cárcel. Ley que termina invirtiendo los papeles entre los
mandantes y los mandatarios y, de alguna manera, retrocediendo el reloj a los
tiempos del antiguo régimen.
¿Existe una reticencia a pagar impuestos? ¿O una aversión a ser extorsionados del fiambre al tamal? Para responder
estas preguntas hay que aclarar el contexto. Es evidente que debemos financiar
las funciones propias de la naturaleza de un gobierno si queremos vivir dentro
de una verdadera República, donde el poder que gozan los mandatarios está
limitado por el respeto a los derechos individuales de aquellos que respetan los
derechos de los demás. Derechos que en principio son reconocidos a todos por
igual, y que sólo se pierden cuando alguien no cumple con su obligación de
respetar la vida, la libertad y la propiedad de otros.
Sobra decir que la realidad de
los guatemaltecos no es la propia de una República. Entonces, ¿por qué vamos a
pagar impuestos cuando la mayor parte de estos terminan en los bolsillos de
burócratas, políticos y oportunistas que negocian con ellos? ¿Por qué aceptamos
ser extorsionados? Extorsión que, por cierto, se da todos los días del año,
independientemente del menú.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo
Veintiuno”, el lunes 20 de noviembre de 2017.
Etiquetas: burocracia, corrupción, crimen, extorsión, Frédéric Bastiat, grupos de presión, impuestos, ley, SAT, Superintendencia de Administración Tributaria
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