Es la pregunta más importante que nos debemos hacer, si
queremos vivir en una sociedad donde todos, a partir de nuestros objetivos
personales y esfuerzo propio, podamos prosperar. Sólo limitando el poder que
gozan quienes lo ejercen, a las funciones que son propias de la naturaleza del
gobierno podemos acabar con la corrupción. Sólo limitando el poder podemos
convivir en paz con los demás y progresar.
Es irónico que en Guatemala el gobierno sea débil en el
cumplimiento de sus obligaciones, dar seguridad y velar porque haya justicia;
pero inmensamente poderoso en funciones que no le corresponden, lo que facilita
el abuso del poder. El estatismo intervencionista, que otorga más poder
discrecional a los gobernantes, es el origen de la corrupción. No es el
gobernante responsable, ni debe serlo actuando en nombre del abstracto Estado, de satisfacer los gustos, deseos
y demandas de los individuos y los grupos de presión. Que algunos quieran que
alguien más les provea sus necesidades, no hace de ésta exigencia una
obligación de los gobernantes.
¿Cómo lograr que aquellos que detentan el poder lo limiten?
¿Cómo quitarles el poder innecesario que les hemos otorgado? Exigiendo al
Congreso la desregulación: la eliminación de todos aquellos decretos que les
han permitido a los gobernantes adquirir más poder discrecional y arbitrario. Si
queremos vivir en una sociedad donde imperen la paz, el respeto y la justicia,
en la cual podamos convivir, compartir e intercambiar sin la intervención caprichosa
de terceros, exijamos a los diputados que legislen menos y fiscalicen más.
Como bien lo explicó el político estadounidense James F.
Byrnes (quien ejerció como diputado, senador, juez de la Corte Suprema de
Justicia, Secretario de Estado y gobernador) al describir lo que le sucede a la
mayoría de quienes gobiernan con pocos límites: “El poder intoxica a los
hombres. Cuando un hombre está intoxicado por el alcohol, puede recuperarse,
pero cuando está intoxicado por el poder, rara vez se recupera”.
¿Por qué es importante que el ejercicio del poder sea
temporal, y ese tiempo racional y prudentemente limitado? Por el peligro de que
aquellos que ejercen el poder terminen enamorándose de este y convirtiéndose en
dictadores, una amenaza permanente, en particular en países donde los atributos
de una república son pocos y prevalece, por otro lado, la democracia, como es
el caso de muchos naciones latinoamericanas.
Recordemos el sabio consejo que dio John Adams en Notes for an Oration at Braintree en
la primavera de 1772: “Hay un peligro de todos los hombres. La única máxima de
un gobierno libre debería ser no confiar en ningún hombre que viva con poder
para poner en peligro la libertad pública”. El límite al poder del gobernante
debe ser el respeto irrestricto a los derechos individuales de todos, con
excepción de aquellos que violenten los derechos de otros y al iniciar el uso
de la fuerza contra alguien más, renuncian a sus propios derechos.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo
Veintiuno”, el lunes 11 de diciembre de 2017.
Etiquetas: corrupción, Democracia, derechos, dictadura, Estado, individuales, James F Byrnes, John Adams, poder, República, Thomas Jefferson
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