Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

8.25.2014

Mi mente es mía



Soy propietaria del producto del uso de mi mente y tengo todo el derecho a beneficiarme del éxito de usarla correctamente. Tengo el derecho de gozar del resultado del uso de mi mente. Los humanos nos diferenciamos del resto de seres vivos por la evolución de nuestra razón: la facultad que nos permite identificar la realidad e integrar el material provisto por los sentidos. Pero el uso de la razón, como todo en la vida, es volitivo: nosotros decidimos si la usamos o no.

Coincido con mi amigo Luis Figueroa en la importante observación que hizo en su artículo publicado el pasado viernes en “elPeriódico”, en lo que respecta a cuál es el tema principal a discutir en lo que trata a la “Ley para la protección de obtenciones vegetales”: debe o no el Estado asegurar que lo que es mío sea respetado por los otros. Y acepto la invitación que hace a dialogar sobre este asunto.

Lo único que justifica la existencia de un gobierno es que este vele porque no se  violenten los derechos individuales. Que no se violen la vida, la libertad y, por supuesto, la propiedad de nadie. Los derechos solo tienen sentido si decido vivir en sociedad. Si mi elección es vivir alejada del resto de miembros de mi especie, el reconocimiento de mis derechos no tiene sentido porque no habrá quién, más que yo, ponga en peligro mi vida, intente imponerme sus decisiones o robe lo que es mío.

Para vivir en paz, dentro de una sociedad, se necesita que algunos ejerzan condicionalmente (solo con el objetivo mencionado, limitado y temporalmente) el uso de la fuerza para evitar que los antisociales agredan a los demás; y en caso alguien viole el derecho de otro, asegurar que se haga justicia: que el malhechor compense a su víctima. El gobernante no debe de tener el poder de violentar a los ciudadanos, a menos que uno de estos haya violado a otro: solo puede usar la fuerza contra el delincuente y/o el criminal.

“Toda palabra tiene su significado exacto”, Francisco d’Anconia. Las palabras nos sirven primordialmente para pensar, por eso es VITAL que las usemos correctamente. Los anarcocapitalistas que consideran el reconocimiento de la propiedad intelectual un privilegio, utilizan incorrectamente este término. Un privilegio es una ley privada: solo aplica a unos. El reconocimiento de que el producto de mi mente es mi propiedad, no es aplicable sólo a mí: es un derecho IGUAL para todos. Yo decido si hago uso de este o no, así como decido si utilizo mi mente para crear algo nuevo o no.

De todas las propiedades de una persona, la más frágil es la intelectual. Es la más fácil de robar. Hay quienes ni siquiera se enteran de que les roban aquello que es producto de su mente. Por ejemplo, cuando el plagio no es descubierto, el ladrón impunemente cosecha el fruto de la mente de otro. Por eso necesita de protección, aún más que aquella propiedad que yo sola puedo defender hasta cierto punto: mi vida, mi hogar, mis seres queridos, mis bienes tangibles… De lo contrario, estamos destruyendo la base del progreso y de la paz: el respeto a lo ajeno.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 25 de agosto de 2014.

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8.18.2014

Nación de ovejas



Comienzo repitiendo lo que afirmé en mi artículo anterior: “Lamentablemente esta actitud intolerable de parte de aquellos que viven a nuestras costillas, que viven de nuestros impuestos, ha sido consentida por muchos que han olvidado el papel que representan en un Estado moderno, el papel de la autoridad, y bajan la cabeza cada vez que un servidor público los trata como siervos”.

Como bien lo dijo el célebre periodista estadounidense Edward R. Murrow a mediados del siglo veinte: “No caminaremos con miedo, el uno del otro. No seremos conducidos por el miedo hacia una era de sinrazón… no descendemos de hombres temerosos: no de hombres que temían escribir, hablar, asociarse y defender causas que eran, por el momento, impopulares… Podemos negar nuestra herencia y nuestra historia, pero no podemos evadir la responsabilidad por el resultado. No hay forma para un ciudadano de una República de abdicar de sus responsabilidades”.

La primera responsabilidad de toda persona digna es defender sus derechos individuales de todo criminal que atente contra estos incluyendo a los gobernantes, de lo contrario, como advirtió Murrow: “Una nación de ovejas pronto engendra un gobierno de lobos”. No debemos permitir que aquellos que están obligados a velar porque haya seguridad y asegurar que en caso de una violación el delincuente y/o el criminal compense a sus víctimas (asegurar que haya justicia) terminen poniendo en riesgo nuestra vida, nuestra libertad y nuestra propiedad. No debemos temer a expresarnos y, mucho menos, dejarnos intimidar por quienes gobiernan y aquellos que trabajan para ellos.

Cada vez son menos los que permiten que los gobernantes y sus empleados violen sus derechos individuales. Pero debemos entender que si lo hacen es porque hay quienes se dejan. Es porque estos últimos no pueden soportar que otros tengan la valentía que a ellos les falta. Es porque estos apaciguadores, para ocultar su vergüenza y su incapacidad de defenderse a sí mismos y a los suyos, pretenden que el resto actuemos como ellos, dejándonos avasallar por los gobernantes: renunciando a nuestra condición de humanos libres que se reconocen como mandantes y no como súbditos de quienes hemos elegido para que ejerzan el poder.

El pensamiento de una persona racional no se doblega ante aquellos que ejercen el poder temporalmente ni ante sus aduladores. Al contrario, los enfrenta dando la cara y el nombre, no cobardemente escondidos detrás de seudónimos. Quien conoce sus derechos CONSTITUCIONALES exige que sean respetados por todos y respeta los de los otros. A Murrow le gustaba recordar las palabras que Shakespeare puso en boca de Casio, palabras sabias que nosotros también debemos recordar: “La falla, querido Bruto, no está en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos que aceptamos la servidumbre”. Termino mi artículo de hoy con la misma oración que usé la semana pasada: “El abuso de los gobernantes, centrales y locales, sólo va a terminar hasta que nosotros digamos ¡BASTA!”.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 18 de agosto de 2014.

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8.11.2014

La prepotencia de Emetra



O, para ser exacta, la prepotencia de los agentes de Emetra la cual refleja la actitud de sus jefes. Gente que cree que manda, olvidando que los mandantes somos nosotros. Lamentablemente esta actitud intolerable de parte de aquellos que viven a nuestras costillas, que viven de nuestros impuestos, ha sido consentida por muchos que han olvidado el papel que representan en un Estado moderno, el papel de la autoridad, y bajan la cabeza cada vez que un servidor público los trata como siervos.

La arbitrariedad con la que actúan estos familiares de los buitres, abusando del poder y violentando los derechos individuales de los ciudadanos respetuosos de las normas, los acerca cada vez más a los corruptos agentes de la Policía Nacional Civil. Total, “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. De nada les sirven sus vistosos uniformes si en lugar de detener a quienes infringen la ley de tránsito, detienen a quien nada debe, solo porque se les antojó. Lo que a mí precisamente me sucedió el 4 de agosto de este año.

En esta ocasión al menos, estaban parando a quienes nos conducíamos en vehículos de modelo reciente. ¿Lo harían creyendo que podrían exprimirnos más dinero imponiendo multas inconstitucionales por si acaso no habíamos pagado el impuesto de circulación? Pues conmigo les salió el tiro por la culata. No solo estaban mis papeles en orden, sino había pagado en tiempo el tributo mencionado y no tenía NINGUNA multa pendiente de pago. Y, lo más importante, no había cometido ninguna infracción que les autorizara a detenerme y registrarme, lo cual fue reconocido por el agente Alberto Ortega.

El artículo 25 de la Constitución nos protege de abusos como los que cometieron contra mí y muchos más el pasado lunes. Artículo que reza: “Registro de personas y vehículos. El registro de las personas y de los vehículos, SÓLO podrá efectuarse por elementos de las fuerzas de seguridad cuando se establezca CAUSA JUSTIFICADA para ello. Para ese efecto, los elementos de las fuerzas de seguridad DEBERÁN presentarse debidamente uniformados y pertenecer al mismo sexo de los requisados, debiendo guardarse el respeto a la dignidad, intimidad y decoro de las personas”. Imperativo, pero bajo ningún punto de vista facultativo. Por cierto, los agentes que me detuvieron eran hombres: otra violación a mis derechos.

Hoy ocupa un lugar preferencial en mi camioneta una Constitución que recién me regaló un apreciado amigo, abogado de profesión, para que la próxima vez que enfrente una situación similar les recuerde, con la Ley en la mano, que si no he cometido una infracción NO tienen el poder para detenerme. Además, mantengo mi teléfono a la mano y la cámara de video fácil de activar, junto con la grabadora y el número de mi abogado, porque si vuelven a violar mis derechos, no solo me voy a expresar públicamente: los voy a demandar. Lo que todos deberíamos de hacer. El abuso de los gobernantes, centrales y locales, sólo va a terminar hasta que nosotros digamos ¡BASTA!


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 11 de agosto de 2014. La fotografía del agente Alberto Ortega la tomé el lunes 4 de agosto de 2014.

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8.04.2014

Deshonesto deterioro



Más de una vez en nuestra vida hemos escuchado la expresión “en franco deterioro”, para enfatizar que una situación en lugar de mejorar, empeora. Sin embargo, el uso de la palabra franco me genera cierta inquietud, ya que mi mente la asocia con la franqueza, una virtud que si la mayoría cultiváramos nos facilitaría la búsqueda de la felicidad. Sobre todo en lo que a convicciones trata. Hoy es casi tan difícil encontrarse con una persona intelectualmente honesta, como lo es toparse con un político de profesión que no robe a los tributarios.

Pareciera más probable encontrar una aguja en un pajar que tropezar en la batalla de las ideas con un interlocutor cuyo objetivo sea encontrar la verdad, la cual no depende de la opinión de nadie: depende de la realidad. Y lo anterior es casi imposible en especial entre los representantes del mainstream académico, intelectual y periodístico; no solo en Guatemala sino en todo el mundo. Aquellos formadores de opinión que descaradamente mienten, sacan de contexto los hechos y la mayoría de su argumentación la basan en falacias ad hominem, falacias non sequitur y la más usada en los últimos tiempos: la falacia del hombre de paja.

Es lamentable reconocer que entre la mayoría de personas que no forman parte de los, en muchas ocasiones, arrogantes círculos académicos e intelectuales - o sea, entre la población en general - prevalece la pereza mental. Y de esto último se aprovechan tanto los estatistas como los populistas politiqueros para avanzar sus intereses personales sin importarles, como es de esperar, las consecuencias trágicas que su ambición, su necedad o sus problemas de ego acarrean al resto, sobre todo cuando estos tienen el poder de imponer sus caprichos a los demás o han logrado cautivar a ingenuos que, por no hacer el esfuerzo mental por aclararse las ideas, son presas fáciles de aquellos que los van a manipular por medio de las emociones.

Es de vital importancia para todos (aún aquellos a quienes no les interesa aprender) reconocer que la única manera de detener el proceso de franco deterioro en el cual se encuentra la calidad de vida de muchos, es despertando a la mayoría que ha sido embaucada, o que se engaña sí misma, de la pesadilla en la cual nos van a sumir a todos si no se preocupan por encontrar el porqué de la situación actual, atreviéndose a buscar sus premisas y a cuestionarse sobre la falsedad o verdad de estas a la luz de la evidencia.

Hay quienes piensan que necesitamos tocar fondo (otra frase coloquial común) para que la situación cambie radicalmente. Sin embargo, esta creencia me genera ciertas dudas como, por ejemplo, ¿qué significa tocar fondo? ¿Cómo saber que efectivamente hemos tocado ese fondo? ¿Cuál es el sacrificio en vidas humanas que ese tocar fondo representa? ¿Existe un camino menos doloroso que el de la caída en picada en el cual nos encontramos? Tal vez sí. El del honesto reconocimiento de que nos hemos equivocado de camino, si acaso nuestro objetivo es el progreso.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 4 de agosto de 2014.

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