Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

11.03.2014

De mendigo a gobernante extorsionador



En tiempos de campaña política proselitista ¡como si hubiera de otro tipo! la cual se intensifica conforme se acercan las elecciones generales, el contraste entre el político que busca el poder y aquel que lo ejerce es cada vez más evidente. Quienes quieren llegar a gobernar plenamente (léase: los que quieren ser Presidente) se dedican a limosnear el voto de todos aquellos a los que les encanta ser engañados con promesas populistas incumplibles cuyo único objetivo es lograr que el ungido sea electo para repartir el botín desde el trono presidencial del Ejecutivo.

Mientras, aquel que se encuentra temporalmente ejerciendo el cargo de primer ¿mandatario? empieza a darse cuenta que el tiempo de ordeñar al tributario se le acaba. En su desesperación por exprimir a quien produce y trabaja, conceptos ajenos a la mayoría de miembros de la cleptocracia gobernante, recurre al chantaje público y a la extorsión descarada. Los mandantes, ingenuamente, pensamos que hemos visto todos los ardides posibles para facilitar el robo legalizado de nuestro dinero. Sin embargo, la agonía de quienes ven llegar su fin en el ejercicio del poder les lleva a proponer medidas que hasta podríamos considerar prohibidas, criminales, terroristas. Tal es el caso de Otto Pérez Molina que insiste en contratar a mercenarios fiscales con la peregrina idea de que así va a lograr extraer más dinero de los frágiles bolsillos de los habitantes del país.

Los motivos por los cuales los politiqueros actúan de tal manera son obvios en ambos casos. Es fácil de entender el atractivo que encuentran en ejercer el poder quienes son ineptos para hacer cualquier cosa que no sea engañar a la gente y robarle a otros lo que estos se han ganado honrada y dignamente, dos términos cuyos significados son desconocidos por la mayoría de miembros de la especie animal mencionada. Por eso, primero mendigan el voto de los ciudadanos ya que lo necesitan si van a ser electos democráticamente. Una vez llegan a los cargos por los cuales mintieron a diestra y siniestra, utilizan ese poder que los votantes les dieron para amenazar a quienes antes cortejaban humildemente: o pagan los impuestos que al gobernante se le antojan (sin importar lo que hagan con ese dinero) o los mandan a la cárcel. En el menos peor de los casos, intimidan a los empresarios, a quienes arriesgan capital propio con la intención de crear riqueza, con cerrarles el negocio. Pasan de pordioseros a opresores.

Me cuesta entender a quienes siguen apoyándolos y creen en ellos y en el injusto sistema Benefactor/Mercantilista (estatista, intervencionista) que les permite a los estafadores políticos salirse con la suya. Más aún en esta época en la cual es tan fácil conocer las mentiras de los gobernantes, saber cómo se apropian de los tributos y comprobar en qué malgastan lo que a nosotros nos costó ganar. ¿Por qué falsean la realidad? ¿Por qué se engañan a sí mismos? ¿Por qué se niegan la posibilidad de prosperar efectivamente y por sus propios medios?



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 3 de noviembre de 2014.

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