En tiempos de campaña política proselitista ¡como si hubiera de otro
tipo! la cual se intensifica conforme se acercan las elecciones generales, el
contraste entre el político que busca el poder y aquel que lo ejerce es cada
vez más evidente. Quienes quieren llegar a gobernar plenamente (léase: los que
quieren ser Presidente) se dedican a limosnear el voto de todos aquellos a los
que les encanta ser engañados con promesas populistas incumplibles cuyo único
objetivo es lograr que el ungido sea electo para repartir el botín desde el
trono presidencial del Ejecutivo.
Mientras, aquel que se encuentra
temporalmente ejerciendo el cargo de primer ¿mandatario? empieza a darse cuenta
que el tiempo de ordeñar al tributario se le acaba. En su desesperación por
exprimir a quien produce y trabaja, conceptos ajenos a la mayoría de miembros
de la cleptocracia gobernante,
recurre al chantaje público y a la extorsión descarada. Los mandantes,
ingenuamente, pensamos que hemos visto todos los ardides posibles para facilitar
el robo legalizado de nuestro dinero. Sin embargo, la agonía de quienes ven
llegar su fin en el ejercicio del poder les lleva a proponer medidas que hasta
podríamos considerar prohibidas, criminales, terroristas. Tal es el caso de
Otto Pérez Molina que insiste en contratar a mercenarios fiscales con la
peregrina idea de que así va a lograr extraer más dinero de los frágiles
bolsillos de los habitantes del país.
Los motivos por los cuales los
politiqueros actúan de tal manera son obvios en ambos casos. Es fácil de
entender el atractivo que encuentran en ejercer el poder quienes son ineptos
para hacer cualquier cosa que no sea engañar a la gente y robarle a otros lo
que estos se han ganado honrada y dignamente, dos términos cuyos significados
son desconocidos por la mayoría de miembros de la especie animal mencionada.
Por eso, primero mendigan el voto de los ciudadanos ya que lo necesitan si van
a ser electos democráticamente. Una
vez llegan a los cargos por los cuales mintieron a diestra y siniestra,
utilizan ese poder que los votantes les dieron para amenazar a quienes antes
cortejaban humildemente: o pagan los
impuestos que al gobernante se le antojan (sin importar lo que hagan con ese
dinero) o los mandan a la cárcel. En el menos
peor de los casos, intimidan a los empresarios, a quienes arriesgan capital
propio con la intención de crear riqueza, con cerrarles el negocio. Pasan de
pordioseros a opresores.
Me cuesta entender a quienes siguen
apoyándolos y creen en ellos y en el injusto sistema Benefactor/Mercantilista
(estatista, intervencionista) que les permite a los estafadores políticos
salirse con la suya. Más aún en esta época en la cual es tan fácil conocer las
mentiras de los gobernantes, saber cómo se apropian de los tributos y comprobar
en qué malgastan lo que a nosotros nos costó ganar. ¿Por qué falsean la
realidad? ¿Por qué se engañan a sí mismos? ¿Por qué se niegan la posibilidad de
prosperar efectivamente y por sus propios medios?
Artículo publicado en el diario
guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 3 de noviembre de 2014.
Etiquetas: campaña política, Estado benefactor, extorsión, gobierno, impuestos, mercantilismo, politicos, terrorismo
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