Hoy en Guatemala la mayoría no
trabaja gracias a que el 20 de octubre de 1944 un grupo de ciudadanos apoyados
por varios militares y por el embajador estadounidense de esa época, derrocaron
a Federico Ponce Vaides, a quien Jorge Ubico había entregado temporalmente el
poder después de su renuncia al cargo de Presidente acaecida el 1 de julio del
mismo año. Mucho se ha dicho sobre este suceso y los gobiernos electos después
del golpe, menos lo que urge gritar para que se escuche hasta en el último
rincón de nuestra nación: que la supuesta revolución
fue un fiasco total, si acaso su fin era el progreso y la mejora en la calidad
de vida de los habitantes de nuestro país.
Muchos mitos han circulado sobre
este período histórico, por los cuales a la fecha la mayor parte de la
población no sabe a ciencia cierta lo que efectivamente pasó. Espero que algún
día la evidencia permita corregir este crimen cometido por seudointelectuales basados en medias
verdades ¿o mentiras totales?, en
acontecimientos comentados fuera de contexto y en embustes descarados.
Tristemente, aquellos que actúan cegados por sus complejos, resentimientos y
envidia, terminan favoreciendo sistemas castrantes que les hacen tanto daño a
ellos como a sus semejantes: prefieren vivir miserablemente a reconocer que se
han equivocado. El problema principal es que condenan a otros a existencias
similares a las suyas.
Mis detractores se escandalizaran
al leer este artículo y dirán que miento. Que la primavera democrática terminó bruscamente con la caída de Jacobo
Arbens y que si él hubiera terminado su mandato (o hubiera ejercido el poder ad eternum al igual que los dictadores
socialistas latinoamericanos de este siglo) el resultado hubiera sido
diferente. ¿Diferente? Tal vez en el sentido de que estaríamos peor de cómo
estamos hoy. Pero falso en todo lo demás. Lo único que cambió fue quién estaba
al frente del gobierno. Al final, lo que los gobernantes posteriores a Juan
José Arevalo y Arbens hicieron fue continuar con el sistema de Estado
Benefactor/Mercantilista, estatista e intervencionista, que los constituyentes
de 1944 eligieron por nosotros.
En nuestro país ha habido muchos
golpes de Estado, pero revoluciones… ninguna con consecuencias deseables en el
largo plazo. La única que pudo haber cambiado para bien de todos las
condiciones en las que vivimos fue la Revolución de 1871. Sin embargo, Justo Rufino
Barrios enterró los sueños de los verdaderos liberales que querían acabar con
los privilegios y ansiaban vivir dentro de un Estado de Derecho donde todos
fuéramos iguales ante la Ley y se respetaran la vida, la libertad y la
propiedad de todos.
Necesitamos una revolución, pero
una revolución que nos permita cambiar radicalmente las premisas sobre las
cuales se han sostenido los sistemas políticos que hasta ahora nos han
impuesto. Y para que esa revolución sea la correcta en beneficio propio, de
nuestros conciudadanos y de nuestros descendientes, primero deben de cambiar
las ideas prevalecientes.
Artículo publicado en el diario guatemalteco
“Siglo Veintiuno”, el lunes 20 de octubre de 2014. La imagen la bajé de la Internet.Etiquetas: Estado benefactor, Federico Ponce Vaides, Jacobo Arbens, Jorge Ubico, Juan José Arévalo, Justo Rufino Barrios, mercantilismo, revolución, Revolución de Octubre de 1944
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