Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

10.15.2018

El suicidio de Roxana




Roxana Baldetti se suicidó hace muchos años. Aclaro que uso el término de una manera metafórica, ya que, al menos mientras escribo estas líneas, la exvicepresidente sigue vivita y coleando y, según el informe del Inacif, con ánimo de continuar adelante a pesar de las condiciones en las cuales se encuentra en la cárcel de Santa Teresa. Condiciones que, por más privilegiada que sea Baldetti, ni de broma se parecen a las condiciones en las cuales esperaba vivir después de su paso por el gobierno. El suicidio que cometió Roxana, y cometen muchos más de quienes llegan al ejercicio del poder, es el suicidio moral. Ese del cual podrían resucitar si reconocieran sus errores y pagaran las consecuencias de sus acciones retribuyendo justamente a sus víctimas.

Roxana se suicidó en el momento en el cual decidió ser deshonesta, arrogante y viciosa. Se suicidó cuando se dejó de valorar. Se suicidó en el momento en el cual decidió ser inmoral, ser corrupta. “Lo moral es lo escogido, no lo forzado; lo comprendido, no lo obedecido. Lo moral es lo racional…”, escribió Ayn Rand. Lo moral es tomar las decisiones correctas para asegurar nuestra felicidad. Es saber diferenciar entre lo que es bueno y lo que es malo. Las acciones habituales tienen consecuencias. Si la consecuencia es deseable, es un hábito bueno. Si no es deseable, es un hábito "malo". Si no es ni bueno ni malo, es un hábito irrelevante.

Una virtud es un hábito moralmente bueno que promueve un buen propósito con un significado moral. Una acción es moralmente significativa cuando trata asuntos que son fundamentalmente importantes para la vida y el bienestar humanos. ¿Cuáles son los principios básicos según los cuales uno debe vivir? ¿Cómo se debe tratar con otras personas? ¿Cuáles son los roles de la razón y la emoción para vivir una buena vida? Estas y otras preguntas similares son esenciales para nuestra existencia y, por lo tanto, tienen un significado moral. Tales preguntas y sus respuestas caen dentro de la esfera de la ética o la filosofía moral.

Aquel que practica la virtud del orgullo no es ni vanidoso ni arrogante como lo ha sido Roxana Baldetti que aún presume ser quien no es. Ser orgulloso implica practicar el hábito de adquirir y crear los valores de carácter que lo hacen a uno merecedor de florecer, sentirnos dignos de vivir y tenernos en gran estima: valorarnos a nosotros mismos. Exigirnos ser llenos de virtudes y no cometer actos vergonzosos. Nunca aceptar una culpa inmerecida, corregir los agravios y errores cometidos, no permitir ser tratados como menos que persona. No aceptar el papel de animal de sacrificio, ni de esclavo, ni de objeto. Es una virtud introvertida: conseguir dentro de nosotros el mejor carácter posible, sin manchas, sin ser presumidos, fanfarrones, ostentosos. Sin pretender impresionar a otros o convertir nuestra vida en una competencia cuyo objetivo es alardear de la supuesta superioridad de uno sobre los demás.

Nuestra vida y nuestra felicidad dependen de que las elecciones que hagamos sean las correctas. Ser libre significa que tus elecciones son tuyas, ya que no existe un ente del gobierno capaz de monitorear cada una de nuestras acciones, cada uno de nuestros pensamientos, cada uno de nuestros impulsos. Ninguna organización del gobierno puede prevenir cada acto de violencia porque cada acto de violencia es una expresión del poder humano. No hay burocracia estatal que sea más poderosa que las acciones de los individuos que somos libres de elegir hacer el bien o hacer el mal: libres de determinar el curso de nuestras vidas, libres de tomar nuestras propias decisiones. Ser libres también significa que podemos elegir hacer cosas terribles. Somos libres para ser buenas o malas personas. Aquellos que como Roxana eligen la vida inmoral nunca alcanzaran la verdadera felicidad, porque eligieron el suicidio moral.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “El Siglo”, el lunes 14 de octubre de 2018.

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4.06.2015

El hábito de la justicia



El clamor por justicia es sin duda el reclamo humano que hoy más solemos escuchar en todos lados. Sin embargo, ¿conocemos el significado del término justicia? ¿Sabemos qué significa ser justos? ¿Practicamos este necesario hábito para alcanzar nuestros valores y convivir en armonía con los demás?

Ayn Rand consideraba la justicia como una necesidad práctica para la vida humana. Siempre hay que juzgar a los otros porque “no se puede falsificar el carácter de los hombres, así como no se puede falsificar el carácter de la naturaleza”. Tratar a los demás como lo merecen a partir de una evaluación racional y objetiva de su carácter y acciones es respetar la ley de la causalidad. “Una recompensa es un valor dado en reconocimiento de la virtud o logro de una persona; un castigo es un desvalor pagado por un vicio o una culpa”.

La justicia es la aplicación de la virtud de la racionalidad al proceso de evaluar y tratar según esa evaluación a los otros. Es la virtud de juzgar objetivamente el carácter y la conducta de otra persona y actuar de acuerdo a dicho juicio, dándole aquello que se merece. Es interpretar correctamente los mensajes profundos que los incidentes nos revelan sobre un determinado individuo. El propósito de tal hábito es la identificación de la naturaleza básica de un individuo para poder proyectar su conducta futura.

La suma de la conducta y el carácter es el producto integrado de sus acciones a través del tiempo. Es por medio de sus actos que una persona forma su carácter, y es su carácter el que a la vez va a influenciar su conducta. Ambos revelan y muestran en qué consiste su naturaleza individual. El carácter nos da la información que nos interesa sobre la conducta. Debemos evaluar las acciones particulares y los principios que las guían: el carácter. La justicia es la muestra de la honestidad y la racionalidad: atiende todo y solo lo que la evidencia muestra, tanto para evaluar personas como cualquier otra cosa. Tratar a otros como se lo merecen, significa responder a su conducta buena con recompensas y a su conducta mala con castigos. Culpa es una falta que se comete voluntariamente, meritoria de castigo.

Es por nuestro propio interés que debemos ser justos. Falsear las acciones y el carácter de otros no cambia en nada la realidad de la naturaleza de estos ni los efectos potenciales que tengan en nosotros. La justicia es un medio vital para proteger y promover los valores propios. Por la felicidad propia debemos preocuparnos del efecto probable que tengan las acciones de los demás en nuestras vidas. Evaluar a los otros objetivamente y tratarlos de tal manera que sirvan a nuestros valores, apoyando a quienes contribuyen a nuestro florecimiento y alejándonos de quienes nos dañen son condiciones sine qua non para alcanzar nuestra felicidad. Ser justos es necesario tanto en nuestra esfera privada como en la pública. Una sociedad justa depende de cuán justos sean sus miembros.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 6 de abril de 2015.

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12.22.2014

Los virtuosos del amor

"La virtud involucrada en ayudar a aquellos que se ama no es el desinterés propio o el sacrificio, sino la integridad", Ayn Rand.

Todo en esta vida se debe de ganar, en especial lo más preciado por nuestra especie: el amor. ¿Cómo es posible que haya quienes creen que deben ser amados sin haberlo merecido? Son los parásitos del amor. Tanto el amor, como la amistad, el respeto, la admiración… son nuestra respuesta emocional a las virtudes de alguien más. Son sentimientos que representan el pago espiritual dado a cambio de nuestro placer personal y egoísta cuyo origen es el carácter único e irrepetible de otra persona.

Es el sentido de la vida de cada uno el que determina nuestras acciones: la apreciación subconsciente, la integración emocional que hacemos de nosotros mismos, de nuestro lugar en el mundo y nuestra relación con la realidad y los demás. Lamentablemente, son pocos quienes meditan sobre los motivos que le hacen amar a determinada persona y no a otra. Para la mayoría es más fácil recurrir a la falaz y equivoca idea hecha célebre por Blaise Pascal de que el corazón tiene razones que la razón no entiende, que dedicarle el tiempo que se debe a la elección más importante que hacemos en nuestra vida: la elección de con quién vivirla. Y no me refiero solo a la pareja romántica, también aplica este proceso a nuestros amigos y a aquellos con quienes hemos elegido libremente compartir nuestro valor más precioso.

Quien no te valora, no te merece. Quiérete y no andes regalando tu tiempo y tu amor a quien te desprecia. Cuánto te valoran se muestra con actos, no sólo con palabras, los cuales deben ser consistentes y concordar. Al apoyar a los seres que amamos, personas de gran importancia para nosotros, no lo hacemos por sacrificio. Esa es una gran mentira que muchos repiten afectando subconscientemente su propia estima. Ayudamos a quienes amamos precisamente por que los amamos: representan un valor en nuestras vidas, y velar por ellos es una muestra de nuestra integridad y de que actuamos de manera coherente con nuestra escala de valores. En consecuencia, el que otros ELIJAN (sobra decir libremente) amarnos a nosotros, es resultado de quién hemos decidido ser y un premio GANADO por nuestras virtudes.

Amar es una condición que no tiene discusión, al menos para el ser humano que quiere vivir como tal. Amar es valorar. Depende de nosotros y de nuestras elecciones. Constantemente valorar y buscar ser valorado es su historia, mi historia, la historia de todos. Atesoro mis valores como lo que son: fuente vital de mi felicidad. Mis valores más estimados son personas de carne y hueso, fabulosas y auténticas, honestas… que se han ganado mi amor por nuestras coincidencias y sentidos de vida similares. Se han ganado mi respeto y admiración por sus virtudes. Seres humanos extraordinarios que merecen lo que tienen y aún más que, estoy segura, van a lograr. Mi gente, con la que comparto una visión existencial benevolente y cuyo propósito moral más elevado es el mismo mío: ser feliz. A ustedes, que saben quiénes son, los amo. Gracias por compartir su vida conmigo.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 22 de diciembre de 2014.

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6.09.2014

Gigante amanecer



Hoy quiero celebrar un acontecimiento que fortalece mi esperanza de que en este siglo experimentemos un tiempo en el cual prevalezca la razón correctamente entendida y la verdad reconocida como la realidad misma: un período similar al vivido por los ilustrados del siglo dieciocho en el que se gestaron las ideas que permitieron la mejora exponencial en la calidad de vida de nuestra especie a partir del siglo diecinueve. Un tiempo en el cual se sembró el germen del progreso que siguió dando frutos en el siglo veinte a pesar de la irracionalidad y la barbarie que también se sufrió en los últimos cien años. Un despertar de la grandeza de toda persona que se respeta y respeta la vida, la libertad y la propiedad de los demás. El ser humano que elige ser racional, que acepta que la única opción para alcanzar y conservar sus valores es cooperar e intercambiar en paz con los otros.

El despertar de quienes nos reconocemos como parte de una misma raza, la humana, con una esencia común, la cual nos ha permitido conseguir lo que no ha logrado ninguna otra especie: crear una civilización. Individuos que nos orgullecemos de ser únicos e irrepetibles, y sabemos que nuestras diferencias las podemos convertir en elementos enriquecedores que nos permitan avanzar. Quienes disfrutamos de una vida en armonía, identificando a nuestros pares con quienes elegimos compartir nuestra existencia. Hombres y mujeres que, independientemente del país en que nacimos, la etnia a la que pertenecemos, la lengua que hablamos, el color de nuestra tez… entendemos que el deseo más íntimo de toda persona de ser feliz es nuestro común denominador.

Y para júbilo de muchos, ¡muchos más! que aquellos que lo resienten, ese Amanecer llegó a Guatemala, simbolizado por la hermosa escultura del maestro Walter Peter Brenner, develada en Ciudad Cayalá el pasado 31 de mayo de 2014. El Gigante que emerge en el Paseo es uno de los monumentos más grandes del mundo en el género de mármol tallado. Una obra que será admirada en todo el planeta. Una colosal producción contemporánea que nos recuerda que en cada uno de nosotros, más allá de nuestras diferencias, se encuentra la semilla de la grandeza. Es tarea individual cuidar esa semilla, tratarla con respeto al elegir nuestros valores y regarla practicando las virtudes que nos permitan cosechar sus frutos.

“Una alegoría a la búsqueda de la felicidad”, así describe Walter a su más reciente creación. ¿Y qué es la felicidad? “La felicidad es un estado de alegría no contradictoria, una alegría sin pena ni culpa, una alegría que no choca con ninguno de tus valores y que no te lleva a tu propia destrucción…”, explica John Galt en “La Rebelión de Atlas”. Y más adelante nos pide que: “En nombre de lo mejor que hay en ti, no sacrifiques este mundo a los peores… no permitas que tu visión del hombre sea distorsionada por lo feo, lo cobarde, lo inconsciente en aquellos que nunca han conseguido el título de humanos”. Seamos humanos. Seamos felices. 


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 9 de junio de 2014. La fotografía la tomé el sábado 31 de mayo de 2014 en la develación de “Amanecer, El Gigante de Cayalá”.

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4.21.2014

¿Qué más puedo hacer?



Es la pregunta que me hago casi todos los días por la mañana cuando leo los diarios. ¿Qué más puedo hacer para que cambien, para bien de todos, las condiciones en las cuales estamos viviendo? El estado actual de las cosas en mi país, como en gran parte del mundo es complicado, difícil, trágico para muchos. En algunos lugares más que en otros. Y hay pueblos, como el mío, que caminan por una ruta que nos lleva a una catástrofe de proporciones mayores a la que vivimos hoy.

Robos. Fraudes. Chantajes. Violaciones. Secuestros. Asesinatos… El pan nuestro de cada día que envenena el alma del ingenuo y angustia el espíritu del optimista. A lo anterior podemos sumar la indignación que provoca el abuso del poder de los gobernantes, las denuncias constantes de corrupción, las mentiras descaradas que nos escupen a la cara creyendo que somos todos tan tontos que nos las vamos a tragar sin chistar.

Hasta los burócratas de las organizaciones internacionales, en gran parte responsables de los problemas que hoy enfrentamos, reconocen las miserias en las cuales vivimos y que, para colmo de males, hay pocas posibilidades de crecimiento económico. Léase: es muy poco probable que mejore la calidad de vida de la gente honesta, trabajadora, respetuosa y productiva. Porque, por supuesto, los corruptos que gobiernan en la mayoría de países latinoamericanos, y el resto del planeta, seguirán acumulando fortunas a costa de nosotros.

Al final, llego a la conclusión de que solo vamos a ganar esta batalla si más personas, con las ideas claras, se involucran en la batalla de las ideas. Y en este caso, lo único que puedo hacer por usted en el proceso de aclararse las ideas, es invitarlo a pensar usando su razón (reconociendo la realidad), a identificar las raíces de sus juicios (y, sobre todo, los prejuicios), encontrar las premisas falsas y atreverse a cambiarlas. Como se dio cuenta, la tarea principal en el ámbito intelectual SÓLO la podemos llevar a cabo nosotros mismos quienes, además, somos los principales beneficiarios de ese cambio. No se dejen engañar por la deshonestidad intelectual de aquellos que son solo pura pose y es poco su deseo de buscar la verdad.

Por cierto, el problema no es la falta de valores. Todo ser humano necesita valorar para vivir. El problema es la escala de valores de algunos y la falta de virtudes de otros. Espero que en este siglo predomine el uso de la razón. Que la mayoría de seres humanos opten por reconocer la realidad y se dejen de engañar a sí mismos. Solo así dejaran de ser engañados por otros.

Como dijo el filósofo Leonard Peikoff: “Salvar el mundo es la cosa más sencilla que hay. Lo único que uno tiene que hacer es pensar”. Entonces, ¿por qué es tan difícil que la mayoría lo entienda? ¿Será porque es cierto lo expresado por el artista español Alberto Corazón? “La mediocridad se ha convertido en valor de reconocimiento cultural, político y económico”. Espero que no sea así.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 21 de abril de 2014. La imagen la bajé de la Internet.

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12.30.2013

Embriáguense



No dudo de que más de uno se escandalice con la sugerencia que da nombre a este escrito. Sin embargo, antes de que alguien crea que renuncié a la práctica aristotélica de la justa medida, quiero poner en contexto porque comparto, hasta cierto punto, lo expresado por Charles Baudelaire en el pequeño poema en prosa que lleva el mismo título de este artículo, el cual reproduzco a continuación:

“Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso. / Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense. / Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán: ¡Es hora de embriagarse! Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca”.

El anterior es, a mi parecer, un hermoso y bien logrado verso sin rima, una composición que, por cierto, me inspiró a escribir esta columna: la perfecta excusa para huir del esplín que por estas épocas aflige a muchos, a pesar de la algarabía de la cual forman parte. No tengo nada en contra de la melancolía. Más aún, hay ciertos momentos en los cuales la considero necesaria. Lo que sí desprecio es el tedio de la vida: me parece un desperdicio del preciado tiempo limitado con el que contamos. Por supuesto, quien así decida pasar su breve ser, es libre de hacerlo: respetemos su derecho a vivir desecho.

¿Es la exhortación de Baudelaire un llamado al exceso o un clamor por vivir plenamente? Depende de cómo lo interprete el lector. Para algunos será otra excusa más que justifica su decisión de evadir la realidad, ajenos a la responsabilidad que implica vivir. Para otros, como en mi caso, es un recordatorio de que se ES en tiempo presente. Y que ese efímero instante que soy, si quiero ser feliz, debo vivirlo de manera autentica, integra, intensa. Profunda. Una convicción personal que depende de nuestras respuestas a las siguientes interrogantes: ¿A quién queremos agradar? ¿Con quién deseamos quedar bien? ¿Con nosotros mismos o con los demás?

Yo, tal y como lo he expresado tantas veces, me decanto por la vida virtuosa, la senda correcta de la felicidad verdadera. Camino que depende de mí y mi escala de valores. Una vida que se enriquece si la acompaño de exquisito vino, de comida variada, de buena literatura, de filosofía objetiva y amigos que sean mis pares. Es quererme y amar a quienes se han ganado mi querer. Embriagarme de ser.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 30 de diciembre de 2013. En la fotografía me encuentro dentro de las bodegas de un viñedo en Francia.

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3.25.2013

Felicidad

"La felicidad depende de nosotros mismos" Aristóteles.



La felicidad no se alcanza porque a los burócratas de la ONU se les haya ocurrido honrarla en un día específico. Tampoco se puede medir la felicidad de un colectivo y mucho menos esperar que el Estado se haga cargo del más importante propósito de todo ser humano. La felicidad es un estado individual, y solo cada uno de nosotros sabe si somos felices y solo cada uno de nosotros es responsable de alcanzarla.

Muchos son los autores que han meditado sobre la felicidad. Probablemente se convirtió en un tema relevante poco después de la revolución neolítica, cuando el hombre descubrió medios más sencillos para sobrevivir, dejando atrás la época en la cual fue nómada y depredador, para convertirse en sedentario y productor. Por supuesto, pasarán miles de años para que quede constancia escrita de la más inquietante preocupación humana, después de la urgencia por asegurar la supervivencia.

De los pensadores que he leído que han escrito sobre el tema, quien más me ha impactado es Aristóteles. En el libro “Ética a Nicómaco”, desde los primeros capítulos, deja claro que el bien supremo del hombre es la felicidad. También reconoce que “la felicidad no es un efecto del azar… es el resultado de nuestro esfuerzo”. Aristóteles reconoce que los bienes que poseemos son “útiles accesorios para la felicidad”, motivo por el cual muchos confunden la riqueza con el tan ansiado propósito de toda persona: ser feliz.

Sin embargo, nuestra felicidad no depende solo de aquello que poseemos. Parte indiscutible para que nuestra propiedad contribuya a nuestra felicidad es la forma en la cual la hemos adquirido. Si ésta es fruto de nuestro esfuerzo, una consecuencia de nuestras virtudes, además de satisfacer nuestras necesidades, nuestras posesiones nos hacen sentirnos productivos y por ende orgullosos de quienes somos. Bien lo expresa Aristóteles: “No es en la fortuna donde se encuentra la felicidad o la desgracia… sino que son los actos de virtud los únicos que deciden soberanamente de la felicidad, como son los actos contrarios los que deciden el estado contrario”.

Por supuesto que para una reflexión profunda sobre las virtudes que nos permiten vivir felices, les recomiendo leer la obra mencionada del más importante, a mi parecer, filósofo de todos los tiempos: Aristóteles. Y durante estos días de descanso, sería la compañía ideal para recapacitar sobre el tema e iniciar un proceso de introspección que nos permita resolver las contradicciones que nos impiden lograr nuestro máximo propósito.

Termino con dos verdades que nadie que se considere intelectualmente honesto puede negar. La primera de éstas es una enseñanza de Lao Tse: “El único hombre del que soy dueño es de mí mismo”. Y la segunda, es una frase del autor de “El Principito”, Antoine de Saint-Exupéry: “Si quieres comprender la palabra felicidad, tienes que entenderla como recompensa y no como fin”. Feliz viaje a su interior.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 25 de marzo de 2013.

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12.24.2012

La llama de mi hogar




El de hoy será un escrito para pocos lectores. Sé que la mayoría de gente se encuentra envuelta en la vorágine de las fiestas de fin de año. Cada quien con sus propias costumbres (suyas o heredadas de sus antepasados), muchas con rasgos comunes a la cultura occidental, al menos por estos lares. Pienso que a todos, aún a los más duros de corazón, alguna emoción los embarga por estos días de correrías, en los cuales tantos deciden dedicar un tiempo a la reflexión propicia al cierre de períodos. Un objetivo que no siempre cumplen, cansados de un año intenso, y deseosos de simplemente descansar.

Es curioso que menciono lo anterior escribiendo este artículo el 21 de diciembre de 2012, solsticio de invierno y el día con menos luz solar del año. Y digo que es curioso porque según el calendario de los extintos mayas, hoy comienza una nueva era. En fin, principios y finales representan la excusa perfecta para pensar sobre lo que hemos vivido y lo que queremos vivir. Quién somos y quién queremos ser. Qué nos falta para ser la mejor versión posible de nosotros mismos, únicos e irrepetibles.

Por cierto, para alcanzar ese objetivo de construirnos a nuestro gusto y antojo, es importante recordar el sabio consejo que da  Aristóteles en la “Ética a Nicómaco”, en el capítulo I del Libro II Titulado “Teoría de la virtud”: “…las cualidades solo provienen de la repetición frecuente de los mismos actos”.  Una idea que muchos repiten, a mi parecer de manera correcta, como: "Somos lo que hacemos día a día; de modo que la excelencia no es un acto, sino un hábito".

Reflexionar es un acto que hago constantemente. En esta época en especial, disfruto hacerlo en mi hogar, cuya llama me calienta, me abriga y me protege de las inclemencias del clima y de la maldad de algunos que deambulan haciendo daño a otros en su caminar por las tierras de mi patria.

Es en mi hogar donde leo las siguientes líneas que envió mi admirado amigo Giancarlo Ibargüen: “Nunca debemos perder la esperanza. Ante las múltiples amenazas que atentan contra ‘los principios éticos, jurídicos y económicos de una sociedad de personas libres y responsables’, no debemos claudicar: la esperanza de construir un mundo mejor debe ser nuestra fuerza y en parte nuestra consigna. Tampoco debemos olvidar que la esperanza no es una simple pasividad: un estar ahí, como postes, esperando que las cosas nos caigan del cielo. La mejor forma de esperar es moverse, porque la verdadera esperanza –preñada siempre de anhelo– solo puede entenderse como dinamismo y energía.  ‘Manos a la obra –dijo don Quijote– que en la tardanza está el peligro’…”.

Espero que, independientemente del calendario que usted siga, las tradiciones que practique y cuál sea su forma preferida de medir el tiempo, el pasar de su vida, esta sea siempre exitosa. Que usted elija sus valores, encuentre los medios idóneos para alcanzarlos, y los conserve a lo largo de toda su existencia. Felices fiestas. Feliz vida, hoy y siempre.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 24 de diciembre de 2012. La foto pertenece a mi colección privada y representa el corazón del Asteroide B506, mi hogar.

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