El de hoy será un
escrito para pocos lectores. Sé que la mayoría de gente se encuentra envuelta
en la vorágine de las fiestas de fin de año. Cada quien con sus propias costumbres
(suyas o heredadas de sus antepasados), muchas con rasgos comunes a la cultura
occidental, al menos por estos lares. Pienso que a todos, aún a los más duros
de corazón, alguna emoción los embarga por estos días de correrías, en los
cuales tantos deciden dedicar un tiempo a la reflexión propicia al cierre de
períodos. Un objetivo que no siempre cumplen, cansados de un año intenso, y
deseosos de simplemente descansar.
Es curioso que
menciono lo anterior escribiendo este artículo el 21 de diciembre de 2012,
solsticio de invierno y el día con menos luz solar del año. Y digo que es
curioso porque según el calendario de los extintos mayas, hoy comienza una
nueva era. En fin, principios y finales representan la excusa perfecta para
pensar sobre lo que hemos vivido y lo que queremos vivir. Quién somos y quién
queremos ser. Qué nos falta para ser la mejor versión posible de nosotros mismos,
únicos e irrepetibles.
Por cierto, para
alcanzar ese objetivo de construirnos a nuestro gusto y antojo, es importante
recordar el sabio consejo que da Aristóteles en la “Ética a Nicómaco”, en el
capítulo I del Libro II Titulado “Teoría de la virtud”: “…las cualidades solo
provienen de la repetición frecuente de los mismos actos”. Una idea que muchos repiten, a mi parecer de
manera correcta, como: "Somos lo que hacemos día a día; de modo que la
excelencia no es un acto, sino un hábito".
Reflexionar es un
acto que hago constantemente. En esta época en especial, disfruto hacerlo en mi
hogar, cuya llama me calienta, me abriga y me protege de las inclemencias del
clima y de la maldad de algunos que deambulan haciendo daño a otros en su
caminar por las tierras de mi patria.
Es en mi hogar
donde leo las siguientes líneas que envió mi admirado amigo Giancarlo Ibargüen:
“Nunca debemos perder la esperanza. Ante las múltiples amenazas que atentan
contra ‘los principios éticos, jurídicos y económicos de una sociedad de
personas libres y responsables’, no debemos claudicar: la esperanza de
construir un mundo mejor debe ser nuestra fuerza y en parte nuestra consigna.
Tampoco debemos olvidar que la esperanza no es una simple pasividad: un estar
ahí, como postes, esperando que las cosas nos caigan del cielo. La mejor forma
de esperar es moverse, porque la verdadera esperanza –preñada siempre de
anhelo– solo puede entenderse como dinamismo y energía. ‘Manos a la
obra –dijo don Quijote– que en la tardanza está el peligro’…”.
Espero que,
independientemente del calendario que usted siga, las tradiciones que practique
y cuál sea su forma preferida de medir el tiempo, el pasar de su vida, esta sea
siempre exitosa. Que usted elija sus valores, encuentre los medios idóneos para
alcanzarlos, y los conserve a lo largo de toda su existencia. Felices fiestas.
Feliz vida, hoy y siempre.
Artículo
publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 24 de diciembre
de 2012. La foto pertenece a mi colección privada y representa el corazón del
Asteroide B506, mi hogar.
Etiquetas: Aristóteles, Ética a Nicómaco, existencia, fiestas, Giancarlo Ibargüen, hogar, navidad, vida, virtud
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