“La corrupción es
un mal que, por desdicha, tiene como destino el olvido… ¿Quién se acuerda hoy
de lo que se robaron los gobiernos anteriores?”, es la amarga idea que pone
Francisco Pérez de Antón en la boca de Crisóstomo Valverde, uno de los
personajes de su más reciente novela “Callejón de Dolores”. Al leer semejante
sentencia, no pude hacer más que dejar mi libro a un lado y sentarme a escribir
sobre mi reacción a tal afirmación.
Primero sentí una
especie de fuego intenso que subía por mi cuerpo, una sensación que se
apropiaba de mis entrañas en señal de rechazo a algo que ha sido hasta hoy una
verdad indiscutible. Solo por mencionar los últimos veinticinco años pregunto:
¿qué pasó con lo que robaron en los gobiernos encabezados por Vinicio Cerezo,
Jorge Serrano, Álvaro Arzú, Alfonso Portillo, Óscar Berger y Álvaro Colom? Y
pienso que a esta lista también debo agregar al padre del nuevo Procurador de los Derechos Humanos: me refiero a Ramiro De
León, porque, aunque breve su mandato, más de alguien debe haberse aprovechado
de la incertidumbre de esa época para acumular una fortuna.
Luego, me
pregunté qué pasará con todos los desmadres
de los actuales gobernantes cuando estos entreguen el poder en cuestión de apenas
tres años y un par meses. Porque si alguno del Partido Patriota es sensato, ya
habrá reconocido que es casi imposible que continúen ejerciéndolo en menos de
cuatro años. A casi diez meses de iniciado el período de Otto Pérez Molina y su
gente, tanto en el Ejecutivo como en el Congreso, una gran parte de sus
electores están decepcionados de ellos debido a los tremendos errores que han
cometido. Por supuesto, tal vez casi nada les importa lo anterior: ya se
aseguraron que a sus cuentas bancarias llegará gran parte de lo poco que dicen recaudar.
Y la recién
aprobada “Ley contra la corrupción”, les debe provocar risa. Es muy probable
que crean, ¡como tantos en Guatemala!, que da igual que, finalmente, haya
pasado este intento de remendar un sistema corrupto como lo es el Estado
Benefactor/Mercantilista, y tratar de, sino limitar, al menos otorgar
herramientas eficaces a los escasos diputados y funcionarios que fiscalizan el
uso del dinero de los tributarios. Porque sí: ese dinero es nuestro, es de los
pagadores de impuestos: una verdad irrefutable que debemos internalizar y
difundir, para que cada día seamos más los que nos indignamos del robo
descarado de lo que NOSOTROS hemos ganado. Y, lamentablemente, no hemos
disfrutado.
Pienso que hoy, a
diferencia de 1929 (año en el cual transcurre la historia que narra
magistralmente Pérez de Antón), contamos con más espacios para dar a conocer
los actos ilícitos de los gobernantes, los cuales NO deben ser olvidados. Todo
lo contrario: debemos darlos a conocer a todos aquellos que podamos para que en
un tiempo breve seamos más los desencantados con la realidad actual y al fin
tomemos las decisiones necesarias para cambiarla. No dejemos que el olvido
borre la miseria presente.
Artículo publicado
en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 5 de noviembre de 2012.
Etiquetas: Alfonso Portillo, Alvaro Arzú, Alvaro Colom, Callejón de Dolores, corrupción, Francisco Pérez de Antón, Jorge Serrano, Ley contra la corrupción, Otto Pérez Molina, Partido Patriota, Vinicio Cerezo
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