Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

11.05.2012

El destino de la corrupción



“La corrupción es un mal que, por desdicha, tiene como destino el olvido… ¿Quién se acuerda hoy de lo que se robaron los gobiernos anteriores?”, es la amarga idea que pone Francisco Pérez de Antón en la boca de Crisóstomo Valverde, uno de los personajes de su más reciente novela “Callejón de Dolores”. Al leer semejante sentencia, no pude hacer más que dejar mi libro a un lado y sentarme a escribir sobre mi reacción a tal afirmación.

Primero sentí una especie de fuego intenso que subía por mi cuerpo, una sensación que se apropiaba de mis entrañas en señal de rechazo a algo que ha sido hasta hoy una verdad indiscutible. Solo por mencionar los últimos veinticinco años pregunto: ¿qué pasó con lo que robaron en los gobiernos encabezados por Vinicio Cerezo, Jorge Serrano, Álvaro Arzú, Alfonso Portillo, Óscar Berger y Álvaro Colom? Y pienso que a esta lista también debo agregar al padre del nuevo Procurador de los Derechos Humanos: me refiero a Ramiro De León, porque, aunque breve su mandato, más de alguien debe haberse aprovechado de la incertidumbre de esa época para acumular una fortuna.

Luego, me pregunté qué pasará con todos los desmadres de los actuales gobernantes cuando estos entreguen el poder en cuestión de apenas tres años y un par meses. Porque si alguno del Partido Patriota es sensato, ya habrá reconocido que es casi imposible que continúen ejerciéndolo en menos de cuatro años. A casi diez meses de iniciado el período de Otto Pérez Molina y su gente, tanto en el Ejecutivo como en el Congreso, una gran parte de sus electores están decepcionados de ellos debido a los tremendos errores que han cometido. Por supuesto, tal vez casi nada les importa lo anterior: ya se aseguraron que a sus cuentas bancarias llegará gran parte de lo poco que dicen recaudar.

Y la recién aprobada “Ley contra la corrupción”, les debe provocar risa. Es muy probable que crean, ¡como tantos en Guatemala!, que da igual que, finalmente, haya pasado este intento de remendar un sistema corrupto como lo es el Estado Benefactor/Mercantilista, y tratar de, sino limitar, al menos otorgar herramientas eficaces a los escasos diputados y funcionarios que fiscalizan el uso del dinero de los tributarios. Porque sí: ese dinero es nuestro, es de los pagadores de impuestos: una verdad irrefutable que debemos internalizar y difundir, para que cada día seamos más los que nos indignamos del robo descarado de lo que NOSOTROS hemos ganado. Y, lamentablemente, no hemos disfrutado.

Pienso que hoy, a diferencia de 1929 (año en el cual transcurre la historia que narra magistralmente Pérez de Antón), contamos con más espacios para dar a conocer los actos ilícitos de los gobernantes, los cuales NO deben ser olvidados. Todo lo contrario: debemos darlos a conocer a todos aquellos que podamos para que en un tiempo breve seamos más los desencantados con la realidad actual y al fin tomemos las decisiones necesarias para cambiarla. No dejemos que el olvido borre la miseria presente.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 5 de noviembre de 2012.

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