Se prohíbe invadirlos. Ya tienen dueños con registro de propiedad
debidamente escriturado. Quien aún no tenga uno de estos ejemplares que se
encargue de velar por sus intereses, sin importar que pase por encima de los
derechos de los demás, busque uno en los clasificados de los desocupados. O en
la cantina de la esquina. También es posible que encuentre a un clásico miembro
de la especie mencionada en el prostíbulo del pueblo. Que es fácil localizarlos
no hay duda: son aquellos que a falta de méritos propios se dedican a vivir de
los otros.
Por supuesto, no espere que le sean leales. ¡Mucho menos fieles! Se venden
al mejor postor y en el momento menos esperado, una vez llegan el ejercicio del
poder, lo más probable es que lo dejen a usted, que financió su carrera, al
costado del camino. Con suerte no lo van a meter a la cárcel cuando necesiten
de un chivo expiatorio para distraer al público de los desmanes en los que
andan envueltos y las transas en las cuales se han involucrado con los que
ahora creen que son sus dueños. Al final, todos, menos los avezados pícaros que
tienen la sartén, perdón, la ley por el mango, son unos ingenuos, por no
repetir un adjetivo vulgar que se suele utilizar en estos casos.
Aquellos que se sienten (o se creen, que es todavía peor) los dueños de los
actuales gobernantes, aquellos que en un intento fracasado de defender los
errores garrafales que han cometido los hoy todopoderosos
del país se atreven a decir “¡No sean tan malos! ¡No los critiquen tanto! Si
estos son los nuestros…” quiero aclararles que al menos yo NO estoy interesada
en poseer ni la más mínima parte del ácido
desoxirribonucleico de ninguno de los animales ¡bien vivos! que se dedican a ejercer la alguna vez considerada noble
tarea política.
Hace ya muchos años, y sin necesidad de que decretaran una ley antiadopciones que promueve la orfandad,
decidí de manera libre, soberana e independiente, como dicen que es Guatemala,
declararme huérfana de padres de la patria. Yo estoy segura de que esa gente no
es mi progenitora política, ya que a excepción de dos o tres (lo cual puede ser
una exageración), no comparto con ellos valores ni considero que individuos de
semejante calaña tengan la capacidad, el deseo y el conocimiento de decidir qué
es lo mejor para mí y mis compatriotas que, como lo hago yo, trabajan, se
arriesgan y se esfuerzan por crear riqueza y vivir del producto de su mente.
Se pueden quedar con todos ellos enteritos.
Los pueden arropar con su manto protector y cuidarlos con amor. Pueden imaginar
un paraíso redentor a su lado por toda la eternidad, que a mí me da igual. No
derramaré una sola lágrima cuando los traicionen y los cambien por otros a
quienes consideren más fáciles de manipular. Seguiré como hasta hoy
cuestionando el abuso del poder, la corrupción y las mentiras descaradas de la minoría
que gobierna y se cree propietaria de los habitantes, de los mandantes de mi
país.
El presente artículo fue
publicado el lunes 10 de septiembre de 2012 en el diario guatemalteco Siglo
Veintiuno.Etiquetas: abuso poder, corrupción, Guatemala, Ludwig von Mises, politicos
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