Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

9.03.2006

El espejo en alto

Me equivoqué. Debía ir más abajo, no más arriba. El espejo de la sala. Hoy me sirve para observar el techo desde mi sofá de lectura, y admirar la lámpara que cuelga a la izquierda del espejo. Cuelga del techo, no del espejo: la lámpara a mi derecha. Qué extraño, una misma persona que describe dos escenarios aparentemente distintos. Todo por el reflejo del espejo. Evoco otro espejo: el del retrovisor del tiempo, y por ese espejo veo días idos.

Diviso un conejo que juega a ser Presidente, brincando en el teatro de lo absurdo, pretendiendo que es ovacionado cuando es abucheado. Percepciones, diría alguien que se quedó “abonado” en la relatividad conceptual posmoderna del siglo pasado. Aunque sea una realidad objetiva que percibe el sujeto que es testigo del desprecio que siente el reino animal por el gobernante de la continua bacanal gubernamental. Despreciado por sus compañeros de la dimensión política. Despreciado por los tributarios perseguidos por el ojo al que nadie se le evade y lo que no comprueba lo inventa: acosados por la “StATsi” chapina.

Contemplo por ese memorioso retrovisor, en el pasado más lejano de la semana previa a la anterior, un aula llena de estudiantes en viaje virtual de La Habana a Nueva York, y de regreso a La Habana en apenas quince minutos. Un periplo de engañosos cincuenta años al ayer de una capital isleña que fue cuna de arte y progreso, ahora tan deteriorada que poco representa la gloria del centro cultural cubano de esas fechas. Qué ironía: el documental fue grabado en 1998.

Luego, damos un salto en ese túnel digital de espacios que parecen pertenecer a eras opuestas siendo contemporáneas: nos fuimos a la urbe mundialmente reconocida como el corazón del “monstruo”, del “imperio anglosajón” del tercer milenio, la ciudad que nunca duerme. De la miseria a la abundancia, guiados por el asombro de astros casi centenarios que en alguna ocasión gozaron de Buena Vista en un club social burgués “prefidelista”. Al fin, terminamos la travesía donde empezamos: en el alma de la revolución eterna que eternizó la tiranía, perpetuó el conformismo y generalizó la pobreza.

Recuerdo a uno de tantos burócratas del paraíso de las otras estrellas de la línea “libre de pago de impuestos”, llamada Organización de las Naciones Unidas, y su declaración de que “Guatemala es un buen país para cometer un crimen”. Sin duda, descubrió la receta del agua azucarada a la dulce población aborigen, empalagada de la sangre que corre bajo el puente de la hipocresía de los expertos locales y extranjeros que engordan de la violación a los derechos humanos que ellos han motivado al promover un sistema de incentivos perversos que transforma al criminal en víctima y a la víctima en criminal. Otro cristal que invierte los hechos sin importar su color.

¿Quiénes son los culpables? Si usted se creyó el cuento del Estado benefactor, va a encontrar a uno de muchos colocándose frente al espejo.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 4 de septiembre de 2006.