Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

8.21.2006

Casualidades de la guerra

Las “casualties of war” que sufre un pueblo involucrado en una guerra, con lo dolorosas, desgarrantes y condenables que son, no llegan a ser tantas ni tan sentidas, en el largo plazo, como aquellas que produce el debate de ideas a partir de visiones opuestas del mundo humano. Obviamente, una de las concepciones está equivocada. Ahora, ¿cuál? Confrontarlas con la realidad objetiva responde a esta interrogante.

Esta pugna ancestral, en muchos casos de egos, ha multiplicado la miseria en unas sociedades y en otras ha acelerado la creación de riqueza. ¿De cuál de estos enfoques se encuentra más cerca nuestro sistema político? Para contestar debemos señalar cuáles son esas posiciones: una, la colectivista, otra, la individualista.

La primera sitúa al colectivo por encima del individuo: privilegia lo abstracto por encima de lo concreto. La segunda reconoce al individuo como anterior al colectivo, quien, además, conforma no uno, sino todos los colectivos. Un individuo, por ejemplo el asceta, podría vivir sin el “colectivo”. Pero nunca un colectivo puede existir sin individuos.

El colectivismo, identificado con el socialismo y la comunidad cerrada, se origina con Platón y su propuesta, contenida en “La República”, de construir un Orden, según él justo, dirigido y planificado centralmente por los filósofos que deciden por el resto. Propuesta atractiva, máxime si alguien se cree parte de los sabiondos que van a ostentar el poder.

El individualismo, identificado con el liberalismo y la sociedad abierta, también halla sus raíces en Atenas, con Pericles y Aristóteles, discípulo de Platón que no coincidía con su maestro. Casi dos mil años después, los escolásticos del siglo quince, seguidores de Tomás de Aquino, estudian las observaciones de los griegos y proponen, entre otras cosas, la eliminación de impuestos y controles de precios; y el respeto a la propiedad, a los contratos y al libre comercio. ¿Serían estos religiosos “neoliberales” adelantados a su tiempo?

Por supuesto, sin los trabajos de pensadores como Turgot, Condorcet, Say y Bastiat, y la posterior revolución marginalista del año 1871 que corrige el error de los economistas clásicos sobre la teoría del valor (que depende del sujeto que valora el objeto) probablemente hoy sería difícil estar seguros de cuál de las dos nociones es acertada y cuál errada.

Sobra evidencia, aunque algunos “opinionistas” la nieguen, de que la visión colectivista, representada actualmente por el dominante Estado benefactor, es un fracaso. Por otro lado, abundan las pruebas de que la visión individualista, representada por el Estado de derecho (la igualdad de todos ante la ley) es exitosa en la mejora constante en la calidad de vida de las personas.

Guatemala es socialista.

En fin, es evidente cómo reducir los “muertos” a consecuencia del enfrentamiento de ideas. Falta actuar, venciendo los intereses creados de los grupos de presión, para cambiar.

Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 21 de agosto de 2006.