El tiempo es vida
¿Será todo lo que precisamos? ¿Acaso necesitamos de algo más? ¿Cuál es la cantidad ideal de tiempo? ¿Depende de cada uno de nosotros? ¿Se mide en segundos o en experiencias o en conocimiento? ¿Necesitamos de los tres para ser quien decidimos ser?
Según mis padres y mi memoria, desde que era apenas una cría hago uso de la razón. O intento hacerlo la mayor parte del tiempo. Soy consciente desde mis primeros años de que aquel minuto que pierdo, es un minuto que no volveré a vivir jamás. Vendrán muchos más, al menos eso espero, pero ese instante que dejé ir sin sentir, ese no lo voy a restituir. Los hubiera, me enseñó alguien a quien amo inmensamente, no existen. Puedo pagar las consecuencias de mis errores, corregir mis equivocaciones, pero nunca borrarlas. Eso sí, puedo perdonarlas.
Por supuesto, lo anterior no quiere decir que pase los días inmersa en mi actividad laboral, la que comúnmente identificamos con la vital virtud de producir para vivir de nuestro esfuerzo y no de la producción de otros. Reconozco que es una importante tarea si queremos progresar y no vegetar. Pero, en mi caso, el momento que más disfruto, el clímax de mis días, es ese que tantos han confundido con el vicio del vago. Me refiero al momento del ocio. O, como bien explica mi valorado Aristóteles en la obra “Ética a Nicómaco”, el tiempo de la contemplación. El tiempo del máximo placer. El tiempo de la felicidad plena.
El tiempo ido, una vez ha sido vivido, pasa a enriquecer ese equipaje que llevo a todos lados: mi pasado. Riqueza que espero nunca perder. Lo que trae a mi mente un cuento breve del escritor egipcio Naguib Mahfuz, ganador del premio Nobel de Literatura de 1988. El primer escritor en lengua árabe en recibir tal galardón. Un cuento titulado "Una broma de la memoria" que encuentran en “Diálogos del atardecer”, el cual reproduzco para ustedes: "Vi a una persona enorme, con un estomago tan grande como el océano y una boca capaz de tragar un elefante. Le pregunté anonadado: - ¿Quién eres? A lo que respondió sorprendido - Soy el olvido. ¿Cómo es que me has olvidado?" Maravilloso. Cada vez que lo leo me cautiva de nuevo. Soberbio escrito que, en su aguda simpleza, nos recuerda la trascendencia del recuerdo. Esos hechos que ya vivimos, nosotros los que vivimos. Lo que fuimos. La base de quien somos. El origen de quien seremos.
Lo que ustedes leen hoy, cualquier día que sea en su vida, yo lo escribo en la mañana de un lunes monocromático. El lunes 27 de septiembre de 2010, en el cual el gris prevalece por encima del celeste que suele identificar al cielo. Me atrevo a decir que por la tarde voy a extrañar los celajes de variados colores que pueden ir desde el violeta profundo, pasando por los intensos rojos y terminando en suaves rosados. El gris, color que aparece en pocas ocasiones en la infinita variedad de colores con que veo mi presente. Colores que en su mayoría han dado sentido a mi historia. Colores que simbolizan mi esperanza en el futuro.
Y como al fin, escribir en este espacio bautizado con el nombre de “Le Haim” (el tradicional brindis hebreo que traducido al español sería lo mismo que decir “por la vida”) significa para la autora, yo misma, un dar tiempo mío a ustedes, vida mía para mis lectores, deseo terminar con dos versos (el primero y el tercero) del poema 46 de “Canto a mi mismo” de uno de tantos poetas espléndidos que he elegido para vivir mi tiempo, Walt Whitman:
Vida mía, ¡cómo me gustas!
Este artículo fue publicado en la Edición 27 de la Revista nuChef, correspondiente al bimestre septiembre – octubre de 2010. La fotografía la tomé desde la cumbre de la Danta en el Reino de Kan, el 21 de julio de 2007.
Etiquetas: Canto a mi mismo, Diálogos del atardecer, existencia, La Danta, Naguib Mahfuz, ocio, Reino de Kan, Revista NuChef, tiempo, Una broma de la memoria, Walt Whitman
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