“Vete y ve. Marta Yolanda, ve a escribir y, por favor ves lo que ponés”. ¡Esa voz, esa voz! Esa voz que en mi interior, sea ese interior lo que sea, ordena o intenta poner orden en mi vida. Esa voz que no puedo aplacar y me invita a pensar. Esa voz que veo hasta en mis sueños. En fin, voy a cumplir con la instrucción dada por el Estado Mayor del Interior. Voy a cumplir con mis compromisos, los cuales adquiero por placer, nunca por deber. Inspiración ven a mí porque “mis ojos, sin tus ojos, no son ojos”. Gracias Miguel Hernández, por esa primera línea de tan maravilloso soneto.
“La cicatrización es perfecta. Puede hacer vida normal”. Me dijo el oftalmólogo que operó mis ojos para que ya no necesitara intermediarios al ver. El adiós ¿permanente? a mis lentes. Mis compañeros más constantes en los últimos cinco años. A veces olvidados, pero siempre necesitados. Hoy, extrañamente extrañados. Por supuesto, a pesar de lo anterior sumándole las experiencias vistas junto con mis lentes, la primera parte de su comentario me hizo muy feliz.
Había alcanzado una meta. Había recuperado mi visión sin intervención. Claro, repito, necesité de una intervención quirúrgica para acabar con la ya citada cristalina mediación. Guardando las distancias, algo similar debe haber sentido el ciego de Betsaida cuando pudo ver después de que Jesús mojó sus ojos con saliva y puso sus manos sobre él. Aunque es evidente que yo no vi a la gente como “árboles que caminan”. Por cierto, si era ciego de nacimiento, ¿cómo pudo comparar a los humanos con “árboles” que, además, son capaces de andar? ¡Qué complicado! Uno de tantos misterios de “La Biblia” que sus escritores no resolvieron.
La segunda parte me invitó a dudar. ¿Vida normal? ¡Ve pues, qué cosa tan difícil de definir! Al fin, dependerá de cuál es la normalidad para cada uno: cuál es nuestro estado natural. En mi caso, sé desde niña que mi normalidad se sale de los estándares comunes, a pesar de lo común que soy. ¡Con cuánto descaro y superficialidad tan normalmente usamos la palabra “normal” sin siquiera ponernos a meditar sobre lo profunda que es su definición! Qué incomprendida palabra: parte vital de ese estilo único del alma de cada quien. Indiscutiblemente irrepetible. Algo tan personal como la manera en la cual cada uno nos lavamos los dientes. Yo lo hago sin lentes. No se diga tareas más significativas en nuestro quehacer cotidiano cuyo resultado, consciente o inconsciente, es hacernos a nosotros. Crearnos.
De Tales de Mileto se cuenta que una noche, por estar observando los astros, cayó en un pozo. La anciana criada que lo acompañaba dicen que entre risas le dijo: "¿Cómo es eso Tales, no sabe dónde pone los pies y pretende conocer el cielo?". Lo anterior lo leí en el diario argentino “La Nación”, en un artículo sobre el amor secreto de Macedonio Fernández. En el mismo escrito, más adelante, el autor nos cuenta que Platón creía que el pueblo ve en el filósofo a un pedante o, en el mejor de los casos, a un inútil, y se burla de él. Pero, ¿qué sería de nosotros sin ese personaje extravagante que se hace preguntas sobre la existencia? ¿Será que todos, más que de locos, tenemos de filósofos un poco? ¿Es lo normal cuestionarnos?
Vayan y vean, dilectos lectores. El tiempo no es circular como algunos quisieran. El tiempo es lineal. Avanza inexorablemente. En el camino nos topamos con nuevas oportunidades. Nunca segundas. Como sentencia cantando José José: “Ya lo pasado, pasado”. El tiempo no es eterno. Es nuestra vida misma. Todos tenemos un tiempo finito. La diferencia la hacemos al decidir cómo vivir. Total, cómo y cuándo morir, en la mayoría de los casos, no depende de nosotros. Por eso deseo que cuando yo muera la leyenda que me despida sea: “Fue y vio: vivió intensamente”. ¡Salud!
El presente escrito fue publicado en la edición 24 de la Revista NuChef, ejemplar que corresponde al bimestre marzo-abril 2010. La fotografía la tomé cuando venía de regreso del “Objectivist Conference” (OCON), que se llevó acabo la primera quincena de julio de 2010 en Las Vegas.Etiquetas: existencia, normalidad, Revista NuChef, vida, vista
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