Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

4.21.2011

Cuento en Las Vegas



Según Wikipedia, Las Vegas es la ciudad más grande del Estado de Nevada. Después de leer lo anterior me quedé ¡asombrada! ¿Cuán pequeñas serán el resto de ciudades para que una urbe cuyo encanto se encuentra en el llamado Strip, sea la más grande? ¿Un bulevar de poco más de 6 kilómetros? Con éstas preguntas no pretendo menoscabar la importancia que tiene una avenida que desde el aire, unida al Downtown, parece que dibuja un ángulo de aproximadamente 165°. Un espacio en el cual se mueven miles de millones de dólares todos los días. Donde se casan y divorcian cientos de parejas. Una ciudad en la que es muy difícil estimar cuántas personas la habitan, debido a la enorme cantidad de turistas que llegan a diario en busca de fortuna, diversión y, quién sabe, tal vez el amor de su vida. O, muy probable, a olvidarlo.

Si no hubiera investigado sobre mi destino antes de partir, no entendería el porqué a principios del siglo diecinueve, Antonio Armijo bautizó ese espacio con el nombre de Las Vegas, siendo éste primordialmente un desierto, caliente y seco, al menos por las fechas de mi visita. Total, Las Vegas no es la misma de día que de noche. No es la misma vista por fuera que vista por dentro. Vista a ras del suelo que desde las nubes.

Quiero aclarar que mi reciente viaje a Sin City no estuvo relacionado con ninguno de los motivos listados en la primera parte de este relato. Lo que me llevó junto con otros amigos al lugar que “no cuenta lo que en su seno haya sucedido”, parafraseando el conocido eslogan de “what happens in Vegas, stays in Vegas”, fue una actividad académica que nos condujo durante 10 días a un viaje lleno de filosofía, historia, ciencia, arte… Gozo. Al fin, para mí aprender es un placer.

Sabía por mi afición a la lectura y al cine, que en Las Vegas uno se topa con mucha gente a la que le gusta contar, aunque no el tipo de cuento que quisiera compartir con ustedes. Les gusta contar aquello que les podría costar, si no la vida, por lo menos una tremenda paliza. Me refiero a contar cartas, ya que el mayor atractivo de Las Vegas son los casinos. Pero no para todos. Yo prefiero observar para luego contar historias que pueden ser reales, producto de mi imaginación o una mezcla de ambas. Yo, además de las conferencias y cursos a los cuales asistí, disfruté como una niña de las caminatas nocturnas por el Strip, la irreverente comedia de “Penn & Teller” y la retadora presentación de “Zumanity” del “Cirque du Soleil”. Un espectáculo sólo para adultos. Una exploración ¿o explosión? del deseo. Una celebración a la sensualidad y la sexualidad humana.

Por supuesto, la comida hizo de mi trip una experiencia deliciosa. Confirmé lo que leí y me dijeron algunos amigos, más de un chef entre ellos: que en Las Vegas se come como dioses. Imagino que esa es una de las razones por las cuales tienen su “Caesar’s Palace”. Sin embargo, me gustó más el “Venetian”, incluido el restaurante “Tao” que se encuentra en su interior, donde tuve el gusto de beber un flight de sakes y comer un riquísimo pato pequinés. No obstante, si regreso en los siguientes dos años, me hospedo en “New York–New York”. Y reservo para comer de nuevo en “Lotus de Siam”.

Del “Bellagio”, me quedo con el baile de las fuentes: uno de esos entretenimientos cuyo único costo es el tiempo de espera, si es que se quiere un lugar en primera fila. Me faltó, entre tantas cosas, conocer el “Luxor”. Será una excusa más para otra visita a la ciudad del pecado. Adonde ni por curiosidad me asomé, más que de lejos, fue a “Paris-Las Vegas”: me quedo con el original. Si prefiero nuestra Torre del Reformador, ¡cómo no la de Eiffel! Espero para mi próxima visita superar este prurito. Porque de lo que no tengo duda es que regresaré algún día a dejar memorias perdidas en Las Vegas. Le haim.


El presente cuento fue publicado en el Edición 26 de la Revista nuChef, correspondiente al bimestre de julio-agosto 2010. La fotografía del Strip de Las Vegas la tomé el 5 de julio de 2007.

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