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Viene
el duelo, no la calma. Viene el dolor, no la paz. Viene la lágrima, no la risa.
Viene la angustia, la confusión, la indefensión. Vienen las preguntas sin
respuestas, los reclamos, la búsqueda de culpables… viene el rostro que refleja
el espejo. Después del fuego que quema, también puede venir más fuego. Puede
venir el fuego que destruye lo poco que quedó en pie, o puede venir el fuego
que calienta el hogar que se logra integrar. ¿Qué hará la diferencia entre uno
u otro escenario?
¿Qué
hacer frente a una catástrofe? ¿Cómo continuar viviendo? ¿Qué se necesita para
entender las palabras que dejó escritas José
Antonio Castillo a su esposa, Gloria Cojolón? “No todo
es para siempre. Sigan adelante, la vida sigue…la vida es así”. Es una verdad
indiscutible que la vida termina algún día. Pero, ¿tiene que ser la vida
trágica, infeliz, plagada de obstáculos insalvables? ¿Qué podemos cambiar para
que la vida, independientemente de la muerte, sea diferente?
¿Por
qué arriesgar la vida por unos pocos bienes, tal y como hicieron tantos que no
abandonaron sus casas? Porque, ante las circunstancias que enfrentamos en
Guatemala, esos pocos bienes les ha costado mucho acumularlos. Porque ante
tantas dificultades que encuentran en el inhabilitado camino de la prosperidad
en nuestro país, cualquier bien que posean es indispensable para seguir
viviendo.
Porque,
sin más rodeos, el origen de esta
tragedia, ¡cómo de la mayoría de tragedias que se dan en Guatemala! se
encuentra en nuestro sistema político, basado en incentivos perversos que
castigan al productivo y facilitan la corrupción de los peores representantes
de la sociedad. Un sistema basado en la fe irracional en el Divino Estado, todopoderoso, que todo lo
resuelve y de todo se debe hacer cargo.
Un
sistema que ha fracasado. Un sistema que impide la mejora en la calidad de
vida. Un sistema que estorba la existencia misma. Qué mejor forma de
ejemplificarlo, que con las declaraciones de Héctor Pozuelos Illescas - un sobreviviente
de San Miguel Los Lotes que asumió la búsqueda de su mamá, María de Jesús
Illescas-, de que las autoridades en
lugar de ayudarlos a encontrar a sus parientes los hacen caminar más al
restringir el acceso.
La zona cero del desastre es toda Guatemala, y los damnificados somos los que en
esta tierra vivimos. La ruta que con urgencia debemos habilitar es la que nos
permita progresar. Debemos derribar los muros que hemos permitido que levanten quienes
ejercen el poder, apoyados por grupos de presión que, brevemente, son los únicos
que se benefician de la miseria del resto. Debemos detener la búsqueda de
excusas para seguir sosteniendo un sistema inmoral que solo beneficia a unos
pocos. Que promueve el paternalismo, la mediocridad y el conformismo.
Los
expertos opinan que tomará 50 años para que los terrenos cubiertos de material
volcánico se recuperen. Espero que no sea ese el tiempo que nos lleve hacer los
cambios urgentes al sistema, porque de lo contrario, ¿cuántas tragedias más
vamos a vivir? ¿Cuántos más van a morir por la decisión de la mayoría de
falsear la realidad para seguir aferrados a fantasías que terminan
convirtiéndose en pesadillas?
Artículo publicado en el
diario guatemalteco “El Siglo”, el lunes 11 de junio de 2018.
Etiquetas: corrupción, erupción, Estado, Fuego, gobierno, Guatemala, pobreza, poder, político, sistema, tragedia, Volcán