Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

5.29.2017

El poder de las ideas



Es el mayor de los poderes. Es un poder propio de la naturaleza del ser humano. Puede utilizarse para el bien o para el mal. Lamentablemente, sólo una minoría es consciente del poder de las ideas. Dentro de esa minoría, hay quienes deseamos fervientemente que la mayoría se dé cuenta del significado trascendental que tienen en sus vidas las ideas. Sin embargo, hay otros que prefieren que esa mayoría permanezca ajena a la importancia de éstas. Ignorancia que les facilita manipular a quienes renuncian a pensar por sí mismos.

Somos la única especie capaz de abstraer, de integrar a nuestro conocimiento conceptos de índole superior que nos han permitido crear bienes y servicios que, en particular en los últimos doscientos años, han mejorado exponencialmente nuestra calidad de vida, además de permitir nuestra reproducción por miles de millones, sin agotar los recursos con los que se cuentan. Más aún, contrario a la falsa creencia popular de que estamos acabando con éstos, el esfuerzo mental y físico de muchos nos ha permitido multiplicarlos.

Para poder progresar y vivir la mejor vida posible, las ideas a partir de las cuales vamos a actuar deben estar basadas en juicios verdaderos: juicios basados en hechos de la realidad, y no en opiniones, creencias o deseos sin evidencia que pruebe su veracidad.

Dentro del sistema de normas prevaleciente, hay quienes consideran que es peligroso buscar la verdad, ya que ésta no es conveniente para quienes ejercen el poder político y los grupos de presión privilegiados, ya que mantienen ese poder y sus prebendas gracias al apoyo de la mayoría confundida. Pero, aún peor que el peligro que implica buscar y decir la verdad, son las consecuencias de ignorar o falsear la realidad: esto equivale a un suicidio lento, doloroso y sostenido en el tiempo. Recuerde: el ser humano puede falsear la realidad, pero no puede evitar las consecuencias de falsearla.

Parte del proceso implica identificar a aquellos que lo engañan y cómo logran su objetivo. Aprenda a identificar las falacias, lo que no es complicado de hacer una vez se conocen las más comunes: la falacia ad hominem, la falacia de la generalización apresurada y la falacia del hombre de paja. Es todavía más fácil de identificar a quiénes mienten descaradamente y ponen en boca de otros cosas que nunca han dicho: sólo pídales la evidencia de lo que sostienen, y su mentira caerá casi inmediatamente.

¿Qué implica el proceso de aclararnos las ideas y por qué es vital para todo ser humano cuyo propósito moral más alto es ser feliz? ¿Por qué es importante vencer nuestros miedos, independientemente de cuáles estos sean, y dar la cara y el nombre en la batalla de las ideas? ¿Por qué es importante superar el resentimiento, la frustración o la envidia que lo puedan invadir? La respuesta a estas preguntas, y a muchas más, es la misma: por su bien y el bien de sus seres queridos.

Las ideas no mueren. Las ideas tienen consecuencias. Las ideas son poderosas. Use correctamente su mente. Razone. Elija ser un #LiberHéroe.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 29 de mayo de 2017.

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5.22.2017

Vivir en paz



Si algo nos une a la mayoría de las personas, en Guatemala y en todo el mundo, es ese anhelo de vivir en paz, un sueño que para muchos parece lejano en las ¿sociedades? del presente. Pongo en duda utilizar el término sociedad en la actualidad, independientemente de que sí haya países en los cuales predominen las características que permiten llamar a un grupo de humanos libremente asociados, sociedad. Y lo pongo en duda porque la mayoría, a pesar de desear la paz, aún no entiende cómo ésta se alcanza ni las implicaciones que trae consigo la decisión de vivir en sociedad.

Desde tiempos de Aristóteles, se reconoce que una sociedad es una asociación de personas libres que cooperan en búsqueda de un bien común, ya qué, cómo escribió el mencionado filósofo “los hombres, cualesquiera que ellos sean, nunca hacen nada sino en vista de lo que les parece bueno” (“La Política”, Libro I, Capítulo I). Es un hecho que desde tiempos de la revolución neolítica, se demostró que asociarnos con otras personas para alcanzar nuestros fines propios es mucho más productivo que aislarnos y pretender vivir autónomamente. La interdependencia entre los integrantes de una misma sociedad, y el resto de miembros de nuestra especie, ha aumentado conforme se multiplica, en particular a partir de la Revolución Industrial de forma exponencial, la división del trabajo voluntaria: o sea, la división producto de las decisiones libres de cada individuo.

Para vivir dentro de una sociedad, con el objetivo de progresar y no solo sobrevivir, aspirando a vivir la mejor vida posible, debemos respetarnos los unos a los otros, lo que significa el reconocimiento de que todos tenemos el derecho a nuestra vida, a decidir sobre ésta y a disfrutar de los bienes que sean el producto legítimo de nuestro esfuerzo, tanto el mental como el físico. Estos dos últimos derechos, a la libertad y a la propiedad, se derivan del derecho fundamental de toda persona a la vida, y son necesarios para conservarla. Por supuesto, es obligación de cada quien velar por sí mismo, y no de los demás miembros de la sociedad. Nos asociamos, no para parasitar del trabajo de los otros, sino para cooperar e intercambiar libremente y en paz.

Las únicas funciones que por naturaleza corresponden al gobierno son las de velar porque ese respeto sea una realidad y, en caso un antisocial violente los derechos de alguien, éste compense a su víctima. Cualquier otra función de los gobernantes será contraria a la naturaleza del gobierno, porque requerirá de la violación de los derechos de unos para satisfacer las demandas de otros, lo que, además de injusto, es inmoral.

Debemos aprender a convivir respetuosamente para progresar. “El respeto al derecho ajeno es la paz”, afirmó Benito Juárez, y esa proposición es la única definición posible para el término “bien común”. Nadie tiene el derecho de imponer a otros sus decisiones, ni debe tenerlo. Si hoy usted pretende imponer su código de valores a otros, mañana cuando otros lleguen al ejercicio del poder, podrán imponerle a usted los de ellos.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 22 de mayo de 2017.

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3.21.2016

Renacer



Un 21 de marzo nacieron Song Taizu, Johann Sebastian Bach y Benito Juárez, entre otros muchos más. Entre estos últimos me encuentro yo que también nací un 21 de marzo, día en que generalmente se celebra el equinoccio de primavera: la primera estación del año que trae nueva vida después del invierno pasado. Los idus para los romanos, el de marzo incluido, eran días de buenos augurios, aunque no lo fueron para Julio César, quien fue asesinado el 15 de marzo del año 44 antes de la era común. Para muchos ha sido el día de nacer, para otros el de morir. Ambas fechas que no dependen de nosotros en la mayoría de los casos, sino de otros o de otras causas.

Todos los que vivimos, conscientes de la vida o simplemente dejándose llevar por el pasar del tiempo, tenemos que nacer. Pero no todos vivimos un renacer. Yo renací el día que descubrí que el mundo que desde niña había deseado puede ser ganado, existe, es real y posible… y es mío: de mi depende hacerlo realidad. El detonante de mí renacer fue un libro que me regaló un maestro a quien agradezco todo lo que de él he aprendido: Warren Orbaugh. Recuerdo que en 1997, me dio una copia de una obra breve llamada Anthem. Fue precisamente cerca de mi cumpleaños, lo que lo convirtió en uno de los mejores presentes que he recibido. Fue el principio de un viaje intelectual que terminará cuando muera.

Al profesor Orbaugh lo conocí a principios de ese año en discusiones académicas en las cuales participaban catedráticos y estudiantes. Yo cursaba la maestría en Ciencias Sociales, y por ser una estudiante inquieta y cuestionadora, fui invitada a participar en los mencionados seminarios. Desde un principio me llamaron la atención las intervenciones de Warren, por lo que al final de los diálogos me acercaba a él a hacerle cualquier cantidad de preguntas. Fue eso, según recuerdo, lo que le motivo a obsequiarme la obra que iba a cambiar, para bien, mi vida.

Himno, conocida en sus primeras ediciones como ¡Vivir!, es una novela corta de Ayn Rand publicada en inglés en 1938, de la cual les comparto pasajes que considero claves: Son mis ojos los que ven... Son mis oídos los que escuchan, y mi capacidad de escuchar le da música al mundo. Es mi mente la que piensa, y el juicio de mi mente es la única luz que puede encontrar la verdad. Es mi voluntad la que elige y la elección de mi voluntad es el único edicto que debo respetar…mi felicidad no necesita un fin superior para ser posible. Mi felicidad no es un medio para ningún fin. Ella es el fin. Ella es la meta. Ella es su propio propósito”.

Aprendí a amar a quién lo merece y que el honor, como todo en la vida debe ser ganado. Aprendí que no soy “el medio para ningún fin que cualquier otro quiera cumplir. No soy una herramienta para ser usada. No soy un sirviente para sus necesidades…No soy una pieza de sacrificio para sus altares…Yo guardo mis tesoros: mis pensamientos, mi voluntad y mi libertad. Y el más grande es mi libertad”. Aprendí que también soy Prometeo.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 21 de marzo de 2016.

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3.30.2015

Tras la areté



¿Hace cuánto tiempo dejó de ser considerada una virtud la aspiración de los griegos clásicos a la búsqueda de la excelencia? ¿Cuándo el deseo del ser humano de cultivar la areté, de ser orgulloso y de aspirar a la perfección moral pasó a ser condenado como un mal, en lugar de ser reconocido como el hábito necesario para ser feliz? ¿Quiénes, maliciosamente, confundieron y trastocaron el sentido verdadero del orgullo sustituyéndolo por el de la arrogancia? Los únicos que han salido victoriosos, hasta cierto punto, con este engaño han sido los mediocres y los saqueadores que pretenden obtener lo que no se han ganado a costa de aquellos que sí se han esforzado y han merecido lo que tienen.

No se equivoque: quien practica la virtud del orgullo no es el vanidoso que presume ser quien no es. Ser orgulloso implica trabajar en uno mismo para lograr la perfección moral, la cual sólo se alcanza por medio del inviolable compromiso de usar siempre nuestra razón para identificar e integrar cabalmente la información que nos proveen nuestros sentidos sobre la realidad: aplicar la virtud de la racionalidad para adquirir y crear los valores de carácter que lo hacen a uno merecedor de florecer.

Según Ayn Rand, es la persecución sistemática de la propia realización y del mejoramiento constante con respecto a las metas personales, ya que la supervivencia demanda un compromiso ambicioso de guiarnos por principios morales: “Uno debe ganarse el derecho de tenerse como su valor máximo”.

El orgullo es el hábito de adquirir y crear los valores de carácter que lo hacen a uno merecedor de florecer,  sentirnos dignos de vivir y tenernos en gran estima: valorarnos a nosotros mismos. No permitirnos ser menos que excelente. Exigirnos ser llenos de virtudes y no cometer actos vergonzosos. Nunca aceptar una culpa inmerecida. Corregir los agravios y errores cometidos. No permitir ser tratados como menos que persona. No aceptar el papel de animal de sacrificio, ni de esclavo, ni de objeto. Fijarnos estándares altos y conscientemente tratar de alcanzarlos. Dedicarnos a hacer que nuestro mejor sea aún mejor.

Es una virtud introvertida: se enfoca en nuestro interior. Conseguir dentro de nosotros el mejor carácter posible: sin manchas, sin ser presumidos, fanfarrones, ostentosos. Sin pretender impresionar a otros o convertir nuestra vida en una competencia cuyo objetivo es alardear de la supuesta superioridad de uno sobre los demás.

No permitirnos ser menos de lo mejor que podemos ser es necesario para nuestra autoestima, sin la cual es imposible la vida humana productiva y satisfactoria. La autoestima es la apreciación moral fundamental positiva de uno mismo. Del proceso por el cual uno vive. De la persona que uno crea por medio de sus acciones. La convicción de que uno es capaz de vivir: de que uno merece vivir. Nuestra vida y nuestra felicidad dependen de que las conclusiones y las elecciones que hagamos sean las correctas.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 30 de marzo de 2015.

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1.05.2015

2015



¿Qué espero de este año que recién empezó? Mucha actividad y emoción en todas las áreas de mi vida, tanto en mi esfera privada como en la pública. En ambas espero que mis aciertos sean mayores que mis errores, y que los logros pueda compartirlos con mis pares y aquellos que, como yo, aspiran a vivir en una Guatemala en paz. Quienes deseamos vivir en una sociedad donde nos respetemos los unos a los otros, en la que cada vez sean menos los que pretendan parasitar de los demás y en la que encontremos menos obstáculos en la búsqueda de nuestra felicidad.

Por supuesto, es fácil describir esa sociedad ideal, pero sé que alcanzarla es una tarea titánica. Pero, ¿quién dijo miedo? Como bien dice el refrán: “Al toro hay que agarrarlo por los cuernos”. Y es así como debemos enfrentar este período que comenzó hace pocos días. No sólo en los retos políticos que vamos a enfrentar, sino en todos los aspectos de nuestra existencia, no me canso de decirlo, única e irrepetible. Recuerde que si USTED no vive su vida, nadie más lo hará en su nombre. No se deje manipular por lo que digan los demás, por más bien intencionados que sean. Decida quién quiere ser y constrúyase a sí mismo. Asuma su responsabilidad más importante: ser la mejor versión suya. No pretenda ser quién no es. Acepte las consecuencias de sus acciones y que usted es el resultado de SUS decisiones.

Ahora, en el ámbito público, debemos prepararnos para un nuevo período de elecciones políticas. A pesar de que probablemente ya vivió otros años en los cuales se eligen (al menos en teoría) a los responsables de velar porque las violaciones a la vida, la libertad y la propiedad de todos se reduzcan al mínimo posible; y de que quienes violenten los derechos individuales de otros compensen a sus víctimas (los encargados de la seguridad y la aplicación de la justicia), considero objetivamente que este 2015 será diferente.

Primero, por el aumento de la influencia de los ciudadanos por medio de las redes sociales virtuales: el uso de estos medios va a ser clave en lo que respecta a las próximas votaciones generales. Segundo, porque el deterioro de la economía de la mayoría junto con el aumento de la delincuencia y la criminalidad puede llegar a un punto crítico. Tercero, porque el hastío extendido a casi toda la población en lo que respecta a la corrupción imparable y creciente de los gobernantes y su hambre desmedido por apropiarse de lo que es nuestro por medio de más impuestos, estados de excepción, fideicomisos… puede ser un detonante que permita que en esta ocasión más se preocupen por el cambio del sistema estatista/colectivista/intervencionista por uno donde el poder sea limitado únicamente al necesario para que quienes salgan favorecidos en las elecciones cumplan con sus funciones primordiales.

¿Van a cambiar radicalmente nuestras condiciones de vida este año? No lo sé. Sólo sé que tendremos una nueva oportunidad que debemos aprovechar. Dependerá de cada uno de nosotros y de lo que decidamos hacer.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 5 de enero de 2015.

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12.29.2014

Herencia de 2014



¿Qué me dejó este año que está a un punto de terminar? ¿Fue un año extraordinario como lo visualicé al finalizar 2013? ¿Qué gané? ¿Qué perdí? ¿Qué aprendí? Estas y muchas preguntas más suelo hacerme a finales del mes de diciembre. Pienso que es un examen que varios hacemos bajo la influencia de la idea de que acaba un ciclo y estamos a pocos días de empezar uno nuevo. Todo principio genera esperanza, pero para que nuestros sueños de hoy se hagan realidad mañana, primero debemos analizar objetivamente el período que cerramos, los errores que cometimos, los aciertos que tuvimos y responder a la pregunta evadida por muchos, ¿alcancé mi más alto propósito moral? ¿Fui feliz?

Sin enfrentar la última pregunta será muy difícil lograr o conservar el año que viene la felicidad alcanzada, el fin primordial de todo ser humano. Un fin que se renueva, que cambia cada vez que logramos un valor. Un estado que, para mantenerlo, demanda de nuestro enfoque en las cosas que nos son importantes. Mantenernos firmes en nuestro proceso de integración: en el reto de resolver satisfactoriamente nuestras contradicciones para poder llegar cada vez más lejos en nuestras aspiraciones. Aprender a diferenciar cuándo decir sí y cuándo decir no: a distinguir entre aquello que depende de nosotros y lo que depende de otros y de hechos que no se supeditan a nuestra voluntad.

Para facilitar mi proceso, lo divido en cuatro ámbitos: el laboral, el intelectual, el físico y el de las relaciones personales. Durante esta etapa en casi todas las áreas, a excepción de mi salud que no me dio ningún problema sino todo lo contrario, me tocó enfrentar retos desafiantes. A pesar del desaliento que en algún momento pude experimentar, mi deseo de salir adelante prevaleció y hoy, con mucha satisfacción, puedo decir ¡gané! Gané nuevas experiencias, nuevo conocimiento, nuevas amistades. Renové mis principios filosóficos con la seguridad de que la evidencia que los respalda es irrefutable, y que la elección de basar mi vida en la realidad y dejar la ficción y las creencias mitológicas para la imaginación (el ámbito al cual pertenecen), ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi existencia. Es precisamente gracias a esa elección consciente que en los últimos años mi calidad de vida, en todos los sentidos, ha mejorado exponencialmente.

La única pérdida irreparable que me deja 2014 es la muerte de mi abuelita, mí bien amada Mamita. Aunque sé que siempre vivirá junto a mis otros abuelos en mi memoria, lo que representa un aliciente más para conservarme en la mejor de las condiciones para no olvidarlos. Adquirir el hábito del ejercicio diario me permitió disfrutar más de la vida y todo aquello que contribuye a mi felicidad. Compartir con mis seres queridos me llenó de alegría. La Maestría en Filosofía que estudio enriqueció mi mente. Sumando a lo anterior los éxitos en mi trabajo académico, el periodístico y el empresarial me permiten confirmar que 2014 fue un año excepcional, como lo será 2015.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 29 de diciembre de 2014.

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12.22.2014

Los virtuosos del amor

"La virtud involucrada en ayudar a aquellos que se ama no es el desinterés propio o el sacrificio, sino la integridad", Ayn Rand.

Todo en esta vida se debe de ganar, en especial lo más preciado por nuestra especie: el amor. ¿Cómo es posible que haya quienes creen que deben ser amados sin haberlo merecido? Son los parásitos del amor. Tanto el amor, como la amistad, el respeto, la admiración… son nuestra respuesta emocional a las virtudes de alguien más. Son sentimientos que representan el pago espiritual dado a cambio de nuestro placer personal y egoísta cuyo origen es el carácter único e irrepetible de otra persona.

Es el sentido de la vida de cada uno el que determina nuestras acciones: la apreciación subconsciente, la integración emocional que hacemos de nosotros mismos, de nuestro lugar en el mundo y nuestra relación con la realidad y los demás. Lamentablemente, son pocos quienes meditan sobre los motivos que le hacen amar a determinada persona y no a otra. Para la mayoría es más fácil recurrir a la falaz y equivoca idea hecha célebre por Blaise Pascal de que el corazón tiene razones que la razón no entiende, que dedicarle el tiempo que se debe a la elección más importante que hacemos en nuestra vida: la elección de con quién vivirla. Y no me refiero solo a la pareja romántica, también aplica este proceso a nuestros amigos y a aquellos con quienes hemos elegido libremente compartir nuestro valor más precioso.

Quien no te valora, no te merece. Quiérete y no andes regalando tu tiempo y tu amor a quien te desprecia. Cuánto te valoran se muestra con actos, no sólo con palabras, los cuales deben ser consistentes y concordar. Al apoyar a los seres que amamos, personas de gran importancia para nosotros, no lo hacemos por sacrificio. Esa es una gran mentira que muchos repiten afectando subconscientemente su propia estima. Ayudamos a quienes amamos precisamente por que los amamos: representan un valor en nuestras vidas, y velar por ellos es una muestra de nuestra integridad y de que actuamos de manera coherente con nuestra escala de valores. En consecuencia, el que otros ELIJAN (sobra decir libremente) amarnos a nosotros, es resultado de quién hemos decidido ser y un premio GANADO por nuestras virtudes.

Amar es una condición que no tiene discusión, al menos para el ser humano que quiere vivir como tal. Amar es valorar. Depende de nosotros y de nuestras elecciones. Constantemente valorar y buscar ser valorado es su historia, mi historia, la historia de todos. Atesoro mis valores como lo que son: fuente vital de mi felicidad. Mis valores más estimados son personas de carne y hueso, fabulosas y auténticas, honestas… que se han ganado mi amor por nuestras coincidencias y sentidos de vida similares. Se han ganado mi respeto y admiración por sus virtudes. Seres humanos extraordinarios que merecen lo que tienen y aún más que, estoy segura, van a lograr. Mi gente, con la que comparto una visión existencial benevolente y cuyo propósito moral más elevado es el mismo mío: ser feliz. A ustedes, que saben quiénes son, los amo. Gracias por compartir su vida conmigo.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 22 de diciembre de 2014.

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12.08.2014

Tú, yo, él: origen de los derechos

El propósito de la moral es enseñar, NO a sufrir y morir, sino a disfrutar de nosotros y vivir".
Ayn Rand.

Un derecho es un concepto moral aplicable solo en un contexto social: pertenece estrictamente a las relaciones entre humanos. Es una aplicación social de la moralidad. Los derechos son condiciones de existencia requeridas por la naturaleza del hombre para su propia supervivencia (man qua man). Cómo debemos sobrevivir y vivir, es una pregunta metafísica que depende de nuestra naturaleza y la de la realidad.

Solo hay una forma correcta para sobrevivir en sociedad: por medio de los derechos. Qué debemos hacer y qué no debemos hacer en relación con otras personas se deriva del mismo estándar y de las mismas definiciones que los principios éticos. Cuando tratamos con otros, las condiciones requeridas para nuestra supervivencia apropiada constituyen nuestros derechos. ¿Qué requiere la naturaleza del hombre para sobrevivir apropiadamente? Que use su razón: que haga de la percepción de la realidad su primera preocupación y el uso de su razón la virtud básica para actuar en base a su propio juicio racional: según lo que su mente le dice que es lo correcto.

Por naturaleza, debemos sostener nuestra vida por esfuerzo propio: debemos trabajar para sobrevivir. Dependemos de nuestras acciones. Para poder sobrevivir en un ámbito social, tenemos el derecho a la vida y a mantenerla, por lo cual debemos ser libres de actuar en base a juicio propio: el derecho a la libertad. Para decidir las metas a perseguir, debemos ser libres de elegir nuestros valores y alcanzarlos si podemos: el derecho a buscar nuestra felicidad.

Como el ser humano es una entidad integrada por consciencia y materia, necesita de bienes concretos para poder sobrevivir. Tenemos que sostener nuestra vida con el producto de nuestro esfuerzo: el derecho a adquirir propiedades. El derecho a la propiedad: el derecho de trabajar en pos de nuestros valores y conservar el resultado de nuestra labor. Tener el derecho a la vida significa tener el derecho a producir los bienes requeridos para sobrevivir e intercambiar con otros. Lo cual no significa que alguien más debe producir esos bienes para uno, solo porque uno los necesita.

Los derechos pertenecen concretamente a los individuos y se derivan de su propia naturaleza. Una vida basada en el estándar de la fuerza bruta de la supervivencia momentánea, normalmente termina pronto. Sobrevivir se debe medir en el largo plazo. Si un hombre no se provee a sí mismo lo necesario para sobrevivir, la naturaleza no se va a hacer cargo de él. La ley moral aplicable, universal y racional, es que cada quien es responsable de su supervivencia y que no debe convertirse en una especie de hipoteca sobre la vida de otra persona. Tener el derecho a la vida no significa que alguien más debe perder sus derechos y gastar su existencia manteniendo a otros por imposición de la sociedad.

Cómo bien lo resumió Ayn Rand: “El principio de los derechos del individuo es la única base moral de todos los grupos o asociaciones”. ¿Queremos vivir bien? Respetémonos los unos a los otros.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 8 de diciembre de 2014.

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4.09.2014

Mamita, la bien amada



Mamita, mi bien amada abuelita, vivió 101 años y ni uno solo de todos los días de su vida dejó de ser amada. Valorada por tantos ¡tantos! que el domingo 6 de abril los comentarios que prevalecían entre nosotros y aquellos que nos acompañaron en ese aciago día hacían referencia a esos momentos memorables que compartimos con ella. Recuerdos tan próximos como los de su último cumpleaños que recién habíamos celebrado el primero de abril.

Admirada por su carácter férreo, pero dulce al mismo tiempo. De personalidad emprendedora. Capaz de enfrentar los retos que encontró en su fructífera existencia con fortaleza admirable. Capaz de decirnos por amor, directamente y sin anestesia, las cosas más duras posibles, y al rato hacernos reír con una de tantas ocurrencias suyas. Capaz de enternecerse hasta el llanto al confesar a sus seres queridos cuánto nos amaba. Cualidad suya que parece heredé, la del llanto.

Me hubiera encantado que mis ojos fueran azules como los de mi Mamita. Un azul de tonalidad variable que dependía del estado de ánimo de su dueña. Aunque la mayor parte del tiempo recuerdo su mirar con un brillo cómplice que me hace evocar su enorme gusto por la vida que le costó tanto dejar. Sin embargo, a la hora que decidió hacerlo, lo hizo rápidamente y sin agonía. Consciente y sana. Me cuentan que se quedó dormida hasta su último suspiro, todo en cuestión de pocos minutos.

Su tiempo fue fructífero. Una existencia llena de alegrías, intervenida de vez en cuando por las inevitables tristezas. Judith Pérez Herincx se casó con Arturo  Alvarado Villavicencio. Tuvo cinco hijos: Olga, Arturo, Yolanda, Freddy y Lissette. Una de sus hijas es mi mamá, la de en medio, quien, como sus hermanos, heredó de mi Mamita una fácil sonrisa, la cual iluminaba su rostro aún en los momentos más difíciles. Muchos de sus nietos la quisimos entrañablemente, como a una madre. Sin embargo, para mis primos Magaly y Fredito, eso fue: su mamá.

A mi Mamita le encantaba escuchar música: en especial rancheras, boleros y marimba. Atesoro varios videos de ella cantando. En varias ocasiones me atrevía a acompañarla. La última de estas películas caseras fue grabada un par de días antes de su partida. Cantó para el público que la acompañaba, en algunas partes entonando dulcemente a sotto voce, “Cucurrucucú paloma” del cantautor mexicano Tomás Méndez, una de sus melodías preferidas. De estas imágenes las más conmovedoras para mí son las de la despedida, donde agradece los aplausos tirando besos a quienes la acompañaban. Linda mi Mamita, toda una diva, adorada hasta el final. Genio y figura… dice el refrán.

Como lo expresé públicamente ese día que nunca hubiera querido vivir, Mamita linda, la querré por siempre... mucho, mucho, mucho. Y mientras yo viva usted vivirá en mis recuerdos y en mi corazón. Y si lloro, lloro por mí. Lloro porque no la podré abrazar de nuevo. Descanse Mamita, descanse... Mientras nosotros, sus bien amados, celebraremos con nuestras vidas la suya, su maravillosa vida.


Artículo que será publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 14 de abril de 2014.

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12.30.2013

Embriáguense



No dudo de que más de uno se escandalice con la sugerencia que da nombre a este escrito. Sin embargo, antes de que alguien crea que renuncié a la práctica aristotélica de la justa medida, quiero poner en contexto porque comparto, hasta cierto punto, lo expresado por Charles Baudelaire en el pequeño poema en prosa que lleva el mismo título de este artículo, el cual reproduzco a continuación:

“Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso. / Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense. / Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán: ¡Es hora de embriagarse! Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca”.

El anterior es, a mi parecer, un hermoso y bien logrado verso sin rima, una composición que, por cierto, me inspiró a escribir esta columna: la perfecta excusa para huir del esplín que por estas épocas aflige a muchos, a pesar de la algarabía de la cual forman parte. No tengo nada en contra de la melancolía. Más aún, hay ciertos momentos en los cuales la considero necesaria. Lo que sí desprecio es el tedio de la vida: me parece un desperdicio del preciado tiempo limitado con el que contamos. Por supuesto, quien así decida pasar su breve ser, es libre de hacerlo: respetemos su derecho a vivir desecho.

¿Es la exhortación de Baudelaire un llamado al exceso o un clamor por vivir plenamente? Depende de cómo lo interprete el lector. Para algunos será otra excusa más que justifica su decisión de evadir la realidad, ajenos a la responsabilidad que implica vivir. Para otros, como en mi caso, es un recordatorio de que se ES en tiempo presente. Y que ese efímero instante que soy, si quiero ser feliz, debo vivirlo de manera autentica, integra, intensa. Profunda. Una convicción personal que depende de nuestras respuestas a las siguientes interrogantes: ¿A quién queremos agradar? ¿Con quién deseamos quedar bien? ¿Con nosotros mismos o con los demás?

Yo, tal y como lo he expresado tantas veces, me decanto por la vida virtuosa, la senda correcta de la felicidad verdadera. Camino que depende de mí y mi escala de valores. Una vida que se enriquece si la acompaño de exquisito vino, de comida variada, de buena literatura, de filosofía objetiva y amigos que sean mis pares. Es quererme y amar a quienes se han ganado mi querer. Embriagarme de ser.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 30 de diciembre de 2013. En la fotografía me encuentro dentro de las bodegas de un viñedo en Francia.

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12.23.2013

Temporada de evasión



Por estas fechas suelo toparme en los diarios con exhortaciones de bienintencionados columnistas invitando a sus lectores a meditar respecto a los temas serios del ser. A pensar acerca de los factores que son claves para que progresemos, por ejemplo, la necesidad de convivir en paz. Casi todos los días de diciembre, en reuniones de cualquier índole, escucho a un sinnúmero de personas aconsejar a los demás a reflexionar sobre la vida. Se supone que es una época en la cual podemos aprovechar el tiempo para hacer una evaluación objetiva de nuestras acciones, en particular de lo que hicimos y logramos el año que recién termina. Y, por supuesto, planificar cómo queremos vivir mañana. Decidir quién queremos ser el resto de nuestra vida… o al menos durante los siguientes doce meses. Asuntos que siempre debemos considerar, estoy de acuerdo.

Sin embargo, lo que veo hacer a la mayoría es evadir la parte de la realidad que nos cuesta comprender, a veces aceptar. Aún muchos de los que invitan a cavilar sobre la trascendencia y el sentido de nuestra existencia, se dedican a divertirse, más que a filosofar. Algo que no considero pecaminoso ni una mala práctica. También necesitamos relajarnos, distraernos, entretenernos en cuestiones que no impliquen perdernos en emociones que pueden causar un daño permanente a nuestro estado de ánimo. Como bien dijo el multifacético fundador del Movimiento Scout Mundial, Robert Baden-Powell: "Quien no siente la necesidad de sonreír no goza de buena salud". Y eso solemos desear constantemente por esta época, en todos los idiomas, cada vez que alzamos nuestras copas: salud, santé, lejaim

No obstante, como explicó Aristóteles en “Ética a Nicómaco”, la felicidad verdadera solo la encontramos en una vida virtuosa la cual demanda la práctica de la justa medida: no privarnos de aquello que nos da placer, pero siempre buscando el equilibrio correcto para nosotros mismos y teniendo presente las consecuencias que nuestras decisiones tienen en el largo plazo. Una vez pasa la algarabía de compartir con seres queridos, y de que hicimos nuestra evaluación personal del período que finaliza, también es recomendable dedicar un tiempo a viajar a nuestro interior. ¿Cambié en algo? ¿Fue para bien o para mal? ¿Qué aprendí? ¿Con qué contradicciones me topé? ¿Fui valiente al reconocer mis errores y enmendarlos? ¿Por qué? ¿Cuidé mis valores y logré alcanzar otros? ¿Qué virtudes abracé y practiqué? ¿Para qué? ¿De cuáles vicios me despedí? ¿Fui feliz?

Mi visión de la vida no es como la de tantos: monocromática. Ni es color de rosa, ni es color de hormiga. Tampoco es negra la cosa: ausente de color. La patina de la vida es inmensa, está compuesta de infinidad de tonalidades. Y es esta esta variabilidad infinita y absoluta a la vez la que nos hace únicos e irrepetibles. La anterior, considero, es la conclusión más importante a la que llego: el secreto de una vida verdaderamente vivida. Descubrimiento que quisiera otros hicieran. Vivan: sean felices.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 23 de diciembre de 2013. La imagen fue tomada en Chicago, EE. UU., por mi hermano Constantino Díaz-Durán A.

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12.31.2012

El eterno retorno del año nuevo




Cada trescientos sesenta y cinco días, trescientos sesenta y seis en año bisiesto, regresamos el calendario al 1 de enero, cambiando nada más el último dígito del año. Al menos esa es la costumbre en occidente (hoy en casi todo el mundo) desde 1582, cuando Ugo Buoncompagni, el máximo jerarca de la iglesia católica en esa fecha, más conocido como Gregorio XIII, sustituyó el calendario juliano (vigente desde el año 46 a. C.,  instaurado por Julio Cesar) por un cálculo más adecuado con el año trópico, aunque haya utilizado como excusa del cambio la adecuación al calendario litúrgico. ¡Cuánto poder tenía el Papa en esos tiempos que decidió cuál sería la medida que utilizaríamos para contabilizar nuestra vida!

Pero, más allá de mis consideraciones anteriores las cuales podrían ser tema de otro escrito, al punto que quiero llamar la atención suya es al tema del eterno retorno. Por supuesto, aclaro por cualquier cosa, que no dudo de que el tiempo es lineal y que nuestra vida avanza, si lo podemos decir de tal manera, hacia adelante, nunca hacia atrás. Sin embargo, reconozco la necesidad que tenemos la mayoría de humanos, sino todos, de principios y finales. Total, así es nuestra existencia misma, de la cual conocemos cuando inicia, pero no cuando termina. Con la excepción de aquellos que deciden cuándo terminarla. Como yo me atrevo a asegurar que es poco probable, improbable a mi parecer, de que alguna vez llegue a pertenecer al anterior grupo mencionado, mi ocupación primera es en cómo vivo cada instante de mi vida.

Y son los finales de períodos los que nos permiten analizar lo que hemos hecho, recordar los éxitos logrados y analizar nuestros fracasos con el objetivo de encontrar los motivos por los cuales fallamos en el intento, si es que aún estamos interesados en alcanzar las metas pendientes. Varios haremos este ejercicio con alguna especie de orden lógico. Otros, aunque no lo planifiquen, no podrán evitar pensar en su vida, a pesar de que se encuentren inmersos en las celebraciones propias de estas fechas. Nuestra voz interior es la voz que nunca calla. Hay quienes, quizá muchos, que arrogantemente se la adjudican a un ser divino. Otros, talvez pocos, reconocemos que somos nosotros mismos con quien dialogamos eternamente (eternidad finita), retornando constantemente a las preguntas necesarias para vivir (“¿Dónde estoy? ¿Cómo puedo saberlo? ¿Qué debería hacer?”, Ayn Rand, “Filosofía, ¿quién la necesita?”). Y, la más importante de todas las preguntas: ¿por qué vivir?

Todos queremos ser felices. No todos lo logran. ¿Dónde está el error? Solo cada uno de nosotros lo puede encontrar. Eso sí, contamos con la misma, llamémosla herramienta, para hacerlo: la razón, la facultad que nos permite conocer y entender la realidad. Si todos perdieran el miedo a usarla y superaran la confusión conceptual a la cual la han condenado aquellos que no quieren que pensemos… ¡qué diferente sería la vida de todos!

En fin, regreso al principio: desearle un exitoso año 2013.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 31 de diciembre de 2012. La fotografía la tomé el 29 de diciembre de 2012 en las playas de Monterrico (Guatemala). La edité hoy, lunes 31 de diciembre de 2012.

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12.24.2012

La llama de mi hogar




El de hoy será un escrito para pocos lectores. Sé que la mayoría de gente se encuentra envuelta en la vorágine de las fiestas de fin de año. Cada quien con sus propias costumbres (suyas o heredadas de sus antepasados), muchas con rasgos comunes a la cultura occidental, al menos por estos lares. Pienso que a todos, aún a los más duros de corazón, alguna emoción los embarga por estos días de correrías, en los cuales tantos deciden dedicar un tiempo a la reflexión propicia al cierre de períodos. Un objetivo que no siempre cumplen, cansados de un año intenso, y deseosos de simplemente descansar.

Es curioso que menciono lo anterior escribiendo este artículo el 21 de diciembre de 2012, solsticio de invierno y el día con menos luz solar del año. Y digo que es curioso porque según el calendario de los extintos mayas, hoy comienza una nueva era. En fin, principios y finales representan la excusa perfecta para pensar sobre lo que hemos vivido y lo que queremos vivir. Quién somos y quién queremos ser. Qué nos falta para ser la mejor versión posible de nosotros mismos, únicos e irrepetibles.

Por cierto, para alcanzar ese objetivo de construirnos a nuestro gusto y antojo, es importante recordar el sabio consejo que da  Aristóteles en la “Ética a Nicómaco”, en el capítulo I del Libro II Titulado “Teoría de la virtud”: “…las cualidades solo provienen de la repetición frecuente de los mismos actos”.  Una idea que muchos repiten, a mi parecer de manera correcta, como: "Somos lo que hacemos día a día; de modo que la excelencia no es un acto, sino un hábito".

Reflexionar es un acto que hago constantemente. En esta época en especial, disfruto hacerlo en mi hogar, cuya llama me calienta, me abriga y me protege de las inclemencias del clima y de la maldad de algunos que deambulan haciendo daño a otros en su caminar por las tierras de mi patria.

Es en mi hogar donde leo las siguientes líneas que envió mi admirado amigo Giancarlo Ibargüen: “Nunca debemos perder la esperanza. Ante las múltiples amenazas que atentan contra ‘los principios éticos, jurídicos y económicos de una sociedad de personas libres y responsables’, no debemos claudicar: la esperanza de construir un mundo mejor debe ser nuestra fuerza y en parte nuestra consigna. Tampoco debemos olvidar que la esperanza no es una simple pasividad: un estar ahí, como postes, esperando que las cosas nos caigan del cielo. La mejor forma de esperar es moverse, porque la verdadera esperanza –preñada siempre de anhelo– solo puede entenderse como dinamismo y energía.  ‘Manos a la obra –dijo don Quijote– que en la tardanza está el peligro’…”.

Espero que, independientemente del calendario que usted siga, las tradiciones que practique y cuál sea su forma preferida de medir el tiempo, el pasar de su vida, esta sea siempre exitosa. Que usted elija sus valores, encuentre los medios idóneos para alcanzarlos, y los conserve a lo largo de toda su existencia. Felices fiestas. Feliz vida, hoy y siempre.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 24 de diciembre de 2012. La foto pertenece a mi colección privada y representa el corazón del Asteroide B506, mi hogar.

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11.24.2012

Finales felices




Todos deseamos un final feliz, incluidos los escépticos y los pesimistas. Es parte de nuestra naturaleza. La persona sin propósitos, más que vivir como humano, ve pasar la vida sin mayor expectativa, como un simple observador que desperdicia su valor más importante: su propia vida.

Aunque, el final de los finales no será feliz. Solo será. Será, inevitablemente, lo queramos o no. Está fuera de nuestro alcance cambiar ese final. Lo más que podemos hacer es alargar su llegada. Pero que llegará, es indiscutible. Casi ni cuenta nos daremos cuando llegue: ya no seremos presente. Por eso, los finales antes del gran final son los importantes. Los que hacen la diferencia entre una existencia rica y una vida pobre.

En un artículo reciente de Carlos Fuentes, conocido escritor mexicano, me topé con lo siguiente: “La memoria es el género que se atreve a decir su propio nombre. La biografía nos dice: ‘Eres lo que fuiste’. La novela nos dice: ‘Eres lo que imaginas’. La confesión nos dice: ‘Eres lo que hiciste’. Pero la biografía, la confesión o la novela requieren de la memoria, pues la memoria, dice Shakespeare, es el guardián de la mente. Un guardián, diría yo, que se radica en el presente para mirar con una cara al pasado y con la otra al porvenir”. Deseo que mis memorias sean una colección de finales felices. Eso confieso.

Sé que no es tarea fácil lograr esos finales felices. Más aún, los finales en aquellas circunstancias relacionadas con nuestros más caros anhelos que, en todo sentido, son caros: por quererlos intensamente y por lo costoso que es alcanzarlos. No es cuestión de sentarnos a esperarlos. Es iluso quien cree que las cosas llegarán a él mientras espera sin hacer nada más que soñar.

Los finales felices, al menos la mayoría, suelen ser efímeros. Es cuestión de un momento para que, de nuevo, experimentamos una sensación de insatisfacción que nos impulsa a fijarnos nuevos objetivos en pos de ese instante inefable en el cual alcanzamos aquello por lo cual hemos trabajado, aquello que hemos ansiado poseer: tener en nuestro haber. Parte de nuestra biografía única, que nunca será repetida.

Por supuesto, hay finales que no son felices. Los finales vienen en varios sabores: pueden ser dulces, amargos, salados… O, porque no, agridulces. A veces, alcanzar algo que hemos valorado puede que no nos proporcione la emoción que esperábamos. O, en otras ocasiones, a pesar del tiempo y esfuerzo que hayamos invertido en alcanzar nuestro objetivo, no logremos hacer nuestro el final feliz. Simplemente, en alguna parte del camino nos confundimos y no llegamos al destino que nos habíamos fijado. Es parte de la experiencia única de vivir. Es parte de nuestro proceso de aprendizaje.

En  “De La Brevedad Engañosa De La Vida”, escribe Luis de Góngora y Argote: “que presurosa corre, que secreta / a su fin nuestra edad. A quien lo duda, / fiera que sea de razón desnuda, / cada sol repetido es un cometa”. Sí, para algunos. Para quienes buscan, usando su razón, hacer realidad sus sueños pareciera que la vida vuela, que la travesía tiene muchas escalas que pueden ser finales felices. De mí, de usted, de él, de ella… depende.

Hoy, decido finalizar este viaje por escrito sobre finales felices, con un pensamiento que me parece oportuno. Cito al sabio estoico, Lucio Anneo Séneca, en su epístola “La brevedad de la vida” en la que dice: “El tiempo que tenemos no es corto; pero perdiendo mucho de él, hacemos que lo sea, y la vida es suficientemente larga para ejecutar en ella cosas grandes, si la empleáremos bien”. Los finales felices, repito, dependen de nosotros mismos y de los objetivos que nos proponemos alcanzar: las metas que hemos escogido, libres de toda imposición de otros. Los fines que nos permiten hacer realidad el fin último: ser felices. De por vida, brindo por la vida.


Este artículo fue publicado en la Revista "NuChef" en su edición No. 35 correspondiente al bimestre de abril y mayo de 2012. La imagen corresponde al final de la película "Modern Times" de Charles Chaplin.

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11.18.2012

¡Salú!




Y, si le sumamos a la salud el dinero necesario para satisfacer nuestras necesidades y alcanzar nuestros objetivos que, sin duda, incluyen todo aquello que anhelamos para ser felices; y si además hemos encontrado el amor, ese alguien único con quien compartir nuestra vida y que refleja nuestros valores más altos, habremos completado el conjunto de deseos comunes a la mayoría de seres humanos. Y me atrevería a apostar que ningún individuo se libra en la realidad de tales deseos. Aún aquel que se expresa despectivamente en contra de lo anterior, en lo más recóndito de su ser ansía la trilogía humana de la felicidad. En mi opinión, tal postura displicente es sólo una máscara que sirve para ocultar su miedo a fracasar en el intento de alcanzar la trinidad listada.

Por otro lado, hay muchos que, lamentablemente, en lugar de considerarse protagonistas de su vida, asumen un papel de víctimas cuyo guión asigna otros seres, reales o imaginarios, la culpa de sus fracasos. No tienen salud porque no se las da gratis el ficticio Estado. No tienen dinero porque los han explotado, aunque sea muy poco lo que hayan trabajado y producido en su vida. Y creen que el gobierno ha fallado en su deber de entregarles una parte de lo que otros han creado. Nadie los quiere porque nadie los entiende: es tal su grandeza que están fuera de toda probabilidad de ser comprendidos por cualquier simple mortal, por eso desprecian a los demás. Se engañan creyendo que alguien les envidia la amargura con la cual llenan su existencia. Si supieran que en el mejor de los casos provocan lástima, y en la mayoría de las veces, indiferencia. Al fin, cada quien cosecha lo que siembra.

Yo, vivo la vida con alegría. Pero no una alegría ingenua, que falsea la realidad, que es propia de aquellos cándidos volterianos que sólo atraen para sí mismos desgracias y luego, irracionalmente, las celebran y racionalizan. Mi alegría está fincada en el reconocimiento de lo que es y la búsqueda dentro de la realidad de los medios que me permitan alcanzar mis propósitos. Sí, la mía es una vida con propósitos que espero llevar a cabo en esta Tierra y en esta, mi única existencia. Pienso al igual que uno de mis héroes literarios, Francisco D’Anconia, que el ser humano más depravado es aquel que no tiene propósitos. Que desperdicia su bien más preciado: su propia vida. Si no vivimos, nada importa. Para valorar y actuar necesitamos vivir. Quien no se valora en la justa medida, quien no se cuida termina más pronto, y con menos logros, ese camino irrepetible que es más importante que su destino. El camino de la vida, que nos lleva a todos a la muerte.

Por supuesto que es más fácil decirlo que cumplirlo. Sobre todo en el principio, cuando empezamos a cuestionar los paradigmas a partir de los cuales actuamos, ya que hemos sido educados para creer que primero van los demás y después nosotros. ¡Cuántos no temen decir que se quieren y quieren ser felices! ¡Cuántos sienten vergüenza sólo de pensarlo y nunca se van a atrever a expresarlo! ¡Cuántos desperdician su valor más importante: su propia vida! Cuántos ignoran que para poder valorar, actuar, amar… y ser felices, primero necesitan estar vivos.

Hoy que escribo estas líneas me tuve que bañar con agua fría. Mi calentador se arruinó ayer. Pude calentar agua en la estufa para bañarme, pero decidí retarme y opté por sentir correr por mi cuerpo el líquido frío. Fue una experiencia memorable. Experiencia que espero no tener que repetir pronto. Pero la aprecié porque, primero, superé el reto; y segundo, terminé sintiéndome revitalizada, con más energía y más lúcida que otros días. Pensé que para millones escuchar que tienen derecho a buscar su felicidad en el presente, en esta vida, será como ese baño de agua fría que los despierta de la pesadilla en que han vivido. ¿Se anima al helado despertar? Salú.

Artículo publicado en la Edición 34 de la revista "NuChef", del bimestre febrero-marzo 2012.

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9.17.2012

Antinacionalista




Sé que existen varias interpretaciones (dependiendo de los intereses de quien lo use) del término nacionalista, como suele suceder con otros temas trascendentales para el progreso del ser humano. Pero yo, al igual que los pensadores sin los cuales no existiría la civilización actual, pienso que “toda palabra tiene un significado exacto”, y que promover la confusión conceptual es una de las principales armas, junto con la descontextualización, que utilizan los seudointelectuales que pretenden convencernos de que la realidad no existe, o que el hombre es incapaz de conocerla, lo que crea un sentimiento de desamparo en tantos que terminan viviendo con apatía su vida o entregados a creencias místicas que permiten a unos cuantos, pasados de vivos, manipular al resto.

Dentro del grupo de anticonceptos preferidos y más usados se encuentra el nacionalismo, en nombre del cual se cometieron los mayores crímenes del siglo pasado. Hitler, Mussolini, Stalin, Mao, Pol Pot… eran nacionalistas. Invitaban a la gente a morir por una abstracción que solo los beneficiaba a ellos y su círculo cercano. Y quienes se atrevían a cuestionarlos eran condenados a morir o al exilio. El “Reino del Terror” de Robespierre parece un paraíso al lado de las barbaridades que los que enarbolan la bandera del nacionalismo han cometido.

Millones han muerto sin saber por qué. Millones han muerto en guerras de saqueadores que se pelean el poder. Millones han muerto solo para favorecer a quienes los han esclavizado, los han expoliado y los han maltratado. Algunos hasta, ingenuamente, han ido gustosos a encontrar la muerte, porque les han vendido la idea de que es un acto glorioso en favor de su nación, sin preguntarse qué es la nación ni quién es el verdadero beneficiario de su acción.

Todavía amo vivir en Guatemala. A pesar de la creciente incertidumbre y la violación constante a los derechos de los habitantes de mi país. A pesar de que los principales violadores de esos derechos son los gobernantes que, irónicamente, deberían protegerlos. Valoro el tiempo pasado en mi terruño. Me aferro a todo aquello que he construido en este pedazo de tierra donde descansan los restos de mis seres queridos que hoy viven entre mis recuerdos más preciados.

Todavía amo vivir en el país donde nací, porque aquí se encuentran mis valores más queridos: mi familia, mis amigos, mis empresas. Por todas esas personas que me muestran su cariño día a día y cuyos rostros nunca he visto, pero con quienes comparto el sueño de vivir en una Guatemala diferente. Por todos esos lectores, oyentes y televidentes que sin conocerlos son ya parte de mi vida. Yo moriría luchando por defender los derechos individuales míos y de mis valores. Pero nunca lo haré por un discurso político y manipulador que se aprovecha de la ignorancia de muchos, del deseo de la mayoría de ser parte de una sociedad y de la benevolencia propia del ser humano honesto. No vivo ni muero por una ficción.


El presente artículo fue publicado el lunes 17 de septiembre de 2012 en el diario guatemalteco Siglo Veintiuno. La imagen la bajé de la Internet.

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5.21.2012

El último baile




La última semana, que espero no sea mi última, Carlos Fuentes dijo su última palabra. Le dijo adiós a la vida el martes 15 de mayo. No sé cuál haya sido ese vocablo que, sin saberlo, cerró una vida dedicada a usar el lenguaje para expresar ideas concluyentes en algunos casos, cuestionadoras en otros y controversiales más de vez que de en cuando.



Chuck Brown, cantante de blues, exhaló su último go-go el día después de que lo hizo Fuentes. Sin duda, el último suspiro de ambos fue diferente, único e irrepetible, pero que fue el último también es indudable. Se fue el padrino con todo y su guitarra que muchos extrañan ya, según lo que leo en las redes sociales virtuales en las que participan muchos melómanos.

El primero murió de una úlcera, el segundo de un ataque masivo al corazón. Eso dice el reporte que circuló. Un día los separó en su partida, sin embargo, Fuentes tuvo ocho años más de vida para crear maravillas que, aunque no haya coincidido con él en todo, disfruté leyendo como se disfruta al leer a un hombre culto que ha contribuido a mi propia cultura. Alguien que seguiré leyendo porque aunque él haya muerto, su obra vive.




Donna Summer, la reina de la música disco, probablemente no disfrutó su último baile. Ella fue la tercera celebridad que nos dejó la semana pasada. Murió el jueves 17 de mayo. Ella fue la que menos vivió de los tres, pero aún así dejó un legado que otros han valorado.

La semana pasada impartí mi última clase del presente semestre. Realmente fueron menos de cinco meses los que compartí con mis estudiantes. Temporada que siempre me deja agotada. Acompañar a adolescentes en su proceso de aprendizaje es demandante y puede ser desgastante. Las expectativas que suelo tener son altas. Mis deseos para ellos son los mejores: deseo que sean felices y espero haber contribuido en algo a ese objetivo. Es inevitable, al final de ese breve tiempo los he llegado a valorar.

Por cierto, hablando de temporadas, según leí en la Wikipedia, hoy lunes 21 de mayo presentan en EE. UU. el último capítulo de una de mis series favoritas “House M.D.”. Capítulo titulado “Everybody Dies”. Todo el mundo muere. Ya no esperaré ver con qué sorpresa me saldrá el genio del diagnóstico que durante los últimos años me retó con su lógica, la que a algunos confrontó y a otros nos reconfortó. Lógica que él no aplicó en su vida privada. Acciones que al contradecir la realidad lo hicieron perder a muchos que valoró. Otra lección aprendida de una de las series más inteligentes que se han producido en este siglo que, sin falsear la realidad, será el último siglo que viva.

Quiero terminar el último párrafo de este escrito fuera de lugar en la sección de opinión de Siglo Veintiuno, con una frase que le atribuyen al Dr. House, la cual considero que devela el secreto de toda celebridad cuya vida deja huella: “Gánate el respeto de los demás teniendo la osadía de ser tú mismo”.



El presente artículo fue publicado el lunes 21 de mayo de 2012 en el diario guatemalteco Siglo Veintiuno. Las imágenes y los vídeos los bajé de Internet.

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5.07.2012

Necesito trabajar




Necesito trabajar para alcanzar mis objetivos, el primero de estos, sobrevivir. Si no trabajo, no me puedo alimentar, no puedo comprar vestido que me cubra ni pagar un techo que me proteja de las inclemencias del clima. Necesito trabajar para mejorar mi calidad de vida y velar por mis seres queridos que dependen de mi trabajo, aquellos a quienes he elegido como valores y, por tanto, asumo la responsabilidad de mantenerlos por el tiempo que sea necesario para su buen vivir.

Nadie me puede obligar a trabajar, a menos que sea mi amo y yo su esclava. Nadie me puede obligar a trabajar, a menos que me encuentre presa y privada de libertad. Pero tampoco nadie tiene la obligación de darme trabajo, menos de mantenerme. Aquel que me emplee, lo hará en pleno ejercicio de su voluntad, libremente y porque emplearme le va a representar un beneficio. Es un libre intercambio entre ambos. Los dos ganamos.

Necesito trabajar porque si no trabajo, me muero. Trabajar es una decisión que toma toda persona que elije pensar: usa su razón que le permite identificar la realidad y decidir sin aceptar, menos permitir, presiones de otros. Elecciones personales que hace de manera objetiva, siendo las principales elecciones su escala de valores y los medios adecuados para alcanzar eso valores y conservarlos.

Puedo trabajar por cuenta propia o por cuenta ajena. Necesito trabajar, independientemente de que yo sea quien arriesgue e invierta y, por cierto, dé trabajo a otros que también (como yo) lo necesitan; o alguien más sea quien corra con los riesgos de emprender y me emplee para alcanzar sus metas.

Necesito trabajar, para poder descansar. Necesito trabajar para permitirme un tiempo de ocio, dedicado a enriquecer mi conocimiento o al esparcimiento por el tiempo que sea necesario para reponer la energía que he destinado al trabajo productivo: todo en la justa medida y a la medida de mis propósitos.

Trabajar es una condición necesaria para la vida de todo ser humano. Y va más allá de si tengo o no los suficientes ingresos para satisfacer mis necesidades físicas. El ser humano necesita trabajar para vivir como humano. Para sentirse orgulloso de su existencia única e irrepetible. El ser humano necesita trabajar para sentirse digno: para saber que lo que tiene se lo ha ganado en base a su esfuerzo e ingenio, que no es producto de la laboriosidad de otros. Saber que soy capaz de mantenerme y cumplir con mis compromisos me engrandece ante mis propios ojos: los únicos que plenamente saben quién soy.

La laboriosidad es una virtud. Es la diferencia entre una sociedad de personas exitosas y felices; y una comunidad de gente fracasada y resentida. Es la que hace la diferencia entre la calidad de vida de los primeros y las condiciones de los segundos. Necesitamos trabajar para nosotros y para alcanzar nuestros objetivos. Necesitamos que el gobierno y los gorrones, los grupos de presión, dejen de estorbar el camino del progreso.


El presente artículo fue publicado el lunes 7 de mayo de 2012 en el diario guatemalteco Siglo Veintiuno.

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1.01.2012

La eterna elección



Nuestra inevitable condición de seres racionales, no sólo nos obliga a decidir a cada momento, sino también a afrontar las consecuencias de esas decisiones, nos gusten o no, aceptemos o neguemos nuestra responsabilidad. No hacer nada es una opción que, por supuesto, tendrá repercusiones en nuestra vida y, probablemente, en la vida de otros. Lo mismo aplica a la decisión de hacer algo, tomar un curso de acción para alcanzar nuestros objetivos. ¡Ah! Porque como seres teleológicos (con fines propios): actuamos siempre en pos de un valor.

Al fin, como bien dijo José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia. Si no la salvo a ella, no me salvo a mí mismo”. Y esa es la parte irrenunciable del ser humano que aceptamos (también una decisión) al levantarnos todas las mañanas y decidir que vale la pena ¡y el gozo! de seguir viviendo nuestra vida. ¿Se había percatado de que la anterior es una decisión que toma en todo instante? Se queje de su existencia o pase el tiempo sonriendo y viendo con esperanza hacia el futuro, en todo caso, decide seguir adelante porque cree en el porvenir y/o prefiere vivir a morir, a pesar de las promesas que hacen tantos sobre una vida eterna después de la muerte. Más vale una vida finita en mano que escuchar un ciento de promesas de existencias infinitas.

Yo tuve que elegir en este momento entre ir a leer a Leszek Kolakowski, hacer mis ejercicios diarios y escribir este suelto: un fuera de lugar en la Revista NuChef. Pienso que usted que me lee sabrá ya cuál fue mi elección. Después me ejercitaré y leeré “Main currents of marxism”, ya que decidí convertirme en una de las mejores conocedoras en Guatemala del pensamiento socialista. ¡Qué mejor arma para pelear la batalla de las ideas que conocer más que el contrincante sobre las bases de sus creencias! Además de que la lectura de los fundadores de la ideología mencionada me permite fortalecer mis argumentos a favor del individuo y sus derechos, comenzando por la misma Libertad que tenemos para decidir quiénes somos y seremos.

Ser libres es una condena inevitable para Jean-Paul Sartre. Para Ludwig von Mises es el sustento de la acción humana. Para Ayn Rand es uno de los valores más preciados de todo hombre que se precie de serlo. Total, ¿de qué me sirve la vida si no puedo yo decidir qué hacer con ella? Por tanto, el tema de la elección es vital para nuestra existencia plena.

Nosotros elegimos quién o quiénes nos gobiernan. Y no me refiero a aquellos mandatarios que hemos contratado como mandantes para administrar el sistema de normas del país que habitamos. No. Me refiero a las ideas detrás de nuestras acciones, ¿son producto de nuestro juicio independiente, meditado y razonado? ¿O son los dogmas que otros nos han enseñado y hemos admitido sin cuestionar la validez de sus conceptos y verificar la veracidad de sus premisas? ¿Es acaso este un asunto en el que usted ha meditado alguna vez? ¿Sabe que es al final la elección mas trascendental que toma?

Piense, apreciable lector, lo importante que es el elegir cuáles son los fundamentos de nuestras elecciones. Tal vez se preguntará ¿por qué? ¿Para qué? ¿Con qué sentido? Pues, simplemente para que tenga más posibilidades de alcanzar el propósito de su vida, que es el mismo de todos: ser feliz. Ese estado personal, individual, que nadie más puede experimentar por usted. ¿Quién quiere ser? ¿Qué quiere hacer con su vida? ¿Qué valores quiere alcanzar? ¿Cómo va a vivir esa existencia única e irrepetible que llamamos vida? Brindo por mi decisión de vivir según los dictámenes de mi razón. Brindo por la posibilidad de que más así lo decidan. Lehaim.


La presente reflexión fue publicada en la Edición 32 de la Revista NuChef (septiembre-octubre 2011). La imagen la bajé del sito de AxetrakFM.

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12.27.2011

Vida Real



¿Cómo será la realidad de William y Kate después de su boda real? Real con dos significados: primero, porque es un hecho consumado que se casaron; y, segundo, en el sentido de que el enlace de ellos fue una boda de la realeza, aunque la novia sea de origen plebeyo. Algún día será la reina consorte de Inglaterra, el último de los imperios coloniales en sucumbir. Sin duda, como lo fue su casamiento, también lo será su vida: diferente en muchos aspectos a las vidas del resto. Principiando porque están condenados a vivir gran parte de su vida expuestos públicamente. ¡Y cuántos envidiaran sus existencias sin saber a ciencia cierta cómo se desarrolla en la intimidad! Todo a partir de elucubraciones propias de los cuentos de hadas.

La exagerada atención, en algunos casos casi una obsesión, que se le da a este tipo de situación, ¿es acaso un reflejo, una prueba de la existencia de un vacío existencial, una necesidad vital insatisfecha en el resto que fantasea a partir de la vida de otros? ¿Es señal de una carencia emocional? ¿Será que todos sentimos esa falta de amor en algún momento de nuestras vidas? ¿Es por eso que la mayoría venera ídolos o se entretiene, se distrae, evade la realidad, inmerso en la vida de los demás? Vidas que pueden ser reales como la de William y Kate, o ficticias, producto de la imaginación de un guionista, como en el caso de la telenovelas.

En fin, yo me reconozco ajena al enajenamiento de muchos con este tipo de noticias. Sin embargo, me intriga la pasión que genera en esa mayoría, entusiasmo que llega al extremo de que la ceremonia del matrimonio fue vista por millones de personas alrededor del mundo. Probablemente las nupcias más vistas de todos los tiempos, gracias a los avances tecnológicos con los que contamos hoy. ¿Cuántos no habrán seguido los acontecimientos desde su teléfono móvil, mal llamado inteligente? Imaginen la cantidad que los vieron darse el “sí” por televisión: se calcula que fueron alrededor de dos mil millones de personas. ¿Y cuántos habrán observado el enlace desde su computadora, por Internet? Total, una inmensa cantidad de personas que nunca sabremos con seguridad cuántas fueron.

Gente cuya vida real no es un cuento de hadas con un final feliz que se anuncia desde el principio del fin: “y vivieron felices por siempre”. Final que ni siquiera es seguro para los recién casados mencionados al inicio de este escrito. Como todo en esa vida real a la que hago referencia, lo que pase en el futuro lo desconocemos. Siempre nos enfrentamos al presente, ese que cambia a cada instante. Lo único que debe ser constante son ciertos valores y el lugar que estos ocupen en nuestra escala personal. Valores que son los que nos van a permitir ser felices de verdad.

Por lo general intentamos planificar nuestras acciones para alcanzar nuestros objetivos. Pero al ser todos, en forma individual y colectiva, incapaces de prever todas las variables involucradas (nadie posee un conocimiento universal), muchas veces los hechos no se dan como los esperábamos. Normalmente nos sorprenden los resultados no previstos de nuestras acciones, que en ocasiones pueden ser más beneficiosos que aquellos que buscábamos alcanzar. No obstante, mientras llega el resultado deseado, la incertidumbre, la espera, el miedo a sufrir o a ser rechazados, no valorados, provocan una ansiedad, una inquietud a veces insoportable.

Hay quienes dejan pasar su vida real refugiados en un ideal platónico o ansiando un imposible, una fantasía irrealizable, todo por miedo a arriesgar y reconocer la realidad. Reconocimiento que a veces duele. Sin embargo, como canta el salsero Luis Enrique “Yo no sé mañana… Esta vida es igual que un libro, cada página es un día vivido. No tratemos de correr antes de andar”. Vivamos nuestra vida real. Prost y hasta la próxima.


El presente artículo fue publicado en la revista “Nuchef”, en la edición 30 correspondiente al bimestre mayo – junio de 2011. La fotografía de Kate y William la bajé de la Internet

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