El jueves 2 de marzo del año 2000
publiqué en Siglo Veintiuno un
artículo titulado “La Ley de Herodes”. Hoy, a pocas semanas del regreso a
Guatemala del otrora Presidente Alfonso Portillo a quien mencioné en esa
columna, y después de ver por enésima vez junto con mis estudiantes, como lo
hago cada semestre, la célebre película que me inspiró, se me antojó revisar lo
que escribí hace más de 14 años.
En esa oportunidad, como muestra
de mi ingenuidad de aquella época, expresaba mi esperanza porque la idea
inmoral (explotadora y violadora de los derechos individuales) detrás del
conocido refrán mexicano no se convirtiera en norma de conducta de los
gobernantes y los burócratas estatales. A la fecha ya acepté la realidad: no
solo es una regla felizmente aplicada
por aquellos que llegan al ejercicio del poder, sino que los chingados y jodidos hemos sido los productivos. Nosotros, los responsables y
respetuosos, sobre quienes pesa el mantener
a los corruptos que llegan al ejercicio del poder, a sus familiares y a sus
amigos influyentes que, por medio de
privilegios, contratos con el Estado
y mentiras, han saqueado nuestro bolsillos.
“La Ley de Herodes” narra cómo a
finales de la década de los años 40 del siglo pasado llega un miembro menospreciado
del PRI a Presidente Municipal de San Pedro de Los Saguaros, un pueblo donde
abundan los pobres. Juan Vargas, protagonista de la historia, pasa de encargado
de un basurero a ser la máxima autoridad
de este miserable poblado olvidado por
el progreso y la justicia social,
habitado en su mayoría por indígenas que no entienden el español.
En un principio, Vargas piensa
que debe cumplir con las promesas que han hecho los dirigentes de su partido de llevar una supuesta modernidad al país. Sin embargo, no
tarda mucho en rendirse a las ventajas que le da el poder y comienza
una vertiginosa carrera criminal a la sombra de la ley: se convierte en un dictador autoritario, extorsionista,
corrupto y asesino. La película termina con Varguitas
convertido en héroe y en diputado de
la nación. Antes pensaba que era una ironía. Ahora sé que es la triste realidad
del Estado Benefactor/Mercantilista dentro del cual vivimos, basado en un
sistema de incentivos perversos, inmoral e injusto, que solo beneficia a la
minoría gobernante que llega al ejercicio del poder gracias al autoengaño de la
mayoría de ciudadanos que aún creen los cuentos politiqueros de que alguien más
va a asumir su responsabilidad individual de ganarse la vida.
Así es la democracia: populista. Creen
que votan para violentar sólo los
derechos de unos cuantos, sin darse cuenta que quienes peor terminan son ellos.
No solo los políticos no van a cumplir sus promesas por motivos obvios, sino
que con el poder que les dieron van a robarles a quienes pudieron haber
invertido para crear riqueza (más y mejores bienes y servicios, más baratos
gracias a la competencia) y creado empleos productivos que les pudieron ayudar
a mejorar sus ingresos reales. Un suicidio
anunciado.
Artículo publicado en el diario guatemalteco
“Siglo Veintiuno”, el lunes 10 de noviembre de 2014. La imagen la bajé de la Internet, no es obra mía.Etiquetas: corrupción, Estado benefactor, extorsión, impuestos, Ley de Herodes, mercantilismo, película, política, populismo