Terminó el proceso electoral. Llegó a su fin la
campaña política que sorprendió a nacionales e internacionales. Una campaña
que, como las anteriores, comenzó recién tomó posesión del cargo de presidente
del Ejecutivo el defenestrado, y actualmente preso, Otto Pérez Molina. Lamentablemente,
serán si mucho tres meses de descanso los que vamos a tener antes de que
empiece la próxima campaña, porque una vez no cambie el sistema de incentivos
perversos en el cual vivimos, nuestros problemas seguirán siendo los mismos.
El ayer electo presidente, que la mayoría que
ejerció su derecho a voto consideró la menos
peor de las opciones, si interpreté correctamente las tendencias, es Jimmy
Morales. Un advenedizo al cual favoreció la crisis política de este año que
significó el despertar de cientos de miles de mandantes hartos de la corrupción
imperante durante el gobierno de Otto Pérez Molina y su inseparable Roxana
Baldetti, quien ocupó el cargo de vicepresidente y hoy ocupa una celda en Santa
Teresa, la cárcel para mujeres.
Yo decidí no ejercer el domingo pasado mi derecho a
voto. Es falaz la presión que hicieron algunos en contra de aquellos que, como
yo, no votamos en contra de nuestros valores y principios, que es lo mismo que
votar en contra de nosotros mismos. Más aún, sabiendo que la solución a
nuestros problemas no se encuentra en el Organismo Ejecutivo. La decisión más
importante para proteger nuestros derechos individuales en el largo plazo la
hicimos el pasado 6 de septiembre, cuando elegimos a los diputados que van a
integrar el próximo Congreso.
Por supuesto, reconozco que había que cumplir con
el requisito de elegir a un presidente del Ejecutivo, pero por la enorme
diferencia que había entre las intenciones de voto, diferencia que favorecía
ampliamente a Morales, mi asistencia a las urnas era irrelevante si el objetivo
era vencer a Sandra Torres que, sin duda, era la más peligrosa de los dos. En
tal contexto es una contradicción, en particular para aquel que tiene claro su
código moral, ir a votar por alguien con quien no comparte ese código.
El ahora mesiánico Jimmy Morales, que habla de sí
mismo en tercera persona y afirma que su principal asesor es, ni más ni menos,
que el propio dios, el cual va a
gobernar bíblicamente y se va a
rodear de oportunistas (que no dudo que su principal motivo será pasar a mejor vida a costa de los
tributarios), para mala suerte nuestra era, efectivamente, la menos peor y
menos peligrosa de las opciones, principalmente por dos motivos: primero,
porque no tiene el poder político que tiene Torres, tanto a nivel de las
alcaldías municipales como en el Legislativo; y segundo, porque no está lleno
del resentimiento que, a pesar de los intentos de disimularlo, carcome a Torres.
Culminada esta etapa, llegó el momento de que nos
enfoquemos en lo que es verdaderamente importante: el cambio urgente, radical,
a nuestro sistema de Estado Benefactor/Mercantilista. Y, que le quede claro a
Morales y su gente: no habrá Luna de Miel.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el
lunes 26 de octubre de 2015.
Etiquetas: 2015, código moral, corrupción, Derecho al voto, elecciones, Jimmy Morales, Otto Pérez Molina, Roxana Baldetti, Sandra Torres