Mamita, mi bien amada abuelita, vivió 101 años y ni uno solo
de todos los días de su vida dejó de ser amada. Valorada por tantos ¡tantos!
que el domingo 6 de abril los comentarios que prevalecían entre nosotros y
aquellos que nos acompañaron en ese aciago día hacían referencia a esos
momentos memorables que compartimos con ella. Recuerdos tan próximos como los
de su último cumpleaños que recién habíamos celebrado el primero de abril.
Admirada por su carácter férreo, pero dulce al mismo tiempo.
De personalidad emprendedora. Capaz de enfrentar los retos que encontró en su
fructífera existencia con fortaleza admirable. Capaz de decirnos por amor,
directamente y sin anestesia, las
cosas más duras posibles, y al rato hacernos reír con una de tantas ocurrencias
suyas. Capaz de enternecerse hasta el llanto al confesar a sus seres queridos
cuánto nos amaba. Cualidad suya que parece heredé, la del llanto.
Me hubiera encantado que mis ojos fueran azules como los de
mi Mamita. Un azul de tonalidad variable que dependía del estado de ánimo de su
dueña. Aunque la mayor parte del tiempo recuerdo su mirar con un brillo
cómplice que me hace evocar su enorme gusto por la vida que le costó tanto
dejar. Sin embargo, a la hora que decidió hacerlo, lo hizo rápidamente y sin
agonía. Consciente y sana. Me cuentan que se quedó dormida hasta su último
suspiro, todo en cuestión de pocos minutos.
Su tiempo fue fructífero. Una existencia llena de alegrías,
intervenida de vez en cuando por las inevitables tristezas. Judith Pérez
Herincx se casó con Arturo Alvarado
Villavicencio. Tuvo cinco hijos: Olga, Arturo, Yolanda, Freddy y Lissette. Una
de sus hijas es mi mamá, la de en medio, quien, como sus hermanos, heredó de mi
Mamita una fácil sonrisa, la cual iluminaba su rostro aún en los momentos más
difíciles. Muchos de sus nietos la quisimos entrañablemente, como a una madre.
Sin embargo, para mis primos Magaly y Fredito, eso fue: su mamá.
A mi Mamita le encantaba escuchar música: en especial
rancheras, boleros y marimba. Atesoro varios videos de ella cantando. En varias
ocasiones me atrevía a acompañarla. La última de estas películas caseras fue grabada un par de días antes de su partida.
Cantó para el público que la acompañaba, en algunas partes entonando dulcemente
a sotto voce, “Cucurrucucú paloma” del
cantautor mexicano Tomás Méndez, una de sus melodías preferidas. De estas
imágenes las más conmovedoras para mí son las de la despedida, donde agradece
los aplausos tirando besos a quienes la acompañaban. Linda mi Mamita, toda una
diva, adorada hasta el final. Genio y figura… dice el refrán.
Como lo expresé públicamente ese día que nunca hubiera
querido vivir, Mamita linda, la querré por siempre... mucho, mucho, mucho. Y
mientras yo viva usted vivirá en mis recuerdos y en mi corazón. Y si lloro,
lloro por mí. Lloro porque no la podré abrazar de nuevo. Descanse Mamita,
descanse... Mientras nosotros, sus bien amados, celebraremos con nuestras vidas
la suya, su maravillosa vida.
Artículo que será publicado en el diario guatemalteco “Siglo
Veintiuno”, el lunes 14 de abril de 2014.Etiquetas: abuelos, Arturo Alvarado Villavicencio, familia, Judith Pérez Herincx, valores, vida