Caen presos varios de los ladrones que han llegado al ejercicio del poder.
Pero continúa la corrupción. Se fueron presos Otto Pérez Molina, Roxana
Baldetti Elías y compañía casi ilimitada,
y aun así continúa la corrupción. Tal vez se van a ir presos Lula, Dilma,
Cristina, Nicolás y varios ex Presidentes de Centroamérica. Y aun así va
a continuar la corrupción. ¿Por qué?
Muchos corruptos, además de los
mencionados, han estado presos en lo que va del siglo. Y aun así continúa la
corrupción. Más aún, hubo quién resucitó,
no con la gloria de antes, pero resucitó:
tal es el caso de Alfonso Portillo. Lo que no detiene, como debe ser, las
investigaciones y las denuncias de corrupción que hacen, entre otros, el
Ministerio Público y la CICIG. Cada vez que encuentran pruebas que apuntan a
actos de corrupción se arma un alboroto, en particular cuando capturan a los
nuevos acusados que casi siempre se van en grupo a la cárcel. Y aun así,
continúa la corrupción. ¿Por qué?
“¡Pero por qué!” Se preguntan un
sinnúmero de personas que han enarbolado la bandera contra la corrupción y
asistieron a, por lo menos, una manifestación, indignados por la situación que
en lugar de mejorar parece empeorar. En Guatemala, en Brasil, en Venezuela… Y
aun así continúa la corrupción. ¿Por qué continúa la corrupción? ¿Por qué se
multiplican los corruptos? Cae un corrupto preso e inmediatamente surgen muchos
más que quieren ocupar su lugar. ¿Por qué?
Porque en lugar de cambiar
radicalmente el problema que hace posible la corrupción, los legisladores, los
politiqueros y los miembros de los grupos de presión (incluidos los
representantes de otros gobiernos y los burócratas de organismos
internacionales), que ilegítima e ilegalmente se presentan como la voz de la abstracta sociedad civil, profundizan con sus propuestas el sistema de
incentivos perversos que ha prevalecido y atrae a los peores representantes de
nuestra sociedad al ejercicio del poder.
Tal y como he escrito en varias
ocasiones, el origen de la corrupción es el poder, por eso debe ser limitado. Y
ese poder lo adquieren los gobernantes gracias a la venia de los ciudadanos que
decidieron otorgárselo más allá del necesario para que cumplan con sus
obligaciones primordiales: dar seguridad y velar porque haya justicia. Poder
que se corrompe al permitir a los mandatarios violar los derechos de unos para
complacer a otros.
Quienes esperan que alguien más
les resuelva la vida y les satisfaga las necesidades, que votan por quienes les
ofrecen más supuestos beneficios, sin importar lo absurdo,
lo injusto y lo incumplible de sus promesas, lo que están haciendo es
entregándoles un cheque en blanco a
los peores representantes de nuestra sociedad. Porque es a estos, a los
peores, a quienes va a atraer el sistema de incentivos perversos que impone el Estado
Benefactor/Mercantilista, que es populista, colectivista y de inspiración socialista.
Acabemos con la corrupción. Cambiemos radicalmente el sistema político.
Artículo
publicado en el diario guatemalteco
“Siglo Veintiuno”, el martes 29 de marzo de 2016.Etiquetas: corrupción, Estado benefactor, gobierno, Latinomérica, mercantilismo, sistema de incentivos