De poco sirve podar las hojas del árbol de la corrupción, si
este no se arranca de raíz. De poco
sirve cuántos terminan presos, si no se acaba con el origen de la corrupción. Al
final, todos terminamos presos de la corrupción, incluidos aquellos que creen que ignorando la
realidad todo lo malo que en ésta encuentran va a desaparecer.
¡Ilusos! El
ser humano puede ELEGIR actuar contradictoriamente y falsear los hechos,
desvirtuarlos, ignorarlos… Pero lo que NO podemos evitar son las consecuencias
de esa desacertada decisión. Y, lamentablemente, dentro del sistema político
actual no sólo ellos se hacen daño, sino también se lo hacen al resto, aún a quienes
valientemente aceptan el reto de buscar la verdad y dar la batalla de las
ideas.
La
corrupción ha existido desde siempre. Pero, ¿qué es la corrupción? Según el
Diccionario de la Lengua Española (DLE), en su cuarta acepción, es la práctica consistente en la utilización de
las funciones y los medios de las organizaciones,
especialmente las públicas, en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores.
Para el
filósofo español Fernando Savater, la corrupción consiste en aprovechar la
preeminencia social que otorga un cargo público en beneficio propio, personal
o partidista, en lugar de en servicio de la comunidad. Según Savater: “Las
motivaciones de los corruptos para legitimar a sus propios ojos las fechorías
que cometen deben abarcar un amplio registro. En primer lugar, van aquellos
para quienes aprovecharse de todo, por poco que sea, es casi una ley moral... Luego están los que creen
que prestan servicios tan destacados a la comunidad que se lo merecen todo y
más… hay otros que han nacido para el embrollo y la tropelía, para los que la
deslealtad es un mórbido placer aunque arriesguen más de lo que pueden obtener:
en una palabra, que ‘pagarían por venderse’, como dijo Flaubert”. En resumen,
frente al poder, hasta el más honesto se puede corromper, porque falsean el autocontrol por bienintencionado que sea.
¿Se puede
acabar con la corrupción? Sí. Entonces, ¿cuáles son los barrotes que nos
impiden salir de esa cárcel? Las reglas del juego que los constituyentes y los
legisladores nos han impuesto desde 1945. Reglas que pueden y DEBEN ser
cambiadas radicalmente, si es que de verdad queremos liberarnos de la
corrupción y sus consecuencias. Al fin, la misma corrupción es sólo un resultado
más de ese sistema de incentivos perversos al cual hago mención.
¿Por qué es
un sistema de incentivos perversos? Porque premia las malas acciones y castiga
las buenas. Promueve la corrupción y destruye la moral de la gente. Es un
sistema en el que se admira a quien se sale
con la suya y acostumbra a mentir y engañar para subsistir. El
estatismo intervencionista, que otorga más poder discrecional a los
gobernantes, es el origen de la corrupción. Y más intervención estatal no resuelven
los problemas: los agrava y, además, facilita la corrupción.
Artículo publicado en el diario guatemalteco
“Siglo Veintiuno”, el lunes 18 de septiembre de 2017.Etiquetas: Constitución, corrupción, elecciones, Fernando Savater, Flaubert, incentivos, perversos, poder, sistema