“Segura, seguro no hay seguridad”
Fue la sentencia, afirmativa y basada en la evidencia, del agente xxx al encargado de la comisaría cuyo número no vale la pena mencionar. El jefe Segura, un hombre oscuro en todos los sentidos. De tez oscura, de cabello oscuro, de oscuras intensiones. De ojos negros como la noche sin luna y sin estrellas. Sin luz en el pasado, en el presente y el futuro. Abandonado una tarde gris por su mujer. Un hombre solo que pasa la mayor parte de su tiempo en una cantina oscura bebiendo una cerveza oscura y alimentando su abultado vientre oscuro de cualquier bocado que encontraba botado.
Segura, al igual que el agente mencionado (no citado por nombre: era un personaje gris en camino de convertirse en otro jefe Segura) estaba seguro que no había seguridad. Eran ya tantos años oscuros ejerciendo la autoridad, vistiendo el uniforme de los encargados de brindar seguridad, sirviendo ¡qué risa! en el Departamento de Policía de un oscuro país, cuyo cielo de día era generalmente gris, manchado del rojo escarlata de la sangre salpicada por la gente que diariamente era asesinada. Por supuesto, diferentes personas todos los días. Sólo Segura creía que moría todos los días al despertarse y confirmar que seguía vivo. La noche, estaba seguro Segura, le recordaba su propia mirada.
La vida de la mayoría se había tornado del color del día. Y, lamentablemente, temían que el mañana sería del color de la noche. O, mejor dicho, sería un mañana sin color, en el cual hasta el gama del grana se hubiera agotado. Ese tono que le recodaba a Segura la cochinilla con que su abuela teñía su ropa cuando era niño.
“No se puede pensar sólo en seguridad”, declaró el Ministro a cargo de la seguridad. Los fondos destinados a cumplir con su misión los había trasladado a un oscuro programa manejado por una oscura mujer que ejercía el poder desde la oscuridad que le proporcionaba su papel de primera dama de la Nación. La esposa del Presidente. La Regente, la podría apodar la gente. Los dineros de los tributarios desaparecían por este medio popularmente llamado el agujero negro del Estado.
Segura aspiraba a otra vida. Recordaba que cuando inició su carrera ingenuamente creía que su trabajo iba a representar una diferencia positiva en su existencia y en la del resto. Vino a su memoria que el motivo primero por el cual pasó a formar parte de los cuerpos de seguridad fue la muerte inesperada de su padre a manos de un criminal. Su admirado padre que perdió la vida una oscura noche en un oscuro bus, después de un largo día de trabajo oscuro. Su cansancio terminó para siempre. Un viaje sin retorno al más allá.
Segura esperaba otra vida. Cuando las circunstancias le fueron adversas, tomó las decisiones equivocadas. No supo ser el héroe que soñaba ser. El mal ejemplo de sus superiores, violadores en lugar de servidores, le pudrió el alma. Las miserias del trabajo acabaron con sus ideales. Segura estaba seguro, no había seguridad. Sólo oscuridad.
Continuará…
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 31 de enero de 2011. La imagen la bajé de la Internet.
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