Y no me refiero a los cráteres, algunos cuyo fondo no es
visible, que inundan nuestras
carreteras. Hundimientos de los
cuales, descaradamente, los funcionarios estatales culpan a la lluvia. Sí,
créalo o no, la culpa es del agua que se atreve a filtrarse en las magníficas
autopistas que cubren nuestro país de punta a punta. Caminos que da gusto
recorrer disfrutando del hermoso paisaje que nos brinda Guatemala. ¡Qué bárbara
la lluvia! ¿Cuándo irá a ser perseguida y denunciada por el Ministerio Público
y la CICIG?
En fin, ironía aparte, la desastrosa condición en la cual se
encuentran nuestras vías de comunicación, simplemente reflejan la realidad
misma del sistema político vigente que facilita la corrupción, la verdadera
causante de la desgracia en la cual no sólo se encuentran las carreteras, sino
todos los servicios que, supuestamente, son responsabilidad
de los gobernantes en nombre del abstracto Estado.
Somos testigos del hundimiento del Estado Benefactor/Mercantilista. Sin
embargo, aún somos pocos los que nos atrevemos a señalarlo. Tal vez es porque
la mayoría sólo sufre las consecuencias de su fracaso, pero no conocen o
entienden el origen de la tragedia en la que vivimos.
Es raro el que niega que la reina de la construcción es la
corrupción. Al menos, en la construcción a cargo de los gobernantes. En la
construcción de puentes, carreteras, hospitales, escuelas… y todo aquello que,
según los estatistas, debe hacer el gobierno. Vaya ingenuidad de muchos a estas
alturas del partido y en un siglo en el cual es cada vez más difícil ocultar
los hechos de la realidad.
Aunque, detrás de los bienintencionados
que sirven de parlantes de la potestad estatal para intervenir en todo aspecto
de la vida humana en sociedad, están aquellos perversos, oportunistas,
saqueadores parasitarios que se aprovechan de la candidez de la mayoría
para llegar al ejercicio del poder. Y una vez en posesión de sus cargos, con
contadas excepciones, se quitan la máscara y se dedican a hacer lo mismo que
sus antecesores: mentir, robar y extorsionar. ¡Ah! Y vender al mejor postor el
poder que los ingenuos le otorgaron.
Alejandro Sinibaldi es un ladrón, un extorsionador, un
corrupto que debe rendir cuentas ante la justicia y compensar a sus víctimas,
los tributarios. Así como lo es Arnoldo Medrano y familia. Así como lo son los burócratas
corruptos que los apoyaron y, sin duda, muchos más de quienes han ejercido un
cargo en el Estado. Sin embargo, de
los acusados que no eran parte de la burocracia estatal habrá que diferenciar a
los cómplices voluntarios de
Sinibaldi y demás funcionarios que hicieron negocios
turbios con ellos, de quienes cedieron a la extorsión. Y todos, en su justa
medida, deberán pagar las consecuencias de sus acciones.
¿Qué deben hacer quienes son extorsionados? Denunciar y no
trabajar con los inmorales. ¿Cómo evitar la corrupción, no sólo en los nuevos
contratos de infraestructura, sino en todo el Estado? Cambiando el sistema de incentivos perversos que prevalece.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo
Veintiuno”, el lunes 17 de julio de 2017.
Etiquetas: Alejandro Sinibaldi, Arnoldo Medrano, CICIG, construcción, corrupción, Estado benefactor, extorsión, mercantilismo, Ministerio Público, poder