Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

12.28.2011

La caminata del domingo



Como suelo hacer cada domingo que puedo, enfilé desde muy temprano (tan temprano como me lo permiten mis lecturas mañaneras) hacia el norte, con el objetivo de hacer escala en un restaurante bautizado en honor a una célebre cordillera europea. Después de disfrutar de un enriquecedor desayuno, en compañía de mi buen amigo Jorge Carro y sus siempre entretenidas charlas sobre escritores y la vida misma, continué el camino de regreso a mi punto de partida.

Por compromisos previos (la lectura pendiente de “Camino de Servidumbre” de F. A. Hayek para discutir al día siguiente) y el miedo a la lluvia que amenazaba con caer de un momento a otro, decidí variar mi ruta de retorno, mi eterno retorno, a mi lugar preferido en el mundo, el asteroide B506: privado, exclusivo, solitario… como a veces lo soy yo también.

Por cierto, quiero aclarar que el miedo al agua no tenía que ver con el hecho de que me molestara el líquido cayendo sobre mí, ni a la escasa posibilidad de que me derritiera en caso estuviera hecha de azúcar, a pesar de lo dulce que puede ser de vez en cuando. No. Mi temor tenía una base racional: la posibilidad de que a consecuencia de un baño no planificado, adquiriera un resfriado ahora que me había quedado sin equinacia, la cual, para colmo de males, se encontraba agotada en el mercado local. Al menos la que yo tomo. Odio los catarros y más las gripes. Así que seguí el ancestral consejo de que más vale prevenir que lamentar.

Lo maravilloso del cambio de rumbo, a pesar de que extrañé los escenarios que visito en el recorrido que obvié, fueron los personajes con los que me topé. Primero, me sorprendió ver correr a Groucho Marx, inconfundible, enfundado en un short beige y una camiseta roja, con su cabello suelto brincando a cada paso que daba el genial cómico, y los bigotes fijos a la que debió ser una sonrisa. Aunque, imagino que el cansancio le impidió terminarla como se debe.

Luego, me pareció distinguir a Truman Capote en patines, conversando con una amiga que no era Harper Lee. Recordé que recién compré en Chicago la versión original, en inglés, de “To Kill a Mockingbird”, la cual espero leer pronto. También recordé una de mis frases preferidas, de la versión en español, del protagonista (Atticus Finch) de la premiada novela de la distinguida escritora mencionada: “Se es valiente cuando, sabiendo que la batalla está perdida de antemano, lo intentas a pesar de todo y luchas hasta el final, pase lo que pase. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence”.

Atenta al dialogo de Yo y Mí, sin un tercero que nos interrumpiera (aunque Zaratustra y Nietzsche nos asechaban), vi pasar en bicicleta a uno de los más respetados roqueros mexicanos: Alex Lora del Tri. A mí, y a yo también, nos gustan más otros géneros musicales o el rock de apellido roll, sin embargo, apreciamos a varios de los grandes creadores que han hecho popular este ritmo musical.

Más adelante me crucé con un hombre guapísimo (ninguno de los nombrados) vestido de payaso, una bella mujer escondida detrás de unos lentes oscuros, varias futuras madres acompañadas de quienes probablemente eran los padres del futuro niño, personajes flacos como un fideo y otros gordos como el Sargento García…

Hagamos un alto en este último. El Sargento García, fiel amigo aunque no lo reconociera, del héroe de negro: el Zorro. No Batman, no se confundan. Diego de la Vega y Bruce Wayne pertenecen a diferentes eras. En fin, regresando a García, pensé que este generalmente era marcado, sin hacerle mayor daño, por la zeta del Zorro. Pensé que hoy, nosotros somos marcados, y nos hace mucho daño, por la zeta de los Zetas: una zeta con significado opuesto, en el caso de los criminales mencionados, a la zeta del caballero de la noche colonial.  

Creí que nada más podía sorprenderme por este día, hasta que enfrente de mí apareció mi ayer. Era yo de año y meses: el cabello rubio, ensortijado, rebelde, similar al del Marx citado anteriormente, pero en distinto color. Cara redonda de cachetes rebosantes y el ceño fruncido. No logré determinar el color de los ojos pero debieron ser verde-avellanado. La criatura caminaba aparentemente sola, tal vez por eso el gesto en su rostro no era de alegría. Seguí caminando sin voltear a ver atrás. Total, el pasado hay que dejarlo descansar en la memoria. La vida es para vivirla en el presente. Lehaim


El presente escrito fue publicado en la Revista Nuchef (Edición 31) de julio-agosto 2011. La fotografía de la Avenida de Las Américas la tomé el 26 de agosto de 2007.

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12.27.2011

Vida Real



¿Cómo será la realidad de William y Kate después de su boda real? Real con dos significados: primero, porque es un hecho consumado que se casaron; y, segundo, en el sentido de que el enlace de ellos fue una boda de la realeza, aunque la novia sea de origen plebeyo. Algún día será la reina consorte de Inglaterra, el último de los imperios coloniales en sucumbir. Sin duda, como lo fue su casamiento, también lo será su vida: diferente en muchos aspectos a las vidas del resto. Principiando porque están condenados a vivir gran parte de su vida expuestos públicamente. ¡Y cuántos envidiaran sus existencias sin saber a ciencia cierta cómo se desarrolla en la intimidad! Todo a partir de elucubraciones propias de los cuentos de hadas.

La exagerada atención, en algunos casos casi una obsesión, que se le da a este tipo de situación, ¿es acaso un reflejo, una prueba de la existencia de un vacío existencial, una necesidad vital insatisfecha en el resto que fantasea a partir de la vida de otros? ¿Es señal de una carencia emocional? ¿Será que todos sentimos esa falta de amor en algún momento de nuestras vidas? ¿Es por eso que la mayoría venera ídolos o se entretiene, se distrae, evade la realidad, inmerso en la vida de los demás? Vidas que pueden ser reales como la de William y Kate, o ficticias, producto de la imaginación de un guionista, como en el caso de la telenovelas.

En fin, yo me reconozco ajena al enajenamiento de muchos con este tipo de noticias. Sin embargo, me intriga la pasión que genera en esa mayoría, entusiasmo que llega al extremo de que la ceremonia del matrimonio fue vista por millones de personas alrededor del mundo. Probablemente las nupcias más vistas de todos los tiempos, gracias a los avances tecnológicos con los que contamos hoy. ¿Cuántos no habrán seguido los acontecimientos desde su teléfono móvil, mal llamado inteligente? Imaginen la cantidad que los vieron darse el “sí” por televisión: se calcula que fueron alrededor de dos mil millones de personas. ¿Y cuántos habrán observado el enlace desde su computadora, por Internet? Total, una inmensa cantidad de personas que nunca sabremos con seguridad cuántas fueron.

Gente cuya vida real no es un cuento de hadas con un final feliz que se anuncia desde el principio del fin: “y vivieron felices por siempre”. Final que ni siquiera es seguro para los recién casados mencionados al inicio de este escrito. Como todo en esa vida real a la que hago referencia, lo que pase en el futuro lo desconocemos. Siempre nos enfrentamos al presente, ese que cambia a cada instante. Lo único que debe ser constante son ciertos valores y el lugar que estos ocupen en nuestra escala personal. Valores que son los que nos van a permitir ser felices de verdad.

Por lo general intentamos planificar nuestras acciones para alcanzar nuestros objetivos. Pero al ser todos, en forma individual y colectiva, incapaces de prever todas las variables involucradas (nadie posee un conocimiento universal), muchas veces los hechos no se dan como los esperábamos. Normalmente nos sorprenden los resultados no previstos de nuestras acciones, que en ocasiones pueden ser más beneficiosos que aquellos que buscábamos alcanzar. No obstante, mientras llega el resultado deseado, la incertidumbre, la espera, el miedo a sufrir o a ser rechazados, no valorados, provocan una ansiedad, una inquietud a veces insoportable.

Hay quienes dejan pasar su vida real refugiados en un ideal platónico o ansiando un imposible, una fantasía irrealizable, todo por miedo a arriesgar y reconocer la realidad. Reconocimiento que a veces duele. Sin embargo, como canta el salsero Luis Enrique “Yo no sé mañana… Esta vida es igual que un libro, cada página es un día vivido. No tratemos de correr antes de andar”. Vivamos nuestra vida real. Prost y hasta la próxima.


El presente artículo fue publicado en la revista “Nuchef”, en la edición 30 correspondiente al bimestre mayo – junio de 2011. La fotografía de Kate y William la bajé de la Internet

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12.26.2011

El poder del poder



Abordar el tema del poder me parece fascinante. Sobre todo, por la atracción fatal que ejerce sobre tantas personas, especialmente en personajes inestables e inseguros que sufren de un serio complejo de inferioridad. Complejo que suelen esconder disfrazados de salvadores mesiánicos de los pobres, con ínfulas de superhombres dotados de omnisciencia y padres protectores de sus queridos compatriotas.

Por cierto, estos últimos (los compatriotas), no son tan abusados como se creen ya que suelen caer en las trampas que les ponen para que voten por ellos y les otorguen el tan ansiado poder. Poder que, al final, los termina convirtiendo en abusados cuando los otrora candidatos, luego gobernantes, violentan sus derechos individuales. Una ironía más de tantas que encontramos en el mundo actual, plagado de creencias políticas basadas en premisas falsas.

El poder como tal, es una facultad que posee todo ser humano. La capacidad de actuar según su voluntad. El poder político, por otro lado, es un tema que han tratado muchos pensadores respetados. Los clásicos griegos Platón y Aristóteles lo hacían casi al mismo tiempo que los sabios chinos Lao Tse y Confucio. Probablemente el autor más citado en temas relacionados con el poder político sea Nicolás Maquiavelo.

Mis autores preferidos son los ilustrados escoceses y aquellos intelectuales del siglo diecinueve y del veinte que se montaron sobre los hombros de David Hume, John Locke, Adam Smith… fortaleciendo con sus obras la idea del indispensable respeto a los derechos individuales y la necesidad urgente de limitar el ejercicio del poder por el bien de todos los hombres. Hay filósofos como Michel Foucault que desarrollaron el tema de una manera que ha llamado mi atención aunque no coincida con ellos en muchas cosas.

La experiencia y mis lecturas, me llevan a concluir que el poder que ejercen los gobernantes sólo es necesario para reprimir al antisocial y castigarlo cuando sea necesario. Por supuesto, teniendo claro que hacer justicia implica que el criminal compense a sus víctimas. Cuando se ha utilizado el poder para intentar beneficiar a unos a costa de otros, se termina haciendo lo contrario al único motivo que justifica su existencia. Se termina violentando los derechos de unos y cometiendo una injusticia. El exceso de poder, un poder poco limitado, con fronteras borrosas, sólo beneficia a quienes lo ejercen y su círculo íntimo.

El poder más allá del necesario para cumplir con su función, del tipo que por estas épocas gozan los gobernantes, lo han adquirido manipulando la noble virtud humana de la benevolencia, y aprovechándose de un deseo común a nuestra especie: lograr el bienestar propio con el menor esfuerzo. Cuando la benevolencia y la búsqueda de mejorar nuestra calidad de vida son guiadas por la razón somos capaces de grandes hazañas: nos brinda muchas más posibilidades de alcanzar y conservar nuestros valores. Es un serio problema, para nosotros y nuestro círculo de influencia, cuando nos dejamos dominar por emociones irracionales.

Considero que el principal reto que tenemos en el siglo veintiuno es el poder influenciar a otros y convencerlos de que usen su mente de manera activa, para evitar que unos pocos acaparen el poder público, y acaben con nuestras posibilidades de progresar.


El presente artículo fue publicado en la revista guatemalteca "Poder" (año I, volumen IV) de noviembre de 2011. La imagen la bajé de Internet: es la portada del disco de la película mexicana "Todo el poder".

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12.24.2011

Feliz Nochebuena y bendiciones siempre

12.19.2011

Las dos erres


Aquellos que queremos cambiar la sociedad en que vivimos para bien de todos, debemos tener en cuenta las dos erres básicas para que estos cambios se den y sean sostenibles en el largo plazo: revolución con respeto. Sé que, lamentablemente, hasta hoy ha sido imposible lograr las reformas políticas necesarias, en ningún lugar del mundo, sin enfrentamientos sangrientos previos. Tal es el caso de EE. UU., la primera nación que puso en práctica las conclusiones a las cuales llegaron los liberales ilustrados del siglo diecisiete y del siglo dieciocho.

También sé que muchos de los combatientes en tales guerras no han tomado en cuenta las dos erres, en especial la segunda: el respeto que se le debe a los inocentes que no están involucrados en el proceso. Por supuesto, lo anterior no significa que no sigamos intentando hacer los cambios de manera pacífica, y mucho menos que se justifiquen y excusen las violaciones que se han dado en las guerras civiles de los países en los cuales se ha buscado, la mayoría de veces, más el poder que la evolución de los pueblos.

Hechos cuyos resultados en muchos casos, sobre todo durante el siglo veinte, no han sido para el bien de los habitantes de la nación en conflicto, sino para el retroceso en la calidad de vida de las personas, privadas de libertad y del gozo de su propiedad. Pensemos, sólo por citar algunos de los casos emblemáticos, en la mal llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la china comunista de Mao y la Cuba de Fidel Castro.

Todo lo antedicho me trae a comentar brevemente el conflicto armado, como ha sido nombrado, de nuestra Guatemala. Guerra que enfrentó al Ejército con lo guerrilleros que optaron por las armas y la clandestinidad para alcanzar sus objetivos políticos. Se decantaron por las medidas de hecho y despreciaron el Derecho en todos los sentidos. No dudo que entre los miembros de las distintas facciones guerrilleras hubiera uno que otro idealista manipulado que, en vez de usar su razón para impulsar lo que creía sería más justo, optó por convertirse en delincuente y criminal: otra situación que lamento.

Pienso que una de las primeras acciones que debemos tomar quienes buscamos la verdad, es cuestionar los informes elaborados por ciertos grupos interesados sin siquiera haber aportado la evidencia que justifique todos los abusos que pretenden aclarar. Sin duda, los primeros que deben ser revisados son el de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico y el REMHI, que ha sido elevado a la calidad de libro sagrado y que fue redactado por gente que fue parte de la guerrilla.

No obstante, también pienso que todos los militares que atentaron contra la vida y la propiedad de civiles inocentes que no eran parte del conflicto, ciudadanos que tuvieron la mala suerte de quedar atrapados entre los dos fuegos, deben pagar las consecuencias de sus acciones y compensar a las víctimas y sus deudos. Hasta que haya justicia para todos, habrá paz.


El presente artículo fue publicado el lunes 19 de diciembre de 2011 en el diario guatemalteco Siglo Veintiuno. La imagen la bajé de la Internet del sitio de WebIslam.

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12.12.2011

Condecorados hoy, condenados mañana



No serían Álvaro Colom y su séquito los primeros en pasar de ser condecorados a recibir la única mención que merecen: la de condenados por corruptos. Al fin, ya antes que ellos recorrieron ese camino Alfonso Portillo y Francisco Reyes. Pienso que los primeros nombrados, al igual que los segundos, tampoco pasarán de conde a marqués, tal vez porque no aprendieron, a pesar de tantos años, a mover el abanico como se debe, parafraseando un viejo refrán.

Lo despreciable en ambos casos no es sólo el hecho de que la principal acusación contra los mencionados sea de corrupción, sino que la mayoría de tales condecoraciones se las otorgaron ellos mismos. ¿Qué validez tienen ante las circunstancias citadas? Por supuesto, no faltará el burócrata hipócrita o el oportunista interesado en conseguir algún favor del gobernante que justificará tal decisión y hasta alabará el que tengan el descaro de autocondecorarse.

Lo anterior, a mi parecer y según algunos estudiosos de la conducta humana, denota un serio complejo de inferioridad que se esconde detrás de una fachada de superioridad y pretensión de saber qué deben hacer los demás con sus vidas. Como escribió Raúl de la Horra en uno de sus artículos recientes en elPeriódico: “La fanfarronería o inflación del ego [es un recurso] para compensar sentimientos de minusvalía y de inferioridad, atribuyéndose virtudes exageradas”. Inflación del ego que en este caso es reconocida con una insignia, no merecida, en el pecho.

Si por algo se han distinguido nuestros gobernantes y el personal a su servicio (y no al servicio del ciudadano a quien se deben), además de la corrupción estatal alimentada por los buscadores de privilegios de casi todos los sectores (mercantilistas, sindicalistas, ambientalistas…), es por hacer más pobres al resto de habitantes de Guatemala.

En las evaluaciones mundiales recientes, Guatemala ha sido una de las naciones peor calificadas. Por ejemplo, en el Índice de Percepción de la Corrupción retrocedió 29 puestos (bajó del 91 en 2010 al 120 en 2011). En el reporte Doing Business, elaborado por el Banco Mundial, cayó al puesto 97 de 183 países evaluados. Además, en el Índice de Competitividad Global que elabora el Foro Económico Mundial, ocupamos la posición 84 de 142 países; y en el Índice de Libertad Económica se encuentra en la casilla 79 de 183 países.

Si a lo anterior agrego lo comentado por Carroll Ríos de Rodríguez en su columna en Siglo Veintiuno del miércoles pasado (“Es deplorable la calificación de Guatemala en el Índice de Estado de Derecho de 2011, generado por el World Justice Project….en criminalidad, Guatemala ocupa la casilla 63 de los 66 países medidos”) el único reconocimiento que merece el gobierno de Guatemala es a la peor gestión vista en lo que va del siglo. Y más que condecorados, deben ser condenados a devolver todo lo que han robado y a pasar algunos de ellos el resto de su vida en la cárcel.


El presente artículo fue publicado el lunes 12 de diciembre de 2011 en el diario guatemalteco Siglo Veintiuno. La imagen la bajé de la Internet.

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12.05.2011

El gobierno Pérez/Colom



¡Qué cosa curiosa observamos los habitantes de Guatemala a finales del año 2011! Por si acaso usted me lee muchos pero muchos años después de la fecha mencionada, probablemente se sorprenderá de lo que voy a contar. Nosotros, los que vivimos lo que procedo a narrar, lo veremos como la conclusión obligada del gobierno socialdemócrata de Álvaro Colom.

Como ustedes ya sabrán, lectores presentes y futuros, el pasado 6 de noviembre fue electo para ocupar el cargo de primer mandatario (o primer mandadero, no lo olvide) de la Nación el general retirado, Otto Pérez Molina. El período del susodicho - como gobernante de la guanabí República - comienza, teóricamente, a partir del 14 de enero de 2012. Sin embargo, en términos prácticos, comenzó el 7 de noviembre de este año. Sí: Pérez comenzó a tomar las decisiones de Estado más importantes al día siguiente de las elecciones.

Bajo las órdenes de Pérez, el Congreso aprobó un deficitario Presupuesto (de malgasto y despilfarro de los gobernantes financiado por los taxpayers) para 2012, incluyendo préstamos que antes eran denostados por los representantes del Partido Patriota (PP), actualmente la bancada con más diputados. Y enfatizo que en la realidad son representantes del PP, o sea de Pérez, y no de esa abusada abstracción llamada pueblo, término con el que suele engañarse a los ingenuos que aún creen que el interés de los politiqueros es beneficiarlos a ellos.

A pesar de lo inusual que podría resultar lo anterior en otros lares, en nuestro terruño era de esperarse. Total, el actual Presidente en funciones se ha caracterizado por ser alguien anodino y que fácilmente se deja manejar por otros. A lo largo de su lamentable reinado quien efectivamente ejerció el poder fue su exesposa, Sandra Torres, motivo por el cual no me extraña que ahora sea Pérez y su séquito quienes tomen las decisiones que todavía le corresponden a Colom y su corte.

Probablemente a este último y a sus correligionarios lo único que les interesa en este momento es asegurar su vida en el largo plazo. Primero, esperarán llevarse el máximo posible de dinero entre sus bolsillos. O depositado en sus cuentas secretas en algún paraíso fiscal donde no corran riesgos de ser perseguidos legalmente por el gobierno del lugar. Lo anterior será una lección que les dejó el caso de Alfonso Portillo. Segundo, se estarán asegurando de que no les suceda lo mismo que al expresidente citado y a la otrora cuñada de Colom, Gloria Torres: una exchica superpoderosa.

Y mientras la vicepresidente electa, Roxana Baldetti, echa de su oficina a Rafael Espada con todo y sus videojuegos (¡qué entretenido se la pasaba el vice de la UNE!) para redecorarla, los mandantes nos preparamos, según lo visto hasta hoy, para más de lo mismo: más impuestos, poca seguridad y rara vez justicia. Eso sí, reconozco que, como ocurre cada cuatro años, hubo un cambio: el cambio de la pandilla en el ejercicio del poder.



¿Será que Otto Pérez Molina ya le dio la espalda a los guatemaltecos dignos, trabajadores y creadores de riqueza? ¿Qué ganó con el viaje a Venezuela?


El presente artículo fue publicado el lunes 5 de diciembre de 2011 en el diario guatemalteco Siglo Veintiuno. La fotografía es de los servicios internacionales de AP.

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