Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

12.01.2012

Seré yo




Hace algunas noches viví una pesadilla. Fue una experiencia horrorosa. Soñé que no era yo. Que era una impostora. Que me había robado la vida de Marta Yolanda Díaz-Durán. Todos me reconocían como ella, pero yo sabía que no lo era. Vivía su vida, bebía sus vinos, disfrutaba de su comida, pero no era ella. Leía sus libros, dormía en su cama, reía con sus amigos, pero no era ella. ¿Por qué? ¿Qué había pasado? ¿En qué momento me habían cambiado? ¿Quién era responsable? ¿Cuándo volvería a ser yo? ¿Quién era yo?

En esta historia incontable que intentaré contar, solo sabía que estaba viviendo la vida de alguien más, motivo por el cual decidí hacer un viaje por el globo en búsqueda de mí. Decidí ser una especie de émulo de Anthony Bourdain. Viajaba sin reservaciones, y a la hora de arribar al hotel no tenía donde hospedarme. ¿Cómo me iban a dar un cuarto si no lo había reservado? Pensé que la traducción del inglés al español había cambiado el doble sentido de no reservations. Sin embargo, a pesar del mal entendido, continué mi viaje. Total, en mi sueño era una Marta Yolanda que iniciaba una nueva etapa de su vida: había conseguido que alguien financiara un programa de televisión que le permitiera conocer de primera mano la cultura, el paisaje, la gastronomía… de inolvidables rincones del planeta.

Recuerdo que llegué a Hong Kong, entusiasmada de comer no solo platos orientales, sino aprovechar la mezcla de culturas expresada en la cocina del territorio de los libres en China. La velocidad de la gente en la ciudad me dejó pasmada. Sin moverme en la acera en la cual todo y todos se movían. Imagino que sabían a dónde iban. Yo, me dediqué a observar mientras decidía por dónde caminar. Y luego comer. Por supuesto beber. Después de saciar mi hambre de nuevos sabores, olores y texturas, decidí que era el momento ideal de partir: no entendía el cantonés.

Tomé la ruta de la Toscana. Creí que los colores intensos de la región despertarían en mí a mi verdadero yo. Divagaba entre el verde de la tierra y el rojo sobre el azul del cielo. Probé el lardo en un pan hecho en casa de no sé quién, mientras observaba una impresionante escultura hecha en mármol de Carrara que me recordó al David de Miguel Ángel. Aclaro que no me encontraba en Florencia, sino en alguno de los pueblos perdidos y olvidados, como yo, en el centro de Italia. Después de disfrutar de un pan bañado en aceite de oliva extra virgen con prosciutto (lo sé un delicioso exceso), acompañada por una botella de vino tinto casero elabora por alguien que olvido su nombre, como olvidé el mío, decidí continuar mi periplo.

Brinqué a Nueva York, en cuestión de un instante me encontré en la capital del mundo donde están representadas todas las etnias que lo habitan. Aterricé en pleno Times Square. Ya sé, un lugar común, como lo es también el hecho de reconocer que no pensaba dormir hasta solucionar el misterio. Recordé que mi hermano ¿o él hermano de MY? vive en la gran manzana. Lo fui a buscar, y al llegar a su apartamento en Manhattan me dijeron que él también se encontraba de viaje por todo Estados Unidos con el objetivo de escribir su primer libro: Walk like an american. En fin, tal vez me quede en Nueva York, una de mis ciudades preferidas, hasta que despierte.

Eso de no ser uno mismo está fregado. O tal vez no. Pero es aún peor no saber quién es uno, porque, entonces, da igual ser cualquiera. O tal vez no. Que los demás decidan quién soy. ¡Imaginen esa tremenda situación! Eso sí está fregado. Ir por la vida sin saber adónde voy o qué quiero hacer con esa existencia que se va. Que se me va. Es evidente que si no soy yo, no sólo engaño a los otros, me engaño a mí misma que, a mi parecer, es el peor de los engaños. ¡Vaya, tengo un parecer al respecto! Espero que lo anterior signifique que al despertar, seré de nuevo yo. O tal vez no. Decidí que si no voy a ser yo, seré Marta Yolanda Díaz-Duran. Al fin, me encantó su vida. Habibi.


Artículo publicado en la edición 36 de la Revista NuChef, correspondiente al bimestre agosto-septiembre 2012. La imagen de Anthony Bourdain la bajé de Internet.

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11.24.2012

Finales felices




Todos deseamos un final feliz, incluidos los escépticos y los pesimistas. Es parte de nuestra naturaleza. La persona sin propósitos, más que vivir como humano, ve pasar la vida sin mayor expectativa, como un simple observador que desperdicia su valor más importante: su propia vida.

Aunque, el final de los finales no será feliz. Solo será. Será, inevitablemente, lo queramos o no. Está fuera de nuestro alcance cambiar ese final. Lo más que podemos hacer es alargar su llegada. Pero que llegará, es indiscutible. Casi ni cuenta nos daremos cuando llegue: ya no seremos presente. Por eso, los finales antes del gran final son los importantes. Los que hacen la diferencia entre una existencia rica y una vida pobre.

En un artículo reciente de Carlos Fuentes, conocido escritor mexicano, me topé con lo siguiente: “La memoria es el género que se atreve a decir su propio nombre. La biografía nos dice: ‘Eres lo que fuiste’. La novela nos dice: ‘Eres lo que imaginas’. La confesión nos dice: ‘Eres lo que hiciste’. Pero la biografía, la confesión o la novela requieren de la memoria, pues la memoria, dice Shakespeare, es el guardián de la mente. Un guardián, diría yo, que se radica en el presente para mirar con una cara al pasado y con la otra al porvenir”. Deseo que mis memorias sean una colección de finales felices. Eso confieso.

Sé que no es tarea fácil lograr esos finales felices. Más aún, los finales en aquellas circunstancias relacionadas con nuestros más caros anhelos que, en todo sentido, son caros: por quererlos intensamente y por lo costoso que es alcanzarlos. No es cuestión de sentarnos a esperarlos. Es iluso quien cree que las cosas llegarán a él mientras espera sin hacer nada más que soñar.

Los finales felices, al menos la mayoría, suelen ser efímeros. Es cuestión de un momento para que, de nuevo, experimentamos una sensación de insatisfacción que nos impulsa a fijarnos nuevos objetivos en pos de ese instante inefable en el cual alcanzamos aquello por lo cual hemos trabajado, aquello que hemos ansiado poseer: tener en nuestro haber. Parte de nuestra biografía única, que nunca será repetida.

Por supuesto, hay finales que no son felices. Los finales vienen en varios sabores: pueden ser dulces, amargos, salados… O, porque no, agridulces. A veces, alcanzar algo que hemos valorado puede que no nos proporcione la emoción que esperábamos. O, en otras ocasiones, a pesar del tiempo y esfuerzo que hayamos invertido en alcanzar nuestro objetivo, no logremos hacer nuestro el final feliz. Simplemente, en alguna parte del camino nos confundimos y no llegamos al destino que nos habíamos fijado. Es parte de la experiencia única de vivir. Es parte de nuestro proceso de aprendizaje.

En  “De La Brevedad Engañosa De La Vida”, escribe Luis de Góngora y Argote: “que presurosa corre, que secreta / a su fin nuestra edad. A quien lo duda, / fiera que sea de razón desnuda, / cada sol repetido es un cometa”. Sí, para algunos. Para quienes buscan, usando su razón, hacer realidad sus sueños pareciera que la vida vuela, que la travesía tiene muchas escalas que pueden ser finales felices. De mí, de usted, de él, de ella… depende.

Hoy, decido finalizar este viaje por escrito sobre finales felices, con un pensamiento que me parece oportuno. Cito al sabio estoico, Lucio Anneo Séneca, en su epístola “La brevedad de la vida” en la que dice: “El tiempo que tenemos no es corto; pero perdiendo mucho de él, hacemos que lo sea, y la vida es suficientemente larga para ejecutar en ella cosas grandes, si la empleáremos bien”. Los finales felices, repito, dependen de nosotros mismos y de los objetivos que nos proponemos alcanzar: las metas que hemos escogido, libres de toda imposición de otros. Los fines que nos permiten hacer realidad el fin último: ser felices. De por vida, brindo por la vida.


Este artículo fue publicado en la Revista "NuChef" en su edición No. 35 correspondiente al bimestre de abril y mayo de 2012. La imagen corresponde al final de la película "Modern Times" de Charles Chaplin.

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11.18.2012

¡Salú!




Y, si le sumamos a la salud el dinero necesario para satisfacer nuestras necesidades y alcanzar nuestros objetivos que, sin duda, incluyen todo aquello que anhelamos para ser felices; y si además hemos encontrado el amor, ese alguien único con quien compartir nuestra vida y que refleja nuestros valores más altos, habremos completado el conjunto de deseos comunes a la mayoría de seres humanos. Y me atrevería a apostar que ningún individuo se libra en la realidad de tales deseos. Aún aquel que se expresa despectivamente en contra de lo anterior, en lo más recóndito de su ser ansía la trilogía humana de la felicidad. En mi opinión, tal postura displicente es sólo una máscara que sirve para ocultar su miedo a fracasar en el intento de alcanzar la trinidad listada.

Por otro lado, hay muchos que, lamentablemente, en lugar de considerarse protagonistas de su vida, asumen un papel de víctimas cuyo guión asigna otros seres, reales o imaginarios, la culpa de sus fracasos. No tienen salud porque no se las da gratis el ficticio Estado. No tienen dinero porque los han explotado, aunque sea muy poco lo que hayan trabajado y producido en su vida. Y creen que el gobierno ha fallado en su deber de entregarles una parte de lo que otros han creado. Nadie los quiere porque nadie los entiende: es tal su grandeza que están fuera de toda probabilidad de ser comprendidos por cualquier simple mortal, por eso desprecian a los demás. Se engañan creyendo que alguien les envidia la amargura con la cual llenan su existencia. Si supieran que en el mejor de los casos provocan lástima, y en la mayoría de las veces, indiferencia. Al fin, cada quien cosecha lo que siembra.

Yo, vivo la vida con alegría. Pero no una alegría ingenua, que falsea la realidad, que es propia de aquellos cándidos volterianos que sólo atraen para sí mismos desgracias y luego, irracionalmente, las celebran y racionalizan. Mi alegría está fincada en el reconocimiento de lo que es y la búsqueda dentro de la realidad de los medios que me permitan alcanzar mis propósitos. Sí, la mía es una vida con propósitos que espero llevar a cabo en esta Tierra y en esta, mi única existencia. Pienso al igual que uno de mis héroes literarios, Francisco D’Anconia, que el ser humano más depravado es aquel que no tiene propósitos. Que desperdicia su bien más preciado: su propia vida. Si no vivimos, nada importa. Para valorar y actuar necesitamos vivir. Quien no se valora en la justa medida, quien no se cuida termina más pronto, y con menos logros, ese camino irrepetible que es más importante que su destino. El camino de la vida, que nos lleva a todos a la muerte.

Por supuesto que es más fácil decirlo que cumplirlo. Sobre todo en el principio, cuando empezamos a cuestionar los paradigmas a partir de los cuales actuamos, ya que hemos sido educados para creer que primero van los demás y después nosotros. ¡Cuántos no temen decir que se quieren y quieren ser felices! ¡Cuántos sienten vergüenza sólo de pensarlo y nunca se van a atrever a expresarlo! ¡Cuántos desperdician su valor más importante: su propia vida! Cuántos ignoran que para poder valorar, actuar, amar… y ser felices, primero necesitan estar vivos.

Hoy que escribo estas líneas me tuve que bañar con agua fría. Mi calentador se arruinó ayer. Pude calentar agua en la estufa para bañarme, pero decidí retarme y opté por sentir correr por mi cuerpo el líquido frío. Fue una experiencia memorable. Experiencia que espero no tener que repetir pronto. Pero la aprecié porque, primero, superé el reto; y segundo, terminé sintiéndome revitalizada, con más energía y más lúcida que otros días. Pensé que para millones escuchar que tienen derecho a buscar su felicidad en el presente, en esta vida, será como ese baño de agua fría que los despierta de la pesadilla en que han vivido. ¿Se anima al helado despertar? Salú.

Artículo publicado en la Edición 34 de la revista "NuChef", del bimestre febrero-marzo 2012.

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1.02.2012

Luna



Está presente en cada minuto importante de mi vida. Aparece aunque baje la cortina. Se asoma por la esquina. Hace suya por las noches mi lectura y al amanecer guía mis pasos hacia el día. Tengo la sospecha que quisiera quedarse con mi sueño. Que permaneciera atenta a ella, embrujada por su brillo. No me deja descansar a pesar de que sabe que madrugo. ¡Fue tan fácil acostumbrarme a su reflejo! Me gusta verla al cerrar los ojos para por fin dormir lo necesario para vivir despierta.

La Luna quiere poseerme. Lo sé. Lo siento. Lo intuyo. La Luna es celosa. Pareciera veleidosa, pero no lo es. Todo lo contrario. Es constante. Está alerta a mis actos. Es testigo de mi pensar, mi sentir y mi decir. Veo que me ve. Al aparecer suele alumbrar mi rostro con una sonrisa. Es inevitable. Es la alegría que me provoca el verla venir. Me abandona temprano y regresa por la tarde, al borde del ocaso. Es consistente y hasta hoy nunca ha fallado a su cita diaria conmigo. ¿Quién será la impostora que visita a los demás?

Tiene muchas formas de ser. Algunas de éstas no las conozco todavía. Varía dependiendo del día del mes. A pesar de ser ánima cíclica, su esencia no cambia. Es un ser celestial único. Y espero irrepetible. Con una me basta. Allá, lejos de mi vista, que queden las lunas de saturno y las lunas de los otros. Soy fiel a mi Luna.

La Luna me hace feliz. Sin embargo, muy de vez en cuando prefiero no verla: cuando pasa por su fase lunática. En esos momentos me quedo con el Sol. O con Marte que acostumbra estar cerca de ella a pesar de sus desplantes. La distancia del instante no me aleja de mi Luna. Es el deseo de acompañarla eternamente lo que me mantiene a su lado.

Pocos la conocen como yo. Más aún, soy quien mejor la conoce. Poco importa que se encuentre llena o en cuarto menguante. También da igual el color: blanca, roja o azul. Para mí será visible tal cual es. Es irresistible la atracción. Es un caso especial relativo a la gravedad existente entre dos seres similares que se atraen mutuamente. La explicación teórica se la dejo, si los hay, a los newtons y einsteins que la quieran descifrar.

Para algunos es altanera, caprichosa y obsesiva. Fría. Tal vez lo sea a veces. Pero para mí es risueña, calurosa y brillante. Bella. Soñé con ella desde mi infancia. Imaginé conquistar el mundo en compañía de su luz. Esa luz que hizo suya arrebatándosela a la estrella que dirige al resto de objetos del sistema en que orbita.

Según una de tantas viejas leyendas, la Luna se tragó a un brujo disfrazado de conejo. A lo lejos lo veo dibujado en su cara encendida. Pero sé que por el otro costado, el llamado oscuro, es melindrosa y selectiva, aunque no siempre tan selecta, con su comida. Yo quisiera morderla. Dicen que es de queso. ¿Será gouda, mozzarella o pecorino?

Algunos creen que es un satélite. Un “cuerpo celeste opaco que solo brilla por la luz refleja del Sol y gira alrededor de un planeta primario”. O, lo que es un error mayor, que es una “persona o cosa que depende de otra y está sometida a su influencia”. Se equivoca al definirla el diccionario de la real academia española. Se equivocan quienes eso piensan de mi Luna.

¡Ah sí! Olvidaba decir que ha sido reclamada como propiedad privada. Mía. Quien lo dude, tan sólo tiene que preguntarle a la misma Luna. A mi Luna le han dedicado poemas y canciones. La han ofrecido en amores no correspondidos. Más de uno ha caído encantado por su influjo. ¡En cuántos paseos nocturnos no la han esperado! Sin embargo, la Luna sólo viaja conmigo. Persiste a mi lado.

Somos visibles. Ella ve quién soy. Yo veo quién es ella. Pienso que nos parecemos más de lo que creemos. Por eso, la Luna me entiende. Me reprende cuando lloro y ríe conmigo. Amo a la Luna. Tal vez no podría vivir sin ella. ¿Cómo sería mi vida sin la Luna? No la puedo ni quiero imaginar. Prefiero trabajar para que siempre este ahí, como ha sido hasta hoy, iluminando mi existir.


El presente escrito fue publicado en la Revista NuChef, Edición 33, correspondiente al bimestre noviembre - diciembre de 2011. La fotografía la tomé el 18 de marzo de 2011, desde el balcón del Asteroide B506.

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1.01.2012

La eterna elección



Nuestra inevitable condición de seres racionales, no sólo nos obliga a decidir a cada momento, sino también a afrontar las consecuencias de esas decisiones, nos gusten o no, aceptemos o neguemos nuestra responsabilidad. No hacer nada es una opción que, por supuesto, tendrá repercusiones en nuestra vida y, probablemente, en la vida de otros. Lo mismo aplica a la decisión de hacer algo, tomar un curso de acción para alcanzar nuestros objetivos. ¡Ah! Porque como seres teleológicos (con fines propios): actuamos siempre en pos de un valor.

Al fin, como bien dijo José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia. Si no la salvo a ella, no me salvo a mí mismo”. Y esa es la parte irrenunciable del ser humano que aceptamos (también una decisión) al levantarnos todas las mañanas y decidir que vale la pena ¡y el gozo! de seguir viviendo nuestra vida. ¿Se había percatado de que la anterior es una decisión que toma en todo instante? Se queje de su existencia o pase el tiempo sonriendo y viendo con esperanza hacia el futuro, en todo caso, decide seguir adelante porque cree en el porvenir y/o prefiere vivir a morir, a pesar de las promesas que hacen tantos sobre una vida eterna después de la muerte. Más vale una vida finita en mano que escuchar un ciento de promesas de existencias infinitas.

Yo tuve que elegir en este momento entre ir a leer a Leszek Kolakowski, hacer mis ejercicios diarios y escribir este suelto: un fuera de lugar en la Revista NuChef. Pienso que usted que me lee sabrá ya cuál fue mi elección. Después me ejercitaré y leeré “Main currents of marxism”, ya que decidí convertirme en una de las mejores conocedoras en Guatemala del pensamiento socialista. ¡Qué mejor arma para pelear la batalla de las ideas que conocer más que el contrincante sobre las bases de sus creencias! Además de que la lectura de los fundadores de la ideología mencionada me permite fortalecer mis argumentos a favor del individuo y sus derechos, comenzando por la misma Libertad que tenemos para decidir quiénes somos y seremos.

Ser libres es una condena inevitable para Jean-Paul Sartre. Para Ludwig von Mises es el sustento de la acción humana. Para Ayn Rand es uno de los valores más preciados de todo hombre que se precie de serlo. Total, ¿de qué me sirve la vida si no puedo yo decidir qué hacer con ella? Por tanto, el tema de la elección es vital para nuestra existencia plena.

Nosotros elegimos quién o quiénes nos gobiernan. Y no me refiero a aquellos mandatarios que hemos contratado como mandantes para administrar el sistema de normas del país que habitamos. No. Me refiero a las ideas detrás de nuestras acciones, ¿son producto de nuestro juicio independiente, meditado y razonado? ¿O son los dogmas que otros nos han enseñado y hemos admitido sin cuestionar la validez de sus conceptos y verificar la veracidad de sus premisas? ¿Es acaso este un asunto en el que usted ha meditado alguna vez? ¿Sabe que es al final la elección mas trascendental que toma?

Piense, apreciable lector, lo importante que es el elegir cuáles son los fundamentos de nuestras elecciones. Tal vez se preguntará ¿por qué? ¿Para qué? ¿Con qué sentido? Pues, simplemente para que tenga más posibilidades de alcanzar el propósito de su vida, que es el mismo de todos: ser feliz. Ese estado personal, individual, que nadie más puede experimentar por usted. ¿Quién quiere ser? ¿Qué quiere hacer con su vida? ¿Qué valores quiere alcanzar? ¿Cómo va a vivir esa existencia única e irrepetible que llamamos vida? Brindo por mi decisión de vivir según los dictámenes de mi razón. Brindo por la posibilidad de que más así lo decidan. Lehaim.


La presente reflexión fue publicada en la Edición 32 de la Revista NuChef (septiembre-octubre 2011). La imagen la bajé del sito de AxetrakFM.

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12.28.2011

La caminata del domingo



Como suelo hacer cada domingo que puedo, enfilé desde muy temprano (tan temprano como me lo permiten mis lecturas mañaneras) hacia el norte, con el objetivo de hacer escala en un restaurante bautizado en honor a una célebre cordillera europea. Después de disfrutar de un enriquecedor desayuno, en compañía de mi buen amigo Jorge Carro y sus siempre entretenidas charlas sobre escritores y la vida misma, continué el camino de regreso a mi punto de partida.

Por compromisos previos (la lectura pendiente de “Camino de Servidumbre” de F. A. Hayek para discutir al día siguiente) y el miedo a la lluvia que amenazaba con caer de un momento a otro, decidí variar mi ruta de retorno, mi eterno retorno, a mi lugar preferido en el mundo, el asteroide B506: privado, exclusivo, solitario… como a veces lo soy yo también.

Por cierto, quiero aclarar que el miedo al agua no tenía que ver con el hecho de que me molestara el líquido cayendo sobre mí, ni a la escasa posibilidad de que me derritiera en caso estuviera hecha de azúcar, a pesar de lo dulce que puede ser de vez en cuando. No. Mi temor tenía una base racional: la posibilidad de que a consecuencia de un baño no planificado, adquiriera un resfriado ahora que me había quedado sin equinacia, la cual, para colmo de males, se encontraba agotada en el mercado local. Al menos la que yo tomo. Odio los catarros y más las gripes. Así que seguí el ancestral consejo de que más vale prevenir que lamentar.

Lo maravilloso del cambio de rumbo, a pesar de que extrañé los escenarios que visito en el recorrido que obvié, fueron los personajes con los que me topé. Primero, me sorprendió ver correr a Groucho Marx, inconfundible, enfundado en un short beige y una camiseta roja, con su cabello suelto brincando a cada paso que daba el genial cómico, y los bigotes fijos a la que debió ser una sonrisa. Aunque, imagino que el cansancio le impidió terminarla como se debe.

Luego, me pareció distinguir a Truman Capote en patines, conversando con una amiga que no era Harper Lee. Recordé que recién compré en Chicago la versión original, en inglés, de “To Kill a Mockingbird”, la cual espero leer pronto. También recordé una de mis frases preferidas, de la versión en español, del protagonista (Atticus Finch) de la premiada novela de la distinguida escritora mencionada: “Se es valiente cuando, sabiendo que la batalla está perdida de antemano, lo intentas a pesar de todo y luchas hasta el final, pase lo que pase. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence”.

Atenta al dialogo de Yo y Mí, sin un tercero que nos interrumpiera (aunque Zaratustra y Nietzsche nos asechaban), vi pasar en bicicleta a uno de los más respetados roqueros mexicanos: Alex Lora del Tri. A mí, y a yo también, nos gustan más otros géneros musicales o el rock de apellido roll, sin embargo, apreciamos a varios de los grandes creadores que han hecho popular este ritmo musical.

Más adelante me crucé con un hombre guapísimo (ninguno de los nombrados) vestido de payaso, una bella mujer escondida detrás de unos lentes oscuros, varias futuras madres acompañadas de quienes probablemente eran los padres del futuro niño, personajes flacos como un fideo y otros gordos como el Sargento García…

Hagamos un alto en este último. El Sargento García, fiel amigo aunque no lo reconociera, del héroe de negro: el Zorro. No Batman, no se confundan. Diego de la Vega y Bruce Wayne pertenecen a diferentes eras. En fin, regresando a García, pensé que este generalmente era marcado, sin hacerle mayor daño, por la zeta del Zorro. Pensé que hoy, nosotros somos marcados, y nos hace mucho daño, por la zeta de los Zetas: una zeta con significado opuesto, en el caso de los criminales mencionados, a la zeta del caballero de la noche colonial.  

Creí que nada más podía sorprenderme por este día, hasta que enfrente de mí apareció mi ayer. Era yo de año y meses: el cabello rubio, ensortijado, rebelde, similar al del Marx citado anteriormente, pero en distinto color. Cara redonda de cachetes rebosantes y el ceño fruncido. No logré determinar el color de los ojos pero debieron ser verde-avellanado. La criatura caminaba aparentemente sola, tal vez por eso el gesto en su rostro no era de alegría. Seguí caminando sin voltear a ver atrás. Total, el pasado hay que dejarlo descansar en la memoria. La vida es para vivirla en el presente. Lehaim


El presente escrito fue publicado en la Revista Nuchef (Edición 31) de julio-agosto 2011. La fotografía de la Avenida de Las Américas la tomé el 26 de agosto de 2007.

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12.27.2011

Vida Real



¿Cómo será la realidad de William y Kate después de su boda real? Real con dos significados: primero, porque es un hecho consumado que se casaron; y, segundo, en el sentido de que el enlace de ellos fue una boda de la realeza, aunque la novia sea de origen plebeyo. Algún día será la reina consorte de Inglaterra, el último de los imperios coloniales en sucumbir. Sin duda, como lo fue su casamiento, también lo será su vida: diferente en muchos aspectos a las vidas del resto. Principiando porque están condenados a vivir gran parte de su vida expuestos públicamente. ¡Y cuántos envidiaran sus existencias sin saber a ciencia cierta cómo se desarrolla en la intimidad! Todo a partir de elucubraciones propias de los cuentos de hadas.

La exagerada atención, en algunos casos casi una obsesión, que se le da a este tipo de situación, ¿es acaso un reflejo, una prueba de la existencia de un vacío existencial, una necesidad vital insatisfecha en el resto que fantasea a partir de la vida de otros? ¿Es señal de una carencia emocional? ¿Será que todos sentimos esa falta de amor en algún momento de nuestras vidas? ¿Es por eso que la mayoría venera ídolos o se entretiene, se distrae, evade la realidad, inmerso en la vida de los demás? Vidas que pueden ser reales como la de William y Kate, o ficticias, producto de la imaginación de un guionista, como en el caso de la telenovelas.

En fin, yo me reconozco ajena al enajenamiento de muchos con este tipo de noticias. Sin embargo, me intriga la pasión que genera en esa mayoría, entusiasmo que llega al extremo de que la ceremonia del matrimonio fue vista por millones de personas alrededor del mundo. Probablemente las nupcias más vistas de todos los tiempos, gracias a los avances tecnológicos con los que contamos hoy. ¿Cuántos no habrán seguido los acontecimientos desde su teléfono móvil, mal llamado inteligente? Imaginen la cantidad que los vieron darse el “sí” por televisión: se calcula que fueron alrededor de dos mil millones de personas. ¿Y cuántos habrán observado el enlace desde su computadora, por Internet? Total, una inmensa cantidad de personas que nunca sabremos con seguridad cuántas fueron.

Gente cuya vida real no es un cuento de hadas con un final feliz que se anuncia desde el principio del fin: “y vivieron felices por siempre”. Final que ni siquiera es seguro para los recién casados mencionados al inicio de este escrito. Como todo en esa vida real a la que hago referencia, lo que pase en el futuro lo desconocemos. Siempre nos enfrentamos al presente, ese que cambia a cada instante. Lo único que debe ser constante son ciertos valores y el lugar que estos ocupen en nuestra escala personal. Valores que son los que nos van a permitir ser felices de verdad.

Por lo general intentamos planificar nuestras acciones para alcanzar nuestros objetivos. Pero al ser todos, en forma individual y colectiva, incapaces de prever todas las variables involucradas (nadie posee un conocimiento universal), muchas veces los hechos no se dan como los esperábamos. Normalmente nos sorprenden los resultados no previstos de nuestras acciones, que en ocasiones pueden ser más beneficiosos que aquellos que buscábamos alcanzar. No obstante, mientras llega el resultado deseado, la incertidumbre, la espera, el miedo a sufrir o a ser rechazados, no valorados, provocan una ansiedad, una inquietud a veces insoportable.

Hay quienes dejan pasar su vida real refugiados en un ideal platónico o ansiando un imposible, una fantasía irrealizable, todo por miedo a arriesgar y reconocer la realidad. Reconocimiento que a veces duele. Sin embargo, como canta el salsero Luis Enrique “Yo no sé mañana… Esta vida es igual que un libro, cada página es un día vivido. No tratemos de correr antes de andar”. Vivamos nuestra vida real. Prost y hasta la próxima.


El presente artículo fue publicado en la revista “Nuchef”, en la edición 30 correspondiente al bimestre mayo – junio de 2011. La fotografía de Kate y William la bajé de la Internet

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5.02.2011

Amor, Filosofía y… Vida



Momento. Espere. No cambie la hoja ni piense que voy a fallar a la principal regla que debe seguir quien escribe, según me enseñó el respetado escritor Francisco Pérez de Antón: toda narración debe entretener. Claro, también debe tener quien escribe algo que decir que considere importante compartir con otros. Al menos, en la mayoría de los casos. Porque no tengo ninguna pena en confesar que, como parte de mi filosofía del buen vivir, hay cosas que sólo escribo para mí. Total, ¿a quién más le pueden interesar?

Y, como quien dice nada, este es el décimo suelto, tal vez fuera de contexto, que escribo para la Revista nuChef. Mi dedicatoria será para el genial Jimmy Wales que, siguiendo los pasos de Denis Diderot y los enciclopedistas de la segunda mitad del siglo dieciocho, se le ocurrió empezar una tarea titánica, como la emprendida en su tiempo por los ilustrados mencionados. El resultado de esa aventura representa hoy el centro de consulta más popular en todo el planeta. Me refiero a la Wikipedia que el pasado sábado 15 de enero cumplió diez años de existir. La enciclopedia virtual que es más exacta de lo que algunos docentes imaginan. Un producto del orden espontáneo. Orden explicado por el ganador del Premio Nobel de Economía de 1974, Frederic A. von Hayek.

En fin, hoy quiero escribir sobre uno de los temas universales que fue, es y será un hilo conductor de la vida de todo ser humano, nos guste o no: el amor. Aclaro que es un asunto que no voy a tocar poética ni fantasiosamente. Me voy a atrever a enfrentarlo desde el punto menos convencional: el racional. Principio diciendo que el sentido de la vida es la suma integrada de nuestros valores básicos. ¿Por qué? Porque ese registro personal, del cual no podemos ocultar nada ni siquiera a nosotros mismos, que comienza a crearse desde que entramos en contacto con la realidad que nos incluye, explica nuestras reacciones y decisiones. Lo anterior lo aprendí leyendo (y cuestionando cuando es necesario) a la filósofa Ayn Rand. El tema del sentido de la vida lo aborda principalmente en “El Manifiesto Romántico”, una colección de ensayos que constituyen uno de mis libros predilectos de la autora mencionada. ¿Por qué mi preferencia por esta obra? La dejo hablar por sí misma: “Existen dos aspecto de la existencia del hombre los cuales son un territorio especial y expresión de su sentido de la vida: el amor y el arte”.

“Aquí me refiero al amor romántico en el sentido trascendental de ese término, para distinguirlo de los apasionamientos fugaces, de aquellos cuyo sentido de la vida carece de cualquier valor consistente, es decir, de alguna emoción duradera a excepción del miedo. El amor es una respuesta a valores. Es el sentido de la vida de una persona de lo que uno se enamora, de esa suma esencial, de esa postura fundamental o actitud ante la vida, la cual es la esencia de la personalidad. Uno se enamora de la corporización de los valores que dan forma al carácter de una persona, los cuales están reflejados en sus mayores logros o los pequeños gestos, que crean el estilo de su alma, el estilo individual de una conciencia única, irrepetible e irremplazable”.

“El amor es la expresión de la filosofía, de una suma filosófica subconsciente y, quizá, ningún otro aspecto de la existencia humana necesita el poder consciente de la filosofía tan desesperadamente… cuando el amor es una integración consciente de razón y emoción, de mente y valores, entonces, y sólo entonces, es la mayor recompensa en la vida de una persona”. Las citas compartidas con ustedes las encuentran en el segundo capítulo del texto mencionado. El capítulo entero, es una maravilla.

¿Habrá algo más que decir por el momento? Sólo desearles, como siempre, que sean felices, muy pero muy felices. Le haim.

El anterior ensayo breve fue publicado en la Edición 29 de la Revista nuChef, correspondiente al bimestre marzo – abril 2011. La fotografía de la escultura de Mars and Venus”, que se cree fue hecha en 1575 por Hans Mont (original de Flandes, hoy Bélgica), la tomé en el “J. Paul Getty Museum” de Los Ángeles el 28 de abril de 2007.

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4.23.2011

Ecléctica


¿Por qué una gran parte de mi vida transcurre al límite? ¿Siempre al borde? ¿En la frontera del calendario y los deadlines? Por ejemplo, mi compromiso con ustedes, lectores de Le Haim, suele ser uno de mis mayores placeres, pero generalmente lo escribo con las prensas detenidas por mi atraso. ¡Qué paciencia la de Mara! Y ahora la de Adela. En fin, such is my life! ¿Ecléctica? Tal vez lo será mi vida, pero no yo, ya que vivo con un propósito definido: ser feliz. Y para lograrlo, sé que es indispensable ser coherente: separar mis premisas falsas de las verdaderas y corregir mis contradicciones. Sé a ciencia cierta que todavía tengo muchas. Es probable que muera sin resolverlas todas, sobre todo que entre más aprendo, más dudas acumulo. Aunque lograra vivir, como quisiera, por un mínimo de mil años. ¡Qué gran sueño! Si lo alcanzo con mis valores primeros a mi lado: mis amores.

Pero, veamos, antes de que continúe en mi versión hipertexto, con enlaces dispersos a los distintos conceptos que abordo al escribir, regresemos a explorar un término que en muchas ocasiones me han preguntado qué significa: eclecticismo. Para dar una respuesta bien estructurada, decidí consultar el Diccionario de la Real Academia Española, la Wikipedia, el Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española de Guido Gómez de Silva… y al final me decanté por la explicación dada por Nicola Abbagnano en su Diccionario de Filosofía, actualizado por Giovanni Fornero, según el cual eclecticismo es “la dirección filosófica que consiste en elegir de las doctrinas de diferentes filósofos las tesis que más se aprecian, sin cuidarse mucho de la coherencia de estas tesis entre sí ni de su relación con los sistemas de origen”. Entonces, ¿será una incoherencia de mi parte pensar que mi vida es ecléctica? No. Y creo que va a ser más sencillo explicarme separando, por cuestiones epistemológicas, mis gustos de mis ideas.

En mi pensar soy objetiva. En la forma en que vivo mi vida, ecléctica. Al pensar busco la verdad. Al elegir busco disfrutar. Y para alcanzar esto último, tengo que reconocer mi necesidad de entender todo aquello que llama mi atención en la música, la pintura, la escultura, la literatura, la ciencia, el cine, el teatro… la comida y la bebida. Cuando alguien me pregunta sobre mis “preferidas/os” (canción, película, pintura, novela, poema, vino, plato…) no puedo responder. Tendrían que hacer una clasificación más profunda. Agregar el género, el idioma, la época, el proceso… y aún así dependería de mi estado de ánimo, de la ocasión, de la compañía… Es casi imposible que pueda dar una respuesta que me satisfaga. Siempre sentiré que traicioné a algún creador, a alguna vianda, a alguna cepa… Entiendo que gente querida quisiera que no fuera tan dispersa, otro adjetivo que suelen utilizar al describirme, pero eso sería ir en contra de mi naturaleza inquisitiva, curiosa, con incontables intereses. Es un defecto de origen: nací así. Desde pequeña tuve que hacer un gran esfuerzo para concentrarme en un asunto a la vez. Probablemente por eso hoy la lectura es una de mis actividades primordiales.

Y sin que sea mi meta ir contracorriente, las semanas menos eclécticas de mi discurrir suelen ser las de fin de año. Varias de mis actividades se reducen al mínimo, principalmente las académicas y las culturales. Tampoco aumentan a extremos inimaginables los compromisos fiesteros. Con los regalos no me hago bolas: aprovecho el 24 de diciembre para comprar lo que quiero dar, ya que este suele ser el mejor día para comprar. No corro el riesgo de engentarme ni de toparme con consumidores consumidos por la histeria. Como verán, hasta en esta decisión seré poco convencional. Sin embargo, seré tradicional para desearles la más ecléctica existencia que anhelen y, claro, les sea posible. Cheers!


Este escrito fue publicado en la Edición 28 de la Revista nuChef, correspondiente al bimestre noviembre – diciembre de 2010. La fotografía la tomé en Nueva York el 30 de noviembre de 2007. The city that never sleeps, una de mis ciudades preferidas, una ciudad ecléctica.

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4.22.2011

El tiempo es vida


¿Será todo lo que precisamos? ¿Acaso necesitamos de algo más? ¿Cuál es la cantidad ideal de tiempo? ¿Depende de cada uno de nosotros? ¿Se mide en segundos o en experiencias o en conocimiento? ¿Necesitamos de los tres para ser quien decidimos ser?

Según mis padres y mi memoria, desde que era apenas una cría hago uso de la razón. O intento hacerlo la mayor parte del tiempo. Soy consciente desde mis primeros años de que aquel minuto que pierdo, es un minuto que no volveré a vivir jamás. Vendrán muchos más, al menos eso espero, pero ese instante que dejé ir sin sentir, ese no lo voy a restituir. Los hubiera, me enseñó alguien a quien amo inmensamente, no existen. Puedo pagar las consecuencias de mis errores, corregir mis equivocaciones, pero nunca borrarlas. Eso sí, puedo perdonarlas.

Por supuesto, lo anterior no quiere decir que pase los días inmersa en mi actividad laboral, la que comúnmente identificamos con la vital virtud de producir para vivir de nuestro esfuerzo y no de la producción de otros. Reconozco que es una importante tarea si queremos progresar y no vegetar. Pero, en mi caso, el momento que más disfruto, el clímax de mis días, es ese que tantos han confundido con el vicio del vago. Me refiero al momento del ocio. O, como bien explica mi valorado Aristóteles en la obra “Ética a Nicómaco”, el tiempo de la contemplación. El tiempo del máximo placer. El tiempo de la felicidad plena.

El tiempo ido, una vez ha sido vivido, pasa a enriquecer ese equipaje que llevo a todos lados: mi pasado. Riqueza que espero nunca perder. Lo que trae a mi mente un cuento breve del escritor egipcio Naguib Mahfuz, ganador del premio Nobel de Literatura de 1988. El primer escritor en lengua árabe en recibir tal galardón. Un cuento titulado "Una broma de la memoria" que encuentran en “Diálogos del atardecer”, el cual reproduzco para ustedes: "Vi a una persona enorme, con un estomago tan grande como el océano y una boca capaz de tragar un elefante. Le pregunté anonadado: - ¿Quién eres? A lo que respondió sorprendido - Soy el olvido. ¿Cómo es que me has olvidado?" Maravilloso. Cada vez que lo leo me cautiva de nuevo. Soberbio escrito que, en su aguda simpleza, nos recuerda la trascendencia del recuerdo. Esos hechos que ya vivimos, nosotros los que vivimos. Lo que fuimos. La base de quien somos. El origen de quien seremos.

Lo que ustedes leen hoy, cualquier día que sea en su vida, yo lo escribo en la mañana de un lunes monocromático. El lunes 27 de septiembre de 2010, en el cual el gris prevalece por encima del celeste que suele identificar al cielo. Me atrevo a decir que por la tarde voy a extrañar los celajes de variados colores que pueden ir desde el violeta profundo, pasando por los intensos rojos y terminando en suaves rosados. El gris, color que aparece en pocas ocasiones en la infinita variedad de colores con que veo mi presente. Colores que en su mayoría han dado sentido a mi historia. Colores que simbolizan mi esperanza en el futuro.

Y como al fin, escribir en este espacio bautizado con el nombre de “Le Haim” (el tradicional brindis hebreo que traducido al español sería lo mismo que decir “por la vida”) significa para la autora, yo misma, un dar tiempo mío a ustedes, vida mía para mis lectores, deseo terminar con dos versos (el primero y el tercero) del poema 46 de “Canto a mi mismo” de uno de tantos poetas espléndidos que he elegido para vivir mi tiempo, Walt Whitman:


"Lo mejor del tiempo y del espacio es mío,

del tiempo y del espacio que nunca se han medido,

del tiempo y del espacio que nadie medirá.

Nadie, ni yo ni nadie, puede andar este camino por ti,

tú mismo has de recorrerlo.

No está lejos, está a tu alcance.

Tal vez estás en él sin saberlo, desde que naciste,

acaso lo encuentres de improviso en la tierra o en el mar”.


Vida mía, ¡cómo me gustas!


Este artículo fue publicado en la Edición 27 de la Revista nuChef, correspondiente al bimestre septiembre – octubre de 2010. La fotografía la tomé desde la cumbre de la Danta en el Reino de Kan, el 21 de julio de 2007.

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4.21.2011

Cuento en Las Vegas



Según Wikipedia, Las Vegas es la ciudad más grande del Estado de Nevada. Después de leer lo anterior me quedé ¡asombrada! ¿Cuán pequeñas serán el resto de ciudades para que una urbe cuyo encanto se encuentra en el llamado Strip, sea la más grande? ¿Un bulevar de poco más de 6 kilómetros? Con éstas preguntas no pretendo menoscabar la importancia que tiene una avenida que desde el aire, unida al Downtown, parece que dibuja un ángulo de aproximadamente 165°. Un espacio en el cual se mueven miles de millones de dólares todos los días. Donde se casan y divorcian cientos de parejas. Una ciudad en la que es muy difícil estimar cuántas personas la habitan, debido a la enorme cantidad de turistas que llegan a diario en busca de fortuna, diversión y, quién sabe, tal vez el amor de su vida. O, muy probable, a olvidarlo.

Si no hubiera investigado sobre mi destino antes de partir, no entendería el porqué a principios del siglo diecinueve, Antonio Armijo bautizó ese espacio con el nombre de Las Vegas, siendo éste primordialmente un desierto, caliente y seco, al menos por las fechas de mi visita. Total, Las Vegas no es la misma de día que de noche. No es la misma vista por fuera que vista por dentro. Vista a ras del suelo que desde las nubes.

Quiero aclarar que mi reciente viaje a Sin City no estuvo relacionado con ninguno de los motivos listados en la primera parte de este relato. Lo que me llevó junto con otros amigos al lugar que “no cuenta lo que en su seno haya sucedido”, parafraseando el conocido eslogan de “what happens in Vegas, stays in Vegas”, fue una actividad académica que nos condujo durante 10 días a un viaje lleno de filosofía, historia, ciencia, arte… Gozo. Al fin, para mí aprender es un placer.

Sabía por mi afición a la lectura y al cine, que en Las Vegas uno se topa con mucha gente a la que le gusta contar, aunque no el tipo de cuento que quisiera compartir con ustedes. Les gusta contar aquello que les podría costar, si no la vida, por lo menos una tremenda paliza. Me refiero a contar cartas, ya que el mayor atractivo de Las Vegas son los casinos. Pero no para todos. Yo prefiero observar para luego contar historias que pueden ser reales, producto de mi imaginación o una mezcla de ambas. Yo, además de las conferencias y cursos a los cuales asistí, disfruté como una niña de las caminatas nocturnas por el Strip, la irreverente comedia de “Penn & Teller” y la retadora presentación de “Zumanity” del “Cirque du Soleil”. Un espectáculo sólo para adultos. Una exploración ¿o explosión? del deseo. Una celebración a la sensualidad y la sexualidad humana.

Por supuesto, la comida hizo de mi trip una experiencia deliciosa. Confirmé lo que leí y me dijeron algunos amigos, más de un chef entre ellos: que en Las Vegas se come como dioses. Imagino que esa es una de las razones por las cuales tienen su “Caesar’s Palace”. Sin embargo, me gustó más el “Venetian”, incluido el restaurante “Tao” que se encuentra en su interior, donde tuve el gusto de beber un flight de sakes y comer un riquísimo pato pequinés. No obstante, si regreso en los siguientes dos años, me hospedo en “New York–New York”. Y reservo para comer de nuevo en “Lotus de Siam”.

Del “Bellagio”, me quedo con el baile de las fuentes: uno de esos entretenimientos cuyo único costo es el tiempo de espera, si es que se quiere un lugar en primera fila. Me faltó, entre tantas cosas, conocer el “Luxor”. Será una excusa más para otra visita a la ciudad del pecado. Adonde ni por curiosidad me asomé, más que de lejos, fue a “Paris-Las Vegas”: me quedo con el original. Si prefiero nuestra Torre del Reformador, ¡cómo no la de Eiffel! Espero para mi próxima visita superar este prurito. Porque de lo que no tengo duda es que regresaré algún día a dejar memorias perdidas en Las Vegas. Le haim.


El presente cuento fue publicado en el Edición 26 de la Revista nuChef, correspondiente al bimestre de julio-agosto 2010. La fotografía del Strip de Las Vegas la tomé el 5 de julio de 2007.

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4.20.2011

Cantando sin lluvia


Mientras duermo, espero lluvia. Mientras leo, espero lluvia. Mientras escribo, espero lluvia. Y a pesar de mi esperanzada espera no cae. La lluvia nos ayudaría a aliviar la tensión que a veces nos aleja de tantas cosas placenteras que día a día nos topamos al vivir. Lluvia, que podrías reducir la presión que la circunstancia aún no salvada ejerce en nuestra vida, evocando a José Ortega y Gasset.

El ambiente pegajoso (¿o lo describe mejor el adjetivo “húmedo”? ¿O ambos?) que por estas fechas envuelve Guanjatan y la mayoría del territorio del poco visto quetzal (tanto en su versión plumífera como de papel), al menos en mi caso, llega a ser casi insoportable. Digo casi, porque con una buena bebida bien fría, una agradable melodía y las ventanas del balcón de mi asteroide completamente abiertas, al igual que las ventanas y si pudiera la puerta de ingreso, en cuestión de minutos regreso a un agradable estado de bienestar que me permite recordar lo maravilloso que es ser y estar. Ser uno mismo, por sí mismo y para sí mismo. Estar donde quiero estar y con quien yo quiero estar.

Quisiera que el anuncio dado por las autoridades del clima en Guatemala de un posible falso invierno se hiciera verdadero. Que la lluvia no cayera sólo un día sí y cinco no. Que lloviera principalmente de noche, cuando ya me encuentro acomodada en la cama, lista para platicar con Morfeo sobre los sueños que me acompañaron durante el día. Aunque en las últimas fechas este dios griego anda muy preocupado y distraído. Me contó que en el Olimpo ya no saben qué hacer con los actuales responsables de la Hélade. Hombres y mujeres que olvidaron lo enseñado por sus antepasados hace poco más de 2,500 años. Que de “cuna de la civilización” pasaron a ser un ejemplo de la mala administración. Y de filosofía ni hablar. En fin, igual yo le exijo al hijo de Hipnos y Nix que cumpla con su obligación y me acompañe al cerrar los ojos.

Regresando al tema del cambio de estaciones, en un país como el nuestro no sabemos (a menos que hayamos viajado a otros lugares) lo que significa el verano en el cual se antoja caminar desnudos por el parque, el otoño de abrigos y campos dorados, y el invierno de bufandas al cuello y el suelo cubierto de nieve blanca. Disfrutamos de una eterna primavera que no llega a ser ni muy fría ni muy caliente. A pesar de los mal ¿o bien? acostumbrados que nos quejamos del insufrible calor. Por algo nuestro terruño es considerado una especie de paraíso para muchos, nacidos o no en esta tierra. Lo que nosotros experimentamos es una temporada seca y otra lluviosa. Al final del primer ciclo a los chapines (consentidos por natura y entre ellos me encuentro yo), la temperatura se nos hace desagradable.

Uno de esos séptimos días pasados, elegí para calmar mi sed un mojito cubano el cual alcé para brindar por las valientes “Damas de Blanco” que domingo a domingo, con o sin obstáculos, salen a marchar en su caliente Habana por la Libertad de sus familiares que fueron privados injustamente del preciado bien mencionado y fueron alejados de sus seres queridos. La Libertad: ese derecho que perdemos poco a poco, casi sin darnos cuenta, y que sólo extrañamos cuando ya no la tenemos. Algo similar nos sucede con la gente que enriquece nuestro blend personal. Tomemos nota. Cuidemos y conservemos nuestros valores.

Bien lo dijo William Shakespeare en la segunda parte del Soneto 91:


“…Thy love is better than high birth to me,

Richer than wealth, prouder than garments' cost,

Of more delight than hawks or horses be;

And having thee, of all men's pride I boast:

Wretched in this alone, that thou mayst take

All this away and me most wretched make.”


Termino pidiendo “que llueva, que llueva, la virgen de la cueva…” porque sin duda el agua limpia, refresca, suaviza… Salut.


Este suelto fue publicado en la edición 25 de la “Revista nuChef”, correspondiente al bimestre mayo-junio de 2010. La fotografía de “El mar de nubes” la tomé desde el avión en el que viajaba a Taiwán el 22 de abril de 2007.

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4.19.2011

Ve



“Vete y ve. Marta Yolanda, ve a escribir y, por favor ves lo que ponés”. ¡Esa voz, esa voz! Esa voz que en mi interior, sea ese interior lo que sea, ordena o intenta poner orden en mi vida. Esa voz que no puedo aplacar y me invita a pensar. Esa voz que veo hasta en mis sueños. En fin, voy a cumplir con la instrucción dada por el Estado Mayor del Interior. Voy a cumplir con mis compromisos, los cuales adquiero por placer, nunca por deber. Inspiración ven a mí porque “mis ojos, sin tus ojos, no son ojos”. Gracias Miguel Hernández, por esa primera línea de tan maravilloso soneto.

“La cicatrización es perfecta. Puede hacer vida normal”. Me dijo el oftalmólogo que operó mis ojos para que ya no necesitara intermediarios al ver. El adiós ¿permanente? a mis lentes. Mis compañeros más constantes en los últimos cinco años. A veces olvidados, pero siempre necesitados. Hoy, extrañamente extrañados. Por supuesto, a pesar de lo anterior sumándole las experiencias vistas junto con mis lentes, la primera parte de su comentario me hizo muy feliz.

Había alcanzado una meta. Había recuperado mi visión sin intervención. Claro, repito, necesité de una intervención quirúrgica para acabar con la ya citada cristalina mediación. Guardando las distancias, algo similar debe haber sentido el ciego de Betsaida cuando pudo ver después de que Jesús mojó sus ojos con saliva y puso sus manos sobre él. Aunque es evidente que yo no vi a la gente como “árboles que caminan”. Por cierto, si era ciego de nacimiento, ¿cómo pudo comparar a los humanos con “árboles” que, además, son capaces de andar? ¡Qué complicado! Uno de tantos misterios de “La Biblia” que sus escritores no resolvieron.

La segunda parte me invitó a dudar. ¿Vida normal? ¡Ve pues, qué cosa tan difícil de definir! Al fin, dependerá de cuál es la normalidad para cada uno: cuál es nuestro estado natural. En mi caso, sé desde niña que mi normalidad se sale de los estándares comunes, a pesar de lo común que soy. ¡Con cuánto descaro y superficialidad tan normalmente usamos la palabra “normal” sin siquiera ponernos a meditar sobre lo profunda que es su definición! Qué incomprendida palabra: parte vital de ese estilo único del alma de cada quien. Indiscutiblemente irrepetible. Algo tan personal como la manera en la cual cada uno nos lavamos los dientes. Yo lo hago sin lentes. No se diga tareas más significativas en nuestro quehacer cotidiano cuyo resultado, consciente o inconsciente, es hacernos a nosotros. Crearnos.

De Tales de Mileto se cuenta que una noche, por estar observando los astros, cayó en un pozo. La anciana criada que lo acompañaba dicen que entre risas le dijo: "¿Cómo es eso Tales, no sabe dónde pone los pies y pretende conocer el cielo?". Lo anterior lo leí en el diario argentino “La Nación”, en un artículo sobre el amor secreto de Macedonio Fernández. En el mismo escrito, más adelante, el autor nos cuenta que Platón creía que el pueblo ve en el filósofo a un pedante o, en el mejor de los casos, a un inútil, y se burla de él. Pero, ¿qué sería de nosotros sin ese personaje extravagante que se hace preguntas sobre la existencia? ¿Será que todos, más que de locos, tenemos de filósofos un poco? ¿Es lo normal cuestionarnos?

Vayan y vean, dilectos lectores. El tiempo no es circular como algunos quisieran. El tiempo es lineal. Avanza inexorablemente. En el camino nos topamos con nuevas oportunidades. Nunca segundas. Como sentencia cantando José José: “Ya lo pasado, pasado”. El tiempo no es eterno. Es nuestra vida misma. Todos tenemos un tiempo finito. La diferencia la hacemos al decidir cómo vivir. Total, cómo y cuándo morir, en la mayoría de los casos, no depende de nosotros. Por eso deseo que cuando yo muera la leyenda que me despida sea: “Fue y vio: vivió intensamente”. ¡Salud!


El presente escrito fue publicado en la edición 24 de la Revista NuChef, ejemplar que corresponde al bimestre marzo-abril 2010. La fotografía la tomé cuando venía de regreso del “Objectivist Conference” (OCON), que se llevó acabo la primera quincena de julio de 2010 en Las Vegas.

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6.30.2010

Frágil


Hoy tengo la tentación de pedirle que no lea la presente digresión. Frágil, como el título que le di. Total, sólo es una idea vaga de los sentimientos que me atormentaron hace un par de meses, provocados por una experiencia que me acercó a la posible pérdida de un ser querido. Una sensación de impotencia. Una impresión que me recordó que la vida, además de breve, es frágil.

Para inspirarme busqué apoyo en Jaime Sabines. Sin embargo, no encontré más que el siguiente verso: “Te agradezco al aire. Eres esbelta como el trigo, frágil como la línea de tu cuerpo”. Luego, me acerqué a Alessandro Baricco, que me dijo en privado y bajito: “nuestra vida se asemeja a la existencia de los gusanos que crean la delicada seda: al menor de los descuidos, mueren”. Más cuando contamos entre nuestros preciados amigos a Leonardo Da Vinci, quien nos cuenta en sus “Apuntes de Cocina” que Salai, su siervo, se niega a prestarle ayuda en sus experimentos desde que lo encontró colocando en su comida cantidades incrementadas de estricnina y belladonna. ¡Oh los genios! gente incomprendida.

Hoy me atrevo a llamar al día frágil. El sol aparece y desaparece, la temperatura baja y el viento recrudece, aunque por momentos pareciera que amaina. Hoy que me siento a escribir este suelto que he pensado tantas veces en los últimos meses. Qué frágil ha sido mi decisión de transcribir las vivencias que me obligaron a cuestionar la falsa eternidad de mi más preciado bien: mi vida. Y la vida de mis amores, mis valores primeros.

Leo de nuevo mis entregas anteriores. Busco el hilo conductor de Le Haim. Al fin me cae el veinte: cada Le Haim es diferente como cada día es único, irrepetible e incierto. Así como no sé de qué manera voy a terminar este día con que inicia la semana, tampoco sé dónde pondré el punto final de este escrito. Hoy, como la hoja que se lleva el viento, quiero que mis pensamientos se dejen guiar por lo que dicta la tirana que vive en mí. Esa voz interior que a veces quisiera acallar. Esa dictadora que hace mi vivir más frágil de lo que comúnmente es vivir para la mayoría. En fin, a veces creo que Le Haim se convierte en ese diario que tantas veces empiezo ¿o continúo? y pronto abandono.

¡Qué cosa! Mientras escribo, un temblor hace que se balancee el edificio en el cual orbita mi hogar al cual he apodado el asteroide B506. Aunque en este caso, esa aparente fragilidad lo que muestra es el ingenio humano a la hora de construir los espacios que vamos a habitar. Como el bambú que no se quiebra a pesar de la fuerza de Céfiro, al cual vence sin retarlo. A veces, elegimos andar con personas con quienes no compartimos fines. Ni medios. Personas que nos parten. ¿Somos tan frágiles? Ser valientes y construirnos tal y como nosotros lo deseamos y no los otros. Esa es mi respuesta, tal vez incomprendida. Buscar el balance. Life is too short for lies.

Vivo mientras escribo. Y lo que vivo va a influenciar lo que escribo. Una llamada que recibí mientras divagaba me regresó al asunto de la fragilidad. La voz abatida de alguien a quien admiro me decía: “¡Qué tristeza la que percibo!”. La anterior afirmación me llevó a preguntarme: ¿nos sentimos tristes cuando nos creemos frágiles? Una vez pasa esa voluble e intermitente compañera del homo sapiens, ¿nos deja su paso el camino abierto para el placer? Melancolía armoniza con vida. Así como con alegría.

Sé que el propósito de Le Haim es celebrar la vida sin falsearla. Gozarla. Al menos la mía, ya que como lectora empedernida, a veces necesito imperiosamente escribir. ¿Podemos tenerlo todo? No sé. Depende. Lo que sí sé es que no podemos tenerlo todo al mismo tiempo. Tenemos que elegir. Y yo elijo terminar por hoy disfrutando del Tignanello 2006 con el que una de las tres Reinas Magas reconoció el pasado 6 de enero mi deseo de ser feliz.

El presente escrito fue publicado en la edición 23 de la Revista NuChef, ejemplar que corresponde al bimestre enero-febrero 2010. La fotografía la tomó Raúl Contreras en el taller de cerámica de Kira Sapper, ubicado en La Antigua Guatemala, el domingo 31 de marzo de 2010. La responsable del recorte y edición de la misma soy yo. En la imagen intento hacer una vasija de barro. Al fin, logré hacer una especie de cuenco. Logré mi objetivo: además de distraerme y disfrutar la experiencia, hice un utensilio útil, aunque este no hubiese sido mi meta primera.

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2.27.2010

Blend


¿Por qué me cuesta más asomarme a la escritura cuando me encuentro feliz, muy feliz? No sé. Es uno de esos extraños misterios de la zona desconocida de mi existencia. Tal vez porque tengo tanto de que hablar, escribir, elaborar. Seguro compartir, por lo que termino sin decidir por dónde comenzar. En fin, al menos elegí desde hace unas semanas el título de esta divagación suelta, que viene a ser mi tercera entrega para Le Haim. O, el material, como le llama Mara. ¿El material de una mezcla que no puedo descifrar por completo? ¿Un blend cuya base es el tiempo? ¿Y yo la bartender o la enóloga?

Pienso con los ojos cerrados y sueño con los ojos abiertos, mientras ordeno mentalmente el material que hará de esta mezcla única. Aunque reconozco que es imposible evadir los lugares comunes. Obvio: por eso son comunes. Y, sin duda, tengo mucho en común con usted que me lee algunas semanas después de que terminé de elaborarlo, catarlo y saborearlo. Común seré.

Hoy que escribo en el presente, el pasado martes 20 de octubre, no por casualidad sino por atraso, no logro dejar de observar ese luminoso cielo azul que cubre el espacio capitalino llamado despectivamente por algunos Guanhatan. Azul que deseo cubra hasta el más ínfimo de los rincones de Guatemala. Un azul que contrasta con el rojo que arde en los corazones de muchos. En algunos arde por amor. En otros por rencor. Azul-Paz contra Rojo-Pasión. La segunda, necesaria cuando es producto del ejercicio de la razón.

Considero la Libertad mi más caro derecho. Por supuesto, después de la vida que necesito para ejercerlo. Un tesoro mayor que el anillo de John Ronald Reuel Tolkien que Gollum atesoraba. La capacidad de ser quien quiera ser. Definida: decidida mi vida. Realidad hecha por los hechos. Mis acciones, erradas a veces, correctas en su mayoría si acaso logro alcanzar mi meta. Decidí ser libre, mucho antes de leer esta frase atribuida a Víctor Hugo: "La libertad es, en la filosofía, la razón; en el arte, la inspiración; en la política, el derecho". Y así continúo descubriendo los ingredientes de este blend en proceso de mezcla.

¿Mencioné con anterioridad el tiempo? ¿La magnitud física que se mide por segundos y se vive por instantes? Y es la suma de esos instantes la que nos cuenta nuestra propia historia y la de los demás. Historia construida a partir de lo que hicimos con esos momentos irrepetibles. Esas acciones que un jueves me llevaron, después de disfrutar de la presentación de “Holiday of Musicals”, a celebrar brindando con un buen sake, o vino de arroz, y comiendo Dim Sum. Esas elecciones que al día siguiente me permitieron degustar un Reserva chileno, un blend entre Carménère y Shiraz, que acompañé con un caldo de huevos nocturno, por placer no por deber, y canciones versionadas por el grupo Valtrez en Trova Jazz. Y para completar el trío, el sábado visité al conocido artista Iván Gabriel y a su familia en San Juan Comalapa, donde disfruté del arte expuesto en su galería, tomé cusha, comí Pepián casi hasta reventar y desafiné la marimba y los tambores de los Gabriel, en mi frustrado intento de componer una melodía inédita. ¿Acaso no es la vida una maravilla?

La vida es una combinación de muchos ingredientes. De nosotros depende elegirlos. Y los más importantes componentes de nuestro blend, son las personas con las que elegimos compartirlo. Lo sé desde que tengo uso de razón. Por supuesto que me equivoqué en varias ocasiones a la hora de decidir a quienes dejar entrar en mi espacio íntimo. Otras veces me sentí presionada por complacer precisamente a aquellos a quienes he amado. Aprendí de mis errores. Hoy soy más selectiva. Lo que me permite mejorar mi mezcla que espero llegue a ser algún día un virtuosísimo Gran Reserva de Colección. Y, claro, una edición limitada a una botella etiquetada “Yo”.



La anterior pretensión de ensayo breve, fue publicada en la Edición 22, noviembre-diciembre 2010, de la revista sibarita “NuChef”. Agradezco a Mara Corado, Directora General de la revista mencionada, la imagen de la botella que me permitió jugar hasta llegar al collage que acompaña mi “Blend” que espero hayan disfrutado.

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1.18.2010

Vida sustantiva


¡Qué placer dejar correr el agua por el cuerpo un día de descanso! Y en especial, al menos en mi caso, tiene un extraño encanto cuando es en domingo. Un domingo cuando empecé a escribir este accidentado apartado en Le Haim. Hoy que Le Haim expandió su territorio a 3,800 caracteres. Por cierto, espero que no me vayan a acusar de invadir otra sección, ya que, por el momento, tengo otras querellas que atender. Otras batallas que ganar.

Lo llamo apartado, porque más que dedicarlo a la placentera tarea de compartir con ustedes mis gustos sibaritas, los maridajes que he disfrutado recientemente o las películas que me gustaría recomendarles, entre tantas otras cosas que enriquecen nuestras vidas, voy a dedicarme a reflexionar sobre mi esencia, que puede tener alguna coincidencia con la suya. Por supuesto, si es que acaso logro esbozarla.

Quiero reconocer la ayuda que me dieron para pulir mi escritura la lectura de algunas de las obras de Aristóteles, Ayn Rand y Epicuro. Aunque soy consciente que es tan poco lo que sé, que aún me resta un larguísimo camino por recorrer. Lo que al mismo tiempo es un aliciente para seguir adelante en pos de más de ese placer que experimento al conocer, descubrir, comprender nuevas cosas sobre el ser.

Mi vida es un piélago de oportunidades, ocurrencias y retos. De aciertos y equivocaciones. Como probablemente es también la suya. ¿Imagino o vivo? ¿O ambas cosas? ¿Son actos simultáneos? Cuando duermo predomina la fantasía, que rara vez se convierte en pesadilla. Y cuando estoy despierta, busco el equilibrio entre la razón y la loca de la casa como llamó Santa Teresa de Jesús a la imaginación.

Y aclaro: creo que entre la cordura y la locura, debe existir un balance. La una necesita de la otra para crear. No condeno a ninguna de las dos. Sin embargo, hoy mejor no escribo acerca de condenas ni penas. Por aquello de que alguien ande con la espada suelta y sin control, con ánimo de utilizarla en un duelo sin sentido. Más para mí que sólo porto por arma una pluma que me sirve para escribir sobre una hoja de papel en el cuaderno de MY y no, evidentemente, en el de Saramago, ni en el cuaderno de nadie más.

¿Qué me hace a mí ser Yo? ¿Alguna vez se ha hecho esa pregunta? ¿Cuál es su sustancia? ¿Cuál es su esencia? O, como se diría coloquialmente, ¿de qué material está hecho? No es esta la primera ocasión que me planteo esta cuestión. Pero sí me lo he preguntado más seguido en los últimos días. Quod quid erat esse, dijo Aristóteles. La esencia necesaria. ¿Son parte de mi esencia necesaria, mis valores, mis virtudes y mis retos, por no llamarlos defectos? Sí, respondería Rand, quien me invitaría a vencer los últimos, ayudada de los segundos, para alcanzar los primeros. Y lo más difícil e importante, conservarlos. Al fin, vivimos con un propósito: ser felices.

Termino con una cita del respetado Amable Sánchez, con la cual se despidió el pasado 4 de septiembre en el que tuve el placer de su compañía en “Todo a pulmón”: “No le tengan miedo al lenguaje, no le tengan miedo a las palabras, no le tengan miedo a los adjetivos, no le tengan miedo a la verdad. Los miedos hay que quitárselos de encima, porque los miedos nos enredan y nos llevan a donde no queremos… incluso a dejar de ser lo que cada uno de nosotros debemos ser: hombres enteros y derechos”.

No tengan miedo a la vida. Para algunos seré irreverente e iconoclasta. Suelo ser políticamente incorrecta. Pero, no se confunda, soy respetuosa de la humanidad de todos. Incluida la mía. Y no tengo miedo de utilizar los adjetivos para diferenciar a unos de otros. Es cierto que en boca cerrada no entran moscas, pero tampoco salen versos, declaraciones y suspiros. No salen besos, ni anhelos, ni deseos. No salen verdades. Y si falsea la realidad, le será casi imposible alcanzar su felicidad. Le Haim.



“Vida sustantiva” fue publicado en la edición 21 de la revista “NuChef”, correspondiente a los meses de septiembre y octubre de 2009. La fotografía la tomé el pasado mes de octubre al “Gigante de la Libertad”, regalo de nuestro amigo el artista Walter Peter, que cuelga en los Estudios de Libertópolis y nos acompaña en cada emisión de nuestros programas.

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9.12.2009

La vida es un festival


¡Cuántas cosas se han dicho de la vida! Que es un sueño, que es una ficción o sólo una ilusión. Que si es un carnaval, un mundo multicolor o un lapso destinado al dolor. ¡Dios sabrá! Tal vez usted lo sabe. Al menos, creo que conoce su vida, esa que es única e irrepetible. ¿Será la vida una hermosura, como cantaba Celia Cruz, o una impostura como han escrito tantos poetas? ¿Dependerá de cómo elijamos vivirla? ¿Aceptando retos, enfrentando miedos y buscando la felicidad? O simplemente ¿viéndola pasar?

Hoy que acepté la invitación que me hizo Mara Corado para escribir una columna titulada Le Haim, el tradicional brindis “por la vida” en hebreo, quiero hacer una breve reflexión sobre la existencia, a partir de la vida que creo conocer mejor: la mía. Al fin, quien me acompañe en esta aventura que, como casi todo, será finita, espero que espere algo de mí que pueda contribuir a que la suya sea más divertida. O, a aprender de los errores en carne ajena. Y, por supuesto, disfrutar de los juegos que jugamos los humanos, niños por siempre, más allá de las arrugas que algún día pueblen nuestra frente.

Dentro de los tantos adjetivos que mis amigos usan para describirme, incluyen el de sibarita. Alguien que, como define el DRAE en su segunda acepción, “se trata con mucho regalo y refinamiento”. Si ni yo me consiento, ¿quién más lo va a querer a hacer? Somos los primeros que debemos reconocernos como seres con derecho a ser felices. Apreciarnos, respetarnos, valorarnos. Siempre, como dijo mi admirado Aristóteles, dentro de la justa medida. Ese equilibrio que nos permite experimentar el verdadero placer, que implica crecer, aprender y asombrarnos con cada amanecer de una nueva experiencia conocida a través de nuestros sentidos e integrada a nuestro espíritu gracias a la decisión individual de usar nuestra razón, condición sine qua non que nos diferencia del resto de animales.

Le Haim es un territorio cuya única frontera será la de los 3200 caracteres aceptados. Voy a divagar sobre el tema que se me antoje: comidas, bebidas, libros. Cine, música, teatro. Pintura, escultura, culturas. Viajes, ciudades, personajes. Temas universales. Un enclave gobernado por la digresión y destinado al ocio enriquecedor: reflejo de mi voz interior. Y eso porque creo que sufro un poco de claustrofobia. Necesito de espacios amplios, iluminados, ventilados. Aunque a veces, no discuto, hay momentos que se disfrutan profundamente en recintos oscuros en los cuales la luz que los convierte en paraísos proviene de la inmensa alegría que un instante indeterminado produce en las personas que lo habitan.

Me acompañará en este antojo aquel que se le antoje hacerlo. Sin obligaciones, sin más compromiso que el de pasarla bien y celebrar la vida. Total, la vida es un placer. El placer de ser y estar: el único deber debe ser el ser auténtico. No falsear la realidad. Así que este es un espacio de libre asistencia y permanencia. Para usted que me lee y para mí que lo escribo. ¿O lo vivo? Ya veremos… Bueno, y como yo no tengo ningún empacho en usar la palabra placer, y menos vivirlo, espero que si decide acompañarme, obtenga placer al leer lo que yo placenteramente escribiré para usted. Por la vida, santé.



"La vida es un festival" fue publicado en la Edición número 20 de la Revista NuChef, de julio/agosto de 2009. La fotografía la tomé algún día de este año, una noche cualquiera, en mi rincón casi predilecto del Asteroide B506.

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