Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

11.24.2012

Finales felices




Todos deseamos un final feliz, incluidos los escépticos y los pesimistas. Es parte de nuestra naturaleza. La persona sin propósitos, más que vivir como humano, ve pasar la vida sin mayor expectativa, como un simple observador que desperdicia su valor más importante: su propia vida.

Aunque, el final de los finales no será feliz. Solo será. Será, inevitablemente, lo queramos o no. Está fuera de nuestro alcance cambiar ese final. Lo más que podemos hacer es alargar su llegada. Pero que llegará, es indiscutible. Casi ni cuenta nos daremos cuando llegue: ya no seremos presente. Por eso, los finales antes del gran final son los importantes. Los que hacen la diferencia entre una existencia rica y una vida pobre.

En un artículo reciente de Carlos Fuentes, conocido escritor mexicano, me topé con lo siguiente: “La memoria es el género que se atreve a decir su propio nombre. La biografía nos dice: ‘Eres lo que fuiste’. La novela nos dice: ‘Eres lo que imaginas’. La confesión nos dice: ‘Eres lo que hiciste’. Pero la biografía, la confesión o la novela requieren de la memoria, pues la memoria, dice Shakespeare, es el guardián de la mente. Un guardián, diría yo, que se radica en el presente para mirar con una cara al pasado y con la otra al porvenir”. Deseo que mis memorias sean una colección de finales felices. Eso confieso.

Sé que no es tarea fácil lograr esos finales felices. Más aún, los finales en aquellas circunstancias relacionadas con nuestros más caros anhelos que, en todo sentido, son caros: por quererlos intensamente y por lo costoso que es alcanzarlos. No es cuestión de sentarnos a esperarlos. Es iluso quien cree que las cosas llegarán a él mientras espera sin hacer nada más que soñar.

Los finales felices, al menos la mayoría, suelen ser efímeros. Es cuestión de un momento para que, de nuevo, experimentamos una sensación de insatisfacción que nos impulsa a fijarnos nuevos objetivos en pos de ese instante inefable en el cual alcanzamos aquello por lo cual hemos trabajado, aquello que hemos ansiado poseer: tener en nuestro haber. Parte de nuestra biografía única, que nunca será repetida.

Por supuesto, hay finales que no son felices. Los finales vienen en varios sabores: pueden ser dulces, amargos, salados… O, porque no, agridulces. A veces, alcanzar algo que hemos valorado puede que no nos proporcione la emoción que esperábamos. O, en otras ocasiones, a pesar del tiempo y esfuerzo que hayamos invertido en alcanzar nuestro objetivo, no logremos hacer nuestro el final feliz. Simplemente, en alguna parte del camino nos confundimos y no llegamos al destino que nos habíamos fijado. Es parte de la experiencia única de vivir. Es parte de nuestro proceso de aprendizaje.

En  “De La Brevedad Engañosa De La Vida”, escribe Luis de Góngora y Argote: “que presurosa corre, que secreta / a su fin nuestra edad. A quien lo duda, / fiera que sea de razón desnuda, / cada sol repetido es un cometa”. Sí, para algunos. Para quienes buscan, usando su razón, hacer realidad sus sueños pareciera que la vida vuela, que la travesía tiene muchas escalas que pueden ser finales felices. De mí, de usted, de él, de ella… depende.

Hoy, decido finalizar este viaje por escrito sobre finales felices, con un pensamiento que me parece oportuno. Cito al sabio estoico, Lucio Anneo Séneca, en su epístola “La brevedad de la vida” en la que dice: “El tiempo que tenemos no es corto; pero perdiendo mucho de él, hacemos que lo sea, y la vida es suficientemente larga para ejecutar en ella cosas grandes, si la empleáremos bien”. Los finales felices, repito, dependen de nosotros mismos y de los objetivos que nos proponemos alcanzar: las metas que hemos escogido, libres de toda imposición de otros. Los fines que nos permiten hacer realidad el fin último: ser felices. De por vida, brindo por la vida.


Este artículo fue publicado en la Revista "NuChef" en su edición No. 35 correspondiente al bimestre de abril y mayo de 2012. La imagen corresponde al final de la película "Modern Times" de Charles Chaplin.

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4.22.2011

El tiempo es vida


¿Será todo lo que precisamos? ¿Acaso necesitamos de algo más? ¿Cuál es la cantidad ideal de tiempo? ¿Depende de cada uno de nosotros? ¿Se mide en segundos o en experiencias o en conocimiento? ¿Necesitamos de los tres para ser quien decidimos ser?

Según mis padres y mi memoria, desde que era apenas una cría hago uso de la razón. O intento hacerlo la mayor parte del tiempo. Soy consciente desde mis primeros años de que aquel minuto que pierdo, es un minuto que no volveré a vivir jamás. Vendrán muchos más, al menos eso espero, pero ese instante que dejé ir sin sentir, ese no lo voy a restituir. Los hubiera, me enseñó alguien a quien amo inmensamente, no existen. Puedo pagar las consecuencias de mis errores, corregir mis equivocaciones, pero nunca borrarlas. Eso sí, puedo perdonarlas.

Por supuesto, lo anterior no quiere decir que pase los días inmersa en mi actividad laboral, la que comúnmente identificamos con la vital virtud de producir para vivir de nuestro esfuerzo y no de la producción de otros. Reconozco que es una importante tarea si queremos progresar y no vegetar. Pero, en mi caso, el momento que más disfruto, el clímax de mis días, es ese que tantos han confundido con el vicio del vago. Me refiero al momento del ocio. O, como bien explica mi valorado Aristóteles en la obra “Ética a Nicómaco”, el tiempo de la contemplación. El tiempo del máximo placer. El tiempo de la felicidad plena.

El tiempo ido, una vez ha sido vivido, pasa a enriquecer ese equipaje que llevo a todos lados: mi pasado. Riqueza que espero nunca perder. Lo que trae a mi mente un cuento breve del escritor egipcio Naguib Mahfuz, ganador del premio Nobel de Literatura de 1988. El primer escritor en lengua árabe en recibir tal galardón. Un cuento titulado "Una broma de la memoria" que encuentran en “Diálogos del atardecer”, el cual reproduzco para ustedes: "Vi a una persona enorme, con un estomago tan grande como el océano y una boca capaz de tragar un elefante. Le pregunté anonadado: - ¿Quién eres? A lo que respondió sorprendido - Soy el olvido. ¿Cómo es que me has olvidado?" Maravilloso. Cada vez que lo leo me cautiva de nuevo. Soberbio escrito que, en su aguda simpleza, nos recuerda la trascendencia del recuerdo. Esos hechos que ya vivimos, nosotros los que vivimos. Lo que fuimos. La base de quien somos. El origen de quien seremos.

Lo que ustedes leen hoy, cualquier día que sea en su vida, yo lo escribo en la mañana de un lunes monocromático. El lunes 27 de septiembre de 2010, en el cual el gris prevalece por encima del celeste que suele identificar al cielo. Me atrevo a decir que por la tarde voy a extrañar los celajes de variados colores que pueden ir desde el violeta profundo, pasando por los intensos rojos y terminando en suaves rosados. El gris, color que aparece en pocas ocasiones en la infinita variedad de colores con que veo mi presente. Colores que en su mayoría han dado sentido a mi historia. Colores que simbolizan mi esperanza en el futuro.

Y como al fin, escribir en este espacio bautizado con el nombre de “Le Haim” (el tradicional brindis hebreo que traducido al español sería lo mismo que decir “por la vida”) significa para la autora, yo misma, un dar tiempo mío a ustedes, vida mía para mis lectores, deseo terminar con dos versos (el primero y el tercero) del poema 46 de “Canto a mi mismo” de uno de tantos poetas espléndidos que he elegido para vivir mi tiempo, Walt Whitman:


"Lo mejor del tiempo y del espacio es mío,

del tiempo y del espacio que nunca se han medido,

del tiempo y del espacio que nadie medirá.

Nadie, ni yo ni nadie, puede andar este camino por ti,

tú mismo has de recorrerlo.

No está lejos, está a tu alcance.

Tal vez estás en él sin saberlo, desde que naciste,

acaso lo encuentres de improviso en la tierra o en el mar”.


Vida mía, ¡cómo me gustas!


Este artículo fue publicado en la Edición 27 de la Revista nuChef, correspondiente al bimestre septiembre – octubre de 2010. La fotografía la tomé desde la cumbre de la Danta en el Reino de Kan, el 21 de julio de 2007.

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3.16.2008

Página en blanco


Hoy, como tantas otras veces al sentarme frente al computador, me topo, como les sucede a otros, con una página en blanco en la cual voy a plasmar ideas, sentimientos, dudas… que luego usted me hará el honor de leer. Hoy, impulsada por el espíritu de la época, opto por alejarme de los inquietantes sucesos de la esfera pública para adentrarme, en la medida de lo posible, en esa vida cotidiana, llena de anhelos y ansiedades, que todos experimentamos a nuestra manera. Total, ¿acaso no es nuestra vida un pasar llenando páginas en blanco con nuestra historia personal, siendo esta última un producto real de nuestras acciones?

Hoy me levanté de madrugada a escribir. Comencé con una mañana gris, inusualmente fría para esta paradójica temporada de calor primaveral propia de mi terruño. Me asomé al balcón, como regularmente lo hago, y aspiré el aire todavía puro de Guanhatan. Sabía el reto que tenía para las primeras horas de mi día: pensar las líneas que llenarían este escrito. Una coincidencia planificada. ¿Será también una coincidencia el hecho de que a veces nos cuesta más ese proceso diario de levantarnos, con la dificultad que hoy encuentro para expresarme?

Me atrevo a aventurar que la dificultad nace de un cansancio acumulado que todos hemos experimentado en nuestras vidas. Cansancio que no sólo es físico. Puede ser también mental, espiritual o una combinación de los tres. Creo que en mi caso aplica la última opción. Motivo por el cual espero con ansia la llegada de la Semana Santa. ¿A usted le pasa algo similar?

Para mí, la vida es un presente casi eterno. Digo “casi” porque sé que, aunque yo no lo quiera, algún día moriré. Me encantaría vivir eternamente ESTA vida. Eso sí, rodeada de todo lo que me provoca placer y alegría. Y, lo más importante, en compañía de todos los que amo. Claro, sin imponerle a nadie ese deseo de inmortalidad. Más de uno dirá que después de esta hay otra vida mejor. Yo no lo sé. No existe evidencia objetiva de esa existencia. Sólo el deseo de muchos, basados en la Fe, de que así sea. Ojalá tengan Razón, a pesar de la evidente ironía de la contradicción que esto supondría.

Cuando usted lea estas líneas, yo estaré escribiendo otras a miles de kilómetros de mi hogar. Líneas que tal vez escribiré algún día para sacarlas de mí. O tal vez no. Probablemente serán leídas sólo por mí, como suele ser en la mayoría de los casos para la mayoría de las personas. Sé que suele decirse que por estas fechas lo correcto es la reflexión. Sin embargo, muchos se dedican exclusivamente a la diversión: sol, calor y arena. Yo preferí divertirme, reflexionando, lejos de las multitudes conocidas, para perderme en otras cuya realidad difiere de la mía.

El próximo equinoccio de primavera culmina otra parte de mi obra más importante. Y mientras, sin darme cuenta, llegué al final de esta primera página del capítulo que me toca vivir hoy. ¿Será así la vida misma?


Articulo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 17 de marzo de 2008. La fotografía la tomé en noviembre del año 2006, en el restaurante “El Pedregal” en Santa Apolonia, Tecpán, Guatemala.

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3.01.2007

Catarsis en el intervalo




Todos los hoy vivos, que un día pasado nacimos y un día futuro vamos a morir, (como les sucedió a nuestros antepasados que ya pasaron, según algunos, a mejor vida) decidimos frente a las circunstancias y actuamos a partir de esas decisiones.

Decisiones que marcan la diferencia entre el intervalo personal y el intervalo de los otros. El intervalo entre estos dos hechos ineludibles, inevitables: respirar y expirar.

¿Qué vamos a hacer con ese espacio de tiempo? ¿Lo aprovechamos o desperdiciamos? ¿Cuáles van a ser los parámetros para medir lo anterior? ¿Quién decide si soy feliz o no? ¿Uno mismo, los demás? ¿Puede existir una mezcla de ambos? ¿Existe el equilibrio? ¿Privilegiamos nuestro parecer y placer? ¿O al revés, vivimos según los dictámenes de los demás? Total, serán respuestas que no podrán evitar el juicio de valor individual.



Estoy harta de la política. Estoy harta de los abusos de poder. Estoy harta de tanta miseria. Y a pesar de tanto hartazgo, escribo. Vivo. Intento ser feliz en mi tiempo. En fin, vivo.

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