Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

3.28.2009

Equinoccio


Nota: On the road... of mi life. Mis "yoes": la imagen actual, mi ¿adulto?, la tomó Luis Figueroa o Raúl Contreras, el domingo 22 de marzo de 2009, en El Salvador. Al fondo se mira el mar. Mi yo "niña", la debió tomar mi papá o mi abuelo. ¿En el equinoccio de Otoño? Puede ser. Al fondo se ve el lago de Amatitlán. La foto del camino que recorre las costas salvadoreñas, fue un conveniente error mío, al igual que la edición.


Escribo por placer, no por deber. El día que el oficio de escribir no me dé más deleite, lo dejaré de hacer. Por supuesto, lo que escribo para ser publicado en Siglo Veintiuno, está enmarcado dentro de ciertas reglas. Una de ellas es que tengo que enviar mí escrito a más tardar los viernes al mediodía: obligación con la que cumplo casi religiosamente. Y, a pesar de mi deseo de empezar a esbozarlo durante la semana, generalmente lo escribo de un solo tirón el mismo día que lo entrego. Como es el caso de hoy: el equinoccio de primavera de 2009.

La palabra equinoccio se deriva del latín aequinoctĭum, que significa “noche igual”: 24 horas divididas equitativamente entre el día y la noche. Este año cayó el 20 de marzo. Cuando yo nací, el 21: día de mi natalicio. No soy determinista. Creo que cada uno de nosotros forja su destino a partir de las decisiones que toma a lo largo de su existencia. Sin embargo, hay coincidencias ¿será el azar? que no dejan de sorprenderme. Algunas más relevantes que otras pero, al fin, todas ellas coincidencias. Hoy, la casualidad me encuentra inmersa en una profunda introspección acerca de la vida misma, no sólo la mía.

Desde hace ya varios meses me he topado con la muerte varias veces. El amigo querido de mis papás que, recién llegado a la tercera edad, muere repentinamente. El hijo del amigo que, sin haber concluido la primera etapa, deja llorando por su inesperada partida, a quienes lo amaron. El primo de mi amiga que, apenas se iniciaba en el mundo de la paternidad, deja huérfana, a temprana edad, a su hija. Y así, podría enumerar muchos casos que, junto con el miedo de perder a mi abuela que aún respira en este mundo, me confrontan con mi propio rumbo.

Queramos o no, el tiempo fluye, avanza. O caminamos nuestra senda, eligiendo nosotros la meta y los medios para alcanzarla, o dejamos que otros decidan a su antojo sobre nuestro bien más preciado. “Qué mala costumbre esa de vivir acostumbrados”, canta Lina Avellaneda en uno de sus tangos. Escuchémoslo. El deber ser, debe ser el ser. No debemos sucumbir ante la comodidad y la excusa fácil a nuestra situación que ofrece el determinismo. Fútil justificación. Aprendamos de los errores del pasado. En lo individual y como miembros de una sociedad.

A veces camino con mis pies desnudos sobre el piso de madera del asteroide B506, como he nombrado a mi espacio privado. Un contacto irreverente en la era del zapato. De igual manera encaro mi trayectoria por esta Tierra. Cuestionando el statu quo colectivo y personal. En Guatemala es urgente que cambiemos de sistema de normas para que el estado de las cosas cambie para bien de todos. En lo particular me pregunto si llegó el momento de emigrar. Tantas preguntas aún sin respuesta. Pero, de lo que sí estoy segura es de la necesidad urgente de un cambio. La vida puede ser lúdica, pero nunca un juego de ganar o perder. No tenemos una segunda oportunidad de vivirla. No sabemos cuándo llega nuestro equinoccio. Y menos nuestro final.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 23 de marzo de 2009.

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3.16.2008

Un mundo controlable



Hace unas semanas, leí en el suplemento “elacordeón” del matutino “elPeriódico”, una entrevista hecha por Marta Sandoval a tres escritores radicados en España. De los tres, tengo el gusto de conocer personalmente a dos: Eduardo Halfon y Santiago Roncagliolo. Y es precisamente la respuesta de Santiago a la pregunta “¿Por qué empiezan a escribir?” la que me motivó a escribir este artículo. Para Roncagliolo, escribir es crear un mundo que puedas controlar. Sueño, sin duda, sólo posible en la imaginación de una persona. Fantasía transformada en ficción, en ocasiones creíble, pero sólo ficción. Por eso, probablemente, Santa Teresa de Jesús dijo que la imaginación es la loca de la casa.

Es imposible controlar el mundo real en el cuál vivimos. Sin embargo, a lo largo de la historia, ¿cuántos no lo han tratado, sacrificando a cientos de millones de personas en el intento fallido? Y lo que es peor, a pesar de la abundante y contundente evidencia acumulada sobre qué funciona y qué no funciona para progresar y mejorar la vida de todos, ¿cuántos no aprenden de los errores del pasado? Y, al repetirlos, ¿a cuántos más van a condenar a una vida miserable y a una muerte despreciable? Lo más irónico del asunto es: ¿cuántos de esos condenados no firmaron ellos mismos su sentencia al caer en la trampa de las utopías contrarias a nuestra naturaleza o, simplemente, forma de SER?

A veces, para entender el mundo en el cual vivimos y disfrutar el papel que en este hemos decidido representar, necesitamos hacer un ejercicio mental de separación. Imaginar que observamos la realidad de forma ajena e independiente a nosotros, e intentar, de una forma objetiva, juzgarla. Necesitamos dejar a un lado nuestros sentimientos que, dicen, “nublan la razón”. Por cierto, ¿quién lo dijo? Por supuesto que, dentro de esa simulación, debemos recordar que esa realidad que vamos a observar nos incluye. ¿Podemos adentrarnos en nosotros y juzgarnos equilibradamente? ¿Nos sirve esta prueba para entender a los otros y, más aún, cómo y por qué actuamos?

En ese mundo real en el cual transcurre nuestra existencia, compartimos espacio con miles de millones de individuos. Cada uno de ellos único e irrepetible. Cada quien con sus metas propias. Cada cual tomando decisiones particulares ante las circunstancias que le toque enfrentar. En fin, todos somos arquitectos, constructores y albañiles de nuestro destino personal.

Y son precisamente las acciones de todos, impulsadas por lo planteado con anterioridad, las que van transformado el mundo en el cual vivimos. Por tal motivo, nadie puede controlarlo a su antojo. Debemos el progreso de nuestra civilización al conocimiento disperso entre los que vivimos, las decisiones que cada uno toma a partir de esa parte del conocimiento que posee, y los fines que desee alcanzar. En fin, el secreto de la felicidad esta en el respeto a la libertad y la convivencia en paz.



Articulo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 24 de marzo de 2008. La fotografía la tomé en el museo de inmigrantes de Ellis Island, Nueva York, el 28 de noviembre de 2007.

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Página en blanco


Hoy, como tantas otras veces al sentarme frente al computador, me topo, como les sucede a otros, con una página en blanco en la cual voy a plasmar ideas, sentimientos, dudas… que luego usted me hará el honor de leer. Hoy, impulsada por el espíritu de la época, opto por alejarme de los inquietantes sucesos de la esfera pública para adentrarme, en la medida de lo posible, en esa vida cotidiana, llena de anhelos y ansiedades, que todos experimentamos a nuestra manera. Total, ¿acaso no es nuestra vida un pasar llenando páginas en blanco con nuestra historia personal, siendo esta última un producto real de nuestras acciones?

Hoy me levanté de madrugada a escribir. Comencé con una mañana gris, inusualmente fría para esta paradójica temporada de calor primaveral propia de mi terruño. Me asomé al balcón, como regularmente lo hago, y aspiré el aire todavía puro de Guanhatan. Sabía el reto que tenía para las primeras horas de mi día: pensar las líneas que llenarían este escrito. Una coincidencia planificada. ¿Será también una coincidencia el hecho de que a veces nos cuesta más ese proceso diario de levantarnos, con la dificultad que hoy encuentro para expresarme?

Me atrevo a aventurar que la dificultad nace de un cansancio acumulado que todos hemos experimentado en nuestras vidas. Cansancio que no sólo es físico. Puede ser también mental, espiritual o una combinación de los tres. Creo que en mi caso aplica la última opción. Motivo por el cual espero con ansia la llegada de la Semana Santa. ¿A usted le pasa algo similar?

Para mí, la vida es un presente casi eterno. Digo “casi” porque sé que, aunque yo no lo quiera, algún día moriré. Me encantaría vivir eternamente ESTA vida. Eso sí, rodeada de todo lo que me provoca placer y alegría. Y, lo más importante, en compañía de todos los que amo. Claro, sin imponerle a nadie ese deseo de inmortalidad. Más de uno dirá que después de esta hay otra vida mejor. Yo no lo sé. No existe evidencia objetiva de esa existencia. Sólo el deseo de muchos, basados en la Fe, de que así sea. Ojalá tengan Razón, a pesar de la evidente ironía de la contradicción que esto supondría.

Cuando usted lea estas líneas, yo estaré escribiendo otras a miles de kilómetros de mi hogar. Líneas que tal vez escribiré algún día para sacarlas de mí. O tal vez no. Probablemente serán leídas sólo por mí, como suele ser en la mayoría de los casos para la mayoría de las personas. Sé que suele decirse que por estas fechas lo correcto es la reflexión. Sin embargo, muchos se dedican exclusivamente a la diversión: sol, calor y arena. Yo preferí divertirme, reflexionando, lejos de las multitudes conocidas, para perderme en otras cuya realidad difiere de la mía.

El próximo equinoccio de primavera culmina otra parte de mi obra más importante. Y mientras, sin darme cuenta, llegué al final de esta primera página del capítulo que me toca vivir hoy. ¿Será así la vida misma?


Articulo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 17 de marzo de 2008. La fotografía la tomé en noviembre del año 2006, en el restaurante “El Pedregal” en Santa Apolonia, Tecpán, Guatemala.

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