¿Confianza?
El domingo 18 de noviembre de 2007, leí una entrevista titulada “O nos ponemos de acuerdo, o después no se quejen”, que hizo Mirja Valdés de “elPeriódico” a Rafael Alvira, Doctor en Filosofía. Con sólo leer el titulo, me surgieron muchas dudas. ¿Quiénes deben ponerse de acuerdo? ¿Ese pacto nos incluye a todos los miembros de la sociedad? ¿Sobre qué nos debemos poner de acuerdo? ¿Cómo debemos hacerlo? ¿Dónde nos debemos poner de acuerdo? ¿Cuándo? Y, sobre todo, ¿por qué?
¿Es posible tal pacto, siendo todos individuos únicos e irrepetibles, con fines diferentes, legítimos y respetables, una vez en su persecución respetemos los derechos de los otros?
También llamó mi atención el énfasis del entrevistado en la supuesta función del gobierno, que para él es “generar confianza”. Demostrar que el gobierno es “fiable”. ¿Fiable para qué? ¿Cómo se genera confianza? ¿Acaso no es más necesario que promuevan la paz, dedicándose a proveer seguridad y justicia? Luego, al continuar leyendo me topé con el generalizado concepto tergiversado de bueno: “…ser bueno es añadir algo a los demás, ser malo es quitarles algo”. Esotérico. Simplemente utópico. ¿No sería más fácil definir a la persona buena como aquella que, repito, respeta a los otros? ¿Acaso no es esta una definición más cercana al ser humano como es, no como algunos quisieran que fuera?
Total, para rematar la entrevista, repleta de ambigüedades y abstracciones ajenas a la realidad, me encuentro con la siguiente declaración: “Los centros educativos, privados o públicos, deberían llevar a los escolares a conocer la realidad sufriente. Hace falta comunicarse con esas personas”. ¿La realidad sufriente? ¿A qué se refiere con esa afirmación? ¿Por qué sufre esa realidad? ¿Con quiénes hay que comunicarse? ¿Cómo? ¿Para qué?
En fin, cuando leo este tipo de cosas, entiendo por qué una gran parte del mundo intelectual se encuentra perdido en elucubraciones y alejado de la realidad objetiva. Recuerdo que las ideas tienen consecuencias. Sean estas ciertas o falsas. Verdades o mentiras. Como mentira es la famosa sentencia de Wittgenstein: “Lo que no se nombra no existe”. Se nombren o no las cosas, existen. El abuso de poder, el clientelismo, la corrupción, y tantos males más asociados al ejercicio del poder coercitivo del Estado, existen aunque no sean nombrados. Se pongan de acuerdo o no algunos representantes de grupos de presión, inventen o no los políticos discursos bien intencionados y haya aún quien se los crea. "Ten presente que los hombres, hagan lo que hagan, siempre serán los mismos." Marco Aurelio.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 26 de noviembre de 2007.